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Juntemos
las manos, hagamos una rueda, como hermanas enviadas del cielo
y de la tierra. Tres vueltas por ti, tres por ti, tres por
mí: son nueve, cuenta. ¡Silencio! Ya ha llegado
el término del conjuro. W. Shakespeare. Macbeth,
Act. I, Esc. 3.
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Después
de un brevísimo preludio, se abre el telón en el Teatro de la Colina
Verde. De las profundidades de la orquesta surge el tema de Erda.
Empieza la Tercera Jornada del Anillo del Nibelungo. Es de noche,
pero nuestra mirada, atenta, reconoce el espacio: la roca de la
walkyria que sigue protegida por el fuego de Loge. Delante de ella,
tres altas señoras, envueltas en velos oscuros, se arrojan un hilo
de oro que tratan de ceñir a las ramas de un pino y a los salientes
de una roca. Ya falta poco para la conclusión del drama: al parecer,
lo único que ellas desconocen...
Lo
que fue, Lo que es, Lo que deberá ser
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Urdhr,
Verdandi, Skuld |
Cuenta
la Völuspá (Profecía de la Vidente) de la Edda Mayor
que los dioses del Asgard vivían una dichosa edad de oro hasta que
aparecieron tres gigantas que les superaban en poder, ya que encarnaban
el Destino al que ellos mismos estaban sujetos. Se llamaban Urdhr
(Lo que Fue, Destino), Verdandi (Lo que Es) y Skuld (Lo que Deberá
Ser). Las tres eran muy sabias y vivían en Yggdrasill, el Fresno
(para algunos, el Tejo) Sagrado del Mundo, al que regaban cada mañana,
para que siempre mantuviera fresco su verdor, con el agua clara
y la arcilla blanca del manantial de Urdhr, la más vieja de las
tres hermanas; según Snorri, era tan sagrado que todo lo que se
bañaba en él se volvía blanco. Ellas regían el hado de los dioses,
los gigantes, los enanos y los hombres; lo que disponían nadie lo
podía cambiar: su veredicto era irrevocable.
Puede
llamar la atención el que figuras tan imponentes y poderosas como
las Nornas no tengan más protagonismo en los cantos éddicos; las
encontramos muchas veces en los cuentos del folklore germano (y
también celta) rodeando las cunas de los recién nacidos, ofreciéndoles
sus dones, profetizando sus gestas, y no sería de extrañar que tuvieran
mucho que ver con las tres brujas que vaticinan el porvenir de Macbeth
en el drama de Shakespeare; sin embargo, en los textos que recogen
la mitología germano-escandinava, su presencia es escasa. Y es que
ya hemos comentado en alguna ocasión que el Destino, al que representan,
es, para los pueblos del Gran Norte, la manifestación misma de lo
sagrado que se encarna en cada hombre; y éste no se contenta con
contemplarlo como un mero espectador, ni mucho menos intenta esquivarlo,
sino que lo acepta, lo asume y lo lleva conscientemente hasta sus
últimas consecuencias en ese querer lo inevitable que está
tan cerca del amor fati de Nietzsche. Así, de la misma manera
que, en las Eddas, no se exalta el heroísmo, no se hacen
sobre él grandes (ni pequeños) discursos, porque no necesita de
demostraciones, de exaltaciones: simplemente es; lo mismo pasa con
las Nornas: ellas también son; y con eso basta. Lo que sí resulta
común es encontrarse en los poemas épicos germanos con numerosas
alusiones a estas señoras del destino del tipo: Las Nornas juzgaron,
Terrible es la sentencia de las Nornas o No se sobrevive
una noche al veredicto de Urdhr. Cuando un guerrero es vencido,
aunque se resigne y se someta, se queja de la decisión de las tres
implacables, y, cuando es él el vencedor se regocija con su veredicto.
En
un primer momento, la religión de los pueblos germanos consideró
al Destino como una fuerza impersonal que actuaba ciegamente en
el mundo y a la que estaban sometidas todas las criaturas divinas
y humanas. Sin embargo, las ideas demasiado abstractas tienen, en
toda mitología, una clara tendencia a personificarse y, así, nos
encontramos con un gran número de figuras como las Disas y las mismas
Walkyrias (ya lo hemos visto en Los
rostros del Destino) o las Hamingjur, genios
tutelares femeninos unidos a los clanes y las Fylgjur (Seguidoras),
también espíritus tutelares pero, esta vez, encargadas de velar
por el individuo, en un claro paralelismo con el daimon griego,
el genius latino o el ángel de la guarda cristiano, al que
los nórdicos designan como Fylgjuengill (Ángel Seguidor).
