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A
la fresca sombra
murmuraba un manantial:
susurrando sabiduría,
corría su caudal...,
allí cantaba yo el sagrado pensamiento.
Götterdämmerung. Prólogo.
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Todavía
no se abre el telón en el teatro de la colina verde, no es aún el
momento para hablar de ondinas y enanos, porque muchos hechos acontecieron
antes en el mundo que surgió del abismo misterioso del Ginnungagap.
Mientras las aguas del padre Rin salen de su letargo y se llenan
de vida, antes de que, con el primer canto de Woglinde, la armonía
cambie de Mi bemol mayor a La bemol mayor, el universo recién creado
vive sus primeros conflictos y un joven dios, que no se contenta
con su valor, aspira a ser poeta, mago, sabio...
El
primer combate del mundo
Freyia,
la diosa del amor y de la magia, la que lloraba lágrimas de oro
y derramaba a su paso el rocío de la mañana (nuestra Freia del Anillo
del Nibelungo), no vivió siempre en el Asgard, la residencia
de los dioses del cielo: los ases. La Señora, que eso significa
su nombre, pertenece a la otra familia de los dioses del norte,
son los de la tierra y el agua: los vanes, los que poseen
por naturaleza el don de la videncia y son expertos magos que regalan
al mundo toda clase de bienes y placeres: riqueza, fertilidad, paz,
amor, voluptuosidad; residían el Vanaheim y Freyia era su reina.
Un
día, las dos familias se enfrentaron. Como ocurre tantas veces en
las tierras de los hombres, no se recuerdan muy bien las causas;
sí, en cambio, lo terrible de la lucha. La Edda poética nos
habla de una poderosa hechicera llamada Gullveig (“Embriaguez
del Oro”) a la que los ases mataron tres veces, traspasándola
con lanzas y quemándola, y otras tres resucitó de sus cenizas. Hay
quien dice que la maga era la misma Freyia. ¿Pretendían los ases
hacerse con sus artes y sus riquezas? ¿Intentaban pagar algún trabajo
de los gigantes con ella, como sucedería otras veces? No lo sabemos
con seguridad, pero sí que los vanes se indignaron y que, por causa
de una misteriosa “Embriaguez del Oro”, el mundo sufrió una primera
guerra: larga, dura e incierta. Acabó en reconciliación, se intercambiaron
rehenes, algunos ases se fueron a vivir a la tierra de los vanes
y lo mismo se hizo en el campo contrario. Freyia se instaló en el
Asgard y enseñó su magia a los viejos enemigos. Para firmar la paz,
todos los dioses escupieron en un caldero. Así, como símbolo de
concordia, nació Kvasir, el más sabio de los seres que viajó por
el mundo para enseñar a los hombres la ciencia y la poesía.
Sangre
y miel
Pero
la concordia es frágil por naturaleza. Para hacerse con su conocimiento,
dos enanos mataron a Kvasir, mezclaron su sangre con miel y el resultado
fue un brebaje que guardaron en dos cántaros y un caldero. Convertiría
en sabio y poeta a quien lo bebiera. Los asesinos no poseyeron por
mucho tiempo este tesoro. Un día que invitaron a un paseo en barca
a un gigante éste se ahogó. Su mujer lloró tan desgarradoramente
su pérdida que, molestos por el estruendo, le aplastaron la cabeza
con una piedra de molino. Un sobrino del gigante les obligó a compensar
a la familia por el crimen y los enanos lo hicieron entregándole
el hidromiel de la poesía. Suttung, que así se llamaba, lo escondió
en lo más profundo de una montaña y su hija Gunnlöd fue la encargada
de su custodia.
