A Antonio Rosales y a Ángeles, ¿cómo no?...
No es amor el sentimiento que no arrasa.
Omar Khayyam. Rubaiyat CXIX.
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Tristan e Isolda en la fuente, espiados por Marc. Detalle de un cofre de marfil. Louvre |
Probablemente
su propio sentido de la fatalidad hiciera que los celtas, esos guerreros
valerosos y arrogantes, que habían conquistado toda la Europa occidental hacia
el siglo V antes de Cristo, desaparecieran casi sin dejar rastro, bajo el poder
de las legiones de Roma y del empuje germánico. Pero, si aquellos pueblos
desaparecieron, como tales, de la historia de Europa, su espíritu perduró en
los mitos que la configuran a ella y al alma variopinta de sus gentes. Sus
viejas leyendas conservarán el sabor agridulce de una nostalgia que habla de
tiempos que nunca volverán a ser, en los que la magia aún era posible, aunque
no liberaba del dolor, la muerte ni el olvido. Y será una de esas historias,
quizá heredera de una tradición aún más antigua, la que se convierta en una de
las obras cumbres del arte occidental. Narra los trágicos amores de Tristán y de
Isolda, recogiendo un tema muy común en la mitología celta (especialmente
insular): el del triángulo amoroso entre un valiente joven, una bella muchacha
y un caduco pretendiente. Lo encontramos, entre otras, en las leyendas de
Deirdré y Noise y de Diarmaid y Grainné. En ambas, a las dificultades que
interpone el destino para vivir libremente el amor se añadirá el recurso al
hechizo en forma de geis: un terrible conjuro, propio de esta tradición,
que consiste en una orden mágica y de obligado cumplimiento, bajo amenaza de
muerte o, lo que para los celtas era aún más grave, de deshonra. Naturalmente,
el filtro de nuestra historia y el geis de las que fueron sus primeros
referentes, tienen mucho en común.
Antes del
nacimiento de Deirdré (heroína irlandesa de la que tenemos primera noticia
escrita por el relato del Exilio de los
hijos de Usnech, perteneciente al Ciclo del Ulster y recogido en el Libro
de Leinster –datado en la primera mitad del siglo XII, aunque depositario de
tradiciones muy anteriores–), un druida profetiza que será muy hermosa pero
provocará enormes desgracias. El rey de los ulates –los antiguos habitantes del
Ulster–, Conchobar, ordena que se críe apartada del mundo hasta que alcance la
edad de convertirse en su esposa. Pero, llegado ese momento, la muchacha se
enamora de Noise que, recordando la profecía, la rechaza. Entonces le lanza un
mágico geis, mediante el que consigue hacerse amar por el joven con quien huye.
Después de un largo exilio y por una traición del viejo rey, Noise muere y
Deirdré le es devuelta, pero fallece, poco después, de tristeza y de desesperación.
Algunas versiones cuentan cómo el celoso Conchobar manda enterrar a los amantes
lejos el uno del otro, pero, como en distintas versiones de mito de Tristán, en
sus tumbas nacen dos árboles que crecen hasta que sus ramas consiguen
abrazarse. Curiosamente nuestra poesía medieval recoge este mismo motivo en el
romance castellano del Conde Olinos (De
ella nació un rosal blanco, de él nació
un espino albar, crece el uno crece el otro, los dos se van a juntar; las
ramitas que se alcanzan fuertes abrazos se dan y las que no se alcanzaban no
dejan de suspirar) y en el portugués del Conde Nilo, mientras que en el
romance dedicado a nuestro mito: Herido
está Don Tristán, de la tumba de los amantes nace una azucena blanca. Pero
volvamos a la tradición celta.
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Diarmaid y Grainné. J. Fitzpatrick |
A pesar de
los evidentes parecidos del mito de Tristán con la leyenda de Deirdré, estará
aún más cerca de él la historia de Diarmaid y Grainné, perteneciente, como la
anterior, al género de los Aitheda o
cuentos de raptos, que, según Isabel de Riquer, ya se conocía en el siglo X y de
la que encontramos una breve referencia escrita, de nuevo, en el Libro de
Leinster, aunque habrá que esperar al siglo XVIII para conocer su versión
completa basada en tradiciones orales. Forma parte del Ciclo Ossiánico. Finn
mac Cumail, jefe de la misteriosa y guerrera milicia de los Fianna, ya cercano
a la vejez, se casa con la joven Grainné, hija del rey supremo de Irlanda, pero
ésta, en el banquete de bodas, hace que su criada le traiga un cáliz de oro en
el que vierte un filtro mágico que, al beberlo, hace dormir a todos los
invitados, salvo a Ossian y Diarmaid.
