Como
adelantamos el mes pasado, este mes de febrero dedicamos la sección
“Intérpretes” a la segunda parte del estudio que estábamos haciendo
de Astrid Varnay.Nos
ocuparemos de estudiar su característica voz, así como su estilo,
sus cualidades interpretativas y los personajes wagnerianos que
interpretó.
Caracterizaremos
en primer lugar sus cualidades vocales. Su voz era, en principio,
de un color oscuro, con un centro de gran belleza y una zona grave
amplia y potente, que asentaría y daría cuerpo con la edad, lo que
le permitiría, avanzada su carrera, cantar papeles de mezzosoprano.
Cabe destacar también la calidez de la voz, con una textura como
de “madera”, si se me permite la expresión. La zona aguda era, así
mismo, soberbia, con facilidad para ascender hasta el extremo de
la tesitura (los Do sobreagudos de Isolde y Brünnhilde, por ejemplo)
sin mayores complicaciones. Claro
que su facilidad en el registro agudo empezó a decaer a principios-mediados
de los años 60, lo que sin duda se debió a la cantidad enorme de
representaciones que cantó en un repertorio tan extenuante como
el de soprano dramática desde el inicio de su carrera en 1941.
Se
la suele comparar negativamente con Birgit Nilsson, quien poseía,
como es bien sabido, un registro agudo verdaderamente indestructible.
No lo veo, sin embargo, justo. Hay que tener en cuenta que, pese
a tener la misma edad (se llevan pocas semanas), Varnay debutó a
los 23 años, mientras que Nilsson no había concluido aún sus estudios.
La primera había cantado mucho ya cuando la carrera de la segunda
no había apenas comenzado a despuntar, por lo que el ocaso vocal
de ambas voces no coinciden: Varnay empezó su declive a principios
de los 60 mientras que Nilsson continuó en buena forma durante los
años 70 (por tanto, la plenitud vocal de la Varnay y de la Nilsson
se separan unos 10 años). También debemos tener en cuenta que Varnay
inició una “Segunda Carrera” tras retirarse como soprano dramática
y Nilsson simplemente se retiró.
También
se la suele comparar negativamente frente a la más grande de las
sopranos wagnerianas de todos los tiempos, Kirsten Flagstad. Eso
no es del todo aceptable. Si bien Varnay nunca poseyó la belleza
vocal apabullante de la noruega, ésta jamás supo desenvolverse en
escena tan bien como la primera, que era una actriz de primer orden.
Pero la voz de la Varnay tenía la calidad suficiente y sobrada para
igualar a Flagstad e incluso superarla, como es el caso, en mi modesta
opinión, de su Brünnhilde. Tal vez Flagstad sea la reina de las
Isoldes, pero Varnay es entonces la reina de las Brünnhildes.
A
veces he visto destacar en alguna publicación un aparente defecto
de la voz de la Varnay: al iniciar una frase, la voz fluctuaba,
como insegura, para afianzarse en seguida. Yo no lo veo como un
defecto, sino como una cualidad más del estilo tan característico
y personal de la húngara-sueca-americana.
Por
último, es imprescindible citar una característica fundamental de
la voz de Varnay: sus legendarios reguladores. Era capaz de pasar
del piano al fortísimo haciendo crecer gradualmente el volumen de
la voz. De esto volveremos a hablar cuando comentemos su Brünnhilde.
En
el curso de su muy amplia carrera abordó todos los papeles wagnerianos
para soprano: desde Eva a Brünnhilde, desde Senta a Kundry. A partir
de este punto, voy a hacer un comentario breve de las virtudes de
cada rol wagneriano que abordó, dando las pertinentes indicaciones
discográficas disponibles en soporte compacto.
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Astrid Varnay en la producción de Der Fliegende Holländer
de Bayreuth en 1955.
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Primeramente
hablaremos de su Senta en Der Fliegende Holländer, todo un
prodigio de interpretación. Cuenta Varnay en su autobiografía que
éste fue el personaje que más le costó aprender (recordemos que
había memorizado completamente el resto de su repertorio en tan
sólo 18 meses). Afirmo, sin temor a equivocarme, que la Senta de
Varnay quedará como la más esencial de las interpretaciones del
papel a lo largo de la historia del canto wagneriano. Su concepción
es total: desde el lirismo soñador de la Balada a la entrega total
de la mujer por la salvación del condenado Holandés. La recomendación
discográfica aquí no podría ser otra que el “Holandés” de Hans Knappertsbusch
grabado en el Festival de Bayreuth en 1955 –con un reparto modélico:
Uhde, Weber, Windgassen, Traxel y Schärtel- (excelente edición en
el sello Golden Melodram).
En
Tannhäuser cantó en la misma época (años 40) la Elisabeth
y la Venus. Ambas son muy interesantes (quizá más la Venus), pero
no tienen la enorme calidad de otras encarnaciones wagnerianas.
