TRISTAN
UND ISOLDE
Fue
el primero, el único sueño – y desde entonces, desde entonces
sólo siento una fe eterna, una inmutable confianza en el Cielo
de la Noche, y en la luz de este cielo: la Amada. Novalis.
Himnos a la Noche.
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En el Teatro de la Colina Verde, Isolde maldice y grita venganza
contra aquél a quien, en otro tiempo, ella misma había salvado por
dos veces de la muerte: al reconocer en él al matador de Morold
y, pese a ello, al sanar, con su ciencia, la herida envenenada.
Entonces, los ojos de Tristan fijos en los de la heredera de Irlanda
detuvieron el golpe del acero… Ahora, en la orquesta, se suceden
los motivos del Deseo, la Mirada y la Cólera.
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Isolda.
F.F.B. Dicksee |
Una
barca a la deriva
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Tristán
es arrebatado por las aguas de Irlanda. Azulejo de Chertsey |
Tristán vuelve a enfrentarse victorioso a los peligros de las
aguas que suelen, en los relatos míticos (bajo nombres como Estigia
o Leteo, para los pueblos del sur) separar la vida de la muerte.
Si la primera vez (La
herida envenenada) le devolvieron a la patria de
sus antepasados para empezar a cumplir su destino, ahora le depositan
en las costas de Irlanda, para sellarlo. En la versión alemana de
Eilhart von Oberg (basada en la francesa de Béroul), el héroe, ante
la pestilencia de su herida, suplica a Curvenal que le deje en una
barca, a la merced del océano, con la única compañía de su arpa
y su espada. Así se hace, pero el encanto de su música junto con
el embrujo de las olas le llevan, sin timón y sin remos (lo representa
el famoso azulejo de Chertsey), hasta el único lugar en donde podía
ser curado, gracias a la mágica ciencia de la reina Isolda: hasta
las costas de Irlanda. En la mitología celta, el de la barca sin
timón y sin remos es un tema recurrente: en una de ellas viajarán
Conn el de las Mil Batallas y su hijo Art, hasta la isla de un hada;
también, en la leyenda griálica, la Nave de Salomón será una barca,
sin rumbo ni timonel, que lleve a los caballeros Gallad, Perceval
y Boores hasta el fabuloso reino de Sarraz. Pero el relato que más
se acerca a nuestra historia es el que contiene un lai de
Maria de Francia: el de Guigemar. En él, el protagonista,
que sufre una herida en un muslo, sólo podrá ser curado por una
mujer que le ame y que sufra por él. Embarcándose en una nave sin
piloto, llegará hasta ella (a este respecto, puede resultar curioso
recordar que Paris, el raptor de Helena, sólo puede ser curado por
su primera mujer, la ninfa Enone que, cuando éste es herido de muerte
en el sitio de Troya por la flecha envenenada de Filoctetes, se
niega a auxiliar al que la había abandonado; poco después se arrepiente,
pero ya es tarde: el héroe ha muerto y a ella sólo le queda arrojarse
a su pira funeraria).
Gottfried
(más cercano a la versión de Thomas) va a eliminar el elemento fantástico
que encierra este episodio y nos dará una explicación racional del
mismo: sabiendo que Gurnum el Audaz había decretado que cualquiera
que llegara a su reino, desde las costas de Cornualles, debería
ser ejecutado al instante, por el asesinato de su cuñado Morold,
Tristán deja correr la voz de que irá hasta Salerno para curar su
herida, pero, en realidad, se embarcará camino de Irlanda. Cuando
divisa desde el mar la ciudad de Dublín, el héroe se viste con las
ropas más miserables que encuentra en el barco y hace que le trasladen
hasta un bote junto con su arpa y algo de comida. Al amanecer, los
dublineses escuchan un melodioso sonido y una voz de hombre tan
hermosa que toman la aparición por un milagro. Al rogarle que les
cuente su historia, miente diciendo que es un juglar y comerciante
venido de España, que ha sido despojado de sus bienes y herido por
unos fieros piratas. Pronto, la fama de su música llegará hasta
la reina Isolda que lo manda llevar hasta su castillo, reconoce
el veneno de su herida, pregunta su nombre, asegura que le va a
curar y le pide que toque y cante para ella y para su hija, la joven
princesa que lleva su mismo nombre. El falso juglar, que dijo llamarse
Tantris, obedeció a la soberana y tocó y cantó ante las damas de
manera tan prodigiosa que pronto se ganó su admiración. Así que,
empeñando en ello todo su saber, la reina de Irlanda le salvó de
la muerte; y, cuando desapareció el hedor de su herida, le confió
la educación de la joven Isolda que, gracias a su celo, afianzó
sus ya grandes conocimientos y aprendió nuevas disciplinas tan importantes
como el arte de las buenas maneras. Cuando el falso juglar
recuperó del todo la salud, sintió miedo a ser reconocido y le pidió
a la reina que le dejara volver a su ficticia patria junto a su
inexistente esposa. Al poco tiempo, se hallaba sano y salvo en Cornualles
para alegría del rey Marc que le nombra su heredero.
