ACTO
1
Escena I
La acción
se desarrolla en el interior de una cabaña construida alrededor
de un enorme fresno que cubre el suelo con sus raíces y traspasa
el techo. Fuera ruge la tormenta. Cuando la puerta del fondo se abre bruscamente,
un guerrero, desarmado y exhausto, se acerca al hogar y cae rendido. La
dueña de la choza, Sieglinde, descubre al hombre y, cuando despierta,
se preocupa por su estado. Mientras le da de beber, primero agua y después
hidromiel, éste le cuenta cómo ha tenido que huir de sus
enemigos, al romperse sus armas. Ya reconfortado, quiere marcharse porque
sólo lleva infortunio allá donde va, pero la mujer le retiene.
Escena
II
Hunding,
el marido de Sieglinde, llega a la choza. Extrañado por la presencia
del desconocido, la interroga con la mirada y ella le tranquiliza; así
que se despoja de sus armas e invita al hombre a su mesa. Inmediatamente
le llama la atención el gran parecido físico que descubre
entre su mujer y el huésped, que cuenta su azarosa vida, ante los
ojos cada vez más emocionados de Sieglinde:
Su infancia fue feliz, junto a su padre Wälse (el lobo), su madre
y una hermana gemela, pero, un día, cuando volvía de caza
con su padre, encontró a su madre muerta, su cabaña quemada
y ningún rastro de su hermana. Entonces vivieron como lobos en
el bosque, hasta que también desapareció el padre. Nunca
pudo encontrar amigos ni compañera. Y, cuando una muchacha le llamó
para que la defendiera de un matrimonio forzado, ella murió en
la lucha y él se vio obligado a huir, al quedar desarmado.
Escuchando el relato, Hunding reconoce en su huésped al enemigo
contra el que sus parientes acaban de entablar batalla. Ateniéndose
a la ley sagrada de la hospitalidad, permite que permanezca esa noche
bajo su techo, pero, al alba, se enfrentará con él a muerte.
Por fin, se retira, ordenando a su esposa que le prepare la bebida nocturna
y le siga.
Escena
III
El extranjero,
en una oscuridad sólo rota por el ya pálido resplandor del
fuego del hogar, se pregunta dónde estará la espada que
su padre le prometió cuando se encontrara en una extrema necesidad.
Con el chisporroteo del fuego del hogar, que ilumina la empuñadura
de un arma clavada en el fresno, el hombre recuerda el brillo de la mirada
de Sieglinde. Cuando el fuego se apaga, aparece la mujer que ha adormecido
a Hunding con un brebaje pensando en salvar al fugitivo, al que relata
la siguiente historia:
El día de su boda forzada con Hunding, a quien fue regalada por
unos ladrones, un anciano vestido de gris y cubierto con un gran sombrero,
que le tapaba uno de sus ojos, entró en la choza provocando temor
en los hombres y consuelo en ella; clavó en el árbol, hasta
la empuñadura, una espada, prometiendo que pertenecería
al héroe que pudiera arrancarla del tronco del fresno. Nunca nadie
lo consiguió, pero Sieglinde presiente que lo hará el hijo
de Wälse.
En el momento en el que la pareja se abraza, se abre espontáneamente
la puerta de la choza: la primavera viene a celebrar su amor recién
nacido. Los recuerdos se despiertan y ambos se reconocen como los hermanos
separados por el infortunio de su destino. Ambos tienen en los ojos el
brillo de los welsungos, y es Siegmund el nombre de aquél para
quien su padre, Wälse, clavó la espada en el tronco. Notung,
el arma prometida para el momento de extrema necesidad, no tarda en estar
en sus manos, junto con el amor de Sieglinde.
ACTO 2
Escena I
En una alta
cima rocosa, Wotan se encuentra con su hija predilecta: Brünnhilde,
la walkyria; va a poner en sus manos, el destino de Siegmund: debe salir
vencedor de su lucha con Hunding, La virgen guerrera se retira feliz por
la misión que le ha sido encomendada, lanzando su grito de guerra
y anunciando a su padre la llegada de la diosa Fricka, que, en un carro
tirado por carneros, viene a oponerse a la resolución de su esposo.
La guardiana del matrimonio reclama la victoria de Hunding, el marido
ultrajado, ante la ofensa del amor culpable de Siegmund y Sieglinde. En
vano Wotan sostendrá la causa de los que se aman, en vano expondrá
a la diosa sus motivos para conservar a Siegmund y que, así, éste
salve a los dioses del peligro al que se ven abocados. Fricka, demasiado
herida por las infidelidades de su esposo, ya tuvo bastante con consentir
la presencia de las walkyrias, hijas ilegítimas de Wotan, y nunca
tolerará que el dios proteja a unos hermanos incestuosos que son,
además, el testimonio vivo de sus amores con una mortal cuando,
bajo el nombre de Wälse, anduvo errante por el mundo.
