Richard
Wagner: El ocaso de los dioses. Heikki Siukola (Siegfried),
Bodo Brinkmann (Gunther/Alberich), Kurt Rydl (Hagen), Nadine Secunde
(Brünnhilde), Gabriele Mª Ronge (Gutrune/3ª Norna), Jane Henschel
(Waltraute/1ª Norna), Tatiana Davidova (Woglinde), Emilia Boteva
(Wellgunde), Mabel Perelstein (Flosshilde/2ª Norna). Dirección de
escena: Patrice Caurier y Moshe Leiser, realizada por John Fulljames.
Escenografía: Christian Fenouillat. Vestuario: Agostino Cavalca.
Iluminación: Christophe Forey. Bilbao Orkestra Sinfonikoa. Coro
de Ópera de Bilbao (Director Boris Dujin). Dirección musical: Gunter
Neuhold. Euskalduna Jauregia Bilbao, 22 de Octubre de 2002..
Con
estas representaciones de El Ocaso de los dioses ha concluido
la primera tetralogía de las temporadas de la Asociación Bilbaína
de Amigos de la Ópera (ABAO). No he asistido al Prólogo y las dos
primeras Jornadas, programadas en los tres años anteriores, por
lo que no puedo juzgar la coherencia de la producción del Gran Teatro
de Ginebra que se ha presentado en Bilbao. Por lo visto en este
Ocaso, da la impresión de que la propuesta de Patrice Caurier
y Moshe Leiser, con escenografía de Christian Fenouillat, equipo
responsable del bello Pelléas et Melisande ofrecido la pasada
temporada en el Teatro Real de Madrid, carece de ideas originales
rescatables. Criptosimbolismo ramplón (las Nornas tejiendo un rollo
de película), homenajes a los clásicos (esto de Chéreau,
aquello de Kupfer…), elementos que no pueden faltar en toda producción
moderna del Anillo (guardapolvos, persianas venecianas) y
alguna que otra “genialidad”, de la que luego se hablará.
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La
única concesión a Wagner tiene lugar en el Prólogo y en La Tercera
Escena del Primer Acto: hay roca, fuego, relámpagos. Pero ¡ay! las
Nornas manipulan torpemente un rollo de película y Siegfried viste
de calle, aunque porta espada y cuerno. La sala de los guibichungos
es un salón de diseño con sofá, sillones, lámpara de pie y un carrito
con bebidas, del que se sirven lingotazos Gutrune, Gunther y Hagen
mientras este último lía a los hermanos. Como no podía faltar en
una puesta en escena “moderna” del Anillo, la sala está dominada
por enormes persianas venecianas, a través de las cuales espían
la llegada de Siegfried.
El
Segundo Acto comienza en penumbra y tiene lugar en un estadio, en
cuyo centro se yergue un contenedor de basura. Hagen, siempre con
la gabardina (identidad de Hagen) puesta, está tendido en el suelo,
como un vagabundo. Aparece un extraño Alberich, un tullido greñudo
que se desplaza trabajosamente ayudándose con un par de muletas.
Mientras alecciona a Hagen, éste se sienta en el suelo, saca de
una bolsa de plástico verde (¡al menos no es del Eroski!) un bocata
envuelto en papel de aluminio. Todo contribuye admirablemente para
crear un clima de ensoñación y misterio. Alberich desaparece y Hagen
se interna en el túnel de vestuarios para accionar el interruptor
que enciende un par de columnas de poderosos focos (el amanecer),
al tiempo que recoge una imponente lanza que le dobla en altura.
A partir de ahí, un totum revolutum. Entra Gutrune vestida
por Pronovias, con ramo y todo, y Siegfried de chaqué. Los guibichungos/as
con un vestuario que parece adquirido en saldo de Burberrys. Brünnhilde
con un vestido rojo que me recuerda a Kathleen Turner en “Peggie
Sue se casó”, de Francis Ford Coppola. Las facciones y el porte
de Nadine Secunde acentúan la comparación. Gunther de esmoquin.
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Debo
confesar que, a pesar del panorama descrito, disfruté con este Segundo
Acto. Requirió un gran esfuerzo de adaptación a decorado y vestuario
tan disparatados, pero gracias sobre todo al excelente trabajo dramático
de la Secunde y a una eficiente dirección de actores, conseguí entrar
en la función por única vez. Ayudó bastante el que, durante el primer
intermedio, tras el Primer Acto, aproveché la desbandada de un nutrido
sector del público para sentarme en la Fila 4 de Platea. Aunque
la acústica de la sala es espantosa en esas primeras filas de platea,
puede apreciar mejor la escenografía y seguir con detalle la dirección
de escena. Musicalmente también se alcanzaron en el Segundo Acto
los mejores momentos.