Poco
después, un joven Odín (nuestro Wotan), disfrazado, siembra la discordia
entre los esclavos del gigante Baugi tanto y tan bien que se terminan
matando entre sí. El gigante se queda sin trabajadores que cultiven
sus campos y el dios se ofrece a cumplir él solo con la labor a
cambio de un sorbo del hidromiel. Acabado el trabajo, Baugi no convence
al dueño de la poción, su hermano, pero ayuda a Odín a perforar
la montaña que lo esconde. Entonces, convertido en serpiente, el
dios se deslizó por la abertura hasta llegar a la guardiana del
líquido tesoro. Tres noches de amor fueron la causa de que Gunnlöd
le prometiera tres tragos de cada uno de los recipientes que contenían
la sangre de Kvasir; pero esos tres tragos vaciaron los cántaros
y el caldero. El joven dios se transformó en águila y huyó con el
botín. Suttung se percató del robo y le persiguió, convertido, él
también, en águila. Aunque estuvo a punto, no logró alcanzarle y,
al sobrevolar el Asgard, Odín escupió el hidromiel en el cántaro
de los ases. Con el apuro y las prisas, algunas gotas cayeron fuera
del divino recipiente; sólo de éstas beben los malos poetas, los
que no comparten ni inspiración ni genio con los dioses.
El
adentrarse en las entrañas de la tierra para recuperar el hidromiel
formado con la sangre del más sabio de los seres puede ponerse en
relación con el “descenso a Erda” que Wotan narra a Brünnhilde,
en la segunda escena de La Walkyria: anhelando saber, el
dios descendió al seno del mundo y, con el encanto del amor, obtuvo
de la Valla conocimiento ¡y nueve walkyrias!
Las
runas mágicas
Que
Odín pudiera convertirse en águila nos indica que ya era un experto
en el arte de la magia. En parte se lo debe a las enseñanzas de
Freyia, ya que la diosa, después de la primera guerra, enseñó a
los ases el ritual por el que se puede conocer el destino de cada
ser y de las cosas que aún no han sucedido, el Seid. Pero,
sobre todo, se ganó sus poderes durante una terrible iniciación
que duró las nueve (número mágico por excelencia para los pueblos
del norte) noches que permaneció, voluntariamente, colgado y herido
por su propia lanza en el Gran Fresno del Mundo, Yggdrasil (“Caballo
de Ygg”, uno de los nombres de Odín/Wotan que significa “terror”).
Allí, después de un absoluto ayuno, se le revelaron las runas (éste
es el fantástico origen de la antigua escritura germánica que los
hombres de nuestro mundo no usaron hasta el siglo II y creían que
daban acceso a poderes sobrenaturales), símbolos del conocimiento
y del poder de la magia.
En
la Tetralogía, Wotan no colgará de una rama del Gran Fresno del
Mundo atravesado por su lanza, pero sí le arrancará una para fabricarla
y, en ella, grabar los pactos que habrían de asegurar su poder.
La
fuente de Mimir
Antes
de conquistar la sabiduría de la magia, resulta conveniente haber
obtenido la del sentido común, lo que nos lleva a una historia que
marcará para siempre el aspecto físico de Wotan: el dios tuerto.
Bajo
la raíz de Yggdrasil que se dirige hacia la tierra de los gigantes
del hielo, se encuentra el manantial que guarda la sabiduría; lo
custodia Mimir.Unos dicen que fue un gigante, otros que fue un dios
mandado por los ases para mediar en la primera guerra del mundo,
pero los vanes le cortaron la cabeza y se la enviaron a Odín. Él
la ungió con yerbas para que nunca se pudriera, le devolvió el habla
y le encomendó la custodia de la fuente mágica. Lo que sabemos de
cierto es que Mimir era muy prudente porque todos los días bebía
de ella y que, hasta allí, llegó el dios, pero sólo obtuvo el permiso
de saciar su sed de conocimiento cuando aceptó, a cambio, dejar
abandonado entre las aguas uno de sus ojos.
Wagner
recogerá esta historia en El anillo del Nibelungo, concretamente
por boca de la primera Norna, en la escena inicial del Ocaso
de los dioses. Pero, lo que resulta chocante es que el mismo
Wotan, esta vez en la segunda escena del Oro del Rin, le
reproche a Fricka el haber perdido el ojo para ganarla como esposa
¿Estamos ante una incoherencia del libreto?, ¿ante un lapsus de
Wagner? No lo creo. Poner el hecho en paralelo, esta vez, con la
mitología griega, que tan bien conocía el maestro, podría arrojar
alguna luz sobre el asunto.
