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Internationales Symposion der Bayreuther Festspiele |
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Aqui les dejo este interesante link, despues de las discusiones sobre el último Parsifal en Bayreut, creo que seria interesante asistir al Symposion, sobre conflicto entre tradición y modernidad en la opera. Si lo traduzco bien el tema es: Miedo ante la destrucción- La obra maestra entre el archivo y la renovación. Mi espanol no es muy bueno así que no se si la traducción es correcta. Un saludo. http://www.fu-berlin.de/presse/fup/2007/fup_07_172/index.html |
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Muy interesante. ¡Qué pena que no hagan nada de eso por aquí! Si alguien puede añadir - o indicar alguna web - información en castellano, inglés o francés sobre este simposio, le quedaría muy agradecido. Muchas gracias. Rex. |
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Casualmente, he hecho alusión a un escrito de Wieland Wagner que le va como un guante a este tema: ?Tradición y renovación?. Lo pego aquí, ya que es muy interesante y no muy extenso. Saludos. Rex. ............................................................................................................ Libro de los Festivales Wagner y programa oficial. Barcelona, 1955. Traducido por F. Palau-Ribes Casamitjana Tradición y Renovación Por Wieland Wagner, Bayreuth Estabilidad y transformación, tradición y renovación, son los polos de todo lo vivo. Ambas tendencias contrapuestas, son verdaderas virtudes; pero, si se exageran, llevan a la rigidez o a la disolución. Son necesarias, pero su actuación, mesurada o desmedida, acarrea la ruina de toda sana evolución. La íntima estructura de la obra de Wagner no tolera modificaciones. Como toda genuina obra de arte, se fundamenta imperturbable en su propio valor. Es posible que se limite a ser, algún día, un grandioso recuerdo, pero nunca podrá ser refundida o modificada, como no pueden serlo ni la Ilíada, ni la Divina Comedia, ni los dramas de Shakespeare. Está muy lejano el tiempo en que la obra wagneriana se limite a ser un mero recuerdo. Entre tanto, renace infinidad de veces, como suelen adaptarse, conforme a la época, todas las obras de arte. Sólo esta renovación o adaptación es la que está supeditada al cambio. Y esta renovación ha de aceptarse so pena de convertir la virtud de la fidelidad en el vicio de la rigidez; rigidez que anularía la obra de arte. Quien sigue las normas de este tradicionalismo exagerado, destruye las obras de arte. Es necesario pasar de la fidelidad a la renovación. Nada es eterno. A una cosa cuya larