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J.E. Millais. Sir Tristán |
Hasta
principios del siglo XIII (en su primer tercio se data ya el Tristán en prosa), esta historia fue
recogida por cuatro grandes poemas, dos franceses y dos alemanes que les
siguieron de cerca; el primero compuesto en dialecto anglonormando por un autor
conocido como Thomas d’Angleterre hacia 1155-1160. Desgraciadamente, sólo se
conservan unos pocos fragmentos de esta versión: el final de la historia y un
episodio intermedio. Como bien señala Isabel de Riquer, se trata del lado triste de la leyenda: Tristán e
Isolda viviendo separados; el matrimonio sin amor, y sólo de nombre, de Tristán
con Isolda la de las Blancas Manos y la muerte de los amantes. Sin embargo, podemos hacernos una idea completa de este poema gracias a la versión
en prosa que de él nos dejaría, por orden del rey Hákon de Noruega y un siglo
más tarde, un monje islandés, Fray Roberto. Es la Tristams Saga, que ya
hemos nombrado.
Probablemente
a los finales del siglo XII debemos la
composición, también anglonormanda, de Béroul y de la que únicamente se han
conservado 4485 versos, sin principio ni final. Corresponden a la vida de los
amantes en el bosque de Morrois.
El primer
poema en lengua alemana corresponde al sajón Eilhart von Oberg. Del texto
original, fechado hacia 1200, sólo nos quedan unos pocos fragmentos, pero
conocemos la versión completa gracias a dos manuscritos del XV que muestran
bastantes diferencias estilísticas, pero pocas en lo que se refiere a la
historia en sí: el que Tristán consume su matrimonio con Isolda la de las
Blancas Manos o que sea el propio Marc quien haga plantar un rosal en la tumba
de la reina y una viña en la de Tristán que crecen y se abrazan con tal fuerza
que nadie las puede separar. Este poema tiene grandes semejanzas de estilo, estructurales
y temáticas con el de Béroul, pero no se puede afirmar categóricamente que el
francés sea su modelo directo; bien pudieron ambos tener un referente común.
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A. Hughes. Énide y Gerain |
Por fin, debemos
el cuarto poema altomedieval al culto Gottfried von Strassburg, que lo compuso
probablemente en torno al año 1210, vertiendo en él sus vastos conocimientos,
además del trivium, de teología,
filosofía, derecho, caza y música, y dándole un tono de glorificación del amor,
que roza con la mística. Su monumental obra, basada en la de Thomas
d’Angleterre, como él mismo indica en los versos iniciales, quizá sea la más
brillante de las cuatro; pero tampoco nos ha llegado en su totalidad, se
interrumpe aproximadamente donde empiezan los fragmentos que conservamos del
relato de Thomas. Lo más probable es que su muerte mutilara, para siempre, la
obra que fue una auténtica escuela de estilística y arte narrativa para muchas
generaciones de escritores, además del modelo literario más directo de otra
obra monumental: Tristan und Isolde de Richard Wagner. Por lo tanto,
será el poema de Gottfried el que permita el paso de los romans medievales franceses al drama romántico alemán y, por ello, el
paso también sino de lo vulgar, al menos de una historia de enredos amorosos sembrada
de episodios decididamente prosaicos a la glorificación de un amor con vocación
de Absoluto.
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E.C. Burnes-Jones. El rey Marco y la Bella Isolda |
Joseph Bédier
vio en los diferentes textos que conformaron el mito literario de Tristán, dos
modos distintos de concebir y los calificó como versiones comunes y corteses. Las comunes (aunque ya pocos estudiosos
sigan esta nomenclatura) son las “derivadas” del texto de Béroul (probablemente
un juglar) que las encabeza. Es un poema rudo, arcaico, popular y directo, que
no da cuenta del modelo cortés de
sociedad, ya instalado en el siglo XII, ni de la casuística sentimental de la fin’amor que le era propia. En él, la
pasión entre Tristán e Isolda es un deseo apremiante, urgente e irresistible,
por el que lo dejan todo, por el que emprenden, en el bosque de Morrois una
vida de privaciones, penas y angustias, de la que, sin embargo, no son
conscientes, ya que, en definitiva, careciendo de todo, lo tenían todo para ser felices, ¡hasta que desaparece el efecto del
filtro!, limitado a tres años en el poema francés y a cuatro en el de von
Oberg. Entonces, ambos se arrepienten del tiempo que han pasado juntos, y
deciden ir a visitar a un ermitaño en busca del perdón de Dios y del rey.
