Número 276 - Zaragoza - Diciembre 2023
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Veinte años sin Ángel-Fernando Mayo

Cuesta creer que ya haga veinte años desde que perdimos a la “voz española de Wagner”. Muchas cosas han cambiado desde entonces, cosas que a muchos de nosotros nos parecían imposibles, pero que Ángel Mayo, con su habitual perspicacia, supo prever. Cuando cerró el prefacio de la segunda edición de su guía Wagner, ya dijo que “sería la última que hiciera”, no por ningún presentimiento fúnebre, sino porque él se sabía ajeno a las nuevas tecnologías y sabía que estas iban a hacerse con el mercado de la información y la divulgación. Él mismo me lo dijo cuando le pregunté por qué estaba tan seguro de que no habría una tercera edición: pensaba que todo iría por internet o por libros electrónicos, algo que a él no le interesaba nada. No obstante, no renunciaba a la información de la red que tanto su abnegada esposa como sus fieles seguidores le pudiéramos pasar y siempre se mostró agradecido por ello a sus “corresponsales wagnerianos”.

A veces me pregunto qué habría pensado él de las redes sociales, y presumo que habría respondido con un lacónico: “No me interesa”, horrorizado por la banalidad del medio y de la información tan fragmentada y manipulada en Facebook, Twitter o Instagram. Por otro lado, creo que habría estado encantado de disponer en YouTube de todos esos clips con ensayos de sus cantantes y directores favoritos, o de documentales y programas culturales de la televisión alemana, entrevistando a toda la estirpe de cantantes del entonces denominado “Nuevo Bayreuth”.

Le sigo echando de menos, no sólo por su colosal esfuerzo para divulgar la obra wagneriana en español, no sólo por ser un generoso amigo y excelente mentor, sino porque no he conocido a otro wagneriano que tuviera esa pasión y la irradiara: no sólo disfrutaba con Wagner, sino que transmitía ese amor, esa felicidad, ese entusiasmo. Escuchar discos o ver vídeos con Ángel era una experiencia única: aunque conocieras la grabación de memoria, su presencia lo convertía en algo distinto. Él, sentado en su butacón frente a la mesa camilla; yo, sentado en un sillón a su lado; de repente, un matiz especial de un cantante o un fraseo excepcional en la orquesta y entonces levantaba su mano, alzando ligeramente su dedo índice y te miraba: sabías que estabas escuchando algo especial y él contribuía a hacértelo incluso más especial.

Por eso, podemos seguir teniendo excelentes traductores de las obras de Wagner, podemos seguir teniendo grandes investigadores y divulgadores del “mago de Bayreuth”, pero creo que será difícil encontrar a alguien que reúna esos talentos y al mismo tiempo tenga ese enorme carisma, capaz de contagiar a los demás lo mucho que él disfrutaba con Wagner.

Germán Rodríguez

junio 2023