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Sabes
que es natural que muera lo que vive.
Shakespeare. Hamlet.
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El
rescate de Freia. A. Rackham
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En
el escenario de la Colina Verde, los dioses exigen a Wotan que entregue
el anillo. Los gigantes amenazan, furiosos, con romper el pacto.
Freia pide socorro cuando Fasolt la saca violentamente de detrás
del montón de oro. En plena confusión, la luz se oscurece y, envuelta
en un resplandor azulado, el alma antigua de la tierra, la que todo
lo sabe, emerge, sólo hasta la cintura, de las profundidades de
la sima en la que duerme su sabiduría. Es Erda, la madre de las
tres Nornas que tejen el hilo de los destinos. Avisa a Wotan de
que todo lo que es acaba, prevé un ignominioso fin para los dioses
y recomienda que les sea devuelto el anillo a las Hijas del Rin.
El dios quiere saber más, pero la misteriosa figura ya se ha hundido
en los abismos. Entonces, y tras una breve meditación, arroja la
joya maldita sobre el resto del tesoro.
Las
dos apariciones de la diosa Erda en la Tetralogía son breves pero
determinantes. Especialmente esta primera: ya muy avanzada la cuarta
escena del Oro del Rin, el miedo que va a provocar en Wotan,
que empieza cuando le hace consciente de que todo cuanto vive ha
de perecer (curiosamente la reina Gertrud le dirá algo muy parecido
a su hijo Hamlet al inicio del drama de Shakespeare), será el comienzo
de un largo camino de renuncias, hasta llegar a la de su propia
existencia. Pero no adelantemos acontecimientos y veamos cuál es
la materia mítica con la que Wagner construye el personaje de Erda.
De la misma manera que Freia reúne, como ya hemos visto, las figuras
tradicionales de Freyia e Iddum, la madre de las Nornas (sólo según
el maestro de Leipzig) reunirá características de la vidente de
la Völuspá y de Jörd, diosa de la tierra y madre de Thor
(de su nombre derivará, en antiguo alto alemán, el de Erda que significa
tierra). Probablemente, también la figura mítica de Gunnlöd,
la giganta que custodiaba el hidromiel de la sabiduría (Un
osado y joven dios), estuviera en el imaginario de
Wagner al modelar el personaje de la diosa.
La
völva
A diferencia de lo que se acostumbra a creer, las sociedades del
Gran Norte no son pura y únicamente guerreras. A través de su mitología,
vemos que en el mundo religioso germano-escandinavo eran los valores
de la magia los preponderantes. Ya lo indicó Tácito, pero a nuestra
imaginación (poblada por las visiones que nos han ofrecido Hollywood
o algunos tebeos sobre vikingos, por ejemplo) le cuesta ver en aquellas
gentes a poetas y a magos tanto como a guerreros; sin embargo, como
ya hemos comentado (Un
osado y joven dios), es significativo que Odín, su
divinidad suprema, no sólo sea el Padre de las Victorias, sino también,
y sobre todo, el dios de la magia y de la poesía.
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La
Völva de la Völuspa. Autor desconocido. |
Las
Eddas, los poemas escáldicos, las inscripciones rúnicas,
las grandes piedras grabadas y los amuletos de todo tipo prueban
el papel primordial que la magia jugaba en la vida de los antiguos
germanos. Así, la adivina-profetisa-maga, la völva, fue una
figura de gran prestigio en sus comunidades. La Saga de Erik
el Rojo nos describe minuciosamente a una de ellas con su manto
azul cubierto de perlas de cristal (en la Tetralogía, Erda aparece
envuelta en un resplandor azulado), pieles en sus ropajes, bastón
mágico y una gran bolsa llena de objetos, también mágicos, que le
sirven para practicar su arte subida en una especie de andamio y
entonando cantos destinados a atraer la atención de los espíritus.
