El
genio no advierte un caos sin que con él se proponga crear un
mundo. Gérard de Nerval, Poemas alemanes. |
|
Dresde
y el Elba. Canaletto |
A las cuatro de la mañana, una bruma espesa hace casi invisibles
las aguas del Elba por las que se desliza en silencio un barco donde
el rey, la reina, su escolta y buena parte del gabinete ministerial
salen furtivamente de Dresde. La nueva corre de boca en boca por
toda la ciudad. Wagner llega a la alcaldía. Allí se alegra con la
noticia de que, en Wurtemberg, las tropas se unieron al pueblo y
proclamaron la Constitución. Ellos, los revolucionarios, también
pueden convencer al ejército de Sajonia para rechazar juntos al
invasor prusiano: ¡Ahora o nunca! ¡La libertad o la esclavitud!
¡Elegid! Por la noche, al volver a casa, el maestro de capilla
sueña con un nuevo drama: se llamará Aquiles, el hombre libre
que nada necesita de los dioses. Pero al día siguiente, regresaron
los ministros de Federico Augusto II intentando imponer al gobierno
provisional la total sumisión y un reconocimiento de culpabilidad.
Retumbó el primer cañonazo en la ciudad vieja; salía de palacio.
Para informar de los movimientos de tropas a los insurgentes, Wagner
sube a la torre de la iglesia de la Cruz, la más alta de Dresde.
Ante el fuego cruzado, demuestra tanto arrojo que otro combatiente
se preocupa por su vida. ¡No temáis por mí! Responde, ¡Soy
inmortal!
II.
La revolución y el arte
El
hombre del porvenir
La revolución debía derribar a los antiguos dioses, debía derrocar
las viejas leyes para crear una sociedad en la que el hombre, dueño
de sí mismo, fuera capaz de conquistar la mayor parte de felicidad
posible al saber deshacerse del egoísmo y conformarse con la Necesidad,
con la aceptación del destino mortal que le impone la Naturaleza,
ajena a cualquier ley que no sea la que Erda proclama en El oro
del Rin: ¡Todo lo que es... acaba! Este hombre nuevo,
este hombre libre (porque liberado del miedo a la muerte y de la
esclavitud que le encadena a la posesión) será, para Wagner, en
abril de 1849 (El
nuevo evangelio de la felicidad) lo único sagrado,
no habrá nada más elevado que él. No es, por lo tanto, de
extrañar que, a comienzos de este año, el maestro de Leipzig variara
las palabras finales de Brünnhilde en su Muerte de Siegfried,
haciendo recaer, por primera vez, sobre los dioses el peso de una
culpa:
¡Vi
una bienhechora expiación
para
los augustos dioses
eternamente
unidos en la santidad!
¡Alegraos
por el héroe más libre!
¡Su
novia, lo conduce
al
saludo fraternal y divino!
Probablemente
en el mismo mes de abril, Wagner vuelve a cambiar las últimas palabras
de su obra anunciando ya el final de la raza divina, lo que coincide
con la profesión de ateísmo que se desprendía de su artículo Revolución.
Wotan, el dios antiguo, queda eclipsado ante la figura de Siegfried,
el Hombre del porvenir:
Ahora,
privada de poder, os deja
la
que ha evitado la culpa.
Este
héroe tan feliz
que
nació de vuestro pecado
lo
borra mediante la libertad de sus actos:
la
lucha terrible por vuestro declinante poder
os
ha sido evitada:
¡Marchitaos
en la alegría
ante
la acción del Hombre,
del
Héroe que habéis engendrado!
Liberaos
de las angustias del miedo, puesto que os anuncio
la
felicidad y la redención por la muerte
|
S.
Krushelnytska como Brünnhilde |
Pero aún tendremos que referirnos a unas cuantas versiones antes
de que encontremos con el final definitivo del Anillo del Nibelungo.
