TRISTAN
UND ISOLDE
A
Gerardo Soriano
¡Oh,
júbilo delirante e insaciable de la unión en el eterno más
allá de las cosas! Despojados de la tortura del error, libres
de las cadenas del espacio y del tiempo, se fundieron en
un deleite sublime el tú y el yo, el mío y el tuyo. El pérfido
deslumbramiento del día podía separarlos, pero su mentira
presuntuosa ya nunca sería capaz de engañar a los videntes
de la noche desde que la fuerza del filtro mágico les había
dado el poder de la mirada.
T. Mann. Tristán.
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Lai
de la Madreselva |
Cuando
Isolde apaga la antorcha contra el suelo, Brangäne sube, consternada,
la escalinata exterior del castillo que termina en el dormitorio
de la reina. Ésta, llena de ansiedad, lucha, mientras tanto, contra
la negrura de la noche, para escudriñar la alameda que lleva a
su jardín. La impaciencia es grande; a lo lejos, cree haber divisado
a Tristan. Se pone de puntillas, para asegurarse, y sube rápidamente
la escalinata, agitando su velo con fuerza. Por fin, ambos corren
al encuentro del otro. Comienza, en el Teatro de la Colina Verde,
la Segunda Escena del Acto Segundo.
Ars
Amandi
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Tristán
e Isolda. W. Turnball |
En
todas las versiones del mito, los amores de Tristán e Isolda se
despliegan en edénicos vergeles (siguiendo puntualmente la tradición
trovadoresca) pero no tardan mucho en ser descubiertos, aunque por
distintos medios. En las comunes (la francesa de Béroul
y la alemana de Eilhart von Obert) un enano malvado y los
barones traidores (el número varía de un texto a otro) se
encargan de hacer partícipe de su deshonra al rey Marcos, cumpliendo
así con las costumbres del Amor Cortés en el que los amantes se
ven despiadadamente acechados por celosos y maledicentes (gelos
y lozengiers). Los nobles felones actuarán, aquí, por
celos, no causados por el amor sino por la ambición de poder: desean
que el heredero de Marcos sea expulsado del reino. En cuando al
enano (Frocín, en Béroul, el bufón del rey) simboliza, fiel a la
mitología y el folklore indoeuropeos, las fuerzas de la tierra,
monstruosas, oscuras y mágicas (se nos presenta como adivino) y,
a su vez, enclavado en la cultura judeocristiana en la que se redacta
nuestra historia, representa la fuerza del mal (por si hubiera alguna
duda, en la versión alemana, el compañero del enano se llama Satanás).
Puede extrañarnos que estos personajes, tan vilipendiados en los
textos medievales, no digan más que la verdad, pero no podemos olvidar
que uno de los preceptos básicos del Amor Cortés (recogido por Andrea
Capellanus en su Tractatus amoris,
- hacia 1186-, codificación precisa de este arte de amar que nace en Occitania) es el de no divulgar jamás los secretos de los amantes. Por
otro lado, un original episodio de la versión cortesana de Gottfried
parece ahondar en la idea de que Tristán tiene más derecho moral
sobre Isolda que el rey Marcos. El minnesänger reduce a un
solo personaje las figuras de los caballeros felones: Maryodo que
descubre el secreto de su más íntimo amigo de una curiosa manera.
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El
enano Frocín. S. Dalí |
El
sueño del senescal
Tristán y Maryodo compartían alojamientos comunes en el castillo
de Marcos. Al senescal le gustaba oír las bellas historias que contaba
el sobrino del rey y, así, se quedaba dormido muchas noches, ocasión
que aquél aprovechaba para salir furtivamente en busca de Isolda.
En uno de esos momentos, Maryodo vio, en sueños, cómo un terrible
jabalí salía del bosque y llegaba hasta la corte arrasándolo todo.