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Tristán
e Isolda. E.B. Leighton |
Vemos
pues que, en el relato de Gottfried, es la Reina Isolda y no su
hija, como en el drama de Wagner, la que sana la herida de Tristán
(también es la joven la que cura al héroe en el poema de Eilhart,
pero mandándole ungüentos y apósitos, sin encontrarse cara a cara
con él). Vemos, así mismo que no es ahora cuando la heredera de
Irlanda reconoce en el juglar al asesino de Morold (aquí su tío
y no su prometido). No hay, por lo tanto, en los textos medievales,
en este momento de la historia, ningún intento de venganza que naufrague
en unos ojos llenos de amor, pero no hay duda, tampoco de que, en
el de Gottfried, cuando Tristán regresa al reino de su tío Marc,
lo hace absolutamente prendado de esa luminosa y resplandeciente
Isolda que brilla como el oro de Arabia. Aunque aún no sea consciente
de sus sentimientos, la forma en la que canta las alabanzas de la
joven delatan un amor tan puro e inocente, tan carente de egoísmo
y de sentido de la posesión, que no se reconoce como tal. Por eso
no es de extrañar que sea el propio Tristán el que vaya, por tercera
vez, a tierras de Irlanda para buscar a Isolda y entregársela a
Marc, a quien considera el más grande y noble de los mortales. Sin
embargo, en el corazón del rey no nacerá el amor por la magia de
una mirada, simplemente actuarán, en su cerebro, la prudencia y
la razón de estado. Además, cuando su sobrino le cuenta las maravillas
que vio en la joven, Marc jura que sólo se casará con ella en la
seguridad de que esto no puede llegar a ocurrir pues se trata de
una princesa de Irlanda, enemiga mortal de la que fue su vasalla:
Cornualles.
La
novia y el dragón
Tampoco
el Marc del poema de Eilhart siente amor por Isolda. Se podría pensar
que el episodio de la golondrina recuerda al famoso tema trovadoresco
del Amor de lonh (el “lejano amor” que canta Jaufré Rudel,
prendado de la princesa de Trípoli, sólo por escuchar su nombre),
pero no es así ya que, cuando el rey de Cornualles descubre que
unas golondrinas dejan caer un largo cabello rubio, con el que intentaban
construir su nido, efectivamente promete que sólo se casará con
la dueña de ese cabello, pero (como el personaje de Gottfried) con
la única intención de que nunca se la encuentre y, por lo tanto,
de no verse forzado al matrimonio al que le querían obligar sus
parientes, celosos del afecto que sentía por su sobrino Tristán
y de su herencia. Lo que Marc no pudo prever (y, ahí, de nuevo interviene
el destino implacable y la preeminencia del corazón sobre la mente)
es que su sobrino descubriera a la dueña del rubio cabello. Resulta
curioso observar cómo Gottfried, en su texto, se burla del mágico
episodio que relata su compatriota: ¿Ha habido alguna vez una
golondrina que construyera su nido tomándose tantas molestias y
atravesara océanos en busca de materiales, cuando dispone de ellos
en abundancia en su propia tierra?
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Tristán
y el dragón. S. Dalí |
Isolde
y Brangäne. A. Rackham |
De
cualquier modo, en ambos poemas, vuelve Tristán a embarcarse hacia
Irlanda a ganar una novia para su tío, y lo hace de una manera muy
clásica en la mitología y el folklore europeos: enfrentándose y
matando a un temible monstruo, en este caso un dragón, que, al igual
que la esfinge a la que mata el tebano Edipo (recordemos que esta
victoria también se recompensa con una mujer y un reino), tenía
asoladas las tierras de Gurnum el Audaz, por lo que se había visto
obligado a prometer la mano de su hija Isolda a quien les librara
de su presencia. Naturalmente es nuestro héroe el que, con muchos
esfuerzos, sacrifica al monstruo, pero será un impostor el que intente
aprovecharse de su hazaña. Después de la titánica lucha, Tristán
cortó un trozo de la lengua del fabuloso animal, lo guardó en su
pecho y se dispuso a descansar y a refrescar sus heridas en un pequeño
manantial. Pero los venenosos efluvios de la lengua del dragón no
le permitían recobrar el conocimiento, por lo que un senescal cobarde,
que amaba a la joven Isolda, al no encontrar ni vivo ni muerto al
vencedor del monstruo, decide adjudicarse la proeza. Sin embargo,
la ciencia mágica de la reina le reveló en sueños que la historia
del senescal no era la verdadera y salió, junto con su hija, Branguena
(la Brangäne de Wagner, aquí prudente sobrina de la reina) y un
escudero, a buscar al auténtico héroe. Es la princesa quien lo descubre.