El dios de dioses se ve finalmente obligado a aceptar las reivindicaciones
de Fricka: representa, muy a su pesar, el orden establecido y en ese orden
se basa su poder. Después de una terrible lucha consigo mismo,
cede ante la diosa, que se retira triunfante en el momento en el que vuelve
la walkyria.
Escena
II
El aspecto
victorioso de Fricka no le deja a Brünnhilde presagiar nada bueno.
Efectivamente, encuentra a su padre abatido por el juramento que se ha
visto obligado a hacer. Entonces, la walkyria deja sus armas y, cayendo
a los pies del padre, le insta a que le abra su corazón; a ella,
a la que es su voluntad y su deseo.
Así puede Wotan entrar en lo más profundo de su propia alma
y descubrir todo lo que le ha llevado hasta el presente dolor: la ambición
de poder que se hizo mayor cuando disminuyó en él el amor,
los pactos contravenidos por los malos consejos del astuto Loge, el robo
del anillo que debería haber devuelto a las hijas del Rin, pero
con el que pagó el Walhall y es ahora propiedad de Fafner que lo
guarda, celoso, en el fondo de una caverna.
En su desesperación y en su miedo, el dios quiso consultar a Erda,
que ya una vez le avisó del peligro, y no sólo volvió
a hablarle, sino que, bajo los efectos de un hechizo de amor, le dio nueve
vírgenes guerreras, nueve walkyrias que llevarían al Walhall
a los más grandes héroes muertos en combate y que serían
los mejores defensores de los dioses el día en el que los ejércitos
de Alberich avanzaran contra ellos.
Nada de esto serviría si el enano pudiera recuperar el anillo;
sin embargo, Wotan no puede arrebatar a Fafner lo que él mismo
le dio. Sólo lograría cumplir con esta tarea un héroe
libre, independiente, que actuara sin tener conciencia de haber recibido
esta misión. Para ello, Wotan escogió a Siegmund. Vagó
con él por los bosques, estimuló su temeridad, le armó
con una espada invencible. Pero ya no hay solución, puesto que
Fricka descubrió su juego.
Estallan la ira y la desesperación de Wotan, cuando se da cuenta
de que debe abandonar a aquél a quien ama y quiere proteger. En
su desesperación, sólo desea el fin que Erda ya predijo
que sería inevitable cuando Alberich engendrara un hijo, lo que
ya ha sucedido, y Wotan, encolerizado, le deja heredero del vano esplendor
de la divinidad.
Brünnhilde trata, inútilmente, de preservar la vida de Siegmund.
Wotan se muestra inflexible y amenaza con castigarla si osa transgredir
sus órdenes.
Escena
III
Sieglinde
no escucha las palabras de amor de Siegmund, sólo busca huir de
él: no quiere volver a entregarse al que ama, después de
haber pertenecido por la fuerza a un marido al que desprecia. Los sonidos
del cuerno y la jauría de Hunding la llenan de angustia, y, en
su alucinación, cree ver al hermano presa de los perros, lo que
la lleva a perder el conocimiento.
Escena
IV
La walkyria avanza solemnemente hacia el héroe que abraza a la
desmayada Sieglinde, le anuncia que está destinado a una muerte
gloriosa en su combate con Hunding, y que, por lo tanto, debe preparase
para seguirla al Walhall. Siegmund no parece preocupado por su final,
pero pregunta si en el Walhall encontrará a Sieglinde. Ante la
negativa de la virgen guerrera, el héroe renuncia a una gloria
que no pueda compartir con su esposa. En el caso de que le traicione el
arma invencible con la que su padre le prometió la victoria, si
no puede ser junto a su compañera, no quiere participar de la inmortalidad.
Brünnhilde le insta a que deje a Sieglinde a su cuidado, pero Siegmund
decide que si ha de morir, la matará antes a ella. Ni siquiera
le detiene el que la walkyria le revele que Sieglinde ya lleva otra vida
en su vientre. Ante tanto dolor, Brünnhilde se llena de compasión
y promete ayudar al héroe dándole la victoria en el combate.