Ni la servidumbre, ni los caballeros podían detenerlo y tampoco
se atrevían a luchar con él. Al llegar a las habitaciones del rey,
derribó la puerta, revolvió y manchó su cama, sin que nadie se lo
impidiera. El senescal se despertó inquieto y quiso, inmediatamente,
contarle su pesadilla a Tristán, pero no lo encontró allí. Siguió
su pista a través de la nieve y terminó descubriéndole en brazos
de la reina. Así, se despertó en él un gran odio hacia su antiguo
amigo, producido por los celos, ya que también él estaba enamorado
de Isolda, y puso sobre aviso a Marcos comentándole que corrían
rumores en la corte acerca de su esposa y su heredero.
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Jabalí
celta. Tesoro de Neuvy |
Tristán
e Isolda. E. Paul |
Pero
detengámonos, por un momento, en el sueño de Maryodo desde el punto
de vista simbólico. Mientras el jabalí es, para la tradición judeocristiana,
un animal, además de salvaje, sucio e impuro (por su cercano parentesco
con el cerdo), representa, sin embargo, para los pueblos celtas
(origen del mito que analizamos), la autoridad espiritual, además
del ímpetu, la fuerza y el coraje que siempre deben de adornar a
los más intrépidos combatientes. No debe de resultarnos paradójica
esta doble simbología espiritual y guerrera ya que, para los celtas,
la función bélica está totalmente sometida a la autoridad religiosa,
lo que también se hace patente en que el mismo animal representa
además las fuerzas del más allá y la idea de inmortalidad. Siguiendo
esto y recordando que Gottfried recalca, en su versión, que el rey
Marcos no es digno del amor de Isolda (ya hemos visto que, cegado
por el deseo, no sabe distinguir una reina de una sirvienta: ¡Qué
deprisa llega el alba!), podríamos interpretar este
sueño no como el acto animal de Tristán mancillando el lecho del
rey sino como el ímpetu del guerrero que, gracias a su fuerza, su
arrojo y su pureza de espíritu es más digno del amor de Isolda que
aquél que únicamente detenta el poder temporal.
Camino
del bosque
Sea
como fuere, gracias a las insidias de senescales traidores, enanos
malvados y caballeros felones, los enamorados tienen que aguzar
el ingenio y servirse de múltiples astucias para acallar los recelos
del rey que se convierte, entonces, en el ejemplo perfecto del gelos
(celoso) en la Fin’amor. En un primer momento, distintas
tretas les salvarán del peligro, pero los amantes no conseguirán
prolongar eternamente su engaño: Marcos terminará por obtener las
pruebas irrefutables de la traición. Con pequeñas variantes, Béroul
y Eilhart von Oberg narran cómo el astuto y malvado enano esparce
harina en el suelo que va de la cama de Tristán hasta la de Isolda
(aquí hay que puntualizar que, entre las costumbres medievales anteriores
al final del siglo XII estaba la que permitía tanto a algunos caballeros
del rey como a sus pajes dormir en la cámara matrimonial, lo que
da cuenta de la antigüedad de la versión francesa). El héroe descubre
la trampa del enano y, para no dejar huellas en la harina, da un
salto hasta el lecho de Isolda, con lo que una de sus heridas se
abre, dejando a la reina manchada de sangre y descubriendo, así,
su auténtica relación.
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Tristán
y la reina Isolda. S.H. Meteyard |
Llegados
a este mismo punto también aparecerá, en la versión de Gottfried,
el pequeño Melot de Aquitania; vemos, así, cómo Wagner unifica los
personajes del senescal Maryodo y del enano en el del caballero
Melot: el amigo traidor de Tristan que también ama a Isolde. En
el texto alemán, aparecerá así mismo el episodio de la harina, que
no servirá para descubrir a los amantes aunque sí para avivar, aún
más, las sospechas en el corazón del rey Marcos. Pero, poco antes
de estos acontecimientos, encontramos una nueva pista de la tradición
celta que está en la base del mito: desde el momento en el que los
amantes se sienten espiados, Branguena urde una treta para que se
puedan encontrar sin peligro: cuando Tristán crea que la ocasión
es propicia, se dirigirá al jardín; con una rama de olivo, hará
astillas, en las que grabará por cada lado las iniciales T e I,
y las arrojará al arroyuelo que llega hasta la puerta de los aposentos
de la reina. Cuando ésta las descubra sabrá que su amante la espera
en el jardín y se reunirá con él. Se puede encontrar el mismo motivo
en la leyenda irlandesa de Diarmaid y Grainne, prototipo celta del
Tristán (Grato
pesar. Amarga dulzura), aunque en este caso las astillas
indiquen al rey Finn el lugar del bosque en el que se esconden los
amantes. En otro relato celta, La muerte de Cûroi, la mujer
de Cûroi da cita a su amante Cuchulainn, vertiendo leche en un río.
