Otra
vuelta de Thielemann
Madrid,
Auditorio Nacional de Música, Sala Sinfónica. Jueves, 18 de noviembre
de 2004. Serie Arriaga de Ibermúsica. Orchester der Deutschen Oper
Berlin. Solistas: Susan Anthony, Stephen Gould, Jyrki Korhonen,
Gabriele Schnaut. Director: Christian Thielemann.
Programa:
1ª
parte – Richard Wagner, “La Walkyria”, Acto I.
2ª
parte – “El ocaso de los dioses”, Escena final.
El
esperado regreso de Christian Thielemann a Madrid, tras una ausencia
de cuatro años (1), se produjo finalmente en la extraña tarde del
18 de noviembre, en la que ardió la subestación eléctrica de Méndez
Álvaro, dejando vecinos y comercios sin luz, media red de metro
paralizada y las calles sepultadas bajo un tremendo caos de circulación.
Los apresurados espectadores llegamos con el tiempo justo, encontrándonos
con las puertas de la Sala Sinfónica cerradas: la orquesta ultimaba
un tardío ensayo general. Con un cuarto de hora de retraso que benefició
a los desesperados rezagados, las puertas se abrieron.
El
tormentoso preludio de La Walkyria comenzó a sonar casi tímidamente
bajo la cuidadosa batuta de Thielemann, que siempre dirige con partitura
(2), quizá demasiado atento a los detalles, y sobre todo al timbre
que extrae de la orquesta. Porque su empeño en cuidar la tímbrica
y el color, intentando conseguir exactamente lo que tiene en mente,
es quizá la única pega que se le puede poner a su excelente ejecución
orquestal, y no por su noble objetivo, sino porque a veces ese esmero
le lleva a desentenderse en alguna medida del concepto general.
Nimiedades, no obstante, frente a los logros de conjunto del gran
berlinés. Tras unas cuidadas escenas iniciales, incluyendo un bellísimo
solo de violonchelo a cargo del solista de la orquesta, y el tenso
diálogo de Siegmund con el brutal Hunding, a partir de “Ein Schwert
verhiess mir der Vater” (tremendos “Wälse! Wälse!” de Stephen Gould),
todo fue apabullante. La progresión en el dúo fue asombrosa, y desde
la entrada de la primavera en la casa de Hunding todo fue éxtasis
musical.
Hay
que señalar que Thielemann “canta” con sus intérpretes, esto es,
señala de forma precisa cada entrada, mantiene el volumen de la
orquesta controlado para que se les oiga en todo momento, les da
espacio para respirar y articular cómodamente todas sus notas, e
incluso les indica con la mirada el tono dramático de cada situación
(miradas feroces a Korhonen, instándole a embrutecer su intervención).
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Stephen
Gould |
Los
solistas en esta primera parte estuvieron sin duda a la altura de
las circunstancias. Un recién aparecido en la escena internacional,
el tenor norteamericano Stephen Gould, el último Tannhäuser del
Festival de Bayreuth en sustitución de Glenn Winslade (quien debutó
en la producción de Philippe Arlaud en su estreno en 2002), nos
sorprendió a todos muy gratamente. Según su currículo, se dedicó
durante años a cantar el papel protagonista de El Fantasma de
la Ópera, el popularísimo musical de Andrew Lloyd-Webber, llegando
a participar en más de 3000 funciones en giras por todo Estados
Unidos. Luego volvió a Nueva York para completar su formación como
tenor, y ahora está instalado en Europa. De presencia física imponente
-unos dos metros de corpulenta altura-, Gould posee un instrumento
de gran calidad, potente y de emisión algo nasal, aunque limpia.
Convenció y conmovió, y no creo equivocarme si digo que nos dará
muchas alegrías en los próximos años. Tras su debut bayreuthiano,
ha firmado un contrato para el Anillo que se inicia en 2006
bajo la dirección musical de Thielemann, en el que intervendrá en
el papel de Sigfrido en Siegfried y Götterdämmerung.
