TRISTAN
UND
ISOLDE
No
es amor el sentimiento que no arrasa.
Omar Khayyam. Rubaiyat CXIX.
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E.
de Morgan. La poción de amor |
En cuanto a mí, nunca he comprendido cómo dos seres que se aman
y creen hallar en ese amor la felicidad suprema, no prefieren romper
violentamente con todas las convenciones sociales y sufrir todo
género de vergüenzas, antes que abandonar la vida, renunciando a
una ventura más allá de la cual no imaginan que existan otras.
Resulta paradójico escuchar estas palabras en boca de Schopenhauer
(en El amor, las mujeres y la muerte) si recordamos que el
profundizar en su filosofía (y las demás circunstancias a las que
aludimos en La
única y final redención) animó a Wagner a componer
su Tristán. Efectivamente, H.S. Chamberlain se carga de razón al
quejarse de que los distintos comentaristas no suelen indicar que
es sólo en la versión wagneriana del mito en donde los enamorados
están seguros de beber un filtro de muerte (Der Todestrank!).
De esta manera, tal y como lo presenta el pensador de Dantzig, Tristan
e Isolde prefieren abandonar la vida antes que romper
violentamente con todas las convenciones sociales y sufrir todo
género de vergüenzas; es decir; renunciar una reina a su pudor
(Was träumte mir von Isoldes Schmach?) y el mejor de los
caballeros del rey a su honor (Was träumte mir von Tristans
Ehre?). ¿Niega esto la influencia de Schopenhauer en la obra?
Por supuesto que no, esta influencia es innegable pero debe situarse
en su justo lugar, y, como ya avanzamos, esto nos llevará a ver
de qué manera Wagner da un paso adelante sobre la teoría del amor
que nos presenta su tan admirado filósofo; y cómo, curiosamente,
da este paso de la mano de otro pensador que ejerció sobre él una
influencia determinante: Ludwig Feuerbach y de uno de los más grandes
representantes de la poesía romántica alemana: Novalis.
La voluntad
de la especie
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Arthur
Schopenhauer |
Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda
vida es por esencia dolor. Cuanto más elevado es el ser,
más sufre... La vida del hombre no es más que una lucha por
la existencia, con la certidumbre de resultar vencido (…) Es una
historia natural del dolor, que se resume así: querer sin motivo,
sufrir siempre, luchar de continuo, y después morir... Y así sucesivamente
por los siglos, de los siglos hasta que nuestro planeta se haga
trizas (Parerga y Paralipómena). Son, para Schopenhauer, el
sufrimiento y la muerte tan ciertos como la existencia y todo ser
vivo carga con sus cadenas, aunque pueda liberarse de ellas a través
de la negación de la voluntad de vivir. Esta voluntad de
vivir es, según el filósofo, la aspiración imperiosa a la vida y
a la duración que incita infatigablemente al individuo a alcanzar
nuevas metas, ninguna de las cuales podrá proporcionarle (eso en
el caso de alcanzarla) una satisfacción que no sea efímera y que,
por lo tanto, le condenará al hastío y al dolor. Pero la negación
del querer-vivir, como ya vimos, no significa la aniquilación
de la vida (El suicidio, lejos de negar la voluntad, la afirma
enérgicamente. Pues la negación no consiste en aborrecer el dolor,
sino los goces de la vida. El suicida ama la vida; lo único que
pasa es que no acepta las condiciones en que se le ofrece. El
mundo como voluntad y como representación) sino una actitud de renuncia
en la que el individuo gobierne su voluntad hasta que ésta deje
de esforzarse, no quiera ya más, huya del mundo del deseo (como
el sabio budista), lo que se consigue a través de la contemplación
artística, del sufrimiento y del amor. Los tres permiten el conocimiento
del yo y del mundo, y nos descubren que son el mal y el dolor su
esencia misma. Sin embargo, el amor al que se refiere Schopenhauer
como redentor, como camino que conduce a la negación de la
voluntad de vida no es todo amor sino el amor compasión,
el amor piedad: lo que los griegos llamaron “ágape”
y los romanos “charitas”. Para él, el sentimiento erótico,
la pasión amorosa esconde a través de sus múltiples manifestaciones,
desde las más vulgares hasta las más sublimes, la afirmación absoluta
del querer-vivir, y no únicamente del individuo que ama sino de
la especie misma, de la propia Naturaleza que se sirve de la trampa
del sexo como de un espejismo que obliga a propagar la existencia
y, con ella, el dolor y la muerte. El genio de la especie
empuja, pues, al macho hacia su hembra, mediante el imperativo categórico
del deseo, para asegurarse su propia y egoísta perpetuidad. Por
lo tanto, la pasión erótica no es más que una siniestra tentación
a la que el sabio habrá de hacer frente con las armas de la castidad
y el ascetismo. Así, la negación del querer-vivir puede consistir
en esta particular renuncia al amor que tiene como meta el
separarse la voluntad del individuo de la de la especie, para acabar
con la existencia de esta última y alcanzar ella (la del individuo)
la liberación disolviéndose en el Nirvana (Schopenhauer toma prestado
el término del Hinduismo y el Budismo), ese estado de perfección
que se tiende a llamar Todo o Nada (por quedar excluido
del conocimiento humano) y que se alcanza al conseguir el hombre
responder a la pregunta acuciante de Wotan a la Wala en el segundo
acto de Siegfried ¿Cómo detener una rueda que rueda?,
la rueda de este mundo múltiple y embaucador de las formas y las
apariencias, el velo de Maya que esconde la realidad última de
las cosas, la cosa en sí a la que Schopenhauer llamó
voluntad universal.