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En
el Tercer Acto volvimos a lo convencional dentro del concepto “moderno”
de la escena. Las ondinas son fulanas que ocultan bajo sus gabardinas
cortas prendas más seductoras. El más bien torpe juego de seducción
desplegado por estas ondinas ante un hierático Siukola resulta cómico.
En la Segunda Escena, por único vestigio de bosque hay un tronco
seco, que yace caído. En el momento del asesinato de Siegfried,
que Hagen perpetra con una lanza más manejable que la del Segundo
Acto, éste entrega a Siegfried dos cuervos disecados, que toma de
la pila de piezas de caza abatidas que previamente han amontonado
en escena los guibichungos. Un detalle el de los cuervos que ya
aparecía en el Anillo escenificado por Chéreau en Bayreuth de 1976
a 1980. El mayor despropósito llega en la Tercera Escena: una plaza
rodeada de elevados edificios. Brünnhilde ordena a punta de pistola
que se levante la pira funeraria, que enciende a tiros. Al final,
se abre en el suelo un hueco rectangular por el que aparecen las
ondinas. La muerte de Hagen está mal resuelta; desde mi butaca en
platea daba la sensación de que fenecía de un infarto. Del techo
caen lentamente luces de neón, que desaparecen por el boquete abierto
en el suelo, un pueril hundimiento de la inexistente Sala de los
guibichungos. Mientras suena el tema de la redención por el Amor,
los figurantes se pasean por la escena vestidos de calle (¡parecían
sus propias ropas!), hablan por el teléfono móvil, y un pastor alemán
surge del proscenio, se acerca hasta el cuerpo de Hagen y lo olisquea.
Telón.
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El
reparto vocal fue bastante digno. Lo mejor con diferencia fue la
Waltraute de Jane Henschel: por voz, dicción y estilo. Superó sus
deficiencias físicas (Henschel es bajita y gruesa) y la crueldad
con su figura del diseñador de vestuario, para aportar emoción a
la escena de Waltraute del Primer Acto. Henschel encarnó también
a la Primera Norna, sin duda la más destacable del trío. Bien también
Kurt Rydl, de voz grande y muy seguro, aunque un punto plano de
matices expresivos. Nadine Secunde realizó una meritoria labor.
Con un material poco adecuado a su exigente parte, consiguió eludir
las dificultades con valentía, algunas tiranteces, pero sin llegar
al grito, tan habitual en recientes Brünnhildes. Se mostró además
como una excelente actriz, especialmente en el Segundo Acto. Heikki
Siukola no estuvo fino como Siegfried. Poseedor de una voz timbrada
y aparentemente inagotable, estuvo inseguro de emisión, titubeante.
En escena es un poste, apenas se mueve y, cuando lo hace, sus movimientos
son toscos. Decepcionante el Gunther de Bodo Brinkmann, de voz muy
gastada. En el Tercer Acto miraba insistentemente al director, esperando
sus entradas. Estuvo algo mejor como Alberich. Correcta Gabriele
Maria Ronge, de voz bella y volumen suficiente, como Gutrune. Peor
como Tercera Norna, corto papel en el que se mostró muy tirante
y gritona. Muestra de cómo están las cosas en el terreno de las
voces wagnerianas, esta soprano está cantando Sieglindes y Brünnhildes
por Europa, lo que me hace temer por su voz. Bien el coro masculino
en su corta intervención.
Gunther
Neuhold dirigió con competencia a una esforzada pero deficiente
Sinfónica de Bilbao. El director tiene oficio y conoce la partitura,
pero poco pudo obtener de una orquesta reforzada en la que apenas
se oían las cuerdas y los metales no empastaban.
El
firmante quiere agradecer a la Asociación Bilbaina de Amigos de
la Ópera (OLBE-ABAO) y a su fotógrafo Joseba Lopezortega, devoto
wagneriano, por su amabilidad al permitirme ilustrar esta crítica
con fotografías de la producción obtenidas en el ensayo general,
y hacérmelas llegar por correo electrónico.
Miguel
A. González Barrio
Noviembre
2002
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