Este brebaje, de limitado efecto, será, sin duda, poco evocador pero muy
práctico, desde el punto de vista moral: la pareja no será del todo culpable de
adulterio puesto que ni se amaban, ni tenían intención de hacerlo, hasta que
bebieron por descuido la poción que anuló sus voluntades. Así, resulta hasta
edificante que Isolda vuelva con el rey Marco, aunque no lo parezca tanto el
ardid que urde para eludir las acusaciones de adulterio, haciendo que Tristán
pierda su dignidad de caballero disfrazándose de leproso (peregrino en el caso
de Thomas). A la versión común pertenecerá también la Folie Tristan, el Tristán loco que, basado en el poema de Béroul, nos llegó a través del manuscrito de
Berna, y que, como su versión de Oxford aunque de fuente distinta, relata el
episodio en el que sobrino del rey Marco, casado ya con Isolda la de las
Blancas Manos y haciéndose pasar por loco, vuelve a la corte de Cornualles como
bufón, para recuperar el amor de la
reina.
Encabeza las
versiones cortesanas de nuestro mito
(a las que se debe unir el Tristán loco del
manuscrito de Oxford), el relato de Thomas d’Angleterre. Bastante menos
interesado que Béroul en los detalles realistas, es más culto (probablemente un
clérigo), abstracto y refinado. Reduce la acción para privilegiar el análisis
de los conflictos más íntimos del ser como el amor, la fidelidad o los celos.
Su filtro no sólo es eterno sino que tampoco es el desencadenante del amor,
sino su símbolo o, mejor aún, el instrumento que permite que los amantes se
hagan conscientes de unos sentimientos que ya habitaban en ellos, libere estos
sentimientos y les consienta ser, en una recíproca y total entrega, pese a las
circunstancias adversas que los envuelven. Todo esto resultará aún más evidente
en el poema de Gottfried: cuando Tristán regresa a Cornualles, lo hace ya
absolutamente prendado de esa luminosa y resplandeciente Isolda que brilla
como el oro de Arabia. Pero la forma en la que canta las alabanzas de la
joven delata un amor tan puro e inocente, tan carente de egoísmo y de sentido
de la posesión, que no se reconoce como tal. Por eso, no es de extrañar que sea
el propio Tristán el que vuelva a tierras de Irlanda para buscar a la muchacha
y entregársela al rey Marco, a quien considera el más grande y noble de los
mortales. Incluso después de beber, por equivocación, el filtro, la inocencia
del sentimiento amoroso es tal que ninguno de los dos acierta a confesarse qué
es aquello que le consume y se ocultan el uno al otro, a causa de las dudas
y la vergüenza. Dudas, porque ninguno de los dos sabe si es correspondido,
y vergüenza porque, en el momento en el que reconocen su amor, Tristán piensa
en su deber de lealtad para con su tío y en el honor de Isolda, mientras que la
futura reina intenta, por todos los medios, resistirse al sentimiento que la
invade, hasta que da la lucha por perdida. Dudas y vergüenza perfectamente
justificadas ya que, apurando el filtro, el héroe leal e intachable, el
valiente heredero al trono de Cornualles que había vencido al dragón y al Morold,
recurre a disfraces indignos (de leproso, romero o loco) y se muestra cobarde
cuando cree que el rey les ha descubierto en el bosque o cuando (en la versión
de Béroul) descubre la cabeza del
enemigo al que su ayo ha dado muerte.
