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SINÓPSIS |
ACTO
1 El enano
Mime, hermano de Alberich, tiene su forja en una caverna en el corazón
del bosque. Trabaja en una nueva espada para Siegfried, aunque sabe que
el muchacho la romperá como si se tratara de un juguete; eso ha
hecho con todas las anteriores. En vano ha intentado soldar los trozos
de Nothung, el arma de Siegmund; y, sin embargo, conseguirlo posibilitaría
sus planes: que el joven y fuerte welsungo mate a Fafner, el antes gigante
y hoy dragón que guarda el tesoro de los Nibelungos, y se haga
con el anillo mágico. Ya sabrá el enano, después,
arrebatárselo. Escena II Un Viandante
(Wotan) sale del bosque, envuelto en un amplio abrigo oscuro y cubierto
con un gran sombrero que le tapa una buena parte del rostro. Pese a la
mala acogida del gnomo, el dios se aposenta en su gruta, le comenta cómo,
a veces, ha pagado la hospitalidad recibida dando sabios consejos a sus
anfitriones y le ofrece su cabeza, si no es capaz de enseñarle
algo que le interesa mucho conocer. Para desembarazarse del inoportuno
huésped, el enano acepta el juego y le plantea tres preguntas:
¿Qué raza vive en las entrañas de la tierra? ¿Cuál
es la que respira en la superficie del mundo? ¿Cuáles son
los habitantes de las altas cimas? El Viandante responde: los nibelungos,
los gigantes y los dioses, respectivamente, aprovechando para recordarle
la historia del anillo maldito. Escena III El encuentro
con Wotan deja al gnomo aterrado, hasta el punto de creer que el dragón
llega para devorarlo. Entonces, aparece Siegfried, reclamando de nuevo
su espada. El enano se da cuenta de que él jamás podrá
forjarla, pero sí el muchacho, ya que no conoce el miedo; entonces,
intenta enseñarle lo que es, pero le resulta imposible y, haciendo
gala de su astucia, le engaña diciendo que le prometió a
su madre moribunda que no le dejaría ir sin saber lo que es, y
que sólo en la cueva de Fafner podrá aprenderlo. Siegfried
acepta ir, pero no sin Nothung y, vista la incapacidad del enano, decide
reconstruirla él mismo. Reduce los dos trozos de metal a limaduras
y logra volver a forjar la espada. Mime urde rápidamente un plan:
después de que Siegfried mate al dragón, él le dará
un brebaje que le lleve a un profundo sueño y le permita matar
al muchacho con su propia espada y hacerse con el anillo y el tesoro. ACTO
2 Alberich vela, ansioso, a la entrada de la Cueva de la Envidia, la morada de Fafner, cuando llega el Viandante. Furioso por la presencia de su enemigo, el enano injuria y amenaza al dios, ya que supone que está allí para ayudar a Siegfried, pero Wotan le tranquiliza: ha venido para ver, no para actuar. El dios ya no desea el anillo y Siegfried, además de ignorar el poder de la joya, pertenece a una raza que él ha abandonado. Mime, en cambio, sí ambiciona la joya, sólo a él es a quien Alberich puede temer. Para demostrar sus palabras, el Viandante propone avisar a Fafner del peligro inminente y ofrecerle la vida a cambio del talismán. Pero el dragón rechaza la propuesta: no quiere entregar su, sin embargo, perfectamente inútil posesión. Por fin, el Viandante se aleja riendo, mientras que el alfo negro jura que un día aplastará a la raza de los dioses. Escena II Llegan Siegfried
y Mime hasta la entrada de la cueva. El enano intenta aterrorizar al muchacho
con una escalofriante descripción de Fafner, pero éste no
se inmuta y le obliga a alejarse. Ya solo, bajo las ramas de un tilo,
piensa en el día feliz en el que no volverá a ver al enano
y sueña, lleno de ternura, con la madre que no conoció.
Los murmullos del bosque invaden su alma con una misteriosa poesía,
y siente no poder entender el canto de un pájaro que trina por
encima de su cabeza y que, quizá, le esté hablando de su
madre. Intenta imitarle con una caña, pero sólo consigue
ruido; así que reemplaza la caña por su cuerno de plata
y hace sonar su fanfarria, como lo hace siempre que quiere encontrar un
compañero en el bosque y sólo acuden a él osos o
lobos. Pero, esta vez, ha atraído a un dragón. Escena III
Mientras tanto, Mime sale de su escondite y se encuentra con Alberich.
Ambos discuten por la posesión del tesoro, hasta que Mime propone
repartirlo; para él: el tarnhelm y para Alberich: el anillo;
con el mágico yelmo, no le será difícil arrebatárselo.
El señor de los nibelungos no acepta el trato y la pelea sigue,
cada vez más violenta, hasta que los dos se prometen que el tesoro
será suyo por entero y desaparecen entre los árboles, mientras
Siegfried sale de la caverna con el yelmo y la sortija, que observa con
curiosidad, sin saber para qué le van a servir; sólo sabe
que, en la Cueva de la Envidia, no ha aprendido el miedo. ACTO
3 En la oscuridad
de una noche de tormenta, Wotan se encuentra frente a la entrada de otra
gruta. Apoyado en su lanza, invoca a Erda, el alma antigua de la tierra,
y la obliga, con un conjuro, a abandonar su sueño de conocimiento.
Aparece, cubierta de escarcha y proyectando un extraño brillo.
Antes de que Wotan le pregunte nada, le recomienda consultar a las Nornas,
las que velan cuando ella duerme y tejen todos los destinos. Pero el dios
de dioses sabe que las tres hijas de Erda conocen los destinos, pero no
pueden cambiarlos, y eso es precisamente lo que busca: detener la rueda
de lo que está por venir. Escena II El Viandante y Siegfried se encuentran y éste le cuenta su reciente aventura y su intención de llegar hasta la walkyria. Cuando le pide a Wotan que le muestre hacia donde debe ir, no lo hace de muy buenas maneras y éste se lo reprocha interponiéndose en su camino, lo que irrita al muchacho, que le amenaza con dejarle sin el ojo que le queda. Poco a poco la paciencia del dios se agota ante la insolencia de Siegfried, hasta que su ira estalla y se declara guardián de la roca de Brünnhilde. Primero le amenaza con que el fuego que guarda a la virgen abrasará su pecho, después le cierra el paso con la lanza, que ya quebró una vez a Nothung. Entonces, Siegfried ve en el Viandante al enemigo de su padre y, con la espada, rompe su lanza en dos pedazos. El dios los recoge tranquilamente y le deja el libre el paso que lleva a la roca. Así, decidido y alegre, traspasa el muro de fuego. Escena III
Cuando consigue asomarse a la roca de la walkyria, divisa un corcel dormido
y un guerrero armado. Al despojarle del yelmo, para que se sienta más
cómodo, es una larga cabellera la que surge y al romper la coraza,
para favorecer el descanso del guerrero, lo que aparece bajo ella es un
cuerpo de mujer. Una gran emoción y una extraña angustia
se apoderan de él y, para que venga en su ayuda, invoca a su madre.
Por fin ha conocido el miedo. © Fátima Gutierrez |