Pero, entre todos estos personajes míticos unidos al devenir de
los seres, va a destacar Urdhr, la más antigua y, quizá, la más
genuina de las tres Nornas.
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Las
Nornas y el hilo del destino A. Rackham |
Estas
figuras, por su número, nos recuerdan a las Moiras y a las Parcas
griegas y romanas, lo que no parece ser simplemente una coincidencia
si a esto le añadimos que la actividad de todas ellas es exactamente
la misma: son las divinas tejedoras del destino de las criaturas
que se simboliza mediante el hilo que trenzan, miden y cortan (en
el caso de las escandinavas, cuando se trata de un héroe, lo lanzan
al cielo y es de oro). Por ello se puede deducir (y lo hacen muchos
mitólogos) que, en un primer momento, los pueblos del Gran Norte
sólo contemplaran la existencia de una Norna, Urdhr, que, por influencia
grecorromana, se triplicó; pero tambien es muy plausible que todas
estas figuras tuvieran un referente indoeuropeo común y anterior.
De lo que no cabe la menor duda es de que en las antiguas lenguas
de los pueblos del norte: alemán, anglosajón y escandinavo antiguo,
algunas de las palabras que expresan la idea de Destino (wurd,
wyrd y urdhr, respectivamente) pertenecen al mismo
campo semántico del verbo latino vertere que significa "dar
vueltas" y proviene del sánscrito vartula que quiere
decir "rueca".
Pero
el nombre de Urdhr, no sólo lo lleva la Norna sino también
el Urdarbrunnr (Pozo de Urdhr), una de las fuentes que manan
entre las raíces de Yggdrasill, el gran árbol que es el centro y
el soporte del universo, el origen de toda vida, de todo saber y
de todo destino. Esta imagen es recurrente en distintas mitologías;
equivale, por ejemplo, al pilar cósmico de los Vedas, a la higuera
sagrada de los hindúes o al Irminsul sajón.
El
Gran Fresno del Mundo
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Asgard.
A. Lee |
Dos
cantos de la Edda Mayor: la Völuspá y los Grímnismál
(Dichos de Grímnir), y la Gylfaginning (Alucinación de
Gylfi) de Snorri nos presentan a Yggdrasill con pequeñas diferencias:
este centro sagrado del mundo, en el que se reúnen los Ases para
deliberar, toca el cielo con su copa mientras sus ramas abrazan
la tierra y sus tres enormes raíces llegan hasta el país de los
Ases, al de los terribles Gigantes de la Escarcha y a la tierra
de los muertos (los Grímmismál, sin embargo, nos dicen que
sus raíces cobijan a muertos, gigantes y hombres). De una de ellas
nace el manantial de donde salen todos los ríos del universo; bajo
la que llega a la tierra de los sabios Gigantes, se encuentra la
fuente de Mimir, en la que Odín debió dejar un ojo a cambio del
sorbo que le otorgara esa inteligencia profunda que va más allá
de las apariencias externas; y, junto a la que se yergue, imponente,
el Asgard, encontramos el pozo de Urdhr, el del Destino, al que
también simboliza el Fresno del Mundo. Desde el momento mismo de
su nacimiento, cuando los dioses organizaron el cosmos, se vio amenazado:
en su cima, un águila que provoca los vientos, una ardilla recorre
su tronco, cinco ciervos, con nombres de enanos, se comen sus hojas
(incluso hay quien dice que también lo hace la cabra de cuyas ubres
fluye el hidromiel que las walkyrias sirven a los héroes del Walhall),
ocho terribles reptiles roen sus raíces y, en los flancos lo pudre
la edad. Sin embargo, aunque parezca sometido al tiempo y a la muerte,
Yggdrasill temblará, pero no caerá en el temido momento del Ragnarök:
permanecerá erguido y, a su sombra, renacerán el mundo y la vida.
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Nornas |
Yggdrasill |
Si
relacionamos lo que acabamos de ver con el relato de la primera
Norna en el Ocaso de los dioses podemos comprobar que el
inicio de la narración se ajusta perfectamente a las tradiciones
éddicas: un valiente y joven Wotan deja su ojo como tributo por
beber de la fuente de la sabiduría que mana junto al fresno sagrado
en donde teje la implacable diosa. Pero, adquirido el conocimiento,
corta una rama del árbol con la que fabrica la lanza en donde grabará
las runas de los pactos que le aseguran el poder sobre el mundo.
Con esto Wagner se separa de la ortodoxia mitológica escandinava
que cuenta cómo Odín (Un
osado y joven dios) pasa nueve noches colgado de
una rama del árbol, y herido por su propia lanza, hasta que le son
reveladas las runas.
