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Estamos
hechos de la misma materia que los sueños.
W.
Shakespeare.
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Asgard.
Alan Lee
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Dolor en las ondinas, risa sarcástica de Alberich. Se desvanecen
las rocas que bordean al Padre Rin. Sus olas negras inundan un
escenario en tinieblas; poco a poco, se convierten en nubes, cada
vez más claras. Amanece en la cumbre de una alta montaña. Resuena,
grave y majestuoso, el tema del Walhall. Los primeros rayos del
sol iluminan la imponente fortaleza de los dioses. Nadie la ha habitado
aún. En un collado entre las cumbres, Wotan duerme y sueña. Fricka,
su esposa, se despierta sobresaltada: el símbolo del honor varonil,
del eterno poder, de la gloria infinita de los dioses
tiene un precio demasiado alto: Freia.
Los
pactos y las tretas
Ya hemos visto (En
el principio fue el mito…) que Wagner pudo haberse
inspirado, para el comienzo de la segunda escena del Oro del
Rin en varios pasajes de la tradición nórdica, como el Cantar
de Thrym de la Edda Mayor, en el que, aunque el dios que
acaba de despertarse no es Odín, sino Thor, tampoco es dueño del
emblema de su poder (en su caso, el martillo) y sólo la astucia
de Loki permitirá que Freyia no sea entregada a los gigantes a cambio
de él.
También
apuntamos que no se trataba de la única vez que, en las Eddas,
la diosa del amor era exigida como pago de un pacto entre dioses
y gigantes. En el Gylfaginning (El Engaño o la Alucinación
de Gylfi) de la Edda en prosa encontramos aún más analogías
con la segunda escena del Prólogo del Anillo: un gigante propone
a Freyia, junto con el sol y la luna, como recompensa por construir
la muralla que guardará la residencia de los dioses; pero, después
de que Loki les convence para que acepten las condiciones del trato,
al ver posible perder a la diosa, se enfurecen contra él. Tendrá
que urdir una de sus tretas para sacarles del apuro, consiguiendo
que el gigante no acabe en el tiempo acordado su trabajo.
Recordemos,
también, que Loki pactó con los gigantes su libertad, llevándoles
a la diosa Iddunn, la guardiana del las manzanas de oro, y que,
a instancias de unos envejecidos y furiosos dioses, tuvo que rescatarla;
lo cuenta el escalda Thiodolf en el Haustlöng (A lo largo
del otoño) y Snorri en el Skáldskaparmál (El lenguaje del
arte escáldico) de su Edda.
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Martillo
de Thor
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En
otro canto de la Edda Mayor: los Alvíssmál (Los dichos
de Alvis), un enano, que se describe con aspecto de gigante
y hace gala de la sabiduría que caracteriza a estos seres primordiales
en la mitología nórdica, se presenta ante Thor para reclamarle a
su hija. No se contó con la presencia del dios para pactar el matrimonio.
A pesar de ello, nadie puede romper lo acordado, sin perder el honor.
Así, Thor entretendrá al enano a base de preguntas, no para probar
su sabiduría, como en cantos similares de las Eddas, sino
para que el tiempo pase, llegue el amanecer y, con los primeros
rayos del sol, éste quede convertido en piedra (lo que caracteriza
a los gigantes en algunos cuentos del folklore nórdico). Es la única
vez en la que el dios del martillo no exhibe fuerza sino astucia,
normalmente encarnada en el personaje de Loki, y en la que participa
en un torneo del saber, que, por lo general, protagoniza
Odín.
Pero,
lo que aquí nos interesa es que asistimos a artimañas que no rompen
los pactos, aunque consiguen que quienes representan el amor no
sean entregadas a los gigantes, como pasará en el Oro del Rin.
Los
antiguos pueblos del Gran Norte consideraban el honor y la palabra
dada como valores fundamentales que debían de ser respetados por
todos los seres de la creación. Uno de los pilares básicos de su
sociedad era la ley, el derecho de origen sagrado. No es, pues,
de extrañar que, en el Prólogo de la Tetralogía, cuando Wotan, en
un primer momento, se niega a entregar a Freia a los gigantes, éstos
le recuerden que su poder, el orden del mundo, reposa precisamente
sobre la fidelidad a los pactos, a la ley grabada con runas en el
asta de su lanza.
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Freia
y los gigantes. Rackham
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En
este sentido, la imponente figura del Wotan/Odín germanoescandinavo
queda, alguna vez, en entredicho. Es el mismo dios el que confiesa
en los Hávamál (Los dichos de Har) de la Edda poética:
Se
tenía de Odín juramento en la anilla.
¡Quién le creerá ya nada!
Traicionado a Súttung dejó a su partida
Y a Gúnnlod llorando.
