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¿Qué
digo murmullo?
Esto
no pueden ser murmullos.
Seguramente
cantarán las ondinas
allá
abajo su canción.
¡Deja
que canten, compañero, deja que murmuren
y
camina alegremente detrás!
¡Pues
las ruedas de un molino
giran
en todo arroyo claro!
La
bella Molinera, W. Müller
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Por
fin se abre el telón en el teatro de la colina verde. Ya empiezan
a escucharse los alegres y sensuales cantos de las Hijas del Rin.
La armonía cambia de Mi bemol mayor a La bemol mayor, y el espectador
se ve envuelto por las ondulantes voces de tres muchachas con nombres
de ola que juguetean, despreocupadas, en las límpidas aguas del
río primordial. La vida y la inocencia han surgido de un letargo
que guardaba, celoso, todos los secretos de la creación.
Hacia allí se dirige un ser extraño, deforme, que choca con la belleza
perfecta de las Hijas del Rin. No será indiferente a sus encantos.
Ningún hombre, en su sano juicio, lo sería. Sin embargo, para las
ondinas, la seducción es únicamente un juego, y su inocencia, como
la de los niños, como la de la Naturaleza a la que representan,
es a veces cruel: ¿cómo puede atreverse un enano oscuro y monstruoso,
que se esconde en las entrañas de la tierra para arrancarle sus
tesoros, a conquistar el amor de tanta perfección, de tanta armonía?
La magia de las aguas
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J.
W. Waterhouse. Sirena |
Wagner no se aleja de las antiguas tradiciones mitológicas al situar
el inicio de la creación en el fondo de las aguas primordiales:
Agua, eres la fuente de toda cosa y de toda existencia, dice
un viejo texto hindú. Bajo su superficie bulle el caos del que emergerán
todas las formas. La vida se encuentra allí latente, esperando el
momento de su manifestación; para, después, al agotar el ciclo de
su existencia (individual o cósmica), volver de nuevo a ella. También
volverá el Oro a las manos de las Hijas del Rin, que siguen riendo
y jugando con él, como si nada hubiese sucedido. Y es que, para
ellas, en realidad, nada ha sucedido. Desde siempre, conocen el
breve destino de los mortales y, a veces, les previenen; pero saben
que es inexorable y que, tarde o temprano, se cerrará el círculo
que vuelve a ellas.
Las
ondinas
En todas las mitologías, en todos los folklores nos encontramos,
bajo distintos nombres, con los espíritus del agua, esa fuerza primordial
de la Naturaleza, que poco a poco fue tomando forma humana; y no
hubo fuente, río, lago o mar que no guardara diosas o hadas. Si
los griegos las llamaron ninfas, nereidas, náyades y sirenas (madres
de héroes y perdición de navegantes), para el folklore germanoescandinavo
fueron primero nixen que habitaban las profundidades de las
aguas. En su mayoría, eran espíritus femeninos, aunque también los
había masculinos, que tenían el don de la profecía y atraían a los
caminantes hacia sus palacios de cristal, en donde los días parecían
segundos. Algunos afortunados caballeros germanos pudieron contar
la aventura, no los escandinavos: por aquellas latitudes, el abrazo
de una nixe era mortal.
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H.
Fantin-Latour. Primera escena del Oro del Rin
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Más
tarde, las leyendas medievales contaron que sólo podían adquirir
un alma si se casaban con un humano. Éste es el tema principal de
la Undine del romántico alemán Friedrich H. Karl, barón de
la Motte-Fouqué, que muy poco tiene que ver con las ondinas de la
Tetralogía. Aunque
Paracelso las llamó undine (del latín unde: onda)
tomó sus características del folklore nórdico y, generalmente, es
con ese nombre con el que las conocemos hoy. Algunas tienen cola
de pez, otras muestran íntegramente sus formas de mujer. En la poesía
romántica, Heine hizo de Loreley su reina (también la cantó Brentano
como Lore Lay): desde una alta roca, en uno de los recodos más peligrosos
del Rin, peina su cabellos de oro, mientras los hombres, fascinados
por su belleza, desaparecen entre los furiosos remolinos de las
aguas.
