TRISTAN
UND ISOLDE
Cuando
los ojos beben la alegría en otros ojos,
cuando el alma entera se anega en otra alma,
cuando el ser se encuentra en otro ser
y está próximo el objetivo de todas las esperanzas
enmudecen los labios, silenciosos en su asombro
y nuestro corazón secreto ya no tiene ningún anhelo.
El hombre reconoce el sello de la Eternidad
y resuelve su enigma, Santa Naturaleza.
Mathilde
Wesendonck. Detente.
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Mathilde
Wesendonck. F.Hass |
¡Oh! ¡No nos destruyamos así! No tengamos por el mundo más que
desprecio: sólo de eso es digno. Pero ¡que nuestro corazón no alimente,
a este respecto, ninguna ilusión! Es malo, malo, profundamente malo.
Sólo el corazón de un amigo, únicamente la lágrima de una mujer
pueden librarnos de su maldición… ¡¡Pertenece a Alberich, y a nadie
más!! ¡Acabemos con ello! ¡Basta ya! Ahora conoces mi estado de
ánimo: no se trata de una exaltación pasajera. Es duro y sólido
como el diamante. Sólo él me da fuerzas para arrastrar el fardo
de la vida. Pero, de ahora en adelante, necesito permanecer inexorable
en él. Odio con un odio mortal todo lo que es apariencia. No quiero
más esperanza, porque esperar es engañarse a uno mismo. Y, sin
embargo, esta carta, que Wagner escribe a su amigo Liszt (se cree
que a principios de octubre de 1854), nos habla de un extraño consuelo
que calma la amargura que, en misivas anteriores, sólo le hacía
desear, como a su Wotan en la segunda escena de La Walkyria,
Das Ende! (¡El fin!): Para mí sólo hay una liberación:
¡la muerte! ¡Oh! ¡Qué dicha si me alcanzase en plena tempestad y
no en mi lecho de dolor! ¡Sí! quisiera perecer en el incendio del
Walhall! Examina bien mi poema, contiene el comienzo y el final
del mundo, le escribía a Liszt el 11 de febrero de 1853.
El
sentimiento trágico de la vida
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Vista
del Lago de Zürich (detalle). E. Labhardt |
¿Qué
llevó al Maestro del Leipzig a este estado de desesperación, que
le hizo coquetear con el suicidio, y qué le sacó de él convirtiéndolo,
casi inmediatamente, en esa monumental obra de arte que es su Tristán?
Quizá, lo más “romántico” sería decir que su apasionado (acaso por
imposible) amor hacia Mathilde Wesendonck… Lo más “romántico” pero
no lo más real. Mathilde sólo fue, lo que no le quita ningún mérito,
el elemento catalizador de una larga serie de circunstancias, históricas
y personales, que se inician con el fracaso revolucionario de 1849
en Dresde (El
nuevo Evangelio de la felicidad): la primera de sus
grandes desilusiones y la que le lleva a la soledad de un exilio
que, de 1850 a 1854, le hace sentirse incomprendido, desgraciado
y, sobre todo, impotente: el hombre de acción que iba a cambiar
el mundo ve cómo fracasan sus sueños, mientras el joven idealista
no llega a explicarse por qué el universo no ha conspirado para
cumplirlos; y es que aún no se ha parado a reflexionar. Quizá no
ha tenido tiempo para ello. Un poco más tarde, será esa reflexión,
iluminada por la lucidez sin concesiones de Arthur Schopenhauer,
la que le empiece a traer la serenidad y el equilibrio que, no nos
engañemos, requiere toda gran creación.
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Así, en vísperas de conocer en profundidad el pensamiento de Schopenhauer,
Wagner, como comenta en su autobiografía, se siente desorientado
e intuye que, antes de emprender el enorme esfuerzo que requiere
la orquestación de su drama sobre los Nibelungos, necesita de la
existencia apacible y armoniosa que no encuentra en un Zurich donde
todo es vacío y tan gris como su cielo a los ojos
del músico; donde Minna, su mujer, se muestra cada vez más incapaz
de comprenderle (Mi muy precipitado matrimonio con una mujer
digna de estima, pero que no me convenía de ningún modo, ha hecho
de mí y para siempre un paria, le comenta a Liszt en enero de
1854) y su situación financiera es del todo caótica, ya sus óperas
(Lohengrin y Thannhäuser) tienen muchas dificultades
para verse representadas y no recibe a penas otros encargos, lo
leemos en una carta a su discípulo von Bülow, en el verano de ese
mismo año: Que me encuentro en una situación verdaderamente preocupante,
no podría negarlo: casi no tengo ninguna otra oferta para este
otoño, y eso me quita la última esperanza de mantenerme sin un milagro.
