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HISTORIA |
El
estreno de Tristán
Fue propiciado por la protección del rey Luis II de Baviera, quien había concedido a Wagner toda clase de prerrogativas en su capital, Munich, considerando que su labor de rey incluía la protección a genios de tal categoría. Esta protección real, un tanto equívoca y reveladora del desequilibrio que se iniciaba en la mente de Luis y que había de llevarle al suicidio tres años después de la muerte de Wagner, fue tratada de modo abusivo por el compositor, quien se vio forzado, ante la hostilidad de todos, a abandonar su posición en Munich. Pese a ello, la protección de Luis II siguió, y fue decisiva para la posterior construcción del Teatro de Bayreuth. A principios de 1.865, Wagner tenía terminado Tristán e Isolda para su estreno muniqués. El gran tenor Ludwig Schnorr von Carolsfeld, que había cantado un inolvidable Tannhäuser en dos representaciones dadas en febrero de ese año, sería Tristán. Para la Isolda se contaba con Malwina Schnorr, y Han von Bülow sería el director musical. Se había fijado la fecha del estreno para el 15 de Mayo, pero no sólo los ministros y familia del rey estaban en contra de Wagner y de sus amigos en cohorte que vivían de manera privilegiada a costa de la protección real; el mismo pueblo, los periódicos, todos clamaban contra la invasión de oportunistas. Cuando von Bülow, por razones de colocación de la orquesta, hace suprimir la primera fila de butacas del teatro, con la despectiva afirmación de "así habrá unos pocos cerdos menos en la sala", se organiza una reacción que aumenta todas las tensiones. Para colmo, Malwina se queda afónica el día 15 y el estreno ha de aplazarse. Como la expectación era tremenda, con personajes venidos de todas partes, muchos de ellos tuvieron que marcharse y no estuvieron el día definitivo, el 10 de Junio. Pese a ello, la asistencia de personalidades fue masiva. Los Wesendonk no estuvieron presentes: Mathilde no se quiso ver como Isolda sobre el escenario. Luis II vio la representación desde su palco real y luego desapareció en su tren especial, camino de uno de sus castillo, de los que tenía una colección, y en los que atesoraba cuadros representando escenas de dramas wagnerianos, como la magnífica pinacoteca que puede admirarse en Neuschwantein. El 22 de mayo había dado el nombre de "Tristán" al barco con el que atravesaba el lago de Starnberg (el mismo en que moriría más adelante) para venir a Munich. Los Schnorr estuvieron maravillosos y von Búlow expresivo y elocuente. Al final, los saludos eran interminables y Wagner daba la mano a los cantantes con lágrimas en los ojos. Se habían previsto tres representaciones. Luis II asistió a las tres, y cada día venía en su tren privado y se volvía a marchar, como si estuviera solo en el teatro, una de sus diversiones favoritas. Entonces dispuso una cuarta representación. Él estaba solo en la sala. Se interpretaron también fragmentos de El oro del Rin y de Los Maestros Cantores de Nuremberg, óperas que Wagner tenía entonces por concluir. El público salió impresionadísimo. La crítica estaba desconcertada y carecía de elementos para juzgar esta música tan distinta de todo lo compuesto hasta el momento. La polémica, como siempre que se trataba de Wagner, se desató con virulencia. Tres semanas después del estreno murió el tenor Ludwig Schnorr y los adversarios de Wagner lo atribuyeron al tremendo esfuerzo hecho para el estreno de Tristán. Tristán e Isolda, hacia el futuro Casi todos los músicos y escritores musicales creen que de esta ópera wagneriana nace el principio de la música del siglo XX, aunque hay voces que señalan otros caminos y que no están por ello de acuerdo con la mayoría. La música hasta el Romanticismo se componía siempre dentro de las leyes de la tonalidad y normalmente una obra estaba en un tono principal, que se enunciaba: sinfonía en Do menor, sonata en Si bemol mayor, por ejemplo. Las leyes que encadenan los sonidos en la tonalidad se suponen basadas en la propia estructura funcional del oído humano, y son las que rigen en la música popular, mucho más sencilla que la culta, incluso hoy día. En cada tono existe una escala de notas dispuestas de determinada manera: las intermedias se llaman notas cromáticas, y el empleo frecuente de esas notas cromáticas produce el "cromatismo" de la armonía, y, como consecuencia, una especie de desorientación en el oído del que escucha, con sensación de pérdida de la tonalidad. En Tristán e Isolda, Wagner emplea tal exceso de cromatismo que no se sabe casi nunca en qué tonalidad se está moviendo. La melodía resbala constantemente de una tonalidad a otra vecina. Dado que la música del siglo XX está generalmente basada en la destrucción de la tonalidad, por eso se quiere ver en el Tristán esa función precursora y evolucionadora. Lo cierto es que en muchos otros compositores, como Mahler, Strauss o Debussy, se encuentran tendencias semejantes, y que el problema es decidir sobre la cuestión sin apelar a los gustos personales. En último caso, es lo mismo: el enorme valor de Tristán e Isolda como obra de arte total se impone por sí mismo, con independencia de su importancia en la historia de la música desde un punto de vista histórico. Lo que de verdad cuenta es la pasión, el lirismo, la profundidad de expresión de sentimientos, el sentido oculto de la lucha entre amor y muerte, y el triunfo final del primero. Ahí está el verdadero valor de un drama que descuella con luz propia en el panorama wagneriano, pues como ningún otro supo reflejar los avatares del amor humano. |