Esta
es la introducción a una serie de artículos que tengo preparados
para analizar el panorama actual de la interpretación wagneriana.
Siempre
estamos hablando de cantantes y directores del pasado, la mayoría
sólo conocidos por el poco fiable soporte del disco, y frecuentemente
nos olvidamos de los que tenemos disponibles en los teatros de todo
el mundo.
Sin
menospreciar las horas de disfrute que cada cual nos procuramos
en casa con nuestros discos favoritos, nada es comparable a una
buena función en directo: la magia del teatro es algo colosal.
La
música se crea en el momento de su ejecución y se destruye inmediatamente,
quedando sólo en el recuerdo de los presentes. Cualquier intento
de contenerla en un soporte artificial es un ideal inalcanzable.
Lo que tenemos en disco es una representación de cómo pudo
ser un concierto o una ópera, un elemento de recuerdo o de acercamiento
a una obra, pero nunca podrá recrear de forma exacta el momento
de su creación.
Sin
embargo, es enormemente enriquecedor conocer el trabajo de los intérpretes
de los tiempos anteriores, no para compararlos exactamente con los
del presente y adherirse al famoso tópico de “cualquier tiempo pasado
fue mejor”, sino para ser conscientes de diferentes estilos de canto
y actuación, y para ver la evolución –o no– del estilo interpretativo
a lo largo de las décadas.
En
la actualidad, es cierto, hay una escasez alarmante de buenos cantantes
profesionales. Muchos abandonan sus estudios mucho antes de estar
preparados, tal vez siguiendo la tentación de hacer dinero rápido
y fácil. Muchos inician unas carreras meteóricas, a menudo prometedoras,
pero arruinan sus jóvenes voces en poco tiempo al acometer papeles
demasiado pesados o nada convenientes a su vocalidad. Muchos están
guiados por representantes irresponsables que, conscientes o no,
son culpables del fracaso de estos jóvenes cantantes.
Otro
factor a tener en cuenta es la escasez de verdaderos maestros del
canto que enseñen una técnica sólida y duradera. Los conservatorios
están llenos de profesores incompetentes que llevan años y años
arruinando voces. No es una opinión mía, sino un dato que me han
comentado un buen número de cantantes profesionales.
Un
gran cantante no es, en general, un buen maestro. La mayoría de
los grandes tienden a pensar que su técnica es la buena,
que sus costumbres son las verdaderas y únicas. Así tenemos hoy
en día un buen puñado de “clónicos” de Dietrisch Fischer-Dieskau,
por ejemplo. Qué duda cabe de que Fischer-Dieskau ha sido uno de
los más grandes liederistas del siglo XX, pese a que su estilo sea
a veces discutible: en sus interpretaciones todo está calculado
al milímetro, no hay espacio para la improvisación ni para el sentimiento
espontáneo.
No
dudo que como profesor haya sido eficiente, pero el resultado es
que todos los jóvenes barítonos que han estudiado con él querrían
ser él. Intentan copiar sus maneras, sus movimientos, sus inflexiones
en la voz, y muy frecuentemente su color y timbre, que deberían
ser cualidades absolutamente personales. Ejemplos clarísimos: Andreas
Schmidt y Matthias Görne.
El
caso de Schwarzkopf es muy similar. Sobre ello es curioso conocer
una anécdota que contaba Renée Fleming, insigne soprano straussiana
de nuestro tiempo. Fleming abandonó su país natal, Estados Unidos,
en dirección a Europa para atender a las clases de la Schwarzkopf.
Una vez allí, en su primera lección, la maestra le dijo símplemente
que se dedicara a otra cosa, que cantar no era lo suyo. René Fleming,
según contaba, volvió a casa desmoralizada, decidida a dejar el
canto para siempre. Por suerte para todos los aficionados a la música
del mundo, Fleming no ha dejado de cantar, y les aseguro que su
voz y su estilo son magníficos.
Pero
volvamos al tema de partida. En esta serie de artículos, como es
natural en un portal como este, me dedicaré exclusivamente al análisis
de intérpretes wagnerianos de la actualidad.
La
división de los artículos se hará por cuerdas: sopranos, mezzosopranos
y contraltos; tenores, barítonos y bajos. Prestaremos especial atención
a tres tipos específicos de cantantes especialmente wagnerianos:
las sopranos dramáticas, los tenores heroicos y los barítonos-bajos.
También
me he propuesto analizar con cierto detalle el panorama actual del
Festival de Bayreuth, donde la crisis vocal es aún más alarmante
que en el resto de grandes teatros del mundo. Es un hecho indiscutible
que los verdaderos grandes de hoy en día no cantan ya en Bayreuth.
Aunque sigue manteniendo algo del prestigio de antaño, hoy en día
cantar en Bayreuth ya no es lo que era. Antiguamente se iba a Bayreuth
por el prestigio y por participar en el enriquecedor proceso de
recreación de las obras de Wagner. Hoy en día eso no es tanto así.
Además
el sueldo pagado a los intérpretes es muy pequeño en comparación
con el de otros teatros, y a muchos no les compensa pasar dos o
tres meses en un mismo teatro cuando podrían cobrar mucho más cantando
en varios sitios.
Como
ya comentaremos, gente como René Pape o Ben Heppner, excelsos wagnerianos
de hoy en día, no van a Bayreuth. El primero fue pero no quiere
volver por problemas con la dirección del Festival. El segundo prefiere
pasar, al parecer, el verano con su familia.
Además
me propongo analizar con algún detalle el panorama directorial wagneriano.
Pese a dirigir un amplio abanico de obras de muchos otros compositores,
han existido siempre un grupo de directores musicales que destacan
por su dedicación reiterada al repertorio wagneriano. Nuestro tiempo
no es una excepción. Existen hoy en día un número de directores
que son capaces de ofrecernos la música de Wagner a la altura que
merecen.
Esto
es solo una brevísima introducción al material que expondremos en
los próximos meses. Esta serie pretende ser tan solo una reflexión
sobre los medios humanos que poseemos hoy en día para la interpretación
de las obras de Maestro, fruto de unos cuantos años de asiduidad
al teatro, y observación. Como todo artículo de opinión, la subjetividad
estará presente, pero intentaré que los textos sean lo más objetivos
posible.
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