El
mes pasado habíamos descrito cómo Wagner estaba reexponiendo los
primeros compases de este preludio, en medio de las olas de pasión
de los protagonistas. Tras resolver en Sol 7, los violines y las
violas vuelven a repetir el Motivo
del Delirio de Amor, con su descenso cromático final;
durante dicho descenso, la primera trompa y el primer fagot refuerzan
a los violines y las violas.
A
partir de aquí, los motivos van a superponerse y la descripción
se hace más difícil. Al final
del compás en que nos habíamos quedado, las maderas
y los violines segundos ejecutan un ascenso cromático, de
Re a Fa sostenido, idéntico al que hemos escuchado
al
principio del preludio. El bajo y la armonía también
hacen los mismos cambios que entonces. Acto seguido, mientras los
violines primeros y las violas vuelven a tocar la escala ascendente
del Motivo
del Delirio de Amor, las maderas encadenan el Fa
sostenido con el Motivo
del Clímax Amoroso. También cabe destacar que los
violines y las violas hacen un salto
descendente que recuerda al final del Motivo
de la Mirada .
A
continuación, se reexpone la frase del Motivo de la Mirada, aunque
esta vez su
complejidad ha aumentado. Violines, violas y chelos
interpretan la melodía, mientras los bajos tocan por grados
conjuntos ascendentes y descendentes. Las maderas
y las trompas tercera y cuarta ejecutan un descenso
por grados conjuntos. En el segundo compás de esta
frase, la primera trompa inserta en su parte una
variación del primer
motivo que se escucha al principio del preludio.
El
final de esta frase enlaza con una nueva variación del Motivo
de la Mirada. Esta variación
no es tan fácil de reconocer para el neófito, pues añade notas al
motivo original; en todo caso, se repetirá completa o sin su salto
descendente final, cada vez más aguda, siempre en los violines.
Mientras tanto, las maderas ejecutan el Motivo
de la Mirada, y también lo van a repetir, cada vez
más agudo. Todas estas repeticiones,
con su armonía de disonancias bellas, no hacen más que reflejar
la pasión frenética de los dos amantes.
Y
por fin se llega al punto culminante de esta pieza. Los violines
alcanzan
un La bemol agudo y vuelven a alcanzarlo al final
de una rápida escala ascendente, similar a la del Motivo
del Delirio de Amor. Al mismo tiempo, están sonando
hasta 3 motivos más:
1)
El clarinete bajo, las trompas, los chelos y las violas interpretan
un salto
de sexta seguido de un descenso cromático, similar
al primer motivo que se ha escuchado al
principio del preludio.
2)
La trompeta ejecuta un ascenso
cromático (salvo en el primer intervalo), similar
al que sigue
al acorde de Tristán, que también hemos escuchado
al principio del preludio.
3)
Las maderas interpretan una variación
acelerada del Motivo
de la Mirada.
La
forma en que encaja Wagner todos estos motivos para hacer ese impresionante
crescendo y esa fabulosa culminación es sencillamente perfecta:
cuando se escucha (bien tocado), uno se siente arrastrado por una
pasión increíble; cuando se lee, uno sólo puede mostrar su asombro
ante algo tan complejo creado a partir de algo tan sencillo. ¡”Sólo”
es una combinación de cuatro motivos, cada uno de los cuales dura
menos de un compás!
Por
fin, se llega al clímax (nunca mejor dicho) del preludio. Los violines
llegan de nuevo a su La bemol agudo, pero la armonía se detiene
en el acorde
de Tristán, ese acorde disonante que no termina
de resolverse. La melodía descendente de los violines que sigue
al acorde, parece reflejar los espasmos de una sensación que no
llega a encontrar su paz. Cuando se detienen los violines en la
nota Re, los oboes ya han empezado un ascenso
cromático (el segundo motivo del preludio). Conforme
termina ese motivo, los violines exponen el Motivo
de la Mirada; a esto responden violas y chelos con
el primer motivo del preludio (el
ascenso de sexta seguido de un descenso cromático), seguidos
por las maderas con el segundo motivo (el ascenso cromático), que
acaban con un acorde
de Sol7. Parte de esta secuencia (Motivo de la Mirada
en los violines, y primer motivo en violas y chelos) se vuelve a
repetir, aunque esta vez acaba con el Motivo
del Cofre en las maderas].
