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Fue
en tiempos remotos
cuando
nada había;
ni arena ni mar
ni frías olas,
ni tierra
ni altos cielos,
sólo un gran abismo...
Völuspá
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Richard Wagner puso un especial interés, al concebir el Festspielhaus
de Bayreuth, en crear un abismo místico (según sus
propias palabras): un gran espacio entre el proscenio y el patio
de butacas, donde situará a la orquesta, invisible a los
ojos de los espectadores. De este abismo místico, cavidad
sin fondo en donde habita el misterio, surge la música que
comparte con el mito un tiempo, un tempo, que no es cronológico,
que no está sujeto a la ley del desgaste, de la decadencia
y la muerte; un tiempo que, en el eterno presente de la interpretación,
da cuenta del pasado y representa el desarrollo, en variaciones,
de su futuro.
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Wagner no necesitó el soporte del poema para que participáramos
en la magia de la creación del cosmos, le bastó con
la música, y, en el Preludio del Oro del Rin, nos la presenta
con toda su enigmática y fascinante belleza. Ya que esta
sección de Wagnermanía está dedicada a su universo
mítico, no estará de más recordar los relatos
de creación del mundo, las cosmogonías que, sin duda,
estaban presentes en su imaginario a la hora de transmitirnos su
personal comprensión del Principio
Ya
que dediqué la primera entrega de In fernem Land a repasar
las fuentes nórdicas del Anillo del Nibelungo, hora es de
volver a ellas. Snorri Sturluson nos relata el Génesis escandinavo
en su Edda en prosa, especialmente en el poema llamado "Gylfaginning"
(El engaño de Gylfi: mago y rey de Suecia, que se disfraza
de anciano y llega al castillo de los dioses, bajo el nombre de
Gangleri, fingiendo que se ha perdido, y les pregunta por la historia
del principio y el fin del mundo), ampliando considerablemente la
breve referencia al inicio de los tiempos que se nos cuenta en la
Völuspá de la Edda Poética con la que he iniciado
estas líneas.
El
Gran Vacío
Oscuridad y silencio en la sala de la colina verde momentos antes
de empezar la representación del Oro del Rin. De repente,
ese silencio, que no la tiniebla, se rompe con la vibración
de un Mi Bemol Mayor. Poco a poco, en el compás 129, se abre
el telón. ¿Qué ha ocurrido hasta entonces?
¿Qué está ocurriendo hasta que nos envuelve
el ondulante canto de las Hijas del Rin?
Nada parecido, en las mitologías del Gran Norte, al Dios
del Antiguo Testamento, creador del universo, único y omnipotente.
En esas tierras de glaciares y volcanes, entre el hielo y el fuego,
en el principio fue el Ginnungagap, el abismo mágico, primigenio,
el "espacio cósmico cargado de fuerza creadora"
(según la interpretación que le da al término
Jan de Vries), que se extendía entre el país de la
oscuridad, los hielos y las brumas, el Niflheim, "Tierra de
la Niebla", al norte, y las luminosas y ardientes latitudes
del "País del Fuego", el Muspell, en el sur.
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Los
ríos que brotaban de la fuente central del Niflheim llegaron
hasta el Ginnungagap para convertirse en hielo y escarcha que crecieron
y colmaron el abismo hasta que los aires cálidos procedentes
del Muspell los fundieron y volvieron a fluir. De sus gotas de agua,
vivificadas por el viento meridional, nació el gigante Ymir.
De esta escarcha fundida también surgió una vaca,
llamada Audumla, que, con los cuatro ríos de leche que brotaban
de ella pudo alimentar al gigante.
Mientras
Ymir dormía, de su sudor nacieron un ser masculino y otro
femenino, y uno de sus pies engendró un hijo del otro; así
nació la estirpe de los terribles gigantes del hielo. Entre
tanto, Audumla, al lamer las piedras de escarcha salada, hizo salir
de ellas a Buri. El hijo de éste (Sturluson no especifica
con quien lo tuvo), Borr, se casó con una descendiente de
Ymir, llamada Bestla, y de su unión nacieron los dioses Odín
(nombre escandinavo de Wotan, no lo olvidemos), Vili y Vé.
Acabamos de asistir al nacimiento de dos estirpes que serán
fundamentales en el Anillo del Nibelungo: la de los gigantes y la
de los dioses. Vamos a detenernos unos momentos en la primera.
En
las mitologías del norte, las relaciones entre dioses y gigantes
son muy estrechas y, por lo tanto, las fronteras entre los unos
y los otros no son siempre de todo evidentes. Sin embargo, la primera
diferencia es que la estirpe de los gigantes surge de sí
misma, gracias a Ymir, y de ella procede la de los dioses, como
acabamos de ver. Por otro lado, tanto las Eddas como el folklore
nos presentan a los gigantes como seres destructivos, monstruosos
y malignos, en eterna lucha con los dioses (tuvimos la ocasión
de verlo en la anterior entrega de In fernem Land), pero necesarios,
ya que de ellos surgió todo. Su país es el Utgard
, "Recinto Exterior", separado del mundo de los dioses
y del de los hombres por un mar terrible, ríos que nunca
se hielan y un bosque tenebroso.
