Plácido
Domingo, Robert Brubaker (Siegmund), Alan Titus, Peteris Eglitis
(Wotan), Philip Ens (Hunding), Waltraud Meier, Michaela Schusterm,
Jean-Michèle Charbonnet (Sieglinde), Luana de Vol, Jean-Michèle
Charbonnet (Brünnhilde), Lioba Braun (Fricka), María
Rodriguez (Gerhilde), María Rey-Joly (Ortlinde), Linda Mirabal
(Waltraute), Andrea Böing (Schwertleite), Heike Gierdhart (Helmwige),
Catherina Keen (Siegrune), Mariseille Martínez (Grimgerde),
Margaret Thompson (Rossweisse). Directores Musicales: Peter Schneider,
Nir Kabaretti. Director de escena: Willy Decker. Escenógrafo:
Wolfgang Gussmann. Figurinista: Wolfgang Gussmann, Frauke Schernau.
Teatro Real de Madrid. 5, 7, 8, 10, 11, 13, 14, 17, 20, 23 de marzo
de 2003.
El
abajo firmante asistió a tres representaciones distintas los días
8, 11 y 20.
Comencemos
comentando la dirección musical de Peter Schneider. No guardaba
muchas sorpresas. Se limitó a su habitual función: ocuparse de que
todo estuviera más o menos en su sitio, aportando muy poca o ninguna
imaginación, y menos inspiración aún. La bellísima partitura quedó
así deslucida, carente de gran parte de su brillo y dramatismo.
De
todas maneras nos queda Schneider para rato: terminará el Anillo,
y tengo entendido que tiene firmados unos Maestros y un Lohengrin
en este Teatro para las próximas temporadas.
La
cuerda sonó bastante pobre al no estar reforzada, lo contrario que
el metal, que sonó un punto estrepitoso en algunos momentos. Las
arpas se redujeron a dos, cuando la partitura indica seis. En cualquier
caso, la Sinfónica de Madrid no es un lujo.
No
tuve ocasión de escuchar la labor del otro director, Kabaretti.
Comenzando
con los solistas, el primero de la lista es Plácido Domingo. Tras
unos meses de convalecencia debido a una grave afección vocal que
le obligó a cancelar todos sus compromisos en 2003 hasta esta Walkyria,
el divo madrileño no ofreció tampoco grandes sorpresas. Su voz sigue
siendo muy bella y grata al oído, oscurecida por la edad.
Su
emisión no era limpia ya desde su entrada al comienzo del primer
acto, forzando la voz, nasalizándola y proyectándola en la cabeza.
Fue apurado todo el tiempo, en parte debido a su nulo dominio de
la vocalidad del idioma alemán, cantando solamente una sucesión
de vocales más o menos ligadas, olvidando completamente las dobles
consonantes y los finales de palabra. Resulta bastante curiosa su
pronunciación del nombre de su personaje, algo así como “Igmun”.
Alguien que escuchó la función por radio me ha dicho que se escuchaba
muy claramente al apuntador (supongo que desquiciado) antes que
Domingo dijera una frase.
Al
final del primer acto se le veía muy nervioso, atropellándose al
cantar, viendo llegar el temido La agudo de “So blühe denn Wälsungenblut!”
(“Florezca así la sangre de los welsungos”).
Como
actor bastante deficiente: rostro trágico estándar durante toda
la función, sin matices. Supongo que es difícil actuar cuando no
se tiene la menor idea de lo que se está diciendo.
Su
mejor momento vino en el segundo acto, en el anuncio de muerte (el
Todesverkündigung). Es una escena que le va mucho al color
baritonal de la voz de Domingo, que le facilita la articulación
del texto al contener frases lentas y reposadas. Realmente le quedó
muy bien, pese al acompañamiento plúmbeo de Schneider.
El
otro Siegmund, el estadounidense Robert Brubaker, posee,
para mi gusto, una voz sin demasiado interés, más de Mime que de
Siegmund, ligera y muy poco lírica, si bien con un volumen apreciable.
Unido a una presencia escénica nula, su mejor momento como actor
se materializó en la tórrida escena en que convirtió el final
del primer acto, cuando se abalanzó sobre una sorprendida Jean-Michèle
Charbonnet (Sieglinde),
separándola los muslos de un rodillazo. Muy poético.
El
mejor de todo el reparto masculino fue sin duda el barítono estadounidense
Alan Titus, que compuso un Wotan para el recuerdo. Se nota
su solvente dominio del alemán y su estudio del drama, dominando
el papel en todo momento.