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S.
Dalí. Tristán e Isolda |
Volviendo al Tristán de Wagner, la fuerza ciega, devastadora e irracional
de la pasión que en él se nos describe, provocando el caos de amor
y de odio que domina el primer acto del drama, la tortura de los
amantes en la separación y en la espera, el deseo eterno que, según
la bella expresión de Édouard Sans, sin cesar, renace y se rompe,
embarranca y renace como las olas del mar, ejemplifican con
creces ese amor sensual que presenta Schopenhauer como la más poderosa
afirmación y expresión de la voluntad.
Un himno
a la noche
También podemos seguir las huellas del pensador alemán en ese más
allá del tiempo y del espacio, más allá de las formas y los cuerpos
de nuestro universo de fenómenos, accidentes y apariencias, que
se presenta a los enamorados en el momento de beber un filtro que
creen de muerte. A partir de esa libre renuncia, negación de
la voluntad de vida, que hace a los dos conscientes del espejismo
que es el mundo en el que han vivido hasta entonces, el mundo diurno
de la voluntad individual, aparece la nostalgia de la noche, de
la unidad en el Todo, del absoluto. Si el día representaba esa voluntad
individual y, siguiendo a Sans, la luz del intelecto prisionero
de la individuación, del egoísmo; la noche resulta ser su
negación. Por eso, Isolde ha de apagar la antorcha, pese a las advertencias
de Brangäne, ya que es el último destello de la luz, la prolongación
del aborrecido día; y, como cantan los amantes en el segundo acto
del drama, sólo en la noche se puede realizar esa suprema unidad
que les permita sentir, libres de toda separación, de toda barrera,
que son el mundo (selbst dann/ bin ich die welt).
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F.
Gareis. Novalis |
Si el primer paso (negar libremente la voluntad de vida) y el último
(alcanzar el estado perfecto del Nirvana) en la historia ejemplar
de estos amantes declara abiertamente la adhesión de Wagner a la
filosofía de Schopenhauer; sin embargo, el camino que enlaza ambos
pasos es completamente ajeno al pensador de Dantzig y se debe a
la doble influencia de la poesía romántica de Novalis y la filosofía
sensualista de Feuerbach. Como ya avanzamos al comienzo de estos
párrafos, Schopenhauer entendía el amor erótico como la trampa que
el genio de la especie tendía a los individuos para asegurarse la
supervivencia y como la principal manifestación de la voluntad de
vida; por el contrario, era el amor al prójimo el que llevaba al
individuo a la redención, mediante el total aquietamiento de una
voluntad libre de la tortura del querer. Schopenhauer no podía concebir
el suicidio por amor porque su concepto de amor se quedaba en este
mundo y se limitaba al individuo, mientras que, para Wagner (y buena
parte del Romanticismo) el amor, precisamente porque no pertenece
a este mundo aunque en él se manifieste, debe ir más allá de la
vida. Esto hace que necesariamente entre en juego, en su relación
profunda con la del amor, la idea de la muerte, no como final sino
como liberación de los estrechos y dolorosos límites de la existencia.
Y así la encontramos en los místicos y exaltados Himnos a la
noche de Novalis que tanto admiró Wagner; en el cuarto podemos
leer:
Camino
al otro mundo,
y
sé que cada pena
va
a ser el aguijón
de
un placer infinito.
Todavía
algún tiempo,
y
seré liberado,
yaceré
embriagado
en
brazos del Amor.
Y en el quinto:
Aquello
que nos hunde en la tristeza
en
un dulce anhelar de aquí nos saca:
la
Muerte nos anuncia eterna Vida,
Tú
eres la Muerte y sólo Tú nos salvas.
El
último se llama Nostalgia de la muerte…
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C.D.
Friedriech. Luna sobre el mar |
El
alma universal
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K.
