A
Ángel-Fernando Mayo, in memoriam
Por
primera vez, esta sección va a tratar de un fragmento “no popular”
de una obra wagneriana. El fragmento en cuestión es el primer interludio
orquestal de El oro del Rin, que empieza cuando Alberich
dice las palabras “und eine muss mir erliegen!” y acaba tras la
exclamación del nibelungo “Fing’ eine diese Faust!”. Las razones
para escogerlo son varias:
-
por un lado, en nuestro país ha habido recientemente representaciones
de El oro del Rin, que habrán generado más interés en esta
obra.
-
este fragmento tiene un gran poder descriptivo: Alberich empieza
a perseguir a las ondinas, que a su vez esquivan con agilidad al
nibelungo. Todo este movimiento escénico está perfectamente plasmado
en la música.
-
además, es un buen ejemplo del uso del leitmotiv como recordatorio
de acciones pasadas.
-
y es una buena oportunidad para reivindicar esta obra, que marca
la diferencia entre la ópera y el drama musical, y dar pruebas de
que Wagner sabía lo que se decía cuando afirmaba que apenas se podía
encontrar un solo compás en la orquesta “que no se surgiera de motivos
anteriores”.
Desde
un punto de vista puramente “onomatopéyico”, vemos que la música
describe el acontecer escénico: junto a pasajes agitados, que parecen
reflejar los vanos intentos de Alberich por atrapar a las ondinas,
tenemos también pasajes sosegados, en los que casi podemos ver al
mismo Alberich tomando aliento para reemprender su caza, aunque
a su vez no faltan pasajes con figuras descendentes que nos hablan
de las caídas y los resbalones de Alberich.
Así
también podemos apreciar que los pasajes agitados suelen ser figuras
rápidas en la cuerda (normalmente con trémolo), que se mueven por
grados conjuntos o incluso por semitonos, mientras que los pasajes
sosegados tienen un carácter eminentemente melódico (en las maderas),
con una armonía más estática.
Sin
embargo, aunque tales análisis puedan resultar curiosos, no pueden
tildarse de análisis musicales (aunque hay quien sí lo hace), pues
en nada hacen justicia al tejido sinfónico habitual en las obras
de madurez de Wagner. Un análisis musical pormenorizado nos revela
algunas sorpresas, como vamos a ver a continuación.
En
primer lugar, esas figuras ágiles que aparecen en los trémolos de
las violas parecen simplemente representar los esfuerzos inútiles
de Alberich,
pero
tienen un referente mucho más claro. Si nos fijamos en la frase
que ha cantado Alberich, tras ser rechazado por Wellgunde: “Schein’
ich nicht schön dir, niedlich und neckisch” (“Si no te parezco bello,
gracioso y agradable”), veremos que canta las mismas notas (o sus
enarmónicas). Escuchemos el ejemplo, con el fagot tocando la parte
de Alberich.
Por
supuesto, en el interludio orquestal, esta célula musical se desarrolla
un poco, aumentando su altura tonal hasta que los violines segundos
empiezan a tocarla también, aunque una tercera por debajo.
El
acompañamiento inicial, aparte del pedal en Fa de los contrabajos,
es netamente contrapuntístico: en
los chelos suena una célula musical que sigue el
mismo ritmo (tres corcheas, una negra y una corchea, todos en trémolo),
pero entra un tiempo antes. Por ello, cuando los chelos tocan las
tres corcheas, las violas ejecutan la negra y la corchea, y viceversa.
Como
ya se ha dicho, los violines segundos y las violas repiten la frase,
separados por terceras. Los contrabajos, por su parte, van ascendiendo
de Fa a La por pasos cromáticos. Una vez llegan al La, suena en
las maderas una célula
musical que no es más que parte de la escala pentatónica
que aparece en las voces de la Naturaleza y que las Hijas del Rin
usan. Con esta forma, concretamente, lo cantan, por ejemplo, cuando
dicen las palabras “Schäme dich, Albe!” (“Avergüénzate, enano”).
A
esta célula musical le sigue una serie de corcheas en staccato,
ascendiendo –tras el intervalo de cuarta inicial– por terceras,
que recuerda vagamente el canto de las ondinas (“lalaleia, leialalei,
heia, heia, ha, ha”).
Durante
este tiempo, el único acompañamiento es un pedal de la cuerda en
La, que contribuye a dar una sensación estática, junto con el matiz
juguetón de las corcheas en staccato.