Pese
a sus evidentes deficiencias en todo el registro grave, con un Fa1
inaudible, posee un brillo muy bello en el agudo. Su emisión es
algo nasal, no del todo limpia, aunque su potencia vocal es enorme,
alcanzando un volumen terrible, conservado hasta el mismo final
de la función. A falta de un genuino bajo-barítono, un buen barítono
de voz ancha como Titus, capaz de mantener la línea de canto y hacer
frente con solvencia a la prueba de los agudos, se agradece mucho
en estos días.
No
tuve ocasión de ver a Peteris Eglitis, Wotan en tres funciones,
aunque las referencias que me han dado no son muy buenas.
El
Hunding de Philip Ens fue honesto, aunque muy mejorable. La voz
suena cavernosa, pero no es un bajo auténtico. Pese a que el papel
de Hunding no sea muy abundante en graves –está escrito para un
bajo no profundo, por encima del Sol 1 en todo momento--, Ens claramente
se quedaba muy corto. Como actor tampoco era una maravilla, aunque
las limitaciones puestas por el director de escena no dieran para
mucho más: Hunding cayó aquí en el estereotipo del vulgar maltratador
casero, sin mostrar que se mueve por honor y tradición, no porque
sea intrínsecamente “malo” (opino que nadie lo es en todo el Anillo,
ni siquiera Hagen que ha sido criado para su función maléfica
, pero obedece a su propia ambición).
|
Lo
mejor por supuesto fue la actuación magistral de Waltraud Meier
como Sieglinde. Consumada actriz, increíble cantante-intérprete.
Nos brindó una grandísima encarnación del personaje. Quizá su voz
no brille hoy como ayer, pero su talento es inmenso. El agudo es,
como siempre, tremolante pero seguro y afinado, sin gritos. El registro
central es puro terciopelo.
En
el primer acto se reservó, quizá para no hacer sombra a un Domingo
inseguro y evidentemente asustado ante la posibilidad de fallar,
como ocurrió en una función (gallo estrepitoso en el La agudo del
final del primer acto y desafortunada caída al suelo en el segundo).
Más tarde Meier nos hizo vibrar con las alucinaciones de
Sieglinde. En el tercero, el tema de la “redención por el amor”,
con el que concluirá el Anillo, expuesto por primera vez
aquí en la voz de Sieglinde, que alcanza el Si agudo, fue espeluznante.
Todo
lo que se diga es poco.
Es
curioso que una señora no excesivamente alta, alrededor del metro
sesenta, parezca tan grande en escena, y tenga una presencia tan
imponente. Hay que verla.
La
alemana Michaela Schuster se ocupaba de otras funciones como
Sieglinde. Lamento mucho no haber tenido la ocasión de verla. Según
una fuente tan fiable como Miguel Ángel González, redactor de esta
publicación, es prácticamente la Sieglinde ideal por estilo y adecuación
de la voz.
La
otra Sieglinde, y Brünnhilde en algunas funciones, fue Jean-Michèle
Charbonnet. Posee una voz bella, con un color muy adecuado, pero
su registro es muy corto, muy apurada en los agudos, donde la voz
adelgaza y pierde apoyo. Es una pena, porque además es una solvente
actriz.
Luana
DeVol, la Brünnhilde que nos hizo taparnos los oídos hace un
par de años en Bayreuth, debutó en el Teatro Real de Madrid en ese
mismo papel. El día 8 demostró su solvencia. La voz no era el destrozo
que exhibió en el Festival, sino una voz amplia, generosa y de un
color atractivo. Realmente el agudo es un desastre, trémolo y puro
grito, pero es soportable en el resto del registro, además de frasear
con naturalidad y estilo. Es bastante expresiva, y razonablemente
buena actriz.
Claro
que esto sólo ocurrió en la función del día 8. En el resto se limitó
a marcar el texto sin grandes esfuerzos. El papel de Brünnhilde
en “La Walkyria”, si bien no es sencillo, no es tan extenuante como
en “Siegfried” o, especialmente, en el “Ocaso”, donde la cantante
tiene que mostrar una resistencia a prueba de bombas. Supongo que
DeVol estará bastante peor en las dos jornadas que quedan, si es
que viene.
La
Fricka de Ljoba Braun fue más que solvente. Su voz no es grande
ni excesivamente bella, pero puede con el papel, además de poseer
un estilo intachable. En su corta intervención demostró que sigue
siendo una buena profesional.
El
octeto de walkyrias realizó una labor realmente meritoria. Ninguna
destacó como solista, pero formaban un espléndido conjunto, afinado
y homogéneo, muy grato de escuchar.
En
la parte escénica, como es de costumbre, encontramos lo peor de
la producción. Quizá ésta no es tan molesta como en el espantoso
Rheingold del año pasado, donde además los personajes no
cesaban de hacer tonterías.
