Número 276 - Zaragoza - Diciembre 2023
FORO 

Suscríbete ya a la newsletter de Música Clásica




El espía de Mahler
De: Alberich
Fecha: 23/01/2001 16:13:33
Asunto: El espía de Mahler
Hola a todos:

Siguiendo mi costumbre de escribir sobre Wagner (tengo que demostrar continuamente que soy un buen wagneriano), os invito a leer los jocosos artículos que, con el título de "El espía de Mahler", Jordi Cos escribe en www.mundoclasico.com. Para los perezosos, transcribo el último, aparecido hoy mismo:

’El espía de Mahler’: Experiencias difíciles

por Jordi Cos

"Alguien dijo que las experiencias difíciles de comprender que nos brinda la vida no pueden ser explicadas con la palabra. Sin embargo, en música, para llegar a la experiencia, un director de orquesta necesita hablar para hacerse entender por los músicos durante los ensayos. Entre la infinidad de recursos que posee el lenguaje, la comparación es el más utilizado por la autoridad competente. Por ejemplo, cuando se pasa de una tonalidad menor a otra mayor te dicen que tiene que sonar "como el arco iris después de una tormenta". En la Simfònica del Vallès he contemplado cientos de arco iris , especialmente en las obras del romántico tardío que son muy lluviosas. Otros, seducidos por la mística bruckneriana, utilizan la parábola en la creencia de que el olor incienso que ella desprende hará que los músicos nos arrodillemos a sus pies. Craso error. Ignoran que no solemos adorar a directores; parafraseando a Pessoa, en cada rincón de nuestro instrumento hay un altar a un Dios-compositor diferente.

Sin embargo, las experiencias imposibles de comprender vienen de la mano de los maestros que se confiesan adictos a la metáfora extravagante. Una vez tuvimos un director invitado a quien Mozart le debía abrir el apetito porque, para explicarnos la estructura de la sinfonía clásica, usaba metáforas gastronómicas. Así, el tema principal, cantado por los primeros violines, era el filete, y el acompañamiento, en manos del resto de la cuerda, las patatas fritas. Soy de la hermandad del buen comer, pero confieso que después de 10 años de estudios de viola, no entraba en mis planes acabar como guarnición en el plato de una sinfonía de Mozart. Para mayor fatalidad, cuando el tipo ya me tenía convencido de que yo no era un músico de orquesta, sino un ingrediente secundario en un restaurante de menús, a la hora de servir el plato demostró ser un pésimo cocinero. En el concierto, el filete se le chamuscó, y las patatas, yo entre ellas, le quedaron blandas y grasientas, ideales para un Mozart de infarto. No sé que habrá sido de él, pero tengo entendido que desde que empezó la epidemia de las vacas locas se limita a hacer potajes con Beethoven.

Otros profesionales de la metáfora , en lugar de ganarse el afecto del músico de atril a través del estómago, pretenden conquistarle invocando el glamuroso mundo de la moda. De este modo, las distintas secciones de la orquesta se convierten en las ropas con las que se vestirá esa señora estupenda que es la partitura. Este fue el método que utilizó con nosotros un insigne director para que captáramos la estructura formal de la Tercera Sinfonía de Brahms. A la sección de violas - donde yo me encuentro o me pierdo, según quien haya delante- al ser una voz interior, nos asignó el papel de ropa íntima.

Créanme cuando les digo que no hay nada más desalentador para un violista que convertirse en las bragas de una sinfonía de Brahms. Excita, sí, pero no inspira. Y mucho menos cuando, una vez traspasado el ecuador del concierto, fui presa del convencimiento de que ese diseñador de modas con batuta había estudiado dirección de orquesta con Agatha Ruiz de la Prada.

Siguiendo con el símil de la moda, nuestro actual director titular, Salvador ’noslopasaremosmuybien’ Brotons, demuestra en los ensayos ser un fiel discípulo de la escuela ’la arruga es bella’, pero llegado el momento de mostrar el modelo en la pasarela, cuando me miro en el espejo del público me encuentro hecho un figurín. He descubierto su secreto. El otro día, en la prueba acústica previa al concierto, le pillé vertiendo sobre la orquesta unas gotas de una mítica fragancia. Una palabra y un número únicos que desvelan el misterio de esta experiencia difícil de comprender: Chanel nº 5."