Nueva
producción de Tannhäuser en Bayreuth
La
tarde del 5 de agosto tuve ocasión de presenciar en Bayreuth la
nueva producción de Tannhäuser, que tiene como director musical
a Christian Thielemann y como responsable escénico a Philippe Arlaud.
Ya había tenido ocasión de escuchar su estreno el día 25 por la
radio, así que iba un poco preparado para lo que podría ser (insisto
en que lo que suena por la radio rara vez coincide con lo que se
oye en el Festspielhaus).
Críticos
La
crítica tuvo alabanzas hacia Thielemann, hacia Friedrich y el coro,
y hacia Kwangchul Youn (Landgrave) y Roman Trekel (Wolfram), pero
también he leído verdaderas estupideces. Por un lado se ha hablado
de abucheos para Christian Thielemann al final de Tannhäuser,
probablemente debidos a “motivos más políticos que musicales”. Otras
versiones dicen, simplemente, que la gente creyó que había salido
Philippe Arlaud, y por eso, al darse cuenta de su error, cambiaron
enseguida los abucheos a aplausos.
No
deja de ser curioso que muchos presuntos críticos que dicen haber
estado allí repitan en sus crónicas los mismos gazapos; casualmente,
los incluidos en las notas de la agencia EFE: ¿por qué será? Entre
esos gazapos, destaca uno curioso: que los únicos directores franceses
que habían pasado por Bayreuth habían sido Pierre Boulez, Patrice
Chéreau y ahora Philippe Arlaud. Quizá estos listos sepan explicarme
si es que resulta que Jean-Pierre Ponnelle (director escénico del
primer Tristán de Barenboim en Bayreuth en 1981) es ucraniano
o algo así. Yo creía que había nacido en París, pero quién sabe...
¿Cómo
esperan esos críticos-loros, que repiten lo que oyen/leen sin siquiera
confirmar la información, ser tomados en serio?
La
música
El
principio de la obertura de Tannhäuser ya puso de relieve
que aquello no era lo normal. No se escuchó el habitual pianissimo
descafeinado a que nos tienen acostumbrados demasiados directores
actuales, sino un piano con cuerpo, un piano que comunicaba.
La entrada de los violonchelos fue de una calidez asombrosa. Y como
siempre, Thielemann estuvo magistral en sus retenciones de tempo,
como la que hizo justo antes del tutti orquestal con el tema
del coro de los peregrinos. Un Venusberg que combinó el erotismo
de las partes extremas con la ternura de la central desembocó en
un contenidísimo coro de los peregrinos. Las agilidades de los violines
nunca se habían oído tan bien: un tempo ligeramente más lento de
lo habitual en esta parte hacía perfecta la articulación, con las
ligaduras en su sitio. El final de la obertura fue realmente grandioso
y conmovedor. Había que contenerse para no estallar en aplausos.
Toda
la escena con Venus y la entrada coral también tuvieron un resultado
estupendo (incluida una versión “diferente” del solo del caramillo
del pastor). El concertante del final del primer acto fue el único
momento en el que Thielemann no logró mantener la tensión. No obstante,
en el segundo acto se mostró muy convencido y logró convertir la
“Entrada de los invitados” (un pasaje tildado en muchas ocasiones
de “trivial”) en una pieza magistral, con una majestuosidad inaudita.
El coro, gracias a la disposición espacial (que detallaré más adelante),
sonó estupendamente. Y en el concertante del final de este segundo
acto sí que no decayó la tensión, sino todo lo contrario.
El
tercer acto no tuvo desperdicio en lo orquestal. Desde la ternura
y el lirismo para las intervenciones de Wolfram y Elisabeth hasta
la tensión del Venusberg, pasando por la grandiosidad de
las partes corales, fue magnífico. El final de este Tannhäuser
ha sido una de las mayores impresiones artísticas de mi vida, conmovedor
al máximo.