Apenas un mes antes de la revolución de Dresde, Siegfried redime
a los dioses de su culpa y les otorga la felicidad liberándoles
del miedo a la muerte; es decir, es el hombre, el hombre libre,
el que salva a unos dioses pecadores, a unos dioses que han establecido
e impuesto leyes contrarias a la Naturaleza, y les aporta la beatitud
mediante la aceptación de la Necesidad. Vemos cómo este nuevo final
está en perfecta armonía con lo que Wagner entiende, entonces, por
Revolución y le llevará directamente a las barricadas en mayo de
ese mismo año. Siente que está a punto de acabar ese viejo mundo,
esa sociedad que obstaculiza el nacimiento del ser humano perfecto
(a imagen y semejanza de Siegfried) y su propia labor creadora,
porque ha enfrentado al hombre con la Naturaleza y al artista con
la vida.
Un
mundo por venir
|
Revolución
del 49 en Dresde |
Hacia
el mediodía del 5 de mayo de 1849, cinco mil soldados prusianos
y sajones se enfrentaron a tres mil rebeldes mal armados y peor
organizados. En dos ataques, las tropas contrarrevolucionarias se
hicieron con la ciudad vieja que se batió con valentía. Los muertos
y los heridos se contaron por centenares. En la mañana del 9 de
mayo cesó la lucha. El de Dresde sólo fue un fracaso más; los viejos
poderes no estaban preparados ni dispuestos al cambio. Ni siquiera
en Francia en la que, ¡ironías de la Historia!, un presidente de
la república, Luis Napoleón Bonaparte, elegido por el sufragio universal
que consiguió la revolución del 48, instauraba el Segundo Imperio
mediante un golpe de estado. Como para tantos otros, en toda Europa,
para Wagner empezaba el exilio.
El
maestro de capilla acababa de aprender que no había nacido para
la acción política; pero, al contrario que otros artistas románticos
(sería el caso de Hugo o Baudelaire), como consecuencia de este
desengaño, no se encerró en sí mismo, no renunció a cambiar el mundo:
continuó rebelándose contra la sociedad, sus leyes, su religión
y su moral; sólo que, ahora, a través de sus obras y los escritos
teóricos que las preparan.
|
Ludwig
Feuerbach |
Si
antes del 49, en el pensamiento wagneriano, ya se podía rastrear
la influencia de Feuerbach (aunque de manera vaga, pues se mantenía
en el difuso cristianismo de su esbozo de drama filosófico y religioso:
Jesús de Nazaret, en el que el personaje principal encarna
la doctrina del amor), ahora empieza a hacerse evidente. Junto con
el pensador que buscó en la naturaleza sensible la clave de la verdad
universal, Wagner cree en una humanidad liberada y transfigurada
gracias al amor; glorifica la vida, la naturaleza, la revolución,
y al pueblo como único y verdadero creador (lo vemos en el boceto
en prosa del drama romántico, Wieland el herrero, que redacta
a comienzos de 1850); declara que Dios no es más que el hombre idealizado
por la creencia popular y que la verdadera religión es la del culto
a una humanidad, cuyo fin no es sino el hombre mismo y cuyas leyes
son únicamente la Necesidad y el Amor. Pero antes de volver a cambiar
las últimas palabras de Brünnhilde en su, aún, drama heroico: La
muerte de Siegfried, conforme con estas ideas, Wagner desterrado
de Alemania y, por lo tanto, privado del acceso a los teatros en
los que se podían representar sus dramas, reemprendió sus reflexiones
sobre el arte, ése cuya renovación siempre estuvo en la base de
sus ideales políticos. Ése por el que seguiría en la lucha, aunque
con otras armas.
El
drama del porvenir
A
El arte y la revolución (julio del 49), le seguirán, cronológica
e ideológicamente: La obra de arte del porvenir (1849-1850)
y Ópera y drama (1851). Wagner, como indica el profesor Lichtenberger
(al que seguiremos en este apartado), necesita pararse a reflexionar
para adquirir la plena conciencia del ideal hacia el que se dirigía
y formular con precisión las leyes del drama musical.
