Cuando
subí a la planta novena del Teatro Real, la tarde del día 30 de
junio, bullía en mi cabeza una mezcla de sentimientos. Por un lado,
estaba nervioso, deseando que el acto saliera bien y estuviera a
la altura del homenajeado y de las expectativas de sus familiares.
Por otro, todavía pesaba el recuerdo de Ángel Mayo, aumentando la
nostalgia del momento. Al llegar allí, me alegré al ver que la sala
se iba llenando poco a poco.
A la
derecha de la escalera, sobre una mesa, se podían ver algunos de
los muchos libros escritos o traducidos por Mayo: la nueva edición
de la biografía de Wagner escrita por Martin Gregor-Dellin, la traducción
de Ópera y drama que editó la Junta de Andalucía, varios
programas de mano para el Teatro Real, el Palau de la Música de
Valencia y otros.
En
la sala, dos grupos de sillas para los asistentes con un pasillo
enmedio. En primera fila se sentaron los familiares y algunos de
los participantes en el homenaje. Frente al público había una mesa
grande en la que se sentó Fernando Peregrín, que hizo las veces
de presentador del acto. A su lado, había otra silla y otro micrófono
para los invitados que iban a hablar.
Tras
una espera de cortesía, la sala resonó con los “Adioses de Wotan”
en la voz de Hans Hotter y, cómo no, dirigidos por Hans Knappertsbusch
(versión de Bayreuth, 1956). Estuvimos gozando esa música precisamente
hasta la melodía favorita de Mayo: “Der Augen leuchtendes Paar...”.
Entonces Fernando Peregrín empezó a hablar de Ángel Mayo, explicando
la relación entre lo que habíamos escuchado y la persona del homenajeado.
Luego dio paso a Inés Argüelles, gerente del Teatro Real, quien,
pese a no haber tratado mucho a Mayo, le hizo justicia con su agradecimiento,
dejando –según sus propias palabras– que quienes le conocían mejor
ocuparan ahora su sitio para recordarle todos.
Estaba
previsto que hablara Emilio Sagi, director artístico del Teatro
Real, pero no pudo acudir porque tenía que trabajar en Trieste;
por ello, dejó escritas unas líneas y fue Fernando Peregrín quien
las leyó en su nombre. En esas líneas, Sagi recordaba la ilusión
con que Ángel esperaba su salida del hospital, para tratar de futuros
proyectos en común, y lamentaba que la cita hubiera quedado cancelada
para siempre.
A continuación,
Fernando Peregrín habló de las peregrinaciones a Bayreuth que Ángel
llevó a cabo. Algunos de sus amigos se iniciaron en el viaje a la
Colina Verde bajo su tutela y uno de ellos fue Alfredo López-Vivié,
quien tenía que haber acudido al homenaje, pero un intolerable retraso
en el avión se lo impidió. Gracias a la tecnología, los encargados
del homenaje recibieron el texto de López-Vivié y escogieron para
su lectura a quien escribe estas líneas. En mi descargo diré que
recibí el encargo unos 10 minutos antes de empezar el acto; el texto
era divertidísimo y espero que mi lectura le hiciera justicia, pese
a los momentos en que se me trabó la lengua. Sólo destacaré una
frase que López-Vivié escuchó a un ingeniosísimo Juan Lucas, cuando
este se inició también en los Festivales de Bayreuth: “¡Es que venir
a Bayreuth con Ángel es como ir a La Meca con Jomeini!”. El público
asistente se rió mucho con la ocurrencia.
Seguidamente,
Fernando Peregrín presentó a Santiago Salaverri, quien acudía, además
de como amigo personal de Mayo, como representante de los Amigos
de la Ópera de Madrid. Un emocionado Santiago Salaverri nos habló
de cómo el homenajeado vivía los dramas humanos no sólo de las obras
de Wagner, sino también las de todas esas otras obras que él también
conocía muy bien. Salaverri citó Capriccio, Der Rosenkavalier,
Der Freischütz o Peter Grimes.
