La pasión de Luis II de Baviera por las artes no fuera meramente contemplativa. No se limitó a las representaciones privadas de las obras de Wagner que organizó para sí mismo. Ni tampoco al diseño idealizado del castillo de Neuschwanstein, repleto de referencias wagnerianas.
El monarca también se animó en su juventud con el diseño de cerámicas, y buena prueba de ello fue una copa que pintó con motivos de Lohengrin, y que regaló a Wagner, el autor de la ópera, el 22 de mayo de 1865, con ocasión de su 52 cumpleaños, pocos días antes del estreno en Múnich de Tristán e Isolda.
Wagner guardó la vasija en Wahnfried, su casa en Bayreuth, y a su muerte fue custodiada por sus herederos. En 1945, la villa fue bombardeada por el ejército americano en las postrimerías de la II Guerra Mundial y la cerámica real fue destruida.
Pero ahora un fragmento de la cerámica, que se creía completamente perdida, ha reaparecido en Bruselas de la mano del organero Patrick Colon, quien la recibió de un amigo de “Juana de Arco”, como así la llamaban, una mecenas de Bayreuth y gran amiga de Wieland y Wolfgang Wagner, quienes le dieron los restos de la vasija en 1949.
En el trozo que ha llegado a nuestros días, se puede ver el diseño que hizo Luis II representando la escena del balcón del segundo acto de Lohengrin, con Elsa, Ortrud y Telramund; así como un cisne blanco sobre fondo dorado en el interior de la copa.
junio 2018 |