Pero la völva más famosa es la que nos presenta uno de los más bellos
poemas de la Edda Mayor, la Völuspá o Profecía de
la vidente: Odín la interroga sobre el destino de los dioses y de
la tierra y, en una prodigiosa visión, la sibila narrará la historia
del mundo desde el origen hasta la catástrofe final del Ragnarök
(El destino final de los dioses). Es, pues, ella quien presentará
al dios supremo el final, lo mismo que hará Erda en el Oro del
Rin.
Los
estudiosos de la mitología nórdica parecen estar de acuerdo en que
la sibila de la Völuspá no está viva, como la de la Saga
de Erik el Rojo, sino que se trata de una hechicera muerta
a la que Odín resucita con su magia para obligarla a profetizar.
Así se explica, por ejemplo, el final del poema en el que, después
de describir todos los horrores del Ragnarök y anunciar el feliz
regreso de Bálder, la völva, hablando de sí misma, como es costumbre,
en tercera persona, dice: "Ahora ella se hundirá" (como
lo hará Erda), lo que parece significar que vuelve a las profundidades
del mundo de los muertos al que pertenece y de donde Odín la ha
sacado momentáneamente para interrogarla sobre lo que ha de suceder.
Pero
hay otros casos de adivinación del porvenir a través de la necromancia;
de nuevo en la Edda Mayor, los Grógaldr (Conjuros
de Gróa) relatan como Svípdag despierta a su madre muerta con el
fin de que le desvele los encantamientos que ha de emplear para
salir sano y salvo de una aventura que le llevará hasta su prometida
(un avatar de la diosa Freyia), que vive rodeada de una muralla
de llamas y protegida, a su vez, por un gigante, portador de lanza,
de enorme saber, lo que narrarán los Fjölsvinnsmál o Dichos
de Fjölsvinn (que no podemos dejar de poner en relación con el encuentro
entre Wotan y Sigfrido, en la Segunda Jornada de la Tetralogía).
Así mismo, en la Saga de Hervör y de Heidrekr (la versión
que conservamos es del siglo XII; pero, sin duda, la materia de
la que está compuesta es muy anterior), vemos como una hija obliga,
mediante un encantamiento, a su padre muerto a desvelarle su terrible
destino y entregarle una espada maldita que sólo traerá desgracia.
Pero la fuerza del hechizo es tan grande que el muerto no puede
negarse a lo que se le pide.
Este
tipo de práctica forma parte de la magia, del Seid, que la
diosa Freyia le enseñó a Odín y que, como ya hemos visto (Un
osado y joven dios), consiste en un ritual por el
que se puede conocer lo que aún no ha sucedido a través de metamorfosis
animales o de necromancia, como en los casos que hemos citado. Volvemos
a encontrar un ejemplo en los Baldrs draumar (los sueños
de Bálder; vid.: Loki:
Más allá del bien y del mal) en los que Odín cabalga
hasta las simas más profundas del reino de los muertos para resucitar
a una sibila que le habrá de descubrir el inminente y trágico final
de su hijo Bálder. Curiosamente la profetisa se presenta cubierta
de escarcha, nieve y lluvia; Erda, en su segunda aparición, lo hará
también cubierta de escarcha.
Pero
de ésta y otras similitudes entre los Baldrs draumar y la
segunda manifestación de Erda en la Tetralogía hablaremos en su
momento; lo que nos interesa ahora es que todos estos personajes
míticos proceden del Otro Mundo, del mundo de los muertos; por ello,
surgen de la tierra y únicamente hasta la cintura. El ejemplo más
claro lo encontramos en el Libro I de la Historia Danesa
de Saxo Gramático, en el que nos cuenta las aventuras del héroe
odínico Hadingus (según Dumézil, la conversión en rey danés del
dios Njörd) y su "descenso a los infiernos", en donde
conoce lo que le está vedado a un ser vivo (como una visión del
Walhall), de la mano de una mujer que, procedente del mundo subterráneo,
emerge de la tierra hasta la cintura, con unas yerbas frescas de
cicuta en las manos.