Si
recordamos la primera aparición del Motivo
del Cofre, nos daremos cuenta de que se exponía dos
veces (a la octava grave en la cuerda, a la aguda en la madera)
e iba aumentando un tono. Ahora vuelve a hacerse igual, pero los
aumentos de tono tienen lugar sin necesidad de esperar a una segunda
repetición. La distribución queda así: primera exposición en la
cuerda; segunda, un tono más agudo (a la octava aguda), en la madera.
Una tercera
exposición, un tono más agudo en la octava grave,
en la cuerda, enlaza con el Motivo
del Clímax Amoroso.
Antes
de seguir, vamos a recordar un poco cómo está hecha la frase del
Motivo
de la Mirada. Son cuatro compases. El primero es
el Motivo
de la Mirada, tres pasos por grados conjuntos y un
salto descendente. El segundo compás es casi igual, salvo el salto
que también es por grados conjuntos. En el momento del preludio
en el que nos habíamos quedado, Wagner reexpone el primer compás
de la frase del Motivo de la Mirada en
la cuerda; el segundo compás en
la madera, una octava más agudo. Cambiando la tonalidad,
vuelve a repetir el primer compás en la cuerda (en la octava grave),
y el segundo compás en la madera, en la octava aguda. Vemos, pues,
que está combinando la exposición del Motivo de la Mirada con la
forma musical que ha usado para el Motivo
del Cofre, como se ha explicado en el párrafo anterior.
A continuación, la cuerda interpreta los compases
tercero y cuarto de la frase del Motivo de la Mirada,
aunque con una tonalidad muy inestable, que finaliza en un acorde
de Sol7, pero con una fuerte disonancia provocada por la combinación
del Sol en los chelos y el La bemol de los violines.
Por
fin, un ominoso redoble de timbal en pianísimo nos conduce a la
siguiente frase del corno inglés: de nuevo se repite el primer compás
del preludio (en esta ocasión, comenzando desde La bemol). Sin embargo,
esta vez la resolución del acorde
de Tristán no nos lleva a un acorde
de Mi7, como al principio, sino a un acorde de séptima
disminuida, que da una sensación mucho más inestable.
Este
motivo se repite una vez más en los clarinetes y fagots, en la octava
grave (lo cual le da un tono mucho más oscuro), y termina en un
acorde de Sol7. Por último, una frase lenta en los chelos y los
contrabajos, con una extraña combinación de intervalos, transmite
una curiosa sensación de inmensidad (aunque no relaja la tensión,
pues posee un cierto poder enigmático) mientras se abre el telón.
Así
acaba el preludio del primer acto de Tristán e Isolda y así
acaba también este análisis. Por mi parte, no quisiera terminar
este artículo sin mencionar ciertos detalles magistrales de esta
pieza, y que quizá no se pueden captar con facilidad.
El
primero es la asombrosa sencillez temática de este preludio. Está
construido con menos de diez motivos (serían cinco, si no contamos
los derivados) y la mayoría de estos motivos no supera los dos compases
de duración.
En
segundo lugar, no se puede pasar por alto la enorme importancia
del cromatismo. Rítmicamente, casi todo el preludio se guía por
la siguiente célula: corchea, corchea con puntillo y semicorchea.
Esto es la base del Motivo de la Mirada, del Motivo del Cofre, del
Motivo del Filtro Amoroso y del de la Angustia de Tristán, por ejemplo.
En
tercer lugar, vuelvo a repetir el magistral engarce de motivos en
el clímax del preludio: los dos primeros, el de la Mirada, y el
del Delirio de Amor. Pocos artistas son capaces de aunar semejante
belleza de técnica creativa con tan incomparable efecto dramático.
Tanto desde el punto de vista analítico como del del receptor, es
sin duda genial.
Como
nota personal, querría manifestar que es un placer estudiar tan
a fondo esta partitura. Su profundidad es enorme y nunca se queda
uno satisfecho del trabajo de análisis, pues siempre se descubrirá
algún detalle que se ha pasado por alto. Cuando uno lee y estudia
una cosa tan bien hecha, le viene a la cabeza el episodio del huevo
de Colón, y se pregunta cómo era posible que a nadie se le hubieran
ocurrido antes estas ideas, a la vez tan geniales y tan sencillas.
Pero es que las cosas parecen fáciles cuando las vemos realizadas.
Lo genial es crear la idea, y eso nadie lo ha sabido hacer mejor
que Richard Wagner.
Bibliografía:
Kurt
Pahlen, Richard Wagner. Tristán e Isolda, Editorial Vergara,
Buenos Aires, 1992
Richard
Wagner, Tristan und Isolde, Dover, Nueva York, 1973
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