La
escena está invadida en todo momento por un enorme patio de butacas
tapizado en rojo (el año pasado las sillas eran blancas). Supongo,
aunque a mí este tipo de elucubraciones no me interesan demasiado,
que el señor Decker quiere incluir al público en la acción dramática.
Estupendo. Como la idea de colocar un espejo frente al público en
“La vida es sueño” por el mentecato de Calixto Bieito (¡qué malos
recuerdos guardo de la masturbación de Segismundo sobre las tablas
del Teatro de la Comedia!).
En
el principio, Wotan (un figurante entrado en carnes, no el propio
Titus) está presente para iniciar la obra, mostrando una maquetita
de la casa de Hunding, que aparece a continuación ocupando todo
el escenario (sobre las butacas). La cabaña consiste en una enorme
caja de madera de pino, con un enorme cilindro del mismo material
en el centro, que quiere simular el fresno, donde se halla clavada
la espada (más bien espadón, enorme, dorado y hortera).
Detalles:
la cuerna es un simple vaso de cristal, Hunding cuelga el abrigo
en el mango de la espada, hay un retrato de la boda de Hunding y
Sieglinde (ella de blanco y por la iglesia), Hunding tiene una espada
idéntica a la que hay clavada en el “fresno” pero plateada...
En
fin, nada interesante.
Por
cierto, la enorme caja ésta solamente conseguía disipar el sonido
y perjudicar la acústica, teniendo los cantantes que elevar la voz.
Wotan
durante toda la función maneja un telón negro que corre y descorre
sobre el escenario, parecido al que utilizaba Erda en su intervención
en el Prólogo. Aparece cuando se alude al destino, especialmente
cuando Wotan elige la muerte para su hijo, momento en el que oculta
el escenario con él y le entrega un extremo a Brünnhilde, ejecutora
de su voluntad. Una idea interesante.
En
el segundo acto nos vemos en una sala dentro del Walhall, idea ya
conocida, donde Wotan guarda su colección de maquetas (!), con las
que juega durante toda la condenada escena. Una figura de escayola
figura a Siegmund mientras Wotan habla de él en su monólogo. La
lanza es una gran barra blanca de aspecto metálico, apuntada en
los extremos.
La
escena de la muerte de Siegmund es lo peor de todo esto, para olvidar.
Hunding mata a Siegmund fuera de escena, con lo que se consigue
despistar al público primerizo, que acudían como locos a leer la
sinopsis, sin saber si había sido Wotan o Hunding el ejecutor real
del welsungo. Cuando Wotan dice “Geh hin, Knecht!”, parece dirigirse
a Siegmund tendido sobre el suelo, lo que no impide que Hunding
caiga fulminado.
Ya
en la roca de las walkyrias, vemos el patio de butacas al completo.
Las walkyrias descienden cabalgando sobre unas puntas de flecha
plateadas que cuelgan sobre la escena. Al marcharse éstas a pie,
las flechas ascienden y desaparecen.
¿A
que nadie se imagina la escena final? Una enorme esfera blanca surge
en medio del patio de butacas. Brünnhilde avanza por su propio pie
hasta ella tras despedirse de su padre, se tumba y se queda dormida.
Wotan llama ahora a Loge: se encienden unos focos rojos sobre las
butacas rojas... ¡El fuego mágico! Claro. El escenario se llena
de humo y Wotan corre el telón negro sobre la escena. Fin de la
función.
El
vestuario merece una mención especial por su derroche de imaginación
y enorme variedad. Levita para Wotan, levita para las Walkyrias
(todas con una peluca roja de distintas formas), traje de tweed
y abrigo largo para Hunding, vestido liso de color blanco para Sieglinde,
abrigo largo marrón para Siegmund y abrigo pieles para Fricka. ¿Qué
demonios? Llevamos treinta larguísimos años viendo el MISMO vestuario
en absolutamente TODAS las producciones del Anillo. ¡Ya vale!
Nada
nuevo bajo el Sol. Al menos no era tan incoherente como el año pasado,
con Fasolt y Fafner convertidos en Laurel y Hardy, y el Walhall
transformado en “Exin Castillos”.
En
conjunto, pese a los abundantes horrores escénicos y los detalles
musicales flojos comentados más arriba, una Walkyria decente y a
veces disfrutable.
Veremos
qué nos deparan las dos jornadas restantes, que serán el año próximo,
pero mucho me temo que hemos tocado techo. “Siegfried” y “El Ocaso
de los Dioses” son dos obras mucho más complicadas y sobre todo
menos agradecidas. ¿Quién es capaz de cantar un Siegfried solvente?
¿Qué Brünnhilde puede afrontar las incontables dificultades y pruebas
de resistencia vocal en el “Ocaso”?
Veremos.
José
Alberto Pérez
Abril
2003
|