Lo
que hay de incomparable en el mito es que es verdadero
desde siempre, y que su materia, de una concisión extrema,
es inagotable en todos los tiempos. El poeta sólo tiene
que darle una interpretación. Richard Wagner.
¡Dicho y hecho! Wagner, el poeta del sonido y de la palabra, como
a él le gustaba llamarse, se fue a buscar al país de los mitos la
materia prima de las historias que nos quería contar... y cantar.
Y se fue a este país porque, además de no tener fronteras (algunas,
en Europa, las tuvo que cruzar de tapadillo), sus habitantes no
se pierden en palabras vanas ni en tediosas disquisiciones, obran;
y cada una de sus acciones está guiada por un sentimiento, por lo
que todos sus momentos son intensos: viven lo esencial, ignoran
lo contingente, son héroes tanto en la victoria como en la derrota,
permanecen grandes aun en la miseria, desafían las leyes de los
dioses y de los hombres, aman y odian sin límite ni coacción.
El
carácter vitalista de Richard Wagner, la pasión con la que emprende
todas sus tareas, su sensibilidad exacerbada, su sensualidad, su
fe en hacer más hermoso el mundo, le llevaron directamente al horizonte
del mito. Por ello, este apartado de Wagnermanía que, ahora,
comienza estará dedicado a todos aquellos espíritus curiosos que,
fascinados, en un primer momento, por su música y por su poesía
(siempre unidas), quieran encontrar, por ellas y en ellas, esos
relatos fundadores de toda creación, esos mitos que desvelan lo
que de más humano hay en el hombre y que no tienen que pasar por
el tamiz de la razón abstracta: se entienden a primera vista porque
es la sensibilidad la que les da inmediatamente un sentido.
Esos
viejos manantiales
Aunque,
desde Las Hadas hasta Parsifal, toda la obra de Wagner
bebe de fuentes mitológicas y legendarias, voy a iniciar esta sección
refiriéndome al Anillo del Nibelungo, ya que, en él, es en
donde parece más marcada la huella tanto del mito como de la leyenda.
Que no extrañe lo poco que inventó el maestro, su grandeza y su
originalidad no se centran en una historia particular sino en una
inmensa tarea de síntesis y de interpretación que, como veremos,
no se reduce al territorio mítico germano-escandinavo. Aunque éste
sea el más evidente, también el griego y el oriental aportarán sus
materiales para construir el grandioso edificio, si bien, de ellos,
se hablará más adelante, que hoy me limitaré a reseñar las fuentes
nórdicas de la Tetralogía.
El
lejano Norte
Poco conocemos realmente de los viejos pueblos de más allá del
Rin y de sus costumbres y creencias; pero, sabríamos aún menos si
algunos poetas y literatos islandeses no se hubiesen preocupado,
de los siglos XI al XIII, por recuperar algunas migajas de ese antiguo
tesoro. Éstas se reunieron en lo que hoy son nuestras tres fuentes
más importantes: la Edda Poética, la Edda en prosa
y los poemas escáldicos.
La
primera (que se conserva en un manuscrito, el Codex Regius,
datado en la segunda mitad del siglo XIII), contiene una serie de
obras anónimas, de fechas y orígenes distintos, que hablan de dioses
y héroes de la antigüedad germánica. En el poema que nos narra el
cuento del gigante Thrym, ya encontramos algunos ecos que, conociendo
el argumento del Oro del Rin, si tenemos el oído atento,
nos empiezan a resultar familiares:
Al despertarse una mañana, Thor no encuentra el emblemático martillo
que le da el poder y la seguridad. De no recuperarlo, los gigantes
invadirán la tierra de los dioses y los destruirán. Su astuto y
cómplice amigo, Loki, le acompaña a la casa de la diosa Freyia para
pedirle prestada su piel con plumas y, así disfrazado, poder volar
sobre la tierra de los gigantes y recuperar el precioso objeto.