La
estrofa se refiere al episodio del robo del hidromiel de los poetas,
que desarrolla Snorri, y que ya comentamos (Un
osado y joven dios). Odín rompe un juramento
(no se sabe muy bien cuál), sí; pero, para que el mágico brebaje
no quede escondido en el fondo de la montaña y el mundo pueda acceder
a la poesía. Este último motivo tiene ecos en distintos mitos occidentales,
como el de Prometeo: el titán que roba el fuego de los dioses para
entregárselo a los hombres.
Pero,
no sólo es cuestión de pactos entre dioses y gigantes en la segunda
escena del Oro del Rin. En ella, Wagner nos presenta a algunos
de los principales componentes del panteón nórdico. Naturalmente,
a su manera; aunque, siempre teniendo como referente a sus ancestros
míticos.
La
costilla de Odín
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Frigga.
Rackham
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La diosa principal de los Ases, Frigg (Fricka), no tiene un papel
tan determinante en la mitología que nos relatan las Eddas,
como el que (aunque breve) tendrá en el Anillo del nibelungo.
En los antiguos cantos del Gran Norte, se destaca la discreción
de su figura: comparte el trono del soberano de los dioses, desde
donde se ven todos los mundos y sus acontecimientos presentes y
futuros; por lo tanto, sabe todos los destinos, pero no los revela.
Se la conoce esencialmente, como diosa de la fecundidad, esposa
de Odín y madre del Balder (el dios bueno que morirá por una mala
jugada de Loki); su emblema es un vestido de halcón que descubre
su capacidad para la magia y la metamorfosis.
La
discreción de la diosa, sin embargo, no significa falta de carácter,
ni callado sometimiento al rey de los Ases; dos cantos de la Edda
Poética nos lo demuestran, en primer lugar los Vafthrúdhnismál
(Dichos de Vafthrúdhnir):
Odín
le pide consejo sobre si ir o no a visitar a un sabio gigante y
ella le recomienda que mejor se queda en casa (lo que nos recuerda
inmediatamente el mismo deseo de Fricka por retener a Wotan en el
Walhall); pero el ansia de conocimiento del rey de los Ases y su
naturaleza viajera le llevarán a visitar al gigante con el que mantendrá
uno de sus famosos torneos del saber (recordaremos este canto cuando
tratemos del encuentro entre Wotan y Mime, en la Segunda Jornada
de la Tetralogía), del que saldrá vencedor.
También
nos dan una muestra de la personalidad de Frigg los Grímnismál
(Dichos de Grímnir), en los que discute con su marido sobre la valía
de sus respectivos ahijados; al final, será el protegido de la diosa
el que ocupe el trono de su hermano, protegido de Odín, después
de la muerte de éste. Tanto el dios como su mujer se servirán de
argucias para ayudar a sus favoritos; pero, será el de Frigg el
que salga triunfante (¿no podríamos ver aquí un remotísimo eco de
las preferencias de Wotan y Fricka sobre Siegmund y Hunding en La
walkyria, y el resultado final del duelo ente ambos?).
El
guerrero y el amante
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Thor
y los gigantes. W.E. Winge |
Poco papel tiene en la Tetralogía de Wagner, el dios más popular
del panteón germanoescandinavo: Thor/Donner, el que destaca por
la fuerza guerrera y la valentía; el de la barba roja, como su
cara cuando le domina la cólera que le hace enarbolar su temible
martillo con nombre propio, Mjöllnir (Triturador), siempre
dispuesto a limpiar al mundo de gigantes. En la mitología es hijo
de Odín y Jörd (la Tierra, también conocida, en latitudes germánicas,
bajo en nombre de Erda); filiación que, en ningún momento se verá
reflejada en la obra de Wagner.
Su
aspecto belicoso y poco reflexivo será el que el Maestro de Leipzig
destaque en su breve paso por El anillo del nibelungo: más
de una vez, Wotan tendrá que interponer su lanza (preservar la ley)
entre él y los gigantes, y entre él y Loge, para que no utilice
el arma que le sirve de emblema. Lo que recuerda a uno de los cantos
más curiosos de la Edda Mayor, los Lokasenna (Escarnios
de Loki), en el que el dios del engaño y de la astucia, se dedica
a insultar a toda la divina asamblea, reunida, antes de su llegada,
en un amable banquete. Aquí se ve muy bien la desconfianza y el
desprecio que los Ases sienten hacia este extraño personaje que
es, sin embargo, uno de ellos, y al que Odín se ve obligado a aceptar
y a acoger, en el festejo, por un juramento de hermandad de sangre
entre ambos. Después de ofender a todo en panteón, sólo Thor logrará,
amenazándole con su martillo, que salga huyendo.
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El
beso de Frey y Gerd.