Cuando le propone al primero, que es hijo
de Finn, huir con ella, éste se niega ya que está obligado, por un geis, a no
compartir ninguna mujer con su padre. Entonces se dirige a Diarmaid, uno de los
tenientes de Finn, con el que le une un voto de lealtad y que, por ello,
también rechaza los requerimientos de la muchacha que, de nuevo apelando a la
magia de un geis: ¡Caiga la deshonra sobre ti si esta noche no me llevas
contigo!, hechiza al joven guerrero, a quien, poco después, confesará que
hacía ya tiempo que amaba. La pareja huye al bosque y es perseguida durante
años, hasta que el viejo caudillo de los Fianna parece aceptar su unión e
invita a Diarmaid a una cacería en la que morirá, después de ser herido por un
jabalí. Finn podría haberle salvado, ya que tenía el poder de sanar a cualquiera
con sólo darle agua a beber, pero niega el socorro a su rival. Se conservan
versiones diferentes de esta leyenda y finales distintos. Sin embargo, el que
nos va a resultar más cercano es el que narra cómo Grainné muere de dolor al
conocer el final de su amante y es enterrada en la misma tumba que él.
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Tristán e Isolda. C. Srtup |
Según Jean Markale, en La femme celte. Mythe et sociologie, comparando ambos
relatos, no hay duda en que Grainné (el nombre parece provenir de la palabra
gaélica grian, que significa “sol” –femenino para los celtas–) es el
referente mítico de Isolda la Rubia, imagen, a su vez, de la antigua diosa
solar céltica que da vida y calor a su amante. Por lógica, Diarmaid
representaría a la luna (masculina en esta tradición) y sería el modelo
primitivo del Tristán medieval. Así mismo, en Marco, el legendario rey de
Cornualles, Markale reconoce a una primitiva divinidad de la noche y de la
muerte, representada mediante la figura de un caballo (precisamente lo que
significa su nombre en bretón y galés), que retiene prisionero a un sol que, a
su vez, le será arrebatado por la luna. Así, también se puede entender que, en
el texto medieval de Béroul el rey aparezca con orejas de caballo. El autor de La femme celte aventura, así mismo, la
hipótesis de que nuestros personajes hubieran pertenecido a la historia de
Cornualles, como parece indicar la existencia de un Vado de Isolda (Hryt Eselt),
atestiguado en esta región en el siglo X, y de la Piedra de Tristán: un
monolito funerario de la Alta Edad Media, que se encuentra entre Tintagel y
Bodmin, y donde se le llama Drustanus: Hijo de Conomorus, otro apelativo del rey Marc, según textos hagiográficos
latinos (todo lo que, por otro lado, confirma una tradición oral tristanesca en
Cornualles muy anterior a los primeros poemas franceses que dieron cuenta de
nuestro mito). Pero también recordemos que el nombre mismo de Tristán: Drustanus, Drustan, es con toda probabilidad un derivado de Drust, el nombre varios
reyes pictos, y que, en la leyenda, Tristán es hijo del rey de Leonís, en la
vieja Escocia. Por lo tanto, se trasluce, tanto en la historia de Grainé como
en la de Tristán, un origen que atañe a todo el antiguo territorio céltico,
aunque sólo nos fijemos en las distintas etimologías de los nombres que en
ellas aparecen. No olvidemos, en este sentido, que Branguena llama a Branwen (“cuervo blanco”), hermana de
Bran el Bendito, heroína de la segunda rama del Mabinogui galés y,
probablemente, aspecto literario de una antigua divinidad celta del amor (en
nuestra historia, es ella la custodia del filtro). Además, Morold, como sugiere
Markale, puede remitir a un antiquísimo
personaje de la mitología irlandesa, perteneciente a la raza de los fomore: misteriosos y siniestros gigantes
que viven en las islas que rodean el país. Podríamos añadir que en las Tríadas
galesas (conservadas en manuscritos del XIII o posteriores, pero que, como los mabinogion, recogen tradiciones mucho más