La referencia discográfica es sencilla: su Venus se puede escuchar
en una grabación del Met del año 1948 (con Stiedry dirigiendo a
Melchior, Traubel y Janssen) en el sello Myto. No tengo en este
momento conocimiento de alguna grabación de su Elisabeth (sin embargo,
existe una grabación de estudio con el “Dich teure Halle!”).
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Como Ortrud en la producción de Lohengrin de Bayreuth en 1953.
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En
Lohengrin encontramos una de las encarnaciones de más calidad
de Varnay , el personaje de Ortrud. Pero vamos por partes. Cantó
Elsa en los años 40, pero por supuesto no llega a la calidad estratosférica
de su Ortrud (pese a todo ahí va la obligada referencia discográfica:
grabación del Met de 1943 -Leinsdorf dirige a Melchior y Thorborg,
entre otros – se puede encontrar una nueva reedición en el sello
económico Arkadia). Vayamos con su Ortrud, que constituye, según
ella misma comenta en sus memorias,
“Pienso
que el personaje que mejor ha definido mi contribución a la escena
operística ha sido Ortrud. O- ¿fue Elektra?”
Realmente
su Elektra merecería un largo comentario aparte, porque su interpretación
era absolutamente genial.
Volviendo
a Ortrud, su concepción del personaje, como ella misma dice, sufrió
transformaciones a lo largo del tiempo, debidas a la variedad de
directores de escena con los que trabajó, con lo que enriqueció
tremendamente su interpretación. Varnay como Ortrud es esa bruja
pagana de sangre aristocrática, heredera de la tradición de sus
antepasados, negada y ultrajada ahora por el nuevo régimen monoteísta
imperante. Impone su voluntad a su marido por su total superioridad
intelectual y maneja el mundo que la rodea con todos los medios
a su alcance con tal de alcanzar sus objetivos. Recomendaría al
lector que escuchase su “Entweihte Götter!” en el segundo acto,
todo un prodigio de buen hacer wagneriano.
Habría
ahora que discutir cuál de todos los registros discográficos existentes
de su Ortrud es el más recomendable. Descartaré los de los años
60, porque en ellos no se puede apreciar totalmente la gran calidad
de la Ortrud de Varnay, debido al declive vocal. De los 50, destacaría
dos grabaciones de años sucesivos, 1953 y 1954, en el Festival de
Bayreuth. La primera está dirigida por Josef Keilberth (grabación
legal en el sello Teldec) y la segunda por Eugen Jochum (edición
“privada” en Golden Melodram). Los repartos tienen dos elementos
comunes: Wolfgang Windgassen es Lohengrin y Hermann Uhde es Telramund.
Si bien, el registro de 1954 tiene el atractivo adicional de la
rara Elsa de Birgit Nilsson (sin duda peor que la de la dulce Eleanor
Steber de 1953) y el pletórico Heraldo de un jovencísimo Dietrich
Fischer-Dieskau (mucho mejor que Hans Braun en el 53), es preferible
el Rey Heinrich de Josef Greindl (1953) al del joven Theo Adam (1954).
De todas formas creo que está mejor cantado en lo que respecta a
la pareja de “villanos”, y me parece la Ortrud más recomendable
de Astrid Varnay.
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Astrid
Varnay y Ramón Vinay en los ensayos de la producción de Tristan
und Isolde en Bayreuth en 1952 o 53.
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Le
toca el turno ahora a Isolde. Siempre se dice que Varnay compuso
como nadie la Isolde “vengativa” y despechada del primer acto (al
menos eso afirmaba Wieland Wagner), pero lo cierto es que toda su
interpretación es interesantísima. Los matices que logra extraer
del personaje son riquísimos, culminando con una Liebestod
sobrecogedora. Tal vez no llega a la calidad máxima de una Kirsten
Flagstad o incluso de una Birgit Nilsson (esto último es muy discutible),
pero me parece absolutamente magnífica.
La
referencia discográfica casi única es el “Tristán” de Eugen Jochum
en Bayreuth de 1953, con el chileno Ramón Vinay como Tristán, el
inmenso Ludwig Weber como Marke, Ira Malaniuk como Brangäne y Gustav
Neidlinger como Kurwenal. También es destacable un disco, hoy inencontrable,
de la Deutsche Grammophon, que contiene unos registros de estudio
de fragmentos de la obra (Narración de Isolde, parte del dúo de
amor y la Liebestod) cantados por Wolfgang Windgassen y Astrid Varnay,
y acompañados por Hertha Töpper (Brangäne) y Leopold Ludwig a la
batuta.
De
la rarísima Eva de Varnay no conservamos absolutamente nada. La
dejó de cantar muy pronto, y supongo que tendría el mismo interés
anecdótico de su Elsa y su Elisabeth.