En lo que a mí respecta le pediría uno al diablo, vendería lo que
tengo y –por supuesto- dejaría Zurich para ir Dios sabe dónde. Pero
mi mujer no soportaría una nueva mudanza. También siente que
el exilio sea la causa de que nunca haya visto en escena su Lohengrin,
a la vez que se queja amargamente a Röchel, a comienzos del
54, de la forma en la que se realizan las escasas representaciones
de su arte: Como no lo veo, me he vuelto relativamente insensible
a esta prostitución de mis obras. Por si esto fuera poco, aunque
se siente admirado por el círculo musical de la ciudad y una pequeña
sociedad de fieles, no encuentra en ellos el calor que necesita
y le pesan más la condena a perpetuidad de Röckel, la lejanía de
Liszt o la muerte de Theodor Uhlig (1843) cuyas cartas eran, para
Wagner, los únicos lazos que le unían al resto del mundo;
un mundo en el que la obra a la que le dedica todo su esfuerzo (compone
en estos momentos la partitura del Oro de Rin y trabaja en
el segundo acto de La Walkyria) es prácticamente imposible
de representar; un mundo en el que casi únicamente su loro y su
perro le acompañan (En suma, vivo actualmente con los animales
y, sobre todo, es con ellos con quien hablo le confesará a Minna
en septiembre del 54).
El
bálsamo de Anfortas
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Partitura
autógrafa del Tristán |
Pero
entonces también será el de Wagner un mundo en el que se va perfilando,
cada vez con más fuerza, la exquisita silueta de Mathilde Wesendonck
que le habría de procurar toda la alegría de amar y el todo el sufrimiento
del amor. El marido era un rico comerciante en sedas, que había
ayudado con generosidad a Wagner, siempre amenazado con la bancarrota,
mientras ella le proporcionaba al Maestro, además de la belleza,
la comprensión y la afinidad intelectual que Minna no podía ofrecerle;
fue precisamente el escándalo que provocaron los celos de esta última
lo que precipitó el viaje de Wagner a Venecia y el distanciamiento
definitivo. Nueve años más tarde le escribiría a su amiga Elisabeth
Wille: Estos días tengo la intención de volver a escribir a los
Wesendonck. Pero sólo puedo escribirle a él. Amo demasiado a su
mujer, mi corazón se muestra tan pleno, tan emocionado cuando pienso
en ella, que no puedo acercarme con formas que, más que nunca, serían
para mí forzadas y artificiales. Pero no puedo describirle el estado
de mi corazón sin traicionar a su marido a quien aprecio y estimo
profundamente… Por eso se lo digo a Usted: ella continúa siendo
mi primer y único amor. Pero volvamos atrás en el tiempo.
Acabamos
de ver cómo, en el otoño de 1845, todas las circunstancias convergen
para que Wagner, quien probablemente ya hubiera conocido, aunque
de manera superficial, dos años antes la filosofía de Schopenhauer
(El
mundo es mi representación), buscara el consuelo
que en ella pueden encontrar aquéllos que, como él, sienten el profundo
dolor de la existencia; porque, sin ocultar el sufrimiento que encierra
el mundo a causa del egoísmo, el pensador señala las vías que permiten
superarlo para alcanzar, así, la plenitud.
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Schopenhauer.
L.S.Ruhl |
Pero
vayamos a la correspondencia del Maestro con Liszt, en diciembre
de 1854, precisamente en la misma carta en la que anuncia su Tristán:
Junto con mis trabajos musicales que progresan lentamente, sólo
a un individuo, que ha venido a mí en mi soledad –aun cuando sólo
en forma literaria- como un regalo del cielo, me he dedicado en
el presente. Se trata de Arthur Schopenhauer, el filósofo más grande
después de Kant (…) A su lado ¿qué son los Hegel y compañía?: ¡charlatanes!
Su idea capital, la negación final de la voluntad de vivir, es de
una terrible gravedad pero es la única redentora. Naturalmente no
es nueva para mí y nadie puede realmente concebirla mientras no
la haya vivido. Naturalmente, no era nueva para él: en toda
su obra anterior (como en la que habría de venir, pero esta vez
de manera consciente) encontramos seres atormentados que aspiran
a la muerte para, a través de ella, alcanzar la redención. Resulta
curioso constatar cómo muchos de sus personajes (el Holandés que
implora por su eterna destrucción, Wotan clamando por ¡El
fin!, Thannhäuser que, arrancándose de los brazos de Venus,
sólo aspira a la muerte, Amfortas para quien morir es
la única y suprema gracia, qué decir de Kundry…) están auténticamente
“condenados” a vivir; pero es que si nos remontamos a 1826 (Wagner
tenía entonces 13 años) y a su Leubald, una tragedia en cinco
actos que nunca llegó a musicar, podremos leer: (Muerte) ¡Palabra
mágica! Si supieras lo que significa morir, me amenazarías con la
vida no con la muerte. Por lo tanto, desde el primer hasta
el último drama de Wagner encontramos esa nostalgia de la muerte
a la que Schopenhauer llamará negación de la voluntad de vida.