Rahl. L. Feuerbach |
Pero
si Novalis no traspasa la frontera de lo etéreo, en la que la amada
fallecida (Sophie) es la mediadora (al igual que Cristo, en una
audaz comparación) entre el mundo del dolor y la noche radiante
de un voluptuoso renacer en la muerte; mientras que Schopenhauer
incita a la castidad al sabio que pretende parar una rueda que rueda
para así anegarse en el Nirvana; Wagner, influenciado por Feuerbach
y, muy probablemente, por su propia naturaleza, siente, y así lo
expresará en su Tristán, que el amor que surge entre un hombre y
una mujer, naciendo del instinto sexual, lejos de ser una trampa
del genio de la especie es una vía privilegiada de redención y encuentro
con el alma del mundo. El Maestro nunca olvidó las doctrinas
del filósofo sensualista que, en su sistema, le atribuyó al amor,
y especialmente al amor físico, una importancia capital ya que,
para él, el yo no es algo asexuado y autónomo sino un ente masculino
o femenino que tiene su complementario en el otro. Desde el pensamiento
de Feuerbach, la auténtica naturaleza del ser es la unión
del tú y del yo en el amor; en su obra
La esencia del cristianismo, podemos leer: El amor
es el vínculo de unión, el principio mediador entre
lo perfecto y lo imperfecto, entre el ser inocente y el pecador,
entre lo general y lo individual, entre la ley y el corazón,
entre lo divino y lo humano. El amor es Dios mismo y fuera de él
no hay Dios ninguno. El amor hace al hombre Dios y a Dios le hace
hombre. El amor fortalece lo débil y debilita lo fuerte,
rebaja lo alto y eleva lo bajo, idealiza la materia y materializa
el espíritu. El amor es la verdadera unidad de Dios y hombre,
de espíritu y naturaleza (…). Lo que los antiguos místicos
decían de Dios, que es la esencia más sublime y al
mismo tiempo más ordinaria, eso se ha de decir del amor,
y no del amor abstracto o imaginario, sino del amor real, del amor
que tiene carne y sangre. Ahora bien, si el amor es el pilar
sobre el que reposa desde el conocimiento hasta la vida social,
siguiendo esta teoría, no sería perfecto si no
existiera la muerte, ya que ésta se entiende como el
instante de la suprema revelación del amor. Y es que la muerte
no tiene, para este pensador, únicamente un sentido físico sino
esencialmente metafísico: La muerte que se conoce comúnmente
como tal no es de ningún modo la verdadera muerte; la muerte temporal,
la muerte orgánica presupone una muerte intemporal, metafísica.
Esta muerte auténtica, metafísica, es Dios (Pensamientos sobre
muerte e inmortalidad); y, aunque el Dios inmanente del ateo Feuerbach
sea muy diferente del Cristo de Novalis, no podemos dejar de poner
en relación estas últimas palabras con el verso del quinto himno
a la noche: Tú eres la Muerte y sólo Tú nos salvas. De la
misma manera que es la muerte, y una muerte por amor, la que salva
a Tristan y a Isolde del dolor y el sufrimiento al que les somete
su voluntad, dominada por el deseo, y su permanencia en un mundo
al que ya son ajenos.
Sin
embargo, es precisamente ese amor la vía que les llevará al éxtasis
y a la iluminación definitivos por medio de la muerte que, en su
propia grandeza, él mismo engendra. Hablamos, por lo tanto, de un
medio, no de un fin, de un primer paso hacia la transcendencia.
Y es, en este sentido, en el que creemos que la obra no puede ser
considerada (a la manera de Thomas Mann, entre otros) como la glorificación
del erotismo. Lo que la convierte en extraordinaria, y la aleja
definitivamente de los relatos que son sus referentes literarios,
es que el amor, que surgió del deseo, prendido en una mirada, llega
a aquietar el querer mismo hasta convertirse en una muerte que,
rompiendo todo límite, permite a los amantes fundirse con el alma
del mundo.
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J.
Delville. El amor de las almas |
Bibliografía
Cabada
Castro, M.; Querer o no querer vivir. El debate entre Schopenhauer,
Feuerbach, Wagner y Nietzsche sobre el sentido de la existencia
humana. Barcelona, Herder, 1994.
Feuerbach,
L.; Pensamientos sobre muerte e inmortalidad. Madrid, Alianza,
1993.
Lichtenberger, H.; Wagner. París, Alcan, 1909.
Novalis; Himnos a la noche. Enrique de Ofterdingen. Madrid,
Cátedra Universidad, 1998.
Sans, É.; Richard Wagner et Schopenhauer. Toulouse, Éditions
Universitaires du Sud, 1999.
Schopenhauer, A.; El mundo como voluntad y como representación.
México, Porrúa, 1998.
Schopenhauer, A.; El amor, las mujeres y la muerte. Madrid,
EDAF, 1993.
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