Cuando, de esta guisa, Loki llega al reino de los gigantes, Thrym
jura no devolver el martillo hasta que los dioses le entreguen a
Freyia como prometida, pero la diosa de la belleza y del amor, enfurecida,
se niega a semejante unión. Así que la divina asamblea resuelve
que Thor, pese a sus primeras y lógicas reticencias, se vista de
novia y se presente a los gigantes suplantando a la diosa, acompañado
por Loki, que se hace pasar por su doncella. La treta resulta (no
olvidemos que son dioses...) y, Thrym, ansioso por consumar lo antes
posible el matrimonio, ordena que se bendiga inmediatamente con
el martillo de Thor (en el antiguo derecho germánico, arrojar el
martillo era un rito de toma de posesión del suelo y lanzarlo en
el regazo de una muchacha consagraba la boba). En el momento en
el que Thor ve su martillo, se hace con él y aplasta a toda la raza
de los gigantes.
Así
que, en este simpático cuentecillo, tenemos ya prefigurados, naturalmente
con un carácter mucho menos transcendente, algunos ingredientes
que aparecerán en la segunda escena de Prólogo de la Tetralogía
de Wagner: el dios que se despierta (aunque, en este caso sea Wotan
y no Thor) y no es dueño de uno de los emblemas de su poder (martillo/Walhalla),
las astucias de Loki/Loge, unos gigantes que sólo cederán ese emblema
a cambio de la diosa del amor Freyia/Freia, etc. De todas maneras,
como veremos, esta historia, perteneciente a la Edda Poética,
se verá enriquecida por otros elementos de las mitologías nórdicas,
hasta que llegue a nosotros de la mano de Wagner.
También
a esta Edda pertenece la famosa Völuspá, o Profecía
de la Vidente, de un carácter mucho más serio que la historia
de Thrym, en la que una desconocida sibila le cuenta a Valfödr
( Padre de los Muertos, uno de los nombre de Odín/Wotan), cómo nació
el mundo y cómo desaparecerá. Pero no vamos a adelantar acontecimientos
de los que ya tendremos tiempo de hablar.
La
Edda en prosa, nuestra segunda fuente, se la debemos a un
curioso personaje islandés: Snorri Sturluson: terrateniente, embajador
(parece que demasiado servicial con el rey noruego) y poeta, que
conocía muy bien las tradiciones de su país y las recopiló, hacia
1220, a modo de manual de poética y mitología al servicio de cualquier
aprendiz de escritor que quisiera agradar a un público que, aunque
ya cristianizado siglos atrás, gustaba de las viejas tradiciones
que eran sus auténticas raíces. Aunque, en algunas ocasiones, se
basa en la Edda Poética, sus otras fuentes nos son desconocidas,
es el caso de la siguiente historia de la que volveremos a encontrar
ecos en El oro del Rin:
Un artesano propuso a los dioses edificar, en sólo tres estaciones,
una gran fortaleza, que les guardara de los ataques de los gigantes,
y les pidió como salario, el sol, la luna y a la diosa Freyia. Los
dioses (que no sabían que el constructor pertenecía a la estirpe
de sus enemigos), endurecieron el pacto: si recibía alguna ayuda,
que no fuera la de su caballo, o tardaba más de un invierno en realizar
el trabajo, no recibiría nada a cambio. Loki, pensando que no podría
cumplir con esta tarea, aconsejó a los demás dioses que aceptaran
y todos dieron su palabra de guardarlo: desconocían la extraordinaria
fuerza de Svadilfaeri, el caballo del gigante. Cuando el plazo estaba
a punto de cumplirse, y la fortaleza estaba prácticamente terminada,
cundió el pánico entre los dioses indignados con Loki, por lo que
éste urdió una de sus más famosas tretas: se transformó en yegua
y, la última noche, distrajo al caballo del constructor, que no
pudo acabar con su tarea. Lo extraordinario de su furia reveló a
los dioses que se trataba realmente de un gigante y Thor le aplastó
la cabeza con su divino martillo. Pero no acaba, aquí, la historia...