Llegamos
ahora al plato fuerte: Brünnhilde. Personalmente considero la Brünnhilde
de Astrid Varnay como la mejor cantada e interpretada de cuantas
están recogidas en disco. Muchos no estarán de acuerdo en absoluto
conmigo, y dirán que Birgit Nilsson es mejor y todo el repertorio
de razones que se suele oír en estos casos. Mi respuesta simpre
es clara: Nilsson al lado de Varnay es un témpano. De acuerdo que
los agudos maravillosos de Nilsson son insuperables y que tenía
una resistencia a prueba de bombas, pero cantar Brünnhilde no sólo
es eso. Es además sentir el personaje, comunicar emociones... Pues
bien, aquí la calidez de la voz de Varnay y sus dotes interpretativas
la hace triunfar sobre todas.
Y
volvemos aquí al tema de los reguladores. Recomiendo al lector que
escuche una momento concreto del tercer acto de La Walkyria:
el final de frase “ihm innig vertraut”. En la “a” de “vertraut”,
la voz comienza a abrirse, a extenderse en volumen hasta el infinito.
Un momento realmente emocionante. En ese mismo acto, destaco también
la frase “War es so schmählich”, en la que se puede escuchar una
muestra de sus apabullantes dotes de actriz (he llegado a leer algún
artículo en el que un crítico juzgaba esta frase como sobreactuación;
nada más lejos de la realidad).
Las
referencias discográficas se hacen aquí abundantísimas y difíciles
de seleccionar. Si tuviera que recomendar una grabación del ciclo
completo, es evidente que mi elección sería el Anillo de
Hans Knappertsbusch en Bayreuth de 1956 (magnífica edición en Golden
Melodram en 14 discos). Ahí se recoge lo mejor de su Brünnhilde,
en la plenitud total de su carrera.
Recomendaría
también como documento histórico el Götterdämmerung grabado
en la reapertura del Festival de Bayreuth en 1951, dirigido por
“Kna” (registro esperadísimo que finalmente vimos editado “por lo
legal” en el sello británico Testament).
Además
es inmensamente recomendable el tercer acto de La Walkyria
grabado en Bayreuth en 1951, dirigido por Karajan con Sigurd Björling
(Wotan), Leonie Rysanek (Sieglinde) y Varnay.
También
es destacable su Sieglinde, su primer papel cantado en escena (o
casi: cuando era muy jovencita cantó en una función de Il Trovatore
de Verdi el papel mínimo de Inés). Se recomienda el registro existente
del día de su debut en 1941, que ha sido editado por el sello Myto.
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Astrid Varnay como Kundry.
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Y
llegamos por fin al último personaje femenino de la dramaturgia
wagneriana: Kundry. Aquí existe un problema discográfico. Poseemos
una grabación de Parsifal del año 1954 del Met, dirigida
por Fritz Stiedry y con un reparto de lujo: London, Hotter, Svanholm
y Varnay. El sonido es terrible para la época en la que fue grabada
la función, y la edición en CD muy difícil de encontrar (hace un
tiempo salió en un sello llamado Adonis; no sé si se debe a un error,
pero en mi copia no incluyeron notas explicativas, ni una lista
de los “tracks” de los discos). El sello Golden Melodram anunció
hace poco que tiene previsto editar el registro de Bayreuth de 1966,
dirigido por Pierre Boulez con Varnay, Sandor Konya, Greindl, Thomas
Stewart y Neidlinger, pero no sé hasta qué punto es interesante
(personalmente el Wagner de Boulez me parece aburridísimo). El golpe
de efecto nos lo daría Golden Melodram si se decidiera a sacar el
Parsifal de Bayreuth de 1957, con Knappertsbusch y Varnay.
De momento, seguiremos soñando despiertos.
La
interpretación, al menos lo que saco en claro del Parsifal
de Stiedry, es en sí muy buena. Varnay compone una Kundry muy interesante,
comparable a la de Martha Mödl (quizá la más maravillosa Kundry
en disco).
Con
esto terminamos el estudio dedicado durante dos meses a Astrid Varnay.
Tal vez me haya excedido en las recomendaciones discográficas, pero
es que merece la pena conocer y amar la voz de una de las últimas
grandes sopranos dramáticas que ha visto el mundo. Claro que sólo
he hablado de sus personajes wagnerianos (hubiera sido enormemente
interesante explicar sus logros en las óperas de Richard Strauss
o incluso en óperas italianas –su extraordinaria Lady Macbeth, por
ejemplo- pero al fin y al cabo esta publicación está dedicada, para
bien o para mal, enteramente a Wagner).
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Astrid
Varnay, un temperamento dramático único, caracterizada como
Elektra.
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