Lo hará en estas obras teóricas. De ellas se pueden desprender las
siguientes conclusiones:
|
Cuatro
musas danzando. A. Mantegna |
Dando
un repaso a la historia del arte, Wagner distingue la tendencia
a la síntesis, que surge en las épocas en las que predomina
el instinto altruista del amor, y la tendencia a la dispersión,
que domina en los periodos regidos por el egoísmo. Pone como
ejemplo de la primera tendencia el apogeo de la cultura griega en
el que destaca la tragedia helénica como la harmonización perfecta
de todas las artes: la poesía y la música la constituyen, la danza,
la mímica y la escultura la presentan, finalmente la arquitectura
junto con la pintura conforman el espacio donde se desarrolla. La
crea un pueblo feliz y unido por el esfuerzo de una voluntad común
que surge de esa necesidad instintiva y profunda que es la búsqueda
de lo bello. Pero, al romperse la primitiva unión entre el hombre
y la naturaleza, prevalecerá la segunda tendencia. Éste ya no la
contemplará con los ojos del artista, ya no obedecerá a la ley de
la necesidad por la que se rige su intuición y su instinto: empezará
a analizarla, y su razón abstracta le llevará a afirmarse frente
a ella, no con ella. En consecuencia, no la observará como la unidad
de la que él mismo forma parte sino como una multitud de fragmentos
aislados e inconexos. Así, el arte posterior a la cultura griega,
en Europa, se convierte en ciencia o en estética, la religión en
teología, el mito en crónica de la Historia, el Estado natural en
Estado político (sustentado sobre contratos y leyes…), mientras
las artes se divorcian, aislándose hasta llegar a una degeneración
en la que lo artificial invade y anula lo natural. Entonces, el
artista se debate entre la impotencia y el agotamiento, ya que su
arte, exclusivo y excluyente, nunca podrá dar la medida completa
de lo que anhela expresar.
|
Beethoven |
Todo
esto no ofrece más que sufrimiento a la humanidad, pero en Wagner
crece la esperanza de volver al auténtico arte, al arte sintético,
gracias a la obra de quien fue, para él, el más grande los músicos:
Beethoven. Éste intuyó que la sinfonía moderna partía de una pieza
ritmada de baile que, ejecutada por instrumentos, terminaba llamando
irremisiblemente al poema, a la palabra, para precisar, con ella,
el sentido de la pura emoción que transmite la música. Con el ejemplo
perfecto de su Novena, Beethoven abre, de nuevo, las puertas al
arte sintético, al arte del porvenir, al drama integral en el que
genios como el Shakespeare y el suyo se encontrarían para fundirse.
Pero ¿cómo puede realizarse esa síntesis?
Desde
luego, en contra de lo que se pudiera pensar, no a través de la
ópera, ya sea italiana, francesa o alemana que, para el maestro
de Leipzig, no es más que una mezcla (nunca una fusión) en la que
la música y la poesía (a veces la danza) intentan sobresalir, cada
una por su lado. Esto no crea arte, fabrica espectáculo que, por
el hecho mismo de su pura incongruencia, o por algún alarde estrictamente
técnico, impresiona al espectador llegándole por los ojos o por
los oídos, pero jamás puede crear en él la experiencia de la totalidad
que se dirige directamente al corazón. Así, la ópera sólo sería
el espectáculo del más completo egoísmo destinado a liberar de su
infinito aburrimiento a una sociedad tan frívola y pretenciosa como
ella, a épater le bourgeois! Sin embargo, grandes poetas
(Lessing, Herder, Schiller, Goethe...) habían intuido que la música
y la literatura se necesitan mutuamente, pero no habían hallado
el camino que permitiera el encuentro. No era cuestión de unir unos
versos con una melodía (es bien sabido que una misma música puede
acompañar a poemas muy diferentes), sino de que tanto el músico
como el poeta eligieran el mismo tema para tratarlo al unísono,
pero cada uno con sus propios medios.
Wagner
defiende la teoría de que la humanidad, en sus comienzos, expresaba
los sentimientos y las ideas a través de una melodía primordial
(Urmelodie) que, con el tiempo, se escindió en palabra, que
transmitía conceptos, y música, que suscitaba emociones; así, esta
última no podía enunciar una relación abstracta ni la primera dar
cuenta de un estado de ánimo. Sin embargo, el objeto de todo poema
es el de retratar el alma humana, con todo lo que la habita, y,
mediante ese retrato, crear en el que la contempla el mismo estado.