Su repertorio actual es absolutamente impresionante: el Emperador
de La mujer sin sombra, Baco en Ariadna en Naxos,
el papel protagonista de Peter Grimes, Siegmund y los
dos Sigfridos del Anillo, Tannhäuser, Lohengrin, Parsifal,
Erik en el Holandés errante, el Florestan de Fidelio,
algunos roles italianos (Otello, Macduff), Max en El cazador
furtivo, Eneas en Los Troyanos… Todo un hallazgo. Ya
al menos tenemos a Ben Heppner, de voz más bella y cálida, y a Gould
para hacernos la vida más fácil.
La
soprano norteamericana Susan Anthony, que visitó Madrid en julio
de 2003 con la compañía de la Ópera Estatal de Berlín y Barenboim
para El holandés errante (véase el “postoperatorio”
que se publicó en Wagnermanía en aquella ocasión), aportó una enorme
fuerza dramática al conjunto -es una muy buena actriz-, aunque la
voz, desgraciadamente, ya no le responda convenientemente (graves
inexistentes, poca potencia, inestabilidad de emisión, agudos estridentes
y cortos). Quizá haya abusado de ella en los últimos años: ha cantado
papeles poco convenientes a su naturaleza de lírica como Brünnhilde
en Siegfried o Leonore en Fidelio. Y es una pena,
porque tiene un talento dramático y una presencia física excepcionales.
En su página web (www.susan-anthony.com)
anuncia las próximas adiciones a su repertorio: Turandot e Isolde.
Si es así, terminará irremediablemente de destruir su ya devaluada
voz. En el concierto que reseñamos puso todo su empeño desde la
primera frase en añadir el elemento dramático que siempre se echa
de menos en una versión de concierto, actuando el papel casi como
si estuviera en escena.
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Jyrki
Korhonen |
El
bajo finlandés Jyrki Korhonen, que ha aparecido en Bayreuth desde
1997 en pequeños papeles, y que visitó el Teatro Real recientemente
como Fafner (en Oro y Sigfrido), posee una voz grave
bellamente timbrada, canta con gusto y buena técnica, aunque le
falta potencia. Ofreció un Hunding más que aceptable.
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Gabriele
Schnaut |
En
la segunda parte, la “Escena de la Inmolación” se encomendó a la
veterana Gabriele Schnaut, que fue habitual de Bayreuth intermitentemente
desde 1977 hasta su despedida tras su defectuosa Brünnhilde de 2000.
Salió a la sala emulando a Gloria Swanson, la Norma Desmond del
Sunset Boulevard de Billy Wilder (paradójicamente titulado
en español El crepúsculo de los dioses; azares del destino),
enfundada en un glamouroso vestido de noche y caminando con aires
de gran diva que no tiene ya nada que demostrar. Y ciertamente ya
no tiene nada que demostrar porque no puede hacerlo con esa ruina
que le ha legado su mal planificada carrera. Empezó de mezzo
para progresivamente lanzarse a la conquista del jugoso y desocupado
trono de la soprano dramática, arruinando su, en tiempos, bella
y voluminosa voz. Esta última ahora, por desgracia, no es del cine
mudo: aberrante vibrato, feo color, centro destimbrado, agudos estrangulados
(o directamente sofocados) y graves inaudibles. Aunque claro, según
ella deben ser las óperas las que se han quedado pequeñas. (3)
Thielemann,
convenciéndose por fortuna -imagino- de la evidente
insolvencia vocal de Schnaut, centró su atención en extraer todo
lo posible de su orquesta. Algunas leves pifias del metal, también
audibles en la primera parte (primera aparición del tema de la espada),
no deslucen el resultado global. La escena conclusiva del Ocaso
fue grandiosa, intensísima. Los acordes finales rara vez se escuchan
en estos tiempos con semejante magnificencia, con tal expansión.
Tras la pausa rara vez respetada por los maestros actuales, la última
y emocionante exposición en las cuerdas del tema de “la redención
por el amor” nos condujo a todos al éxtasis del fin de los tiempos,
y convenció, si es que hacía falta a estas alturas, de que Thielemann
es un grande de la dirección de orquesta. Por supuesto, no hubo
propinas: ¿qué se puede tocar después de “ver acabarse el mundo”?
Triste
mención especial al programa de mano -me río por no llorar-.