En
los cantantes, debo confesar que me extrañaron mucho las críticas
favorables (incluso de críticos en los que creo) hacia Roman Trekel
(Wolfram) y Kwangchul Youn (Landgrave). Trekel ya hizo en su día
un pobre Heraldo en la producción actual de Lohengrin en
Bayreuth, y su Wolfram me pareció totalmente falto de lirismo, además
de un timbre poco grato y una voz pequeña. Su romanza del lucero
vespertino apenas se podía aguantar, sobre todo con el recuerdo
de la reciente grabación de Thielemann con Thomas Quasthoff. No
me gustó nada. Algo parecido se puede decir de Kwangchul Youn: forzadísimo
en los extremos, su Fa grave es un auténtico eructo, escasamente
audible. Difícilmente se puede catalogar a eso de bajo profundo.
No me convenció en absoluto. Ricarda Merbeth tampoco reunía las
características para Elisabeth: su voz era chillona y desagradable,
ya empezó mal en el aria “Dich, teure Halle” y la cosa fue a peor.
Su plegaria resultó aburrida; poco pudo hacer Thielemann, salvo
acompañarla con cuidado. Evgenia Grekova tampoco tuvo voz de pastorcillo,
precisamente.
En
cambio, los comprimarios estuvieron muy solventes, destacando de
nuevo el tenor Clemens Bieber (Walther von der Vogelweide). Barbara
Schneider-Hofstetter (Venus) hizo una labor que fue de menos a más,
especialmente en el tercer acto (aunque esto quizá se debió al montaje
escénico), con lo cual dejó una buena impresión. El tenor Glenn
Winslade, que por la radio sonó inseguro y con cierta emisión estrangulada,
en vivo constituyó para mí la sorpresa de la velada: una voz bastante
grande, capaz de afrontar tanto lirismo como dramatismo, y con una
interpretación convincente. Si logra afianzarse en la temible tesitura
vocal del personaje, podría tener buen futuro en este repertorio.
Pero
sin duda lo mejor de esta representación fueron los coros, maravillosamente
preparados por Eberhard Friedrich. Ambos, junto con Thielemann,
fueron quienes se llevaron los mayores aplausos del público.
La
escena
La
primera buena noticia: la obertura se hizo a telón cerrado. ¡Bien!
¿Sería decisión de Philippe Arlaud o sería porque Thielemann se
niega a dirigir preludios y oberturas “escenificados”? Sea como
sea, enhorabuena por la idea.
Cuando
vi el decorado para el Venusberg, me temí lo peor: un panel
vertical de color oscuro, con un hueco cuadrado enmedio, como si
fuera el marco de una puerta. En la base de ese marco, una plataforma
cuadrada de color rojo (como el vestido que lleva Venus), flanqueada
a ambos lados por unos montículos de color azul claro (¿la playa?).
Por el hueco del marco se adivinan, más al fondo, ciertas superficies
inclinadas sobre las que más tarde aparecerán más ninfas y náyades.
Venus casi siempre aparece acompañada de tres mujeres que se supone
serán las Tres Gracias. La dirección de actores estuvo basada casi
siempre en movimientos comedidos en las escenas más amorosas y tiernas
(Venus y Tannhäuser, las de Elisabeth), y en movimientos más ágiles
pero ordenados en las multitudes. Me pareció solvente.
Cuando
Tannhäuser pronuncia el nombre de la Virgen María, todo el Venusberg
se eleva en una pieza hasta desaparecer, y desciende una curiosa
construcción que emula una caverna. Consta de cuatro paneles concéntricos
(el más pequeño al fondo), planos en el suelo y semicirculares en
las paredes y el techo. El diseño me pareció muy bien pensado, ya
que ayudó a la proyección de las voces, y daba bastante juego con
diferentes luces y proyecciones. En este primer acto, apareció lleno
de amapolas (me recordó a los paisajes de Holanda), incluso en las
paredes y el techo, sobre fondo verde. Muy colorista. Al fondo,
tras el último panel (que figuraba ser la entrada de la cueva) se
veía siempre el cielo, con una iluminación diferente. Los peregrinos
llegaban por la entrada de la cueva, rezaban frente a una cruz que
había en un lateral y se metían por debajo del último panel (la
perspectiva estaba tan lograda, que daba la impresión de que se
metían en el foso de la orquesta). En ese decorado aparecen también
el Landgrave y su séquito. La caracterización de algunos personajes
me pareció un poco simple: Heinrich der Schreiber siempre iba con
un libro bajo el brazo (“Schreiber” quiere decir “escritor”), y
Biterolf siempre exhibía demasiado ostentosamente su carácter pendenciero.