Después,
Fernando Peregrín presentó a Albert Vilardell, que vino en representación
de los Amics del Liceu. Vilardell puso a Mayo como ejemplo de concordia
y unión entre madrileños y catalanes. Al final de su intervención,
emocionado, añadió que “detrás de un gran hombre siempre hay una
gran mujer” y tuvo una mención especial para Pilar Alesón, la esposa
de Ángel Mayo.
Entonces
se escucharon los compases del pasodoble “Suspiros de España”. Pilar
González del Valle, Marquesa de la Vega de Anzo y presidenta de
la peña taurina “Los de José y Juan” (a la que Mayo pertenecía),
hizo una encantadora exposición de las ideas de Mayo sobre la relación
entre la música y los diferentes estilos de toreo.
Luego,
Fernando Peregrín habló de la labor de Ángel en los medios de comunicación
musicales. No se podía obviar su importante labor como subdirector
de la revista Ritmo desde 1976 hasta 1981. Antonio Rodríguez Moreno,
presidente de dicha publicación, no pudo estar presente, pero pidió
que se leyera en su nombre el editorial del número de julio de la
revista, donde daba un emocionado adiós a Mayo.
Tras
la lectura de este texto, subió al estrado Juan Lucas, director
de Diverdi. Visiblemente afectado, rememoró varios momentos de sus
vivencias con Ángel Mayo. Debo reconocer que cualquiera que hubiera
conocido a Mayo en persona se debió sentir identificado con Juan
Lucas y conmovido por su palabras. Yo, por supuesto, no fui menos.
La devoción que Mayo despertaba gracias a su pasión y su conocimiento
queda clara con estas palabras de Juan: “No entiendo mi vida reciente
sin su reconfortante cercanía y me aterra pensar que, a partir de
ahora, cada vez que tenga una duda o un momento de flaqueza, ya
no podré agarrar el teléfono para llamar a Ángel”. Un sentimiento
que compartíamos más de uno de los allí presentes. Por cierto, Juan
Lucas trajo unos cuantos ejemplares del boletín de Diverdi de julio,
el que contiene la última colaboración de “Aefeéme”, como él mismo
se describía. La portada está dedicada íntegramente a él: una foto
de Ángel Mayo frente a la tumba de Wagner, con sólo las palabras:
“Hasta siempre, Ángel”.
Siguió
una charla de otro gran amigo de Mayo: Xoán M. Carreira, quien habló
del rigor con que el homenajeado se aplicaba a sus libros y a sus
traducciones, de su forma de enfocar la experiencia estética y de
su valor como estudioso musical. Todo esto constituía una valiosa
fuente de aprendizaje... para Carreira y para quienes le conocimos.
Sonó
a continuación la obertura de El murciélago de Johann Strauss,
dirigida por Knappertsbusch. Esta era la sintonía que Mayo escogió
para el que fue su última serie de programas en la radio: “Kna en
el siglo XXI”. Esto dio pie para presentar a Arturo Reverter, quien,
como director de Radio 2, introdujo a Mayo en el mundo de la radio.
Reverter mostró su admiración hacia quien fue no sólo un gran maestro
en lo wagneriano, sino también uno de sus amigos más antiguos (se
conocieron cerca de 1963). Esta intervención se cerró con el capítulo
de agradecimientos con el que Ángel Mayo despidió su programa “Kna
en el siglo XXI”. Personalmente, oír a Ángel diciendo a los oyentes:
“Hasta siempre” en ese momento, me emocionó bastante.
A continuación
se oyó la “Farruca” de La del manojo de rosas, de Pablo Sorozábal.
Esto sirvió como introducción para que Andrés Amorós, director general
del INAEM, hablara sobre Mayo y la cultura popular española, de
la que Mayo también era un gran defensor.