La
Tierra-Madre
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Erda
advierte a Wotan. A. Rackham
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En
las antiguas sociedades agrarias (y, aunque nos resulte extraño,
las germano-escandinavas lo eran en gran medida), la Tierra, rapidamente
divinizada, representaba tanto el reino de la muerte (es la definitiva
sepultura) como el lugar de donde surge la vida: la Madre-Tierra,
a la que le eran inmediatamente consagrados todos los niños que
nacían; las mujeres del Gran Norte parían de rodillas y el recién
nacido caía ritualmente al suelo (encontramos esta ambivalente simbología
de la tierra, entre otras muchas, en la antigua tradición
griega: si la Ilíada nos recuerda a menudo que los
hombres se nutren de la tierra, también nos indica cómo
los huesos de los guerreros muertos vuelven a ella; la tierra es
principio y fin del ciclo vital del hombre, así como la eterna
renovación de ese ciclo -la rueda que Wotan deseará
detener-; Ya lo indicaba un himno funerario del Rig Veda
hindú: ¡Repta hacia la tierra, tu madre! ¡Ojalá
ella te salve de la nada!). No es extraño, pues que la Erda
wagneriana reúna, por un lado las características de una völva venida
del Otro Mundo, que enfrenta a Wotan, por primera vez, con la realidad
de la muerte y con el final del universo; y, por otro, adopte la
figura de la Madre-Tierra.
En
las mitologías de los pueblos del Norte, la universal Diosa Tierra
es conocida por varios nombres que reenvían a una misma y muy primitiva
imagen. La escandinava Jörd se presenta unas veces como perteneciente
a la familia de los Ases y, otras, a la raza de los gigantes (esto
último da una pista de su antigüedad, ya que los gigantes son los
seres primordiales de estas tradiciones). Considerada como esposa
o como amante de Odín (en la Tetralogía, Erda le dará a Wotan nueve
walkyrias), que engendrará en ella a Thor, es hija de Nott (la
Noche) y su segundo marido Ánar (el Otro). Curiosamente, y según
Snorri, con su tercer marido, perteneciente a la familia de los
Ases, tendrá un hijo llamado Día; no debe de extrañar ya que, para
las antiguas sociedades, la noche, de la que todo surge, precede
al día; ya Tácito señalaba que los calendarios de los germanos eran
nocturnos: las sociedades del Norte de Europa contaban el tiempo
por noches, como la inmensa mayoría de los pueblos premodernos.
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Gunnlöd,
la giganta. Autor desconocido |
Y
es precisamente el historiador latino el que nos habla, en su Germania,
del extendido culto (atestiguado en todas las comunidades germano-escandinavas)
a la Tierra-Madre, esta vez bajo el nombre de Nerthus, la deidad
benefactora que viaja en carro por los pueblos e interviene en los
asuntos de los hombres. Cuando sale de su santuario, en todos los
lugares por los que pasa reina la paz, el regocijo y el descanso.
Otras advocaciones de Jörd en la mitología nórdica serán Hlodyn
(probablemente la más antigua: se han encontrado exvotos consagrados
a ella de los siglos II y III) y Fjörgyn (Concede Vida, significa
su nombre) que, según los poetas, representaría el poder de la producción
vegetal de la Gran Diosa Tierra. De todos modos, creemos que el
personaje de Wagner tiene más puntos esenciales en común con las
sibilas de la Völuspá y de los Baldrs draumar que
con la Madre-Tierra Jörd; aunque Wotan, en Siegfried, la
llame "madre", el parecido se reduce a que se trata de
una diosa tan antigua como la propia tierra, ya que es su encarnación.
Pero,
lo que caracteriza a la Erda del Anillo del Nibelungo es,
especialmente, su sabiduría y, a su vez, el deseo de saber que provoca
en Wotan. Es aquí donde podemos encontrar una sutil reminiscencia
de Gunnlöd. El mito narrado por Snorri, en el Skáldskaparmal
(El lenguaje del arte escáldico) de la Edda Menor, nos presenta
a la giganta (recordemos que su raza es, en esta mitología, la detentora
del saber) como custodia del hidromiel de la sabiduría. El que Odín
se introduzca en las profundidades de la tierra para recuperar el
elixir podría perfectamente ser la base mítica de la imponente aventura
que Wotan narra a Brünnhilde en la segunda escena de La Walkyria:
buscando el conocimiento, el dios desciende a los abismos de la
tierra, al seno del mundo, y, mediante un conjuro de amor, somete
a Erda, a la Valla. Así obtiene sabiduría mientras engendra a la
más sabia: a Brünnhilde, junto con sus ocho hermanas, las que eligen
a los héroes que habrán de morir en el combate.