Época vikinga
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Entre
los insultados, también se encontraba Frey, el Froh del Oro del
Rin; en la mitología, es él el hermano de Freyia (no Fricka,
como en Wagner); pertenece, por lo tanto, a la familia de los Vanes
que, como ya vimos (Un
osado y joven dios), son las divinidades que
representan, para los pueblos del Gran Norte, la riqueza, la paz
y el amor. Este dios solar y de la fecundidad, que vive en el Álfheim
(el Mundo de los Alfos, que antaño le regalaron los dioses cuando
se le cayó un diente), y tiene como atributos un barco y un carro
tirado por un jabalí que brilla día y noche atravesando las aguas
y los cielos, aunque sí algo más que en el Oro del Rin,
no tiene mucho papel en las Eddas: sólo protagonizará un
canto de la Poética, el Skírsnisför (viaje de Skínir)
en el que manda a su sirviente en busca de Gerd, la hija de un gigante,
para pedirla en matrimonio, y se lamenta de los nueve largos días
que tendrán que pasar hasta encontrarse con ella.
En
los Lokasenna, tampoco se librarán las diosas de la
lengua afilada de Loki, y, precisamente la primera en padecer sus
sarcasmos será Iddunn (Siempre joven), la que guarda en un cofre,
la eterna juventud de los dioses en forma de:
Manzanas
de oro
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Halcón-Loki.
M. Harrison |
Wagner funde en una las figuras míticas de Freyia e Iddunn,
que, en la tradición nórdica, poseen identidades totalmente distintas.
Conocemos ya qué llevó a Loki a entregarla a los gigantes (En
el principio fue el mito...),
pero no los pormenores de su épico rescate; los cuenta Snorri en
el Gylfaginning: el dios le pide a Frigg su vestido de halcón
y vuela hacia la casa de Thiazi, el gigante que retiene a
Iddunn. La diosa está sola, ya que éste se ha ido a pescar, lo que
aprovecha Loki para convertirla en nuez y llevársela. Cuando Thiazi
encuentra la casa vacía, toma la forma de un águila y vuela tras
ellos. Cerca ya del Asgard, los dioses ven la dramática persecución,
en la que les va la juventud, y encienden un gran fuego que quema
las alas de águila; ya en el suelo, matan al gigante.
El tema de las manzanas de oro, como frutos de la eterna juventud
y de la inmortalidad, también aparece en la mitología griega, no
las guarda ninguna diosa en una caja, pero crecen en el Jardín de
las Hespérides (Las Ninfas del Ocaso que, pese a lo
que pudiera parecer, esta vez, tienen poco que ver con Wagner).
De Freyia, diosa del amor y reina de los Vanes, ya hablamos en anteriores
entregas de In fernem Land. La figura mítica de Loki, se
desgaja fácilmente de las aventuras, a veces divertidas, otras trágicas,
en las que envuelve a demás dioses; pero, merecerá un artículo dedicado
a él, en esta sección; sobre todo, por su papel determinante en
el Ragnarök, el destino final de los dioses.
Es
hora de volver al escenario de la Colina Verde: dioses y gigantes
parecen haberse puesto de acuerdo en variar los términos del contrato
que levantó el Walhall. Ya no será Freyia el precio por la obra
eterna que hace soñar a Wotan con el poder y la gloria, y a
Fricka con retener a su lado al dios.
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Idunn
y sus manzanas. Penrose
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Aunque
parecía que no había nadie en el mundo lo suficientemente loco como
para renunciar el amor, Loge lo ha encontrado: Alberich, el enano,
se hizo así con el oro que custodiaban las Hijas del Rin. Forjado
en forma de anillo, otorga el máximo poder a quien lo posee.
No
sin alguna reticencia por parte de Fasolt, los gigantes aceptan
el nuevo contrato, ya no será la diosa del amor sino el anillo del
poder el precio por la construcción del Walhall. La embriaguez del
oro brilla en los ojos de todos. Wotan deberá hacerse con la joya.
Mientras, los gigantes guardarán a Freia para asegurar el cumplimiento
del nuevo trato.
Cuando
la divina asamblea ya no puede divisar a la guardiana de las manzanas
de oro, se hunden sus ojos, se aja su piel, su cabello se vuelve
blanco, les abandonan las fuerzas. No hay tiempo para la duda. El
soberano de los dioses debe bajar al reino de los nibelungos. Loge
le acompaña. Vapores de azufre invaden la escena. Son, cada vez,
más negros...
Bibliografía
Edda
Mayor; Madrid, Alianza Editorial, 2000.
Sturluson, S.; Edda Menor. Madrid, Alianza Editorial, 2000
Wagner, R., El Oro del Rin. Madrid, Turner Música, 1986.
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