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J. W. Waterhouse, El filtro de amor (estudio) |
Mientras que
el amor de Lanzarote por Ginebra le impulsa a las mayores proezas caballerescas,
la pasión por Isolda lleva a Tristán a la degradación de su vida de caballero,
al mismo tiempo que la reina trama
argucias y engaños propios de la vulgar protagonista de un fabliau: hace que su sirvienta la remplace en el lecho nupcial para
que Marco no descubra que no es el primero; manda (aunque se arrepienta
después) asesinar a esta misma y fiel Branguena temiendo que le cuente el
secreto de sus amores al rey; se enfrenta con ardides (episodio de Tristán
disfrazado de leproso) hasta al juicio de Dios, del que sale airosa porque, a
pesar de todo, en nuestra historia, Dios protege a los amantes. Pero ambos
eluden sus deberes de reina y primer caballero de la corte, de la que huyen o
son expulsados (según las versiones), ofrecen caracteres inconstantes,
fluctuantes, al igual que el rey Marco que, influido por los “felones”, lleno
de odio y deseos de venganza, olvida la justicia y exige la muerte sin juicio
de la pareja; pero que, a su vez, cree en la burda farsa que, ante él,
representan los adúlteros, cuando se ven sorprendidos, y se muestra con ellos
benévolo y condescendiente. Pese a todo, y aunque los protagonistas del mito lleguen
a cometer acciones indignas, incluso viles, los autores medievales que les
dieron vida se guardaron mucho de convertir sus poemas en la típica historia de
un anciano necio engañado por una esposa joven y sin escrúpulos, tan del gusto
de otros géneros populares. En última instancia, y a pesar de todos sus errores,
de todas esas contradicciones, que en cierto modo les humanizan, nuestros
personajes, quizá por el amor que les
une (a pesar de que algunos filtros caduquen), recuperan la nobleza y la
dignidad que, por momentos, pareció abandonarles. Exceptuando el caso del rey Marco,
noble y digno en los poemas del XII pero, que en el Tristán en Prosa de principios del XIII, (y sus innumerables
continuadores como nuestro Tristán de
Leonís, el Sir Tristem de Malory, La tavola ritonda o l’istoria di
Tristano, el Tristano Riccardiano, etc.) se nos presenta como un ser ruin y
cobarde que asesina a su heredero cuando éste no puede defenderse.
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M. Stillman. El filtro de amor. |
Richard Wagner, eludiendo la tradición en prosa de nuestro mito,
volverá al camino marcado por la versión cortés de Gottfried sublimándolo hasta
el extremo y nos presentará, siguiendo la alta melancolía de las historias de
amor celtas que están en su origen, a un héroe, nacido de la muerte y educado
en el dolor, que vivirá entre el deseo y el sufrimiento, y cuya extrema agonía
no podía situarse más que en Kareol, entre las ruinas del castillo paterno en donde
vio, por primera vez, no la luz sino el maravilloso
imperio de la noche. El Tristán de Wagner no es el típico héroe solar
matador de gigantes y dragones, alegre músico y consumado poeta que sabe
servirse de artimañas para engañar a un rey celoso y caduco, y en quien el amor
por su rubia soberana no será eterno más que durante los tres o cuatro años que
dure el efecto de una poción apurada por accidente. El heroísmo del Tristán
wagneriano es menos visible, menos deslumbrante, pero mucho más profundo porque
reside en la nobleza de su alma. Sus gestos victoriosos, como el combate contra
Morold (aquí, el valiente prometido de Isolda y no el monstruoso tío de la
irlandesa de los textos medievales) o la liberación del reino de Cornualles,
resultados lógicos de su condición de primer caballero del rey, sólo son
secundarios. A causa de su auténtico heroísmo, reservado y silencioso, su
pasión hacia Isolda estará consagrada a la muerte.
Aún no se ha subrayado lo suficiente la diferencia esencial que
presenta la wagneriana frente a las demás versiones del mito y es que, sólo en
ella, Tristán e Isolda se enamoran en el instante mismo en el que sus miradas
se encuentran por primera vez: cuando la noble hija de Irlanda, que ha
reconocido bajo la falsa identidad de Tantris al vencedor de su pueblo y al
asesino de su prometido, deja caer de sus manos la espada de la venganza. Pero,
lo que es más significativo aún: sólo en la obra maestra del compositor alemán,
cuando los enamorados apuran el filtro que les sirve Branguena, creen estar
bebiendo la muerte, ya que únicamente ella ofrece una liberación digna de su
amor y de su orgullo. Por un lado, el honor de Tristán y la generosa lealtad
del héroe que, sordo a sus propios sentimientos, quiere ofrecer a Isolda la más magnífica de las coronas y un rey inigualable en poder y fasto; por el
otro, no sólo la virtud de una reina sino también el dolor orgulloso y
vengativo de una mujer entregada a un hombre a quien no quiere precisamente por
aquél a quien ama, no permiten más salida a su pasión imposible y fatal que un
filtro de muerte. Sólo en la certeza de esta muerte, los enamorados podrán
reconocer su pasión, ésa contra la que se levanta el mundo luminoso, cegador de
los accidentes y las apariencias, de esos sueños del día que son el honor de Tristán, la virtud de Isolda y hasta el
dolor de un pueblo vencido que se refleja en la cabeza ensangrentada de Morold,
su valiente campeón. Pero Branguena desobedece la orden de su señora y vierte,
en la copa de oro que ha de compartir con Tristán, un filtro que les fuerza a
confesar su amor pero, a la vez, condena a vida a aquéllos que acababan de
rozar la eternidad. Desde entonces, se verán sujetos a una existencia y a una
pasión limitadas por el tiempo, el espacio y unos sentidos que no pueden ya
satisfacer la inmensidad de su deseo, la total exigencia de sus almas.