Las
diosas prudentes
Como Odín, el joven Zeus se tuvo que ganar a pulso su estatus de
dios supremo. No emprendió una guerra contra gigantes, pero sí contra
titanes, después de una accidentada venida al mundo. Su padre, Cronos,
intentaba impedir el nacimiento de sus hijos, porque Gea, la omnisapiente
diosa de la tierra (doblete griego de Erda), le había advertido
que uno de ellos le destronaría, al igual que él hizo con su padre
Urano. Así que, en el mismo momento en el que nacían, se los comía.
Su mujer, Rea, consigue engañarle cambiando a Zeus por una piedra
envuelta en pañales que Cronos, algo corto de vista, devoró ávidamente
sin darse cuenta del engaño. El dios olímpico crece en fuerza y
valentía, hasta que cumple violentamente (castrando a su padre)
la profecía de Gea.
Pero,
lo que más nos interesa de la historia es que este joven dios griego
toma como primera compañera a la diosa Metis (y que este nombre
significa precisamente “Sabiduría”, “prudencia”, en su sentido
peyorativo: “astucia”), a la que termina devorando para no correr
él la misma suerte que su padre y su abuelo, y para asegurar eternamente
su poder. La versión de cómo la devora (que nos cuenta admirablemente
Jean-Pierre Vernant) sin duda le resultará familiar a un aficionado
a Wagner que recuerde cómo Loge y Wotan consiguen rescatar el anillo
de manos de Alberich, aunque es un tema recurrente de la tradición
y el folklore cuando se trata del enfrentamiento de dos seres que
poseen artes mágicas:
Haciendo
ver que quería que Metis le demostrara sus poderes sobrenaturales,
Zeus la invitó a convertirse en leona que escupía fuego por la boca,
y así lo hizo. Inmediatamente después, le preguntó si era también
capaz de convertirse en gota de agua y, cuando realizó la metamorfosis,
se la tragó. Como Metis estaba en esos momentos embarazada de Atenea,
la diosa de la sabiduría nacería después, enteramente armada, de
la cabeza de su padre. Pero ésa es otra historia. Lo que aquí nos
interesa es cómo Zeus incorpora a su propio ser la sabiduría de
la prudencia y la astucia que representa Metis, y que, con ellas,
asegura, por toda la eternidad, su poder.
Vemos,
así, cómo se pueden entender, en El anillo del Nibelungo,
dos hechos aparentemente distintos: el beber de la fuente de Mimir
y el ganar a Fricka como esposa, de un modo perfectamente idéntico.
Ambos significan la adquisición de la sabiduría o, más exactamente,
de la prudencia y de la inteligencia práctica (la astucia correrá,
aquí, a cargo de Loge) que debe acompañar a la valentía y la fuerza
para consolidar y mantener una supremacía ganada con tanto esfuerzo.
La
personalidad y, sobre todo, el destino de este dios, que acabará
en la más absoluta renuncia, son muy distintos de la figura y la
trayectoria de su imperturbable homónimo de la mitología germano-escandinava.
Sin embargo, antes de llegar a la edad adulta, sus mocedades pudieron
ser las mismas y nos relatan cómo el Padre de las Batallas consigue
añadir a sus cualidades naturales de fuerza y valentía, y por medio
de éstas, los dones de la poesía, el saber y la magia.
Después,
Wagner le hizo humano. ¿Demasiado humano?...
Bibliografía:
Éliade,
M. Histoire des croyances et des idées religieuses II.París,
Payot, 1978.
Grimal,
P., Diccionario de mitología griega y romana. Barcelona,
Paidós, 1984.
Lecouteux,
Cl., Pequeño diccionario de mitología germánica. Palma de
Mallorca, Olañeta, 1995.
Sturluson,
S. Textos mitológicos de las Eddas. Madrid, Miraguano, 1998.
Vernant,
J.-P., El universo, los dioses y los hombres. El relato de los
mitos griegos.Barcelona, Anagrama, 2000.
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