La creación de un mundo
Odín, Vili y Vé, los hijos de Borr, mataron a Ymir
(tanta sangre brotó de sus heridas que se ahogaron en ella
todos los gigantes, excepto una familia), trasladaron su cuerpo
al centro del Ginnungagap, con su carne hicieron la tierra, con
su sangre el mar y los lagos, con sus huesos las montañas,
con sus dientes las piedras y las rocas. Su cráneo sirvió
para formar la bóveda celeste que colocaron sobre la tierra
y, en sus puntos cardinales, pusieron a cuatro enanos para sostenerlo.
Entonces, tomaron las pavesas y las chispas que salían del
ardiente Muspell y las lanzaron encima de lo ya creado para iluminarlo;
colocaron sus grandes fuegos en el cielo, idearon sus órbitas
y, así, separaron las noches de los días.
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La
estirpe de los enanos había nacido de la descomposición
del cadáver de Ymir. No son seres fundamentalmente malignos,
como los gigantes, ni pequeños, como se podría creer,
ya que pueden adoptar a voluntad cualquier tamaño; son hábiles
artesanos y excelentes herreros, gracias a una magia a la que, en
numerosas ocasiones, recurren los dioses (aunque ellos les dieron
la inteligencia): el martillo de Thor o la lanza de Odín
son algunas de sus fantásticas y poderosas obras. Muy estrechamente
ligados al mundo de los muertos, como nos relata la historia de
su origen, poseen, junto con sus escondidos tesoros, el secreto
de la poesía (el brebaje de los enanos que un día
les robará Odín) y habitan en las profundidades de
la tierra.
Pero
aún queda una estirpe destinada a habitar el nuevo mundo:
la de los hombres. Los tres dioses encontraron, mientras paseaban
por le borde del mar, dos árboles y con sus troncos crearon
a un hombre y a una mujer. Odín, les dio espíritu
y vida, Vili les otorgó sabiduría y movimiento, y
Vé les dotó de habla, oído y vista. Al hombre
le llamaron Ask, "Fresno", a la mujer Embla, tal vez,
"Olmo" o "Vid", y habitaron el Midgard, la "Tierra
Media", formada con las cejas de Ymir y situada entre Asgard,
el "Recinto de los Dioses", (allí se encuentra
el Valhöll, el reducto de los guerreros caídos en combate,
nuestro Walhalla) y el país de los gigantes. De la unión
entre la estirpes divina y humana, surgirá la de los héroes.
El
Gran Fresno del Mundo
Sin
embargo, hasta ahora, hemos hablado de la creación de un
mundo, no de la del Mundo, de la del Cosmos en su totalidad; éste,
para la tradición germanoescandinava, no puede ser creado
ni destruido, ya que no tiene origen ni fin, y está representado
por Yggdrasill, el Gran Fresno. A diferencia de la Tetralogía,
este árbol cósmico, emblema, centro y eje del universo
inmutable, no será abatido, tan sólo temblará
en el temido tiempo del Ragnarök, "el destino/juicio de
las potencias/dioses", que se diferencia esencialmente de la
concepción wagneriana del Götterdämmerung, "Ocaso
de los dioses", en que, para las mitologías del norte,
no significa una destrucción definitiva del mundo creado
que acabamos de describir, ni la muerte de las potencias, sino una
renovación; pero de esto volveremos a hablar más adelante.
Yggdrasill, eternamente verde, extiende sus tres raíces por
las tierras de los dioses, los gigantes y los hombres, muchos animales
(desde el águila encaramada en su copa, cuyos aleteos provocan
los vientos, hasta las serpientes que roen sus raíces) pueblan
sus frondosas ramas, lo que le convierte en la representación
de toda vida; pero también de todo saber, ya que protege
la fuente de Mimir, en la que Odín dejó un ojo en
prenda del supremo conocimiento; y, finalmente, de todo destino,
ya que las Nornas, las Parcas del norte, tienen en él su
morada y, cada mañana, le rocían con agua clara y
arcilla blanca.
Pero
fue otro el destino del Gran Fresno del Mundo en la Tetralogía.
Todo empezó cuando un enano...
Bibliografía:
Bonnefoy, Y. (Dir.), Diccionario de las mitologías.
Vol. IV. Barcelona, Destino, 1998.
Lecouteux, Cl., Pequeño diccionario de mitología
germánica. Palma de Mallorca, Olañeta, 1995.
Sturluson, S. Textos mitológicos de las Eddas. Madrid,
Miraguano, 1998.
Vries (de), Jan, "La religion des germains" in AA.VV,
Histoire des religions I. París, Gallimard, 1970, pp.748-779.
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