antiguas) se puede encontrar el nombre de Drystan como uno de los tres mejores
guerreros, porquerizos y amantes; y el de Essyllt como una de las tres mujeres
infieles de la isla. Precisamente en la Tríada
de los tres porquerizos se cuenta que cuando Drystan, que guardaba los
cerdos de Marc, le llevaba un mensaje a Essyllt, Arturo intentó, en vano,
robarle un cerdo. También se mencionará a una Essylly en el mabinogi galés de Kulhuwch y Olwen, como una de las damas
de la corte de Arturo. Sin embargo, el nombre Isolda no es de origen celta,
proviene de un antiguo Iswalda o Ishild en él que se reconoce el germánico hild,
lo que no descartaría una influencia escandinava en la leyenda. Su porqué bien pudiera
deberse a las invasiones vikingas del Ulster que comenzaron en el siglo VIII. Precisamente
hay una Tristams Saga noruega del XIII que no es mucho más que la
traducción del Roman de Tristan de
Thomas, pero tiene la importancia de habernos llegado íntegra, a diferencia de
su fragmentado modelo francés.
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Tristán e Isolda. H.J. Draper |
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Tristán e Isolda. H. Merle |
Estamos
viendo cómo, en la tradición legendaria de los pueblos celtas, encontramos
estructuras narrativas muy similares a lo que hoy conocemos como el mito de
Tristán e Isolda, que, por si esto fuera poco, se sitúa en un escenario también
pancéltico: Tristán es el heredero de Leonís, Isolda es hija de los soberanos
de Irlanda, Cornualles es el reino de Marco y la Bretaña armoricana el hogar de
Tristán e Isolda la de las Blancas Manos, después de su matrimonio. Pero, lo
que nos hace pensar que estas mismas estructuras van más allá, en el espacio y
en el tiempo, del territorio celta es la comparación que hace Pierre Gallais entre
nuestro mito y la historia persa de Vis y
Ramín, perteneciente al periodo parto (210 a.C.-224 d.C.), probablemente al
siglo I d.C., aunque fue el poeta Gurgani quien la recogió y difundió, ya a mediados del XI situándola
en el inicio del imperio sasánida (S.III d.C). En este largo poema, volvemos a
encontrar dos emparentados y nobles rivales: el viejo rey Mubad y su hermano
pequeño, Ramín, disputándose el amor de la bella princesa Vis; amor que
propicia la nodriza de la joven, avezada en artes mágicas. De todos modos, aunque
hay innegables y difícilmente casuales similitudes, no creemos, como Gallais,
que esta historia sea el modelo de nuestro Tristán sino una pieza más de una
herencia mitológica común indoaria: como Sigfrido y Beowulf, Tristán vence a un
dragón; como Teseo, luchando con un monstruo, libera a su pueblo de un tributo
en jóvenes, y también el mito de Teseo comparte con el de Tristán el tema de
las velas blancas y negras cuya confusión provocará, en el primer caso, la
muerte de Egeo, en el segundo, la de los amantes.
Pero, si bien
encontremos estructuras narrativas y motivos muy similares en antiguos relatos
celtas, germanos, griegos e, incluso, persas, el mito que, según Rougemont,
tipifica el amor en Occidente, tal y
como hoy se conoce, nos llegó a través de narraciones medievales francesas,
que, aunque fragmentarias, obedecen a una misma trama argumental. No sabemos si
existió un texto que les sirviera de modelo, aunque la lógica y las alusiones
que hacen Thomas, Béroul y Marie de France (en el Lai du chèvrefeuille que dedica al tema) a que vieron la historia
escrita nos hacen creer que sí. Lo que, en cambio, tenemos son refundiciones de
este monumental fresco, como la muy célebre de Joseph Bédier (1922): Le
roman de Tristan et Yseult. Unos
años antes, en 1865, Richard Wagner estrenaba su drama lírico. Pero, antes de
llegar a él, volvamos a sus orígenes...
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