Al sacarle del agua y despojarle de la armadura, apareció la lengua
del dragón; entonces, todos se dieron cuenta de que se trataba de
Tantris, el juglar.
La
causa de las damas
Mientras
la reina descubría el engaño del artero senescal ante la corte,
su hija descubría, a su vez, al observar las armas de Tristán, que
en la mella que tenía su espada encajaba perfectamente el trozo
de metal que habían extraído de la cabeza cortada de Morold. Así
supo que los nombres de Tristán y Tantris eran el anverso y el reverso
de una misma persona. Y, ahora sí, la Isolda de Gottfried, como
la de Wagner, se apresura a vengar a Morold con la espada del héroe,
mientras éste toma, indefenso, un baño (algunas versiones de la
leyenda griega nos cuentan que Agamenón es asesinado por Clitemnestra
también cuando se encuentra desarmado en el baño). Pero esta Isolda
no salva la vida de Tristán porque la detuviera, como en el drama
musical, una mirada de amor, sino porque la detiene su madre recordándole
que el héroe está bajo su protección. Sin embargo, la joven Isolda
emprende una terrible lucha consigo misma: una parte de ella odia
y clama venganza, la otra arroja la espada al suelo. Finalmente,
también Branguena intercederá por Tristán que ruega por su vida
recordando que ésta dará testimonio de que el senescal cobarde miente
y así liberará a la princesa de una unión aborrecida, mientras le
ofrece a su padre el matrimonio con alguien digno de ella: el rey
Marc de Cornualles y, con esta unión, la paz entre sus dos pueblos.
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Tristán
e Isolda. Acto I. Mestres Cabanes |
Tristán mandó al escudero de Isolda hasta el barco que le había
llevado a Irlanda y en donde le esperaba su fiel preceptor Curvenal,
que aún no sabía si el héroe conservaba la vida, para darle orden
de que se presentara en la corte con su imponente séquito de caballeros.
Fiándose de los testimonios de su mujer, su hija, Branguena y el
propio Tristán, Gurnum el Audaz organizó un torneo para que un paladín
defendiese la causa de estas damas contra la del senescal cobarde.
Allí salió a relucir la verdadera historia de la muerte del dragón,
sin necesidad de duelo ya que se demostró la vileza del solicitante
y ninguno de sus parientes ni allegados quiso combatir por él. Allí,
también, se le otorgó a Isolda como regalo de bodas el reino de
Cornualles y toda Inglaterra y se consiguió la liberación de los
que habían sido ofrecidos como tributo al reino de Irlanda.
Al poco tiempo estaba aparejado el navío de Tristán que debía llevar
hasta Marc a su nueva reina y en él embarcaron. Pero Isolda sólo
demostraba tristeza desde que salió de Irlanda y cada vez que el
héroe iba, solícito, a visitarla le rechazaba con rabia, recordándole
que había sido él el asesino de su tío. Un día, nos cuenta Gottfried
que llegaron a un puerto y casi todos abandonaron el barco para
pasear por tierra firme. Enseguida fue Tristán a saludar y ver cómo
se encontraba su bella y luminosa señora. Cuando estaba sentado
a su lado, charlando de esto y de aquello, pidió que le trajeran
algo de beber. Pero no había nadie con la reina a excepción de unas
cuantas jóvenes de la corte, una de ellas dijo: -Mirad, hay aquí
vino, en esta pequeña vasija. ¡No, no se trataba de vino, aunque
pareciera serlo! Era el dolor incesante, la tortura interminable
en el corazón, aquella que haría perecer a ambos…
En el teatro de la Colina Verde, Isolde camina con arrogante porte
hasta su lecho. Se apoya en la cabecera, vuelve la mirada y, por
fin, descubre a Tristán que permanece, erguido y respetuoso, ante
la entrada del regio aposento.
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Tristán
e Isolda. Waterhouse |
Bibliografía
Eilhart
von Oberg y Gottfried von Strassburg; Tristán e Isolda. Madrid,
Siruela, 2001.
Markale, J.; La femme celte. Mythe et sociologie. París,
Payot, 1972.
Campbell, J; Las máscaras de Dios. Mitología creativa. Madrid,
Alianza Editorial, 1992.
Wagner, R.; Tristan und Isolde. Madrid, Fundación del Teatro
Real, 2000.
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