El
himno antiguo del Real Madrid dio la entrada a Fernando García Alonso,
para que comentara la pasión que Ángel Mayo sentía como forofo del
Real Madrid. García Alonso empezó justificando la elección del himno
antiguo, en vez del nuevo, lo que consiguió la hilaridad del público.
También habló de la devoción que Mayo sentía hacia Puskas y de cómo
sus esperanzas actuales (aunque ya no gustaba demasiado del fútbol
actual) se dirigían hacia Guti. Parece ser que llegó a afirmar que,
si Guti se marchaba a algún equipo inglés, él se pasaría también
a la Liga inglesa.
Sonaron
seguidamente los valses de El caballero de la rosa. Fernando
Peregrín nos recordó que a Ángel no sólo le gustaba Wagner y que
esta obra, concretamente, no sólo le emocionaba hasta las lágrimas,
sino que la tradujo “como nadie” (Peregrín dijo haber disfrutado
más la versión de Kleiber cuando la vio en vídeo con los subtítulos
de Mayo que cuando la vio en vivo en Viena) y además fue una de
las músicas que escuchó durante sus últimas horas en el hospital.
Tras mencionar la desconfianza que Mayo sentía hacia las “sectas
wagnerianas”, Peregrín presentó a Miguel Ángel González, habitual
colaborador de Wagnermanía, quien iba a hablar en representación
del “wagneriano de a pie”. Miguel Ángel basó su intervención en
una hermosa metáfora que partía de la frase de Wotan a Sigfrido:
“con el ojo que a mí me falta ves tú este otro que me quedó”; el
wagneriano de a pie veía también a Wagner a través del ojo que Ángel
Mayo nos dejó en forma de traducciones y artículos. Miguel Ángel
cerró su intervención con el coral “Wach auf!” de Maestros cantores,
en la versión que tanto impresionó a Mayo cuando lo escuchó en vivo:
la de Thielemann en Bayreuth en el año 2000.
El
último invitado a hablar fue Joaquín Torrente, quien dio una interesante
charla sobre el sentido de la ética en Ángel Mayo, que hizo que
quienes le conocíamos nos sintiéramos identificados con sus palabras
y asintiéramos continuamente, recordando la personalidad del homenajeado.
Por
fin, Fernando Peregrín dejó la mesa e invitó a la mujer de Mayo,
Pilar Alesón, a cerrar el homenaje contándonos el mejor recuerdo:
un fragmento de su intimidad. Ella empezó dando las gracias a los
presentes y también a todas aquellas personas que, incluso sin tener
relación personal con ellos, le habían mostrado su condolencia.
Por último, leyó una especie de juego que hacía con sus hijas, en
el que iba describiendo los rasgos de su personalidad (Rasgo principal
de mi carácter, Cualidad que prefiero en el hombre, Cualidad que
prefiero en la mujer, etc.), que él conservó en su mesa de trabajo
desde 1984. Si, como dicen, un hombre inteligente es aquel que se
conoce a sí mismo, entonces hay que concluir que Ángel Mayo tenía
una inteligencia fuera de lo común, porque se describió de forma
acertadísima. Tanto que, tan pronto Pilar Alesón, terminó, los asistentes
estallamos en un espontáneo aplauso generalizado.
Sólo
entonces ella perdió su fortaleza y se emocionó; pero debo reconocerle
su enorme entereza; no creo que yo hubiera podido leer eso sin que
se me quebrara la voz y ella lo hizo. Como dijo Vilardell, “detrás
de un gran hombre siempre hay una gran mujer”. Sé que Mayo estaba
muy orgulloso de su mujer y estoy seguro de que habría estado orgulloso
de verla en ese momento, con esa fuerza interior.
Al
acabar el homenaje, mientras todos nos acercábamos a los familiares
de Ángel Mayo, sonó el Idilio de Sigfrido, dirigido por Knappertsbusch.
Germán
Rodríguez
Julio
2003
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