Volviendo
a nuestra historia, el pequeño Melot de Aquitania había descubierto
a Tristán y a Isolda en el jardín; se multiplicaron entonces las
trampas de los traidores junto con las sospechas de la corte y del
rey. Pero el Marcos de Gottfried (el más cercano, en carácter, al
de Wagner), en contraste con los de las versiones comunes,
sólo se rendirá a la evidencia leyendo en los ojos de la reina y
su sobrino la mutua adoración. Lleno de dolor, pero también de generosidad
y compasión, renuncia a la venganza y permite que, juntos, abandonen
la corte y el país. Por el contrario, los demás reyes (exceptuando
el de Thomas d’Angleterre que tiene muy poco protagonismo en la
historia) se encolerizan y, ciegos de odio, condenan a los amantes
a una muerte ignominiosa: en Béroul el mismo rey recoge sarmientos
para alimentar la hoguera a la que les condena sin juicio previo,
pese a las protestas de todo el reino, y, ante la petición de clemencia
de Isolda, decide entregarla a un leproso y a sus cien compañeros
para que su vida sea mucho más dolorosa que su muerte (encontraremos
el mismo episodio en el texto alemán de Eilhart). Afortunadamente,
cuando la reina ya ha sido entregada al leproso, Tristán, que había
conseguido huir de sus captores, la libera y se lanza con ella,
a galope tendido, hacia el bosque de Morois.
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Isolda
observa a Tristán. W.R. Flint |
El
bosque en el que se refugian los amantes debería ser no sólo el
equivalente simbólico del jardín aunque, esta vez, libre de miradas
espías y acusadoras, sino también, siguiendo la tradición celta,
un auténtico santuario de la Naturaleza que acoge y, en cierto modo,
sacraliza los amores de Tristán y de Isolda, precisamente en lo
que tienen de natural, frente a la artificial imposición de un matrimonio
por razones de estado. Pero no es del todo así, ya que los autores
de las versiones comunes son bastante críticos con estos amores
culpables y, también, están imbuidos por un espíritu realista que
no obvia las evidentes incomodidades de una vida agreste. Esto llevará
a que los efectos de la poción, como hemos visto (El
filtro de amor), terminen en donde comienzan las
penurias. Algo muy diferente nos encontraremos en la versión cortesana
y mucho más idealista de Gottfried. No se tratará aquí de un bosque
(que nos recuerde a las ensoñaciones de Siegfried, aunque en su
entrada hay tres tilos de frondosa hojarasca) sino de una
cueva: la gruta del amor (Minnegrotte), descrita como
un fantástico templo en el que el altar es un lecho tallado en purísimo
cristal. Allí se puede leer una inscripción que lo consagra a la
diosa del amor.
En
el Teatro de la Colina Verde Tristan e Isolde cantan al ¡Supremo
gozo del amor! Entonces, se oye un grito angustiado de Brangäne
y Kurvenal entra impetuosamente en escena blandiendo la espada…
Bibliografía
Campbell,
J.; Las máscaras de Dios. Mitología creativa. Madrid, Alianza,
1992.
Eilhart von Oberg y Gottfried von Strassburg; Tristán e Isolda.
Madrid, Siruela, 2001.
Markale, J.; La femme celte. Mythe et sociologie. París,
Payot, 1972.
Markale, J.; El Amor Cortés o la pareja infernal. Barcelona,
Olañeta, 1998.
Riquer I. de (Edición cargo de); La leyenda de Tristán e Iseo.
Madrid, Siruela, 1996.
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