Tanto y tan bien había distraído Loki al caballo que, poco después,
paría un potrillo de ocho patas que, con el tiempo, se convertiría
en Sleipnir: la montura de Odín/Wotan.
Ansia
de los gigantes por la diosa del amor, astucia de Loki/Loge... Ya
encontrábamos estos elementos en el cuento de Thrym de la Edda
poética, pero aquí aparece, además, el tema de un singular pacto:
cambiar a la diosa Freyia por un trabajo de construcción, y el consejo
de Loki. La correspondencia entre la fortaleza, en esta narración,
y el Walhalla, en la Tetralogía, es más que transparente. Pero volveremos
a la Edda en prosa en otros momentos.
La
tercera de las principales fuentes de la mitología nórdica es la
de los poemas escáldicos. En el Gran Norte, a los poetas cortesanos
les llamaban escaldas, y realizaban sus composiciones para
ser cantadas ante reyes y nobles escandinavos, ensalzando sus hazañas,
festejando grandes acontecimientos o, simplemente, improvisando.
Algún que otro mito se ocultaba en tan elaborados y complejos cantos.
Uno de ellos: Haustlöng o A lo largo del otoño (llamado
así porque su creador, Thiodolf, tardó ese tiempo en componerlo),
nos habla, entre otras cosas, de una diosa y de unas mágicas manzanas:
Tres dioses: Odín, Loki y Hoemir, a la sombra de un roble en donde
estaba posada un águila, intentaban cenar un buey que nunca terminaba
de cocinarse. El pájaro les descubrió que era él el causante de
tal hecho porque no se les había ocurrido invitarle al festín. Los
dioses subsanaron inmediatamente la descortesía; pero, a Loki le
pareció que se servía un trozo demasiado generoso e intentó emprenderla
a golpes de bastón con el invitado. El bastón y el dios salieron
volando por los aires sin poder desprenderse el uno del otro, y
Loki, aterrorizado, pidió al águila que le liberara. Ésta, que en
realidad era el gigante Thiazi disfrazado, le ofreció la libertad
a cambio de Iddum, la diosa que guardaba las manzanas de oro. Loki
cumplió el trato y los dioses, sin las manzanas, comenzaron a envejecer
y a debilitarse. Cuando descubrieron el trueque de Loki, le obligaron
a rescatar a la diosa de la juventud, lo que consiguió, bajo forma
de halcón.
¿Hace
falta recordar el decrépito estado de la divina corte wagneriana,
privada de las manzanas de la inmortalidad, al final de la segunda
escena del Oro del Rin?
Acabamos
de hacer un pequeño recorrido por los viejos manantiales de la mitología
germánica. Durante siglos habían sido olvidados. Los románticos
alemanes los descubrieron y permitieron que sus aguas volvieran
a correr, aunque fue Richard Wagner el que les devolvió la fuerza
de antaño con el sentido de siempre. Gracias a él, dejaron de ser
pequeñas historias, unas veces complementarias otras inconexas,
para convertirse en el todo coherente y asombroso del Anillo
del nibelungo.
De
las sagas medievales escandinavas y germánicas, de cómo un mundo
nace y muere, de las pasiones, de las miserias y las grandezas de
lo divino y lo humano, hablaremos, si queréis, más adelante.
Bibliografía:
Bonnefoy,
Y. (Dir.), Diccionario de las mitologías. Vol. IV. Barcelona,
Destino, 1998.
Borges,
J. L., Literaturas germánicas medievales. Madrid, Alianza, 1978.
Lecouteux,
Cl., Pequeño diccionario de mitología germánica. Palma de
Mallorca, Olañeta, 1995.
Niedner,
H., Mitología nórdica. Barcelona, Edicomunicación, 1986.
Page,
R.I., Mitos nórdicos. Madrid, Akal, 1999.
Sturluson,
S. Textos mitológicos de las Eddas. Madrid, Miraguano, 1998.
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