Y
es que todos estos espíritus del agua se muestran tan ambivalentes
como el elemento al que representan: fuente de vida, pero también
de muerte; son divinidades del nacimiento y de la fertilidad; pero,
a la vez, encarnan el aspecto terrible de la Naturaleza que el hombre
no puede controlar y que le arrastra. Tanto la fascinación como
el miedo son los sentimientos que producen en los mortales que,
atraídos por los sortilegios del agua y del amor, pagan el precio
letal de la seducción, del deseo incontrolado. Por todo el folklore
europeo corre la voz del peligro que entraña acercarse a una fuente
o a un río cuando el sol está en lo alto: es la hora en la que se
manifiestan las ondinas, y el que las ve cae en la locura. ¿La misma
locura que llevó a Alberich a renunciar al amor?
Desde
sus significativos nombres, que evocan olas, magia y fuerza, Wagner
da a las Hijas del Rin las características de sus legendarias antecesoras.
Es Woglinde la que abre la escena, la más despreocupada y alegre
de las tres hermanas; le contesta Wellgunde que, jugando, intenta
atrapar a primera; finalmente, Flosshilde, la más prudente de las
tres, les recuerda su deber como guardianas del Oro. Pero a la inocencia
sagrada de las ondinas de Wagner le falla, en este momento, el don
de la profecía, y las ninfas revelan su secreto al burlado enano.
La tentación del Oro
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Reginn.
Iglesia de Hylestad. Oslo |
El
encuentro entre ondinas y un personaje con ansias de oro, aparece
en el cantar de gesta medieval alemán: Das Nibelungenlied
(El Cantar de los Nibelungos). En el canto XXV, el caballero Hagen
se encuentra con las ninfas del Danubio que, primero, le engañan
con un vaticinio falso, ya que les había robado sus ropas mientras
nadaban; pero que, al serles devueltas, le anuncian su muerte en
el país de Atila. Sin embargo, aún no es el momento de hablar del
personaje de Hagen, al que Wagner presentará como hijo de Alberich
(fuera de la tradición heroica y literaria en las que ambos no tienen
ningún tipo de parentesco), sino precisamente de este último.
Con
él, volvemos a las Eddas, y a la obra que parece la fuente
más directa del maestro de Leipzig, sobre todo en lo que se refiere
a la primera y segunda jornadas de la Tetralogía: La Völsungasaga
(Saga de los Volsungos: narración escandinava, de la primera mitad
del siglo XIII, prácticamente contemporánea al cantar de gesta alemán,
por lo que sería muy extraña una mutua influencia, pero no el que
existiera una fuente común, probablemente oral, que podría tener
su referente en las Eddas). El enano, guardián del oro, aparecerá
en el Nibelungenlied con el nombre que utilizará Wagner:
Alberich; en la mitología escandinava, fue conocido como Andvari.
La compensación de la nutria
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Manuscrito
del Cantar de los Nibelungos
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Las Eddas narran una historia que nos recordará varios acontecimientos
relevantes de la Tetralogía. La encontramos, primero, en el canto
heroico del Reginsmál (Los dichos de Reginn) de la Edda
poética, y, más tarde, en el Gylfaginning (El engaño
de Gylfi) de la Edda en prosa de Snorri Sturluson.
Según el Reginsmál, de viaje fuera del Asgard, los dioses
Odín (Wotan), Haenir y Loki (Loge), se acercaron a una cascada en
la que vivía el enano Andvari. Cerca de allí, Loki mata a una nutria
que resulta ser en realidad Otr (en antiguo islandés, Otr significa
nutria), el hijo del rey Hreidmar (perteneciente a la estirpe
de los gigantes), que tenía la costumbre de convertirse en ese animal
cuando iba de pesca.
Los
dioses, que ignoraban todo esto, pidieron hospitalidad para esa
noche en la morada de Hreidmar que, cuando conoce lo sucedido, exige
inmediatamente una compensación por la muerte de su hijo. Entonces,
Loki vuelve a la cascada, pesca a Andvari, que se había convertido
en lucio, y le reclama las fabulosas riquezas que esconde. El enano
no tiene más remedio que entregarlas, pero, a la vez, las maldice.
En el momento en el que Loki se las da a Hreidmar, le transmite
la maldición: pronto su hijo Fáfnir le matará aprovechando su sueño
y, así, se hará con el tesoro (en la ética de los pueblos del Gran
Norte, el parricidio se consideraba como el peor, el más reprochable
de los crímenes; no tenía expiación y era de carácter hereditario).
Para que nadie se lo pueda arrebatar, Fáfnir se convertirá en dragón,
pero su hermano Reginn forjará la espada extraordinaria que empuñará
el héroe Sigurd para vengar a su padre Sigmund, así como a Hreidmar.
