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Voz
del pájaro del bosque:
Alegre
en la pena,
canto el amor;
con las delicias del dolor
tejo mi canción:
sólo los apasionados lo comprenden.
R. Wagner. Sigfrido.
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Se abre el telón en el Teatro de Colina Verde. Empieza el tercer
acto de Sigfrido. Es de noche. Braman los truenos. Continuos
rayos iluminan, intermitentemente, el pie de una escarpada montaña.
Hasta las rocas tiemblan. Entre los resplandores, apenas podemos
adivinar una cueva. Desafiando la furia de la naturaleza, se acerca
el Caminante, un hombre alto, cubierto por una capa oscura y un
enorme sombrero; bajo una de sus alas, el brillo de su único ojo
compite con el de los relámpagos. Llega hasta lo que parece la boca
de una sima abisal y, apoyado en su lanza, llama a la Wala, a la
mujer eterna que duerme su sueño lúcido...
El
dios chamán
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Odin
E. Burne-Jones |
En este impresionante momento del la Segunda Jornada del Anillo
del Nibelungo, Wagner vuelve a servirse, casi literalmente, de un
antiguo canto, aunque, como de costumbre, sólo en lo que se refiere
a la forma, puesto que le da un sentido muy distinto. Se trata de
los Baldrs draumar (Sueños del Bálder) de la Edda Mayor.
Ya hemos comentado (Loge:
más allá del bien y del mal) cómo Odín va en busca
de una völva, para saber cuál será el destino de su hijo
Bálder, porque los sueños del joven dios contenían presagios de
muerte. También hemos visto (El
alma antigua del mundo) que el maestro de Leipzig
dota al personaje de Erda con algunas características de las hechiceras
muertas a las que se resucitaba, con la magia del Seid, para
obligarlas a profetizar; y que, precisamente, Odín era maestro en
esa terrible necromancia que Freyia le enseñó (y que también conocían
los pueblos griegos como recuerdan Homero, Esquilo y Heródoto en
la Odisea, Los persas y el libro V de la Historia,
respectivamente). Esto hace que, en la mitología germanoescandinava,
se pueda rastrear un antiquísimo origen chamánico del dios.
El
chamanismo es un conjunto de prácticas religiosas que ha perdurado,
casi hasta nuestros días, en algunas poblaciones del Norte de Europa,
Asia y América. Se basa, esencialmente, en la creencia en un mundo,
a donde van los muertos, y en que algunos seres humanos pueden ponerse
en contacto con él por medio de la magia. El chamán es, por lo tanto,
una especie de sacerdote o de brujo que sirve de vínculo entre la
tierra y los infiernos, mediante trances y rituales. Pero cualquiera
no puede ser chamán, sólo aquél que haya pasado por unas duras pruebas
de iniciación en las que aprenderá su ciencia y se hará digno de
ejercerla. Pocos ejemplos mejores que el del mismo Odín que, como
ya apuntamos (Un
osado y joven dios), ganó las runas, los símbolos
del conocimiento y el poder de la magia, durante las nueve noches
en las que permaneció colgado en una rama de Yggdrasil, el Gran
Fresno del Mundo, en absoluto ayuno y traspasado por su propia lanza.
Además, según las creencias de esta antiquísima religión, el chamán,
durante sus éxtasis, podía, en espíritu, viajar hasta el país de
los muertos o bien convirtiéndose en un animal o bien sobre uno
de ellos, preferentemente un pájaro o un caballo de ocho patas (no
hace falta recordar que Sleipnir, la montura de Odín, tiene esa
extraña característica); pero también podía utilizar, para sus desplazamientos
mágicos, una inmensa escala o el árbol que abraza y comunica todos
los mundos; ahora, ya no nos puede extrañar que Yddrasil signifique
literalmente "Caballo de Ygg", puesto que Ygg es uno de los múltiples
nombres de Odín.
Por
supuesto, todo chamán que se precie tiene la facultad de conocer
el porvenir y una forma de conocerlo es resucitando a una völva
e interrogándola, exactamente lo que hace Odín los Baldrs Draumar.
El poema nos cuenta una historia, en principio, muy diferente de
la que ocupa el tercer acto de Sigfrido, pero con curiosas
coincidencias formales. Para conocer el porqué de los maléficos
sueños de Bálder, Odín, cabalgando a Sleipnir, baja al mundo del
Nifhel (el Hel de las Tinieblas: el más profundo de los infiernos
escandinavos) y, por medio de encantamientos, despierta a una bruja
de su sueño mortal, de la misma manera que Wotan conjura la presencia
de la durmiente Erda en la Tetralogía. Y si, en ella, se nos dice
que la diosa aparece cubierta de escarcha y envuelta en un extraño
brillo, en el viejo canto éddico la völva surge, después de un penoso
viaje por los infiernos, calada de lluvia y cubierta de nieve y
rocío. Además, ambas mujeres muestran desagrado ante la llamada
apremiante del dios.
