PARSIFAL
No
quieras despreciarme,
que si color moreno en mí hallaste,
ya bien puedes mirarme,
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste.
San Juan de la Cruz. Cántico.
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W.
Pogàny, Castillo del Grial |
Mientras Gurnemanz y los dos escuderos rezan sus Maitines, en el
Teatro de la Colina Verde se va abriendo el día. Con el alba, parece
surgir desde todos los rincones de la sala, y siguiendo al del Sufrimiento,
el motivo de la Promesa, promesa en un nuevo redentor que, si seguimos
el texto de Wolfram que inspiró a Richard Wagner, aún tardará en
llegar.
El
califa del Bagdad
A diferencia de Chrétien, que comienza su cuento del Grial en
el momento en el que Perceval abandona a su madre para seguir a
los magníficos caballeros que confunde con ángeles, von Eschenbach
inaugura su extenso poema narrándonos las aventuras del valiente
príncipe Gahmuret, padre de Parzival. Así, desde el primer momento
y sin haber citado aún ni la palabra Grial, el concepto de linaje
(Escrito
en las estrellas) va a tener una importancia capital
en la nueva concepción (cada vez más alejada de sus fuentes celtas)
que, de este mito, nos ofrece el minnesänger alemán.
A la muerte de su padre, el rey Gandin, en un combate caballeresco,
Gahmuret se vio despojado de todos los bienes, que pasaron al primogénito,
tal y como exigía el derecho de sucesión angevino (recordemos que
el Parzival de Wolfram procede del país de Anjou por su familia
paterna y del de Gales −como Perceval− por su madre).
Aunque la generosidad del nuevo monarca ofreció repartir con su
hermano toda su herencia, en este último pudieron más las ansias
de aventura y el deseo de gloria que una vida fácil en el séquito
del rey, y se fue a servir a quien en ese momento era considerado
como el más poderoso soberano del orbe: el califa de Bagdad. P.
Ponsoye (especialista en las relaciones entre el Grial y el Islam)
hace hincapié en que este personaje es, así mismo, la máxima autoridad
espiritual de su tiempo, lo que parece justificar el que Wolfram
le dé el título de Baruk (el “Bendito” en hebreo y al-Mubârak
o Mabrûk en árabe). Por otro lado, su sede: Bagdad es,
junto con Medina, Jerusalén o la Meca, una ciudad santa para los
mahometanos (su nombre en persa significa “Don de Dios”). Estas
circunstancias, que no dejan de chocar en un panorama literario
eminentemente cristiano, parecen subrayar el hecho de que nos encontremos
ante una de las obras que inauguran la tradición de la caballería
espiritual en Occidente y que tiene, como ya hemos visto (El
cantor de lo eterno) su origen en las órdenes, primero,
persas y, más tarde, sufís.
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Predicación
de Mahoma |
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G.
F. Watts. Sir Galahad |
Esto
último no desmiente, en absoluto, el cariz preponderantemente cristiano
de la obra de Wolfram, que, como iremos viendo, no se puede negar
(tampoco se hubiera concebido otra cosa en su época), pero sí desvela
el espíritu abierto del autor y una voluntad sincrética (al menos
en lo que se refiere a las religiones del libro) que no encontramos
por ningún resquicio de las continuaciones francesas del mito. Éstas
seguirán los pasos de Robert de Boron, el primero que cristianiza
abiertamente el Grial, convirtiéndolo en el cáliz de la Última Cena:
El Perlesvaus o El alto libro del Grial (ca.1215),
de autor anónimo, es una extraña mezcla de religión, violencia y
magia, en donde el protagonista es una clara alegoría (si bien no
una identificación total) de la figura de Cristo. En el ciclo de
la Vulgata, del Lanzarote en prosa o del Pseudo
Map (que por estos tres nombres se conoce; ca. 1215-1228), compilada
por monjes cistercienses imbuidos por las doctrinas de San Bernardo
de Claraval (que también apoyó la fundación de la orden del Templo),
destaca la famosa Búsqueda del Santo Grial, en donde sólo
llegarán a la culminación de la mística aventura los caballeros
de más acreditadas virtudes cristianas: Boores, Perceval y Galaad.