Las escuálidas e indigestas notas -apenas cuatro caras mal
contadas de insoportable y altisonante palabrería vacua- del
psicoanalista argentino, afincado en Madrid, Arnoldo Liberman, tituladas
“El mito de la música y la música del mito”, son claro exponente
de pillaje intelectualoide alimenticio o de carroñerismo crítico
oportunista. Se inician estas perlas de saber con unos versos de
Richard Wagner, en traducción francamente deleznable, procedentes
del famoso fragmento que el compositor finalmente eliminó del discurso
final de Brünnhilde que precede a su inmolación. Tras estas mancilladas
líneas -mancilladas por la mano torpe de un traductor sin
escrúpulo-, el señor Liberman nos deleita de inmediato con
un versículo salido de la pluma de una tal Cati Castaño. Como lo
oyen. ¿Quién es Cati Castaño, preguntábamos exultantes los melómanos
de Madrid? ¿Quién es capaz de escribir tan floridas palabras que
se adhieren a las de Wagner, casi diríamos de forma pegajosa? Lean,
porque no tienen desperdicio:
El
sol sale y el cielo siempre cobra peaje
Cati Castaño
Todo
un profundo prodigio de la coordinación copulativa. Para los buscadores
de tesoros literarios del mundo moderno, una sencilla consulta al
Oráculo Gugueliano revela el dato que buscábamos: Cati Castaño,
poetisa (Buenos Aires, 1945). Todo queda en casa, por lo que se
ve. ¿Richard Wagner y Cati Castaño en la misma página, a la misma
altura?
Les
aseguro que me ha costado leer las interminables cuatro páginas
del -digamos- ensayo del señor Liberman. Me resultaría
muy difícil extraer algún fragmento de la espesa perorata sin que
peligre el disonante conjunto de los delirios psico-imbéciles de
Liberman. Lo intentaré brevemente, no obstante, para deleite de
ustedes, estimados lectores ávidos de saber:
“Más allá del orden fenomenológico, más allá de las certezas
sensibles, está el interrogante en estado de erupción. ¿Qué hay
detrás de los espejos? Un enigma, una esencia y una demanda. Es
decir, un mito”.
Arnoldo
Liberman
¡Toma
castaña (o castaño)! Creíamos que el mito era otra cosa, cuando
Liberman lo había encontrado ya detrás del espejo de su cuarto de
baño. Y encima algún despistado dirá que escribe bien.
Qué
se puede esperar de un señor que en un -de nuevo, digamos-
ensayo sobre El holandés errante (publicado por el Teatro
Real y, más tarde, en el libro de la pasada temporada de Ibermúsica)
confundía repetidamente al Holandés con Daland, hablando de la relación
amorosa “Senta-Daland” como arquetipo comparable a “Tristán-Isolda”.
Muy lamentable.
Claro
que casi lo más grave de todo esto es la inclusión en el programa
de mano de las traducciones a las escenas ofrecidas en el concierto,
que aparecen sin firmar, ocultando vergonzosamente el anonimato
del -y lo creo firmemente- plagiador. En esto de las
traducciones se da un problema irresoluble, y es que cambiando unas
cuantas palabras de una traducción existente esto ya difícilmente
se puede probar como plagio. Tras cotejo con todas las traducciones
a mi disposición (y son unas cuantas), he verificado que el texto
castellano del primer acto de Walkyria que se dio en el programa
de mano es palabra por palabra la traducción correcta y profesional,
aunque falta de imaginación, que Miguel Sáenz realizó por encargo
del Teatro Real, y que ya originalmente y de forma incomprensible
no incluía ninguna acotación escénica. El texto de la “Escena de
la Inmolación” proviene básicamente de la traducción clásica de
Ángel Fernando Mayo, pero esta vez no palabra por palabra, sino
cambiando arbitrariamente algunas frases, afeando la muy notable
calidad literaria del original, eliminando toda acotación escénica
y destruyendo su asombrosa unidad de criterios lingüísticos (4).
Creo que no debería ser necesario recordarle a Ibermúsica que existen
unos herederos legales del patrimonio intelectual de Ángel Mayo,
a quienes han desplantado con esta absurda canallada. De la misma
manera, Miguel Sáenz podría reclamar sus derechos, porque además
su texto está publicado directamente, sin cambios que lo desfiguren.