Escena
V
Siegmund
va hacia el enemigo, separándose de Sieglinde. Ésta, en
sueños, evoca los recuerdos de su infancia: el incendio de su casa
y la pérdida de la familia; un trueno la despierta. Escucha las
voces de Siegmund y Hunding provocándose para combatir; quiere
separarlos, pero un rayo la deslumbra. Entonces, llega Brünnhilde,
defendiendo a Siegmund con su escudo. Cuando el héroe va a dar
a su adversario el golpe mortal, aparece Wotan que atraviesa su lanza
frente a Siegmund; contra ella se rompe su espada y Hunding puede hundirle
su lanza en el corazón.
Brünnhilde
huye con Sieglinde en su caballo, mientas Hunding retira su arma del cuerpo
de Siegmund. Wotan contempla con desesperación el cuerpo de su
hijo y lanza un mirada tan terrible a Hunding que éste cae fulminado
a sus pies. Inmediatamente, su dolor y su ira se vuelven contra la walkyria
que osó desobedecerle, y emprende su persecución.
ACTO 3
Escena I
Sobre la elevada roca de las walkyrias, vírgenes armadas de pies
a cabeza, lanzan sus gritos de guerra para llamar a sus hermanas. Todas
aparecen, a excepción de Brünnhilde, cabalgando por los aires
y llevando sobre sus corceles a los héroes muertos destinados al
Walhall. Por fin llega Brünnhilde montando a Grane, pero a su grupa
lleva a una mujer viva: Sieglinde. Confiesa a sus hermanas que huye de
la cólera de Wotan, ya que ha osado desobedecerle, y les pide que
le ayuden a salvar a la mujer. Pero las walkyrias no quieren que caiga
sobre ellas la cólera de su padre.
Sieglinde, desesperada por sobrevivir a Siegmund le reprocha a Brünnhilde
el haberla salvado y pide la muerte; pero la walkyria le revela que un
welsungo crece en su vientre y que por él debe seguir viva. Primero
asustada, después feliz ante la noticia, la mujer decide conservar
su vida a toda costa. Por consejo de las walkyrias, se refugiará
en el bosque en el que vive Fafner y al que Wotan no se acerca jamás.
Waltraute anuncia la llegada del dios y Brünnhilde exhorta a Sieglinde
a ser fuerte y valiente ya que de ella nacerá Siegfried: el más
grande los héroes; y a él le habrá de entregar la
espada rota que la walkyria rescató del campo de batalla.
Escena
II
Wotan ha
llegado a la roca de las walkyrias y Brünnhilde ya no puede huir.
Sus hermanas tratan en vano de esconderla, mientras la terrible cólera
de su padre la reclama. No tarda en someterse a su voluntad y el dios
estalla en reproches contra la que, siendo la más amada de sus
hijas, osó rebelarse contra él. Su castigo será el
exilio definitivo del Wallhall, la pérdida total de su naturaleza
divina: convertida en una mujer mortal, quedará sin defensa, dormida
en un camino para que el primero que pase la despierte y la someta. Las
demás walkyrias intentan, horrorizadas, aplacar la furia del padre,
pero éste las amenaza con un sino igual al de la rebelde, si osan
defenderla. Entonces huyen, llenas de dolor, mientras la tormenta, que
parecía no tener fin, da paso a una noche serena.
Escena
III
Brünnhilde,
tendida a lo pies del dios, levanta la mirada buscando la de su padre.
Le pide que contemple su falta con menos rudeza: ¿Fue, realmente,
tan infame su crimen, como para merecer un castigo tan degradante? ¿No
le había pedido, primero, que diera la victoria al welsungo? ¿No
era ése el más íntimo y secreto deseo de Wotan? Pero
el dios se muestra inflexible. Entonces la walkyria le ruega que, al menos,
el mortal que la vaya a tomar no sea un cobarde, que su salvador y su
dueño sea el welsungo que va nacer de una raza de héroes.
Ante la nueva negativa de Wotan, le insta a que proteja su sueño
fatal con un obstáculo tan terrible que sólo aquél
que no conozca el miedo pueda franquearlo. Finalmente, el dios, conmovido
por la desgracia de su hija, por su dignidad y por la nobleza de su corazón,
cede a este último ruego: alrededor de ella se elevará un
fuego tal que sólo el más valiente de los mortales osará
traspasarlo.
Con un beso en los ojos de la walkyria, Wotan la despoja de su divinidad
y la deja dormida sobre la roca. Emocionado, la reviste con todas su armas,
golpea tres veces sobre una roca con su lanza e invoca a Loge, el dios
del fuego. Entonces, se enciende una llama que, en poco tiempo, abraza
la alta roca como un enorme escudo de fuego que protegerá a la
virgen dormida.
©
Fátima Gutierrez
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