Éstos, al final de la narración, asistirán a una misa celebrada
por Jósofes, hijo de José de Arimatea y primer obispo de la cristiandad,
que baja del cielo portado por cuatro ángeles. En medio de la ceremonia,
será el propio Cristo el que surja del Santo Vaso para dar la comunión
a los tres caballeros. Con estas obras, nos situamos ante los primeros
romans (novelas) en prosa (una prosa que sólo se había utilizado,
hasta entonces en crónicas latinas de cuya veracidad histórica nadie
dudaba) de la literatura francesa; y no por casualidad, ni por capricho,
sino con el muy específico fin de alejar el cada vez más fuertemente
sacralizado tema del Grial de la frivolidad que se relacionaba con
la vana y divertida Materia de Bretaña. Vemos que estas obras
están muy alejadas del carácter con el que Wolfram concibe la suya
y que se manifiesta, entre otras cosas, en cómo nos presenta a los
personajes “paganos”, que adorna con todo tipo de virtudes, como
veremos inmediatamente.
Negra
soy, pero hermosa
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Gahmuret
y Belakane.
(Cod. Pal. germ. 339) |
T.
Roberts. Belakane |
Volviendo al Parzival, nos encontramos a Gahmuret ganando
fortuna y fama de valentía invencible en Marruecos, Damasco,
Arabia y la propia , desde donde parte al fantástico país de Zazamanc.
Allí, la bella, honrada y negra como la noche reina mora Belakane
está viendo su capital sitiada por dos ejércitos, uno blanco y otro
negro (significativo leitmotiv que nos acompañará a lo largo
de la obra y que ya encontrábamos en los primeros versos del poema,
en los que se nos presentaba a la urraca, mitad paloma mitad cuervo,
como la perfecta imagen de esa armonía de opuestos tan contraria
a la intransigencia maniquea que rezuman otras interpretaciones
del mito −El
cantor de lo eterno −). El ejército negro era
el del fallecido príncipe moro Isenhart; el blanco, lo mandaba su
primo, el rey de Escocia. Ambos se proponían vengar la muerte del
héroe de la que culpaban a la soberana por no haberle concedido
su amor. En el momento en el que Gahmuret es ganado para su causa
y se encuentran por primera vez, surge el amor entre ambos personajes.
Naturalmente, el de Anjou liberará a la dama negra del peligro que
la acechaba después de valerosos combates; entonces, fue conducido
junto a una cama bien engalanada, cubierta con una manta de marta
cibelina. Allí se le honró mucho más, aunque en secreto. Estaban
solos: las doncellas se había ido y habían cerrado la puerta. Entonces
la reina y Gahmuret, el amado de su corazón, se entregaron al dulce
y puro amor. Sólo su piel era distinta. Al día siguiente el
príncipe es reconocido como señor de Zazamanc. Vemos pues que, en
la obra de Wolfram, los matrimonios se consagran en el lecho, sin
mediación de ceremonia religiosa (lo mismo ocurrirá con la segunda
mujer de Gahmuret, la reina Herzeloyde, por más que ésta no sea
pagana), y que no es la castidad una virtud que deba adornar al
caballero ejemplar (como en otras versiones del mito hasta llegar
a Wagner). Sin embargo, el nuevo rey de Zazamanc carecía de dos
cualidades básicas, según von Eschenbach, en todo buscador del Grial:
la constancia y la lealtad, que, sin embargo, brillaron
en sus hijos.
La
reina Herzeloyde
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Gahmuret
y Herzeloyde. Castillo de
Neuschwanstein |
Aunque mucho amaba a Belakane, no tardó el sentir el caballero
una fuerte añoranza de aventuras que pudo más que su lealtad hacia
ella. De noche y en secreto, la abandonó, a pesar de que la soberana
estuviera esperando un hijo suyo, dejándole una carta con la excusa
de que si tuvieras la misma Fe que yo, no me separaría de ti.
También en esta carta, y ése es su auténtico valor en la narración,
Gahmuret deja constancia del origen y la nobleza de su linaje: Mi
hijo ha de saber que su abuelo, que se llamaba Gandin, cayó muerto
en duelo singular. El padre de éste, de nombre Addanz, corrió la
misma suerte. Su escudo nunca quedó entero. Por su linaje era británico.