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J. W. Waterhouse. El filtro de amor |
El segundo acto del Tristán de Wagner no debería confundirnos, cuando
explotan los sentimientos largamente acallados, la fiebre, las delicias, la
felicidad del amor serán vividos en toda su intensidad y con una alegría
vehemente, sobre todo por parte de Isolda, pero ya no bastan. En la copa de
oro, la pasión de los amantes comenzó a saborear ese reino de la noche que ignora
los límites y los dolores, quiso ser eterna y exigió un más allá del placer
fugitivo, del instante que pasa. Por eso y para prolongar hasta lo infinito su
noche de amor, el héroe invocará a la muerte a la que la reina no dudará en
seguirle sin añoranza de la vida. Por lo tanto, la llegada del traidor Melot y
del moble rey Marke, en contra de una creencia demasiado extendida, no
interrumpe nada, al contrario: franquea a los amantes el reino de la noche, de la disolución definitiva del yo y del tú en
un espacio que transciende todo tiempo.
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A.F. Sandys. La bella Isolda |
El último acto del drama transcurrirá en Karéol donde Gurnemanz, el
leal escudero, ha llevado a su señor mortalmente herido. La triste melodía del
pastor, que despierta a Tristán de un sueño
de olvido inmemorial es la imagen sonora del lugar, ya se escuchó cuando,
siendo muy joven, nuestro héroe conoció el destino de pasión y de muerte de sus
padres y ahora vuelve a escucharse para anunciar que el barco de Isolda aún
está lejos de las verdes costas de Bretaña. Pero, una vez más, incluso en este
espacio abierto a un mar que invita al último viaje, pensar en la reina de
Cornualles devuelve a Tristán a una vida que lucha entre la sombra acogedora de
la noche y la claridad engañosa, que agoniza entre el delirio de su deseo insatisfecho
y de su sufrimiento, puesto que Isolda, separada de Tristán, aún pertenece al imperio del día. Las torturas de este
desconsuelo le llevan a maldecir el amor y a sí mismo, a quejas atroces, hasta
el momento en el que la llegada de la reina disipa todo dolor. El héroe cree
librarse de la muerte en el momento mismo en el que la muerte llega. Pero el
día acaba. Con él, el sufrimiento y el deseo. Por fin, Tristán se abandona a la
noche liberadora y generosa entre los brazos de Isolda. Mientras que Isolda,
transfigurada, seguirá a Tristán en ese espacio ilimitado que se abre para
ambos:
In dem wogenden Schwall, in dem tönendem Schall, in des Weltatems wehendem All - ertrinken, versinken, unbewußt - höchste Lust!
Bibliografía
Eilhart von
Oberg y Gottfried von Strassburg (2001): Tristán e Isolda. Madrid,
Siruela.
Gallais, Pierre
(1974): Genèse du roman occidental. Essais sur
Tristan et Iseut et son modèle persan. Paris, Tête de Feuilles-SIRAC.
Markale, Jean
(1972) : La femme celte. Mythe et sociologie. París, Payot.
Riquer, Isabel
de (1996): La leyenda de Tristán e Iseo. Madrid, Siruela.
Tristan et Iseut. Les poèmes français. La
saga norroise (1989) : Paris, Librairie Générale Française.
Wagner, Richard
(2000): Tristan
und Isolde. Madrid,
Fundación del Teatro Real. |