Açvattha
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Prólogo
del Ocaso de los dioses. A. Rackham
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El
que Wagner haga que Wotan arranque una rama del Gran Fresno del
Mundo puede estar relacionado con una antigua tradición germánica:
los pueblos del Gran Norte admiraban, como tantos otros, el fenómeno
del brotar la naturaleza en primavera. En este momento del año asistían,
maravillados, a la eclosión de la fuerza vital que se manifestaba
de una manera privilegiada en los árboles; por ello, acostumbraban
a plantarlos cerca de sus casas y a cortar alguna de sus ramas con
una clara finalidad: que esa fuerza sobrenatural les fuera transmitida,
y poseerla (he aquí el origen de las varitas mágicas de nuestros
cuentos). No sería de extrañar que el joven, valiente y ambicioso
Wotan, después de adquirir la consciencia en el pozo del conocimiento,
intentara hacerse con el poder del mundo convirtiendo en lanza,
su mágico emblema (y gobernando gracias a ella), una de las ramas
del árbol que representa ese mundo. Pero la fuerza de la naturaleza,
como el devenir de todo lo que es, trae la muerte engarzada en la
vida. Después de que pasara mucho tiempo, el árbol, que empezó a
desangrase por la herida de la rama rota, se secó, como la vieja
fuente donde hilaba y cantaba la Norna. Había sido precisamente
su madre, Erda, la que le recordó al dios que el final también es
una ley del mundo. Parece como si la consciencia hubiera traído
con ella la ambición, el deseo, la tiranía de la necesidad, la exaltación
del querer vivir (si utilizamos la terminología de Schopenhauer)
que tan unida está al tiempo y, por lo tanto, a la muerte.
Sea
como fuere, el árbol del mundo, el árbol cósmico de la tradición
germano-escandinava sólo tiembla y se tambalea en el momento del
Ragnarök, nunca cae. Pero ya que acabamos de citar a Schopenhauer,
nos viene a la cabeza su homólogo de la tradición hindú, que el
filósofo, al que tanto admiraba Wagner, conocía tan bien. En la
Bhagavad-Gita (Cap. XV), açvattha, el árbol cósmico
(aunque se trate de una higuera y no de un fresno) que representa
no sólo el universo sino también la condición del hombre en él,
su propia individualidad, debe ser cortado de raíz con el arma de
la renuncia; es decir, el hombre debe de saber retirarse del mundo
para así poder liberarse y transcender. No es pues de extrañar que
en el momento en el que Wotan le pase el testigo de la salvación
del mundo a Siegfried (dueño ya del anillo), en el momento en el
que éste rompa su lanza, el dios, renunciante, mande a sus guerreros
cortar el marchito tronco del fresno, abatirlo por siempre y apilar
sus leños rodeando el Walhall. Resulta muy significativo que sea
precisamente con la madera del árbol cósmico con la que arda la
sala de los dioses, no por la acción de Brünnhilde, no lo olvidemos,
sino por la del propio Wotan, como cuenta la tercera Norna:
Las
punzantes astillas
de
la destrozada lanza
Le
hundirá un día Wotan
Al
ardiente en el pecho:
Devorador
incendio
Prenderá
allí;
El
dios lo arrojará
A
los apilados leños
Del
fresno del mundo...
Al
final del Prólogo del Ocaso de los dioses, esta misma Norna,
la más joven, cumple con su tradicional labor: entre sus manos,
se rompe el hilo del destino.
Asustadas,
las tres señoras se apresuran a bajar a la madre, parece como si
estuvieran oyendo el viejo canto que el Rig Veda (X-18-10)
dirige a los muertos: ¡Repta hacia la tierra, tu madre! ¡Ojalá
ella te salve de la nada! Esa nada que, consciente y felizmente,
anhela y espera el dios.
Bibliografía
Boyer,
R.; L’Edda poétique. París, Fayard, 1972.
Edda
Mayor; Madrid, Alianza Editorial, 2000.
Éliade,
M; Tratado de historia de las religiones. México D.F., Era,
1998.
Guelpa,
P.; Dieux & mythes nordiques. Presses Universitaires
du Septentrion, 1998.
Sturluson,
S.; Edda Menor. Madrid, Alianza Editorial, 2000.
Vries,
J. de; "La religion des Germains" in AA.VV, Histoire
des religions I. París, Gallimard, 1970, pp.748-779.
Wagner,
R.; El ocaso de los dioses. Madrid, Turner Música, 1986.
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