No
hace falta recordar las analogías con la obra de Wagner: Fáfnir/Fafner,
Reginn/Mime, Sigmund/Siegmund, Sigurd/Siegfried.
En la Edda de Snorri (capítulo VI del Gylfaginning)
encontramos aún más detalles de esta historia que nos van a resultar
familiares. Cuando los tres Ases ofrecen como rescate por sus vidas
todas las riquezas que se les pidieran, la nutria fue despellejada
y Hreidmar les conminó a que cubrieran, por completo, su piel con
oro. Odín envió a Loki al Mundo de los Elfos Negros en busca de
Andvari y el tesoro que guardaba en su casa de roca. El enano no
se opuso, ¡le iba en ello la vida!, pero intentó esconder un mágico
brazalete (algunos lo consideran un anillo) de oro, que le permitiría
seguir acumulando riquezas. Loki también se lo arrebató y Andvari,
furioso, vaticinó que causaría la muerte de quien lo poseyera.
Cuando
Odín vio el aro, se quedó con él y cubrió la piel de la nutria con
el resto del tesoro; pero, Hreidmar, al observarla detenidamente,
vio un pelo del bigote descubierto y exigió que se tapara; así lo
hizo el rey de los Ases, entregando la joya. La recompensa por la
muerte de Otr había sido satisfecha, pero el brazalete y el oro
causarían la muerte de quienes los poseyeran.
Naturalmente
esta anécdota es el referente mítico de la compensación por Freia
en el Oro del Rin; aunque, en este caso, es la diosa la que
tiene que ser cubierta por el oro, y su mirada centelleante la que
Fafner descubre por la grieta que obligará a Wotan a entregar el
anillo.
En el canto III del Nibelungenlied, se narra cómo el héroe
Siegfried, derrotó a dos príncipes (hijos de Nibelung) de un lejano
país (¿Noruega?) que conquistó con la espada Balmung (Notung en
Wagner); y cómo se apodera, tras luchar con el enano Alberich,
de su manto mágico (que hace invisible al que lo lleva); aunque,
después, le encomienda la custodia del fabuloso tesoro de los Nibelungos.
Por lo tanto, aquí encontramos los nombres germánicos de los personajes
de Wagner y uno de los referentes del Tarnhelm, el fantástico
yelmo, que idea Alberich, forja Mime (también hallamos un casco
que permite la invisibilidad en la mitología griega: es el de Hades,
dios de los muertos; se lo entregan los titanes y, en algunas ocasiones,
lo llevarán diosas como Atenea o héroes como Perseo), y Fafner guarda
junto con el oro y el anillo maldito, hasta que llegan a las manos
de Siegfried.
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A.
Rackham |
Las
Hijas del Rin, alegres, despreocupadas y seductoras, aparecerán
de nuevo en el Ocaso de los dioses. Sólo se vuelven graves
para vaticinar la muerte del héroe (como lo hicieron sus hermanas
del Danubio con Hagen en el Nibelungenlied). Pero a Siegfried
no le inmutaron sus presagios y tampoco a ellas su negativa de devolver
el anillo. Demasiado sabían que se acercaba el momento de recuperarlo.
La noche del 12 de febrero de 1883, Richard Wagner leía, en voz
alta, la Undine del barón de la Motte-Fouqué, después tuvo
un sueño extraño; en él, sus ondinas (como la del autor alemán)
querían tener un alma. Se levantó, fue hacia el piano e interpretó
el motivo de la lamentación de las ninfas: ¡Oro del Rin! ¡Oro
del Rin! ¡Falso y cobarde es lo que allá arriba se alegra!
Y añadió: ¡Qué intuición tuve entonces!
Murió
al día siguiente.
Bibliografía
Cantar
de los Nibelungos. Madrid, Cátedra, 1998.
Chevalier,
J.- Gheerbrant, A. Dictionnaire des symboles. París, Seghers,
1974.
Éliade,
M. Tratado de Historia de las religiones. México, Era, 1998.
Guelpa,
P. Dieux & Mythes Nordiques. París, Presses Universitaires du
Septentrion, 1998.
Mayer,
H. “Albérich et les filles du Rhin. Les pensées de Wagner au cours
de sa dernière nuit” in Das Rheingold. Programmhft. Verlag
der Festspielleitung Bayreuth, 1983.
Saga
de los Volsungos. Madrid, Gredos, 1998.
Sturluson,
S. Textos mitológicos de las Eddas. Madrid, Miraguano, 1998.
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