A
continuación se escucha en las maderas el motivo de las ondinas:
“Weia! Waga!”, seguido de otras corcheas en staccato que ascienden
por terceras.
Ahora
el acompañamiento, aparte de un acorde en las trompas, viene marcado
por unas escalas cromáticas ascendentes en las violas, de Sol a
Do.
Oyendo
a las violas, casi se puede ver a las ondinas dando círculos alrededor
de Alberich, tentándolo. Cuando las violas dejan de tocar estas
escalas, violines y chelos ejecutan una rápida escala (en fusas)
ascendente, que parece describir a Alberich lanzándose a por una
de las doncellas. Siguen tres escalas descendentes en los violines,
violas y chelos, para figurar a Alberich resbalando y cayéndose.
El tercer compás de esta caída vuelve al ritmo habitual: corchea
con puntillo (aunque aquí es corchea con silencio de semicorchea),
semicorchea, corchea y tres corcheas.
La
melodía que suena a continuación en las maderas no es más que una
variación de la que ha cantado Wellgunde: “Heia, du Holder” (“Heia,
hermoso”). Aquí escuchamos la parte de Wellgunde tocada por el oboe.
El
acompañamiento –de nuevo estático– es un pedal en La de los contrabajos
y un acorde con trino en chelos y violas. Sigue entonces en los
chelos, violas y fagots –y luego en las trompas, violas y violines–
otra melodía
basada
en algunas células musicales que Alberich ha cantado, cuando dice:
“Wie in den Gliedern brünstige Gluth mir brennt und glüht! Wuth
und Minne…” (“¡Cómo, en los miembros, ardiente fuego me abrasa y
quema! Rabia y deseo…”), interpretada aquí por el fagot.
A
mitad de la frase, los chelos dejan de interpretar la melodía y
cambian a unas rápidas escalas cromáticas ascendentes que ilustran
nuevamente los rápidos movimientos huidizos de las ondinas.
Estas
escalas ascendentes desembocan de nuevo en el motivo de las ondinas
(“Weia! Waga!”) en las maderas, seguido por las corcheas que ascienden
por terceras. El acompañamiento es también estático: acorde de trompas
y trino de chelos.
Sigue
un compás en el que la cuerda vuelve a ejecutar dos escalas descendentes
para reflejar un nuevo fracaso de Alberich. Y a continuación, dos
compases que expresan la cólera creciente de Alberich (según Wagner,
“echando espumarajos de rabia”): el primer compás es la parte ascendente
(con el ritmo que hemos visto: corchea –con silencio de semicorchea–,
semicorchea, corchea y tres corcheas), mientras que el segundo es
descendente (descensos cromáticos en semicorcheas).
Se
vuelve a repetir el mismo esquema, aunque más agudo y esta vez,
en vez de la segunda escala descendente, se escucha este mismo esquema
simplificado: corchea con silencio de semicorchea, semicorchea,
corchea y descenso cromático en semicorcheas.
Se
repite una vez más este esquema simplificado, más agudo, y luego
ya sólo se escucha el descenso cromático, repitiéndose una y otra
vez, siempre más agudo. Hasta que por fin explota en una célula
musical que repite el ritmo que ya hemos visto anteriormente:
corchea con puntillo, semicorchea, corchea y tres corcheas en staccato.
Alberich,
por su parte, da rienda suelta a su cólera con la frase: “Fing’
eine diese Faust!” (“¡Si cogiera a una este puño!”), que marca el
final de este interludio orquestal.
Vemos,
por lo tanto, que esta pieza, además de tener un gran poder descriptivo,
tiene una sólida arquitectura musical basada en células musicales
precedentes. El efecto global no sólo se puede interpretar como
evocaciones para el oyente sino también como que Alberich recuerda
todos esos sentimientos que ha tenido que experimentar (la humillación
de ser rechazado tres veces y sus accesos de cólera); en este último
caso, podría hablarse de una especie de flash-back psicológico.
De hecho, este uso es bastante habitual en los interludios orquestales
del Anillo, pero habrá más ocasiones de hablar de ello.
Bibliografía:
-
Richard Wagner, Das Rheingold, Dover, Nueva York, 1985
-
Richard Wagner, El oro del Rin, (Traducción bilingüe de Ángel-Fernando
Mayo), Turner, Madrid, 1986
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