Pero, el mismo Wotan, en Siegfried, le reprochará a Erda
no ser lo que se imagina...
El
alba del ocaso
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Fafner
mata a Fasolt. A. Rackham |
Cuando
Wotan arroja el anillo sobre el montón de oro, los gigantes liberan
a Freia. La maldición que pesa sobre la joya no tardará en manifestarse:
teniendo por testigo el horror de los dioses, Fafner asesina a Fasolt
para no tener que compartir el tesoro. Ante un ambiente tan cargado,
Donner blande su mágico martillo y convoca a la tormenta que limpie
la atmósfera. Cuando las nubes desaparecen, el arco iris forma,
por encima del valle, un puente que llega hasta la fortaleza del
Walhall. Froh señala el camino a los dioses.
En
la mitología nórdica, a la residencia de los dioses, al Asgard,
también se llega por un puente: Bifröst (Vacilante camino del cielo),
el arco iris. Su guardián es el enigmático dios Heimdall (El que
ilumina el mundo), el As Blanco de los dientes de oro, engendrado
por nueve hermanas y padre según el Rígsthula o Cuento de
Ríg (otro de los nombres del dios) de la Edda mayor, de las
diferentes castas de hombres. Como custodio del Bifröst, duerme
menos que un pájaro y ve, de noche y día, a más de cien leguas a
la redonda; puede escuchar cómo crece la yerba sobre la tierra y
la lana sobre las ovejas. Su cuerno se puede escuchar en todo el
mundo y sonará para anunciar a los dioses el inicio de la batalla
final; entonces, Loki y él se matarán mutuamente; poco antes, los
ejércitos del caos habrán roto el puente, cabalgando sobre él.
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Los
dioses descendiendo por el Bifröst. Collingwood
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Pero,
en el escenario de la Colina Verde son, ahora, los dioses los que
suben, orgullosos por el puente del arco iris camino de un Walhall
que se muestra en todo su magnífico esplendor. Después de que Wotan
salude, deslumbrado, a la fortaleza, surge, en Do mayor, el tema
de la espada. Si hemos de creer a Bernard Shaw, en su Perfecto
wagneriano, durante los ensayos en Bayreuth, el mismo Wagner
en este preciso momento hacía que Wotan recogiera del suelo una
espada, que supuestamente habrían dejado olvidada los gigantes,
y la blandiera triunfante (aunque esto no quedó marcado en la partitura
impresa original de la casa Schott, publicada tres años antes del
estreno del Anillo en Bayreuth, sí aparece en nota a pie
de página en la partitura vocal de la casa Breitkopf de 1910). A
Wagner no parece gustarle dejar ningún cabo suelto: esta espada
pronto será Nothung.
Toda
esta apoteosis esconde, sin embargo, mucha inquietud: las Hijas
del Rin lloran el robo del oro e imploran que les sea devuelto.
Loge prevé el final de los que le domesticaron y sueña con reducirlos
a cenizas antes que perecer con ellos. Los dioses avanzan, majestuosos,
hacia el Walhall, pero: ¡Falso y cobarde es lo que allá arriba
se alegra!
Cae
el telón.
Bibliografía:
Edda Mayor; Madrid, Alianza Editorial, 2000.
Gramático, S.; Historia Danesa (Libros I-IV). Valencia, Tilde,
1999.
Guelpa, P.; Dieux & Mythes Nordiques. Presses Universitaires
du Septentrion, 1998.
Sturluson, S.; Edda Menor. Madrid, Alianza Editorial, 2000.
Wagner, R.; El anillo del Nibelungo. Prólogo. El oro del Rin.
Madrid, Turner música, 1986.
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