Siempre
tiene que haber alguien que dé la nota disonante en una tarde tan
memorable como aquélla. Un gran concierto, y un anticipo de lo que
será un Anillo histórico, asumiendo que todo siga según lo
previsto en el inestable Bayreuth de los -forzosamente- últimos
años de mandato de Wolfgang Wagner. (5)
José
Alberto Pérez
(1)
Thielemann ha actuado en Madrid en dos ocasiones anteriores, ambas,
como ahora, en los ciclos de Ibermúsica. La primera, en 1999 con
la Philharmonia Orchestra, con una excepcional Cuarta de Brahms
que nos hizo entonces fijarnos en el buen hacer del joven berlinés.
Más tarde, en 2000, nos ofreció un curioso y excitante programa
Strauss-Puccini-Wagner acompañado de la misma orquesta que en esta
ocasión, la Orchester der Deutschen Oper Berlin, de la que ha sido
Generalmusikdirektor desde 1997 hasta su dimisión en mayo
de este mismo año 2004. Por lo que parece, Thielemann llevaba años
protestando a las autoridades de la ciudad-estado de Berlín para
que equipararan los sueldos de los músicos de su orquesta con aquéllos
de los de la Ópera Estatal, dirigida por Daniel Barenboim. Los bajos
sueldos propiciaron la partida de quince músicos, y Thielemann,
viendo mermada la calidad de su orquesta, dimitió en protesta por
la incompetencia de las autoridades políticas. Ha sido ahora nombrado
director titular de la Orquesta Filarmónica de Munich, en sustitución
de James Levine, a quien se cree enfermo, y heredando el testigo
de Sergiu Celibidache, quien la llevó a su cima.
(2)
Recuérdese la famosa anécdota de Hans Knappertsbusch, quien a la
pregunta de por qué siempre dirigía con partitura respondió aquello
de “Es que sé leer música”.
(3)
Recuerdo una entrevista relativamente reciente en la que Schnaut
decía pomposamente que su voz es muy grande y puede destacar por
encima de cualquier orquesta, y que está en su mejor momento. Me
viene a la mente la brillante frase de la acabada Norma Desmond:
“I AM big. It’s the pictures that got small”.
(4)
A modo de comprobación -no estoy inventando nada- incluyo
ahora unos cuantos ejemplos de la fechoría perpetrada con el texto
de Ángel Mayo:
“¡Fuertes
leños apiladme allí
en
la ribera del Rin!
Alto
y claro arda el fuego
que
devorará el cuerpo ilustre
del
más majestuoso de los héroes” (Traducción anónima en el programa
de Ibermúsica)
“¡Fuertes
leños
apiladme
allí
en
la ribera del Rin!
Alto
y claro
arda
el fuego
que
consumirá el noble cuerpo
del
héroe más augusto” (Traducción de Ángel Fernando Mayo, Turner 2003)
“Mi
herencia tomo ahora en propiedad…
¡Sortija
maldita! ¡Anillo terrible!
Cojo
tu oro, y lo cederé ahora.
Sabias
hermanas del fondo de las aguas,
hijas
sumergidas del Rin,
agradezco
vuestro consejo fiel.” (Traducción anónima, op. cit.)
“Mi
herencia tomo
yo
ahora en propiedad…
¡Sortija
maldita!
¡Terrible
anillo!
Cojo
tu oro,
y
lo cederé ahora.
Sabias
hermanas
del
fondo de las aguas,
del
Rin natatorias hijas,
os
agradezco el leal consejo.” (Traducción de Ángel Fernando Mayo,
op. cit.)
“¡Siente
tú también mi pecho, cómo se inflama;
claro
fuego me prende el corazón,
para
estrecharle, para, abrazada por él,
con
el más poderoso amor, ser su esposa!” (Traducción anónima, op. cit.)
“Siente
tú también mi pecho,
cómo
se inflama;
¡claro
fuego
me
abarca el corazón…,
para
estrecharle,
para
ser su esposa
abrazada
por él,
en
el más poderoso amor!...” (Traducción de Ángel Fernando Mayo, op.
cit.)
(5)
Por lo pronto, el esperado estreno de la producción tetralógica
del director de cine danés Lars von Trier ha quedado cancelado,
siendo sustituido casi in extremis -falta solamente
un año y medio- por el dramaturgo alemán Tankred Dorst. Veremos
en qué queda todo esto.
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