Pero cuanto más tiende la idea a convertirse en emoción más insuficiente
resulta la palabra y más necesaria la música. El poeta-músico deberá,
por lo tanto, centrar el tema de su obra en el sentimiento, la emoción
y la pasión del hombre en estado puro, elemental y espontáneo, en
ese Eterno Humano que jamás podrá encontrar en la crónica
de la Historia, pero sí en el mito, que Wagner entiende como
la historia profunda del hombre, aquélla que está libre de cualquier
contingencia, que no está sometida a los cambios que marcan los
tiempos y las modas, que se ha reducido a su pura esencia. El primer
creador del mito es el pueblo y en él deberá buscarlo el dramaturgo
para acabar la obra, siempre desde la más absoluta sencillez, reduciéndola
a unas cuantas situaciones en las que aparezcan, con toda su profunda
verdad, los distintos estados del alma humana. La palabra dará a
la inteligencia los datos que necesita para seguir la intriga, la
música transmitirá al espíritu la vida interior de los personajes.
Sólo así, y siempre gracias al impulso del amor, nacerá esa síntesis
perfecta del drama del porvenir, en el que todas las artes
se unirán para crear obras en las que se pueda contemplar la
totalidad de la naturaleza humana, y que puedan influir lo
mismo sobre la razón que sobre la sensibilidad y la conciencia.
Como durante el apogeo de la cultura helénica, pero no en un intento
de imitarlo sino en una voluntad de crear algo absolutamente nuevo
y superior a todo lo creado hasta entonces.
Sin
embargo, en el mundo moderno, a los ojos de Wagner, aún dominaba
el más profundo egoísmo, y el drama del porvenir sólo sería posible
mediante el cambio de la sociedad entera. Habiendo fracasado la
revolución de las barricadas, había que emprender, de la mano de
Feuerbach, una nueva, la que hiciera volver la mirada de los hombres
hacia la ley natural del Amor. Después de ordenar su pensamiento
y establecer los puntos fundamentales de su teoría, en 1852, el
antiguo maestro de capilla de Dresde, exiliado en Zurich, introduce
dos nuevas estrofas en la inmolación de Brünnhilde:
|
¡Vosotros,
a quienes fue otorgada
la
perennidad de la vida floreciente,
escuchad
bien
lo
que ahora os anuncio!
Cuando
hayáis visto al fuego ardiente
devorar
a Siegfried y a Brünnhilde,
cuando
las Hijas del Rin
hayan
devuelto el anillo a los abismos,
entonces,
en la noche, mirad hacia el norte:
¡Si
el cielo se ilumina
con
un resplandor sagrado,
sabed
todos
que
contempláis el fin del Walhall!
La
raza de los dioses
pasó
como un soplo,
dejo
el mundo sin dueño.
El
tesoro de mi ciencia más sagrada,
es
ahora el que ofrezco al mundo:
no
son los bienes, ni el oro,
ni
los fastos divinos,
ni
las casas, ni las posesiones,
ni
la señorial magnificencia,
ni
las engañosas ataduras
de
oscuros pactos,
ni
la dura ley
de
una moral hipócrita:
bienaventurado,
en la alegría y en el dolor,
sea únicamente el Amor.
|
La
música y la literatura. W. Bourguereau |
|
Bibliografía:
Gregor-Dellin,
M.; Richard Wagner. Sa vie. Son oeuvre. Son Siècle. París,
Fayard, 1981.
Lichtemberger,
H.; Wagner. París, Alcan, 1909. Se puede consultar una traducción
al castellano del capílo III de esta obra, titulado: “La teoría
del drama musical” en: http://www.archivowagner.net/12e.html
Nattiez,
J.-J.; Tétralogies. Wagner, Boulez, Chéreau. Essai sur l'infidélité.
París, Christian Bourgeois, 1983.
Sans,
É.; "Des Wibelungen au Crépuscule des Dieux ou un quart de
siècle de réflexion" en L'Avant-Scène Opéra, nº, 12-13
(Le Crépuscule des dieux), pp. 11-17.
Wagner,
R.; Mi vida. Madrid. Turner música, 1989.
Wagner,
R.; Escritos y confesiones. Barcelona, Labor, 1975
|