El
segundo acto tuvo como decorado único una sala enorme con una gruesa
columna ligeramente inclinada. (Seguro que habrá alguien que lo
llamará símbolo fálico; cuando hay un cilindro de gran tamaño, no
falta quien lo llame símbolo fálico). La sala estaba limitada por
tres escalones semicirculares en su planta baja y luego por gradas
altas en tres diferentes niveles. El coro se distribuía por las
gradas y los escalones, durante la “Entrada de los invitados”, que
me pareció muy bien dirigida escénicamente. Esa disposición del
coro hizo que sonara “parsifaliano”.
En
el tercer acto se volvió al decorado de la cueva hecha de paneles
concéntricos. Aquí pasó del color verde inicial (coro de los peregrinos)
a uno más azulado (plegaria de Elisabeth), mientras la luz se iba
haciendo más lateral y el fondo se oscurecía, dando la impresión
de anochecer. La salida de Elisabeth casi se produjo a cámara lenta,
pero casi lo prefiero así, antes que las soluciones tipo Götz Friedrich,
que consisten en convertir a los seres humanos en reptiles y hacerlos
salir arrastrándose, dando lugar a la situación grotesca que citó
Ángel-Fernando Mayo: Wolfram le decía a Elisabeth “Elisabeth, ¿puedo
acompañarte?” y un crítico se preguntaba si se puede decir tal cosa
a una mujer que se marcha arrastrándose.
Cuando
llega Tannhäuser, sigue la iluminación blanca lateral, hasta que
llega Venus, momento en el que vuelve la luz con tonos rojizos.
Aquí empecé a notar la gran ayuda que los paneles concéntricos eran
para las voces. Venus, pese a que estaba muy por detrás de Glenn
Winslade y Roman Trekel, destacaba por encima de los dos. Supongo
que los paneles deben de tener algunos orificios superiores por
los que la voz sale hacia arriba resonando por la cúpula del teatro.
El efecto es buenísimo.
Sin
embargo, tal efecto se transformó en verdadera magia artística después
de que el coro trajera el cadáver de Elisabeth y llegaran los jóvenes
peregrinos anunciando el florecimiento del báculo papal. Las voces
femeninas se fueron agrupando en la parte central del escenario,
de forma que su sonido se proyectaba frontalmente hacia el público.
Las voces masculinas, en cambio, se agruparon en los laterales y
(no sé cómo lo hicieron) pero sus voces se proyectaban hacia arriba
por los orificios de los paneles y resonaban por dentro del teatro.
Pero ambos grupos estaban perfectamente proporcionados y el resultado
fue de lo más grande que he oído en mi vida: por todo el teatro
se oía el sonido de timbre amortiguado (que no de volumen) de los
hombres cantando la redención de Tannhäuser, mientras las voces
que cantaban “Aleluya” llegaban directamente. ¡¡Mágico!!
Conclusión
Aunque
el reparto no fue homogéneo, el resultado estuvo muy bien, gracias
a un protagonista convincente y una orquesta y unos coros que hicieron
las delicias del público. Desconozco si la idea de los paneles que
ayudan a las voces fue idea de Philippe Arlaud o Thielemann trabajó
con él para ello, pero sólo por ese final de la obra ya vale la
pena ver este Tannhäuser en Bayreuth.
Así
que a este Tannhäuser le pasa lo que al buen vino: sabe bien
ahora, pero seguro que dentro de unos años será sublime. Si pensamos
en cómo Thielemann ha ido superándose desde su fantástico debut
en Maestros cantores en el año 2000, no puedo más que esperar
con ansia las representaciones de este Tannhäuser en años
venideros.
Germán
Rodríguez
Septiembre
2002
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