Para el pensador de Dantzig, el hombre sólo puede liberarse de la
tiranía del deseo (y con ello del egoísmo que lleva a la infelicidad)
renunciando al querer-vivir; ya que, mediante la adquisición
de la plena consciencia de sí mismo y del mundo que le rodea, ha
reconocido que el mal y el dolor son la esencia misma de la vida.
Pero esa negación de la voluntad de vida no tiene nada que ver con
el suicidio sino con la aceptación de un destino mortal que, junto
con la renuncia a todo deseo, permitirá abolir y transcender ese
egoísmo causante de toda la infelicidad que habita en nuestro engañoso
universo de apariencias.
Muerte
¿dónde está tu victoria?
Sin embargo, esa nostalgia de la muerte, esa negación de la
voluntad de vida no es sólo la búsqueda de la paz definitiva, es
ante todo, como ya hemos adelantado, lo que permite la expiación
de las faltas: la redención. A esta redención se llega, según Schopenhauer,
transitando los caminos del arte, el sufrimiento y el amor. Pero
un amor entendido como piedad, como compasión, muy distinto del
amor Eros, del amor sensual. Vayamos a la obra cumbre del filósofo,
El mundo como voluntad y como representación: Antes de
pasar adelante y de mostrar, a modo de conclusión de mi doctrina,
que el amor (…) conduce a la redención, al abandono completo de
la voluntad de vivir, o sea de toda volición en general, y cómo
otro camino menos suave pero más seguido, conduce también al mismo
punto, habré de explicar otra afirmación paradójica, no en cuanto
tal sino por ser verdadera y porque es el complemento de todo mi
pensamiento. Es ésta: “Todo amor (α̉γάπη,
charitas) es piedad” (I, LXVI). Indudablemente, la Tetralogía
ilustra a la perfección este párrafo y no porque acabe con el motivo,
tan schopenhaueriano como acabamos de ver, de la redención por
el amor, si no porque Wotan se convierte en el paradigma de
la redención por el dolor, esa otra vía menos suave
a la que se refiere el filósofo (aunque la piedad tampoco le sea
ajena, recordemos que es por amor a un mundo por
lo que no puede permitir que éste caiga en manos de Alberich, quien
sí ha renunciado explícitamente al amor); también, recorriendo los
caminos entrelazados del dolor y el amor, Brünnhilde será redimida
y redentora, cabe recordar que el motivo que cierra El Anillo
del Nibelungo se escucha por primera vez cuando la Walkyria,
llena de piedad, salva a Sieglinde de la ira de Wotan. Esto por
no hablar del sapiente por compasión que es Parsifal, el
último de los héroes wagnerianos, también redimido y redentor. Pero
antes de llegar a este Festival Escénico Sacro, y en un momento
especialmente doloroso de su existencia, Wagner nos ofrece, con
su particular versión de la leyenda de Tristán, el ejemplo perfecto
de la metafísica del amor tal y como nos la presentó Schopenhauer;
dando, además, un paso más allá del filósofo al ampliar su concepto
de amor redentor, presentándonos el amor entre un hombre y una mujer,
el amor nacido del instinto puramente sexual, engrandecido por la
pasión noble y dolorosa de los que lo sienten, como un camino que
también puede llevar a la plenitud del ser libre de las tiranías
del tú y el yo, anegado, abismado en el Absoluto…
Höchste
Lust!
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La
bella dama. Waterhouse |
La
Danaïde. Rodin |
Bibliografía
Lichtenberger,
H.; Wagner. París, Alcan, 1909.
Sans,
É.; Richard Wagner et Schopenhauer. Toulouse, ÉditionsUniversitaires
du Sud, 1999.
Schopenhauer,
A.; El mundo como voluntad y como representación. México,
Porrúa, 1998.
Wagner,
R.; Mi Vida. Madrid, Turner música, 1989.
Wagner,
R.; Lettres de Richard Wagner à Minna Wagner. París, Gallimard,
1943.
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