Él y Utepandragun eran hijos de dos hermanos. De ellos hay que decir
que uno se llamaba Lalaliez y el otro Brickus. El padre ambos se
llamaba Mazadan. A éste lo raptó un hada, de nombre Terdelaschoye,
y lo llevó a Feimurgan (Escrito
en las estrellas). Él le había encadenado el corazón.
De ellos dos procede mi estirpe, que cada vez alcanza mayor gloria.
Todos desde entonces han ceñido corona y han alcanzado la mayor
fama. Señora, si te quieres bautizar, me puedes aún conseguir. Y
la reina quería, pero nunca más volvió a ver a Gahmuret, aunque
siempre se mantuvo fiel a su recuerdo. Llegado el tiempo, dio a
luz a un niño que tenía la piel y el cabello de dos colores: como
la urraca. Ya veremos que, no por ello ni por su sangre mora,
su destino será menos glorioso. Se llamó Feirefiz de Anjou.
Por su lado, cruzando mares y corriendo de justa en justa, el señor
de Zazamanc, después de enamorar a la soberana de Francia, que le
ofrece su reino, llega a presencia de la de Gales, Herzeloyde a
la que gana junto con su país y su amor. Pero le hace una advertencia,
antes de que los dos se ciñan las coronas de Gales y Anjou (acababa
de heredar el reino de su hermano, muerto a manos del caballero
Orilis), que deja definitivamente claras las verdaderas causas por
las que había abandonado a la reina mora: Señora, si debo vivir
con vos, no me vigiléis. Si me abandonara algún día a la tristeza,
iría gustoso en busca de aventuras caballerescas. Si no me permitís
ir a torneos, conozco la vieja treta con la que escapé de mi mujer,
que también había ganado combatiendo. Cuando me impidió luchar,
abandoné la gente y el país. Poco tiempo después, no tuvo que
inventar ninguna excusa ya que le llegó la noticia de que su antiguo
señor, el califa de Bagdad, había sido atacado por los babilonios
y fue inmediatamente en su ayuda. Con artes mágicas, sus enemigos
reblandecieron el diamante protector que llevaba en el yelmo y una
lanza le atravesó la cabeza, aunque aún tuvo tiempo de morir cristianamente,
con ayuda de su capellán. El califa le preparó una espléndida tumba
con una lápida de rubí y una cruz de esmeralda, en . Podemos calcular
el tamaño del diamante que llevaba en el yelmo porque en él se grabó
su epitafio:
A
través de este yelmo una lanza atravesó al noble y valiente héroe.
Se llamaba Gahmuret. Fue poderoso rey de tres países. Cada uno le
entregó una corona y le rindieron vasallaje grandes príncipes. Nació
en Anjou y perdió la vida ante Bagdad por el califa. Su gloria fue
tanta que nadie llegó a su altura donde se demuestran las virtudes
caballerescas. No ha nacido caballero que, en valentía le igualase.
Aconsejaba y ayudaba siempre esforzadamente a sus amigos. Sufría
duras penas de amor por las mujeres. Estaba bautizado y vivía cristianamente.
Su muerte dolió también a los sarracenos. En los años en que fue
consciente, buscó valerosamente la gloria y murió como un famoso
caballero. Venció a la villanía. Desead la salvación al que aquí
yace.
Muy
lejos, La reina Herzeloyde, entre la pena y el dolor, daba a luz
un niño muy hermoso,
En el Teatro de la Colina Verde resuena, con intensidad, el motivo
de la Promesa...
Bibliografía
Eschenbach,
W. von; Parzival. Madrid, Siruela, 1999.
Godwin,
M.; El Santo Grial. Origen, significado y revelaciones de una
leyenda. Barcelona, Emecé Ediciones, 1994.
La
búsqueda del Santo Grial; edición a cargo de C. Alvar.Madrid,
Alianza Editorial, 1986.
Perlesvaus
o El alto libro del Grial; edición a cargo de V. Cirlot. Madrid,
Siruela, 1985.
Ponsoye,
P.; El Islam y el Grial. Palma de Mallorca, Olañeta, 1998.
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