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Wotan
y Sleipnir. A. Rackham |
Sin
embargo, mientras que Odín obliga a la bruja del poema escandinavo
a desvelar el destino de Bálder, el nombre de su asesino y el de
su vengador, Wotan, por su parte, intenta arrancarle a la protosapiente
el modo de detener la rueda que rueda: el modo de interrumpir
el flujo continuo de lo que acontece, el ciclo interminable de la
vida. Desde aquí, la influencia del pensamiento oriental en Wagner,
por la vía de Schopenhauer, empieza a hacerse evidente. El dios,
ahora sólo Caminante, ya ha reconocido las vanidades del Walhall,
ya está transitando la vía que lleva del egoísmo a la renuncia;
pero, como no puede dejar el mundo en manos de la envidia de Alberich,
precisamente por amor al mundo, acude angustiado a la que
cree la mayor fuente de sabiduría para obtener el modo de detener
el tiempo, la existencia, el universo que gira confuso y enmarañado.
Sin embargo, Erda no tiene la solución y evade la respuesta reprochándole:
¡Tú no eres lo que te llamas! ¿que no es lo que se llama?,
¿que no es un dios?, ¿que no es más que apariencia en un mundo de
apariencias?, ¿que, según la vieja máxima sánscrita, tat tvam
asi ( tú eres eso), lo que considera su divina individualidad
no es más que un espejismo, ya que un único y mismo ser habita en
todo lo creado? Sea como fuere, es en ese momento cuando
desaparece su inquietud. Como en una iluminación, Wotan devuelve
el reproche a la diosa: ¡Tú no eres lo que te imaginas! También
ella es víctima de una ilusión o, quizá, es la ilusión misma: Maya,
la Madre de la que todo nace y en la que todo se disuelve; porque,
si fuera realmente la sabiduría primordial, sabría de la voluntad
de Wotan, ésa que, ahora se impone sobre un pretendido conocimiento
que sólo ha engendrado angustia y pánico. Vencidos ambos, vuelven
la libertad y la alegría al dios que ya sólo espera el fin del Walhall
y la redención del mundo gracias a la walkyria que se unirá, en
amor, al héroe libre.
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Odín
sobre Sleipnir. Pendiente de plata |
En
la Edda también encontramos mutuos y prácticamente idénticos
reproches entre los dos personajes; pero sólo en cuanto a la forma:
Odín, que no se ha presentado como un dios, sino como un hombre,
es descubierto por la hechicera: ¡No eres tú Végtam, aquel que
creí: Odín eres tú, el viejo gauta!; que, a su vez contesta:
¡No eres tú bruja ni sabia adivina: madre de monstruos, de tres,
eres tú!, con lo que podemos deducir que se trata, en realidad,
de Angrboda, la giganta que le dará a Loki una terrible descendencia:
Hel, la diosa de los infiernos, la serpiente del Mídgard y el lobo
Fenrir que formarán parte de las fuerzas del mal durante el Ragnaröck.
Cuando
Erda baja definitivamente al abismo de su sueño, la tormenta ha
cesado y aparece la luna. Siegfried se acerca y el pájaro del bosque,
asustado, huye ante la presencia de los cuervos del dios que se
encuentra, por primera y última vez, con ese héroe libre que no
ha de temer la punta de su lanza. Por lo que le acaba de decir a
Erda (Hicieran ellos lo que fuere, al eternamente joven dará
paso, en la dicha, el dios), no nos cabe duda que Wotan espera
y propicia el desenlace de la entrevista.
De
nuevo, podemos rastrear en las Eddas murallas de fuego que
esconden doncellas y sabios gigantes que las guardan.
La
muralla de fuego
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El
fuego mágico. A. Rackham |
En los Grógaldr (Conjuros de Groa) de la Edda Mayor,
encontramos otro episodio de necromancia: allí se nos cuenta cómo
Svípdag llama a su madre muerta con el fin de que le enseñe las
fórmulas mágicas que deberá emplear para salir con vida de una peligrosa
aventura. Pero lo que más nos interesa, ahora, es que esa aventura
consiste precisamente en viajar hasta un alto lugar, rodeado por
un cerco de fuego, en el que está la mansión de su prometida Menglod
(La Adornada con el Collar; por lo que se puede tratar de la diosa
Freyia que se reconoce, en la iconografía, porque lleva el collar
de los Brinsingar, una joya forjada por cuatro enanos a los que
tuvo que seducir para quedarse con ella). Pero no se detiene ahí
la semejanza entre el poema éddico y la Tetralogía: antes de traspasar
la muralla de fuego, Svípdag deberá enfrentarse con un gigante sabio,
famoso y portador de lanza. Por esta descripción, sólo puede tratarse
de Odín, que, como vemos en el canto siguiente, los Fjölsvinnsmál
(Dichos de Fiósvinn), se presenta bajo el nombre de Fiósvinn (El
de Muchos Saberes), según los Grímnismál (Dichos de Grímnir),
uno de los apelativos del dios. Los dos personajes emprenderán uno
de esos torneos de saber que son tan comunes en la mitología
del Gran Norte (El
poder y la gloria) y que, normalmente, protagonizan
un gigante y el dios supremo del panteón escandinavo. En la Edda,
Svípdag superará la prueba y conseguirá llegar hasta su prometida;
en el tercer acto de Sigfrido, el héroe no mantendrá un pulso
de sabiduría con Wotan (Wagner lo traslada a la segunda escena del
primer acto, cuando el Caminante se sirve de esta vieja tradición
para revelar a Mime el único modo de reforjar la espada) porque
sólo tiene que demostrar su naturaleza de hombre libre y su valor.
