El
miércoles 25 de julio todos los que estábamos escuchando
Radio Clásica (y todos los que pudieron escuchar, de una
forma u otra, el Festival de Bayreuth) fuimos testigos de un prodigio.
En el podio había un verdadero director wagneriano que dio
una lección de cómo transmitir la comedia humana del
genio de Leipzig.
Sólo
la obertura ya nos permitió prever la maravilla de dirección
que íbamos a escuchar. Con un tempo un poco más ligero
que el año pasado, Thielemann destacó todo los motivos
y expuso de forma clarísima la arquitectura de esta obertura,
con un poder narrativo absolutamente convincente, sin los complejos
de otros directores; todo esto sin ablandar el sonido y consiguiendo
un empaste perfecto. Es obvio que los músicos de la orquesta
del Festival se emplearon a fondo con un director al que respetan
y admiran (de esto tengo testimonios de primera mano). El único
momento en que a Thielemann pareció írsele la cosa
un poco de las manos fue la parte central del concertante del primer
acto, pero afortunadamente el desajuste apenas duró. En general,
la dirección musical fue menos solemne que el año
pasado, pero eso no quiere decir que fuera peor, ya que Thielemann
supo ofrecer una versión cargada de vida y alegría.
Su ya famosa pausa en el "Wach auf" no fue este año
tan larga, pero siguió teniendo gran aliento y enorme poder
comunicativo. Y por supuesto, al final volvió a hacer que
el coro alargara la última nota durante cuatro compases (es
decir, hasta que terminan las figuras motívicas en la orquesta)
en vez de uno. En definitiva, este año parece incluso haber
superado su fenomenal actuación del año 2000.
En
cuanto a los cantantes, mi juicio está afectado por el sonido
de las retransmisiones de Radio Clásica, que, como he podido
comprobar, tiene poco o nada que ver con lo que se oye en el Festspielhaus:
el sonido por la radio es metálico, y los micros favorecen
claramente a los cantantes, quienes parecen tener el doble de voz
que en realidad tienen.
Robert
Dean-Smith estuvo mucho mejor de lo que lo recordaba e hizo un buen
Walther, ciertamente con no mucho lirismo ni exquisitez, pero sí
lleno de gallardía y juventud; es bastante, para los tiempos
que corren. Su "Canción del premio" fue bastante
mejor que la del año pasado, con más aliento y mayor
convicción. Clemens Bieber fue un David falto de seguridad
y con un timbre no muy grato al oído. Lamento decir que la
Eva de Emily Magee me pareció sensiblemente peor que cuando
la vi allí en 1998 y me dio la impresión de que un
principio de vibrato constante se está empezando a asentar
en su garganta; sería una pena. La Magdalena de Michelle
Breedt fue solvente en un papel que, por lo demás, tampoco
destaca mucho.
Robert
Holl hizo un Sachs achacoso, pues su voz posee un ruido que la hace
sonar avejentada. Este año, su interpretación de un
Sachs "muy humano" (como dice Thielemann) no logró
evitar que su feo timbre nos cansara. Por desgracia, no parece haber
muchas opciones buenas para Sachs actualmente (excluyo aquí
conscientemente al excelente bajo-barítono Thomas Quasthoff,
quien por razones obvias nunca ha cantado en escena). Andreas Schmidt,
en cambio, fue un Beckmesser muy logrado: un verdadero pedante,
un personaje de comedia al que no hay que redimir, puesto que es
la contrapartida dramática de Hans Sachs y de Walther von
Stolzing, y no un símbolo de no sé qué oscuras
intenciones de Wagner. Thielemann lo entiende así, puesto
que para él la música es arte y no política
(¡cuán wagneriana es esta afirmación!) y quizá
por eso Andreas Schmidt tiene con Thielemann matices que con otros
directores no aparecen.
El
Pogner de Guido Jentjents me pareció insuficiente, no ya
porque la voz fuera brusca, sino por su canto poco musical. Del
Kothner de Hans-Joachim Ketelsen se puede decir lo mismo: su lectura
de las reglas de la tabulatura fue tosca. El resto de la corporación
de maestros me pareció solvente.
Por
último, el coro y la orquesta, como siempre, absolutamente
magníficos. En definitiva, Bayreuth ha encontrado el milagro
en el arte de Christian Thielemann, que ha sido capaz de devolver
a la música de Wagner el esplendor, el calor y el carácter
que necesitaba. Ha sido una pena que no todo el elenco estuviera
a la altura. Pero al menos, en "Maestros cantores", creo
que Thielemann no tiene rival hoy en día. Y estamos hablando
de un director jovencísimo, sólo 41 años. Habrá
que ver cómo suena su "Parsifal" el día
3 de agosto.
Germán
Rodríguez
Agosto
2001
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