Y lo hace con creces.
Rota
la lanza del dios, queda franco el camino hasta la walkyria.
La
bella durmiente
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Siegfried
descubre a Brünnhilde.
A.
Rackham
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Hay quien defiende que el tema de la alta roca rodeada de una muralla
de llamas, que encontramos tanto en el canto al que nos acabamos
de referir como en el ciclo heroico de Sígurd, tiene su origen en
una de las obras más populares de la Edad Media, las Etimologías
de San Isidoro de Sevilla (principios del siglo VII), en la que
el Paraíso se presenta rodeado de una infranqueable muralla de llamas;
pero también se puede poner en relación este tema con la espectacular
aurora boreal que, en las latitudes nórdicas, debió de infundir
fascinación y respeto a los antiguos germanos. Sea cual sea su referente,
natural, literario o una mezcla de ambos, el caso es que tanto en
los cantos heroicos de las Eddas y en la Völsunga Saga
como en El anillo del Nibelungo, esa muralla de fuego, guarda
a una bella durmiente. El tema, de origen indoeuropeo, era ya habitual
en el folklore nórdico antes de que lo divulgara Charles Perrault
(curiosamente, es un pinchazo el que provoca la dormición de la
princesa en el cuento, mientras que, en la Edda, es la espina
del sueño); pero, cuando Wagner se sirve de él en la escena que
culmina su Sigfrido, es, sin duda, un canto de la Edda
Mayor el que le sirve de referente: los Sigrdrífumál
(Dichos de Sigrdrifa, otro nombre por el que se conoce a la walkyria
Brýnhild). El viejo poema relata (el comienzo del capítulo XXI de
la Völsunga Saga repite exactamente la misma versión) cómo
Sígurd, atraído por una gran luz en la montaña, como fuego que
ardiera, atraviesa un muro de escudos y ve a una persona durmiendo
y enteramente armada. Al quitarle el yelmo, se da cuenta de que
es una mujer que, al rajar, de arriba a abajo, la cota que llevaba
pegada al cuerpo como una segunda piel, se despierta y pregunta
la identidad de quien la ha liberado del largo sueño impuesto por
Odín. Desde este momento empiezan a diferir las dos versiones,
siendo más poética y más cercana a Wagner la de la Edda;
y si no, compárense estos versos de alabanza de Sigrdrifa con los
que pronuncia Brünnhilde cuando despierta:
¡Gloria
a ti, día! ¡Gloria a tus hijos!
¡Gloria a la noche y su hermana!
¡Con
ojos benignos dadnos victoria
a los dos que sentados estamos!
¡Gloria
a los ases! ¡Gloria a las diosas!
¡Gloria a la fértil tierra!
¡Palabra
y saber dadnos por siempre,
excelsos, y manos que sanen! |
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¡Salve
a ti, Sol! A. Rackham |
La
walkyria escandinava hará sabio a Sígurd enseñándole la magia de
las runas, y ambos se comprometerán con un juramento, al igual que
Brünnhilde y Siegfried, después de vencidas algunas iniciales reticencias:
¡no es fácil desprenderse de una naturaleza divina!
Dentro
de poco, ambos estarán en condiciones de comprender el significado
de las proféticas palabras del pájarillo del bosque a las que Siegfried
no dio la más mínima importancia: Alegre en la pena, canto el
amor…
Bibliografía
Boyer,
R.; L’Edda poétique. París, Fayard, 1972.
Edda
Mayor; Madrid, Alianza Editorial, 2000.
Éliade,
M.; Le chamanisme et les techniques archaïques de l’extase.
París, Payot, 1951.
Saga
de los Volsungos. Madrid, Gredos, 1998.
Sturluson,
S.; Edda Menor. Madrid, Alianza Editorial, 2000.
Zimmer,
H.; Mitos y símbolos de la India. Madrid, Siruela, 1997.
Wagner,
R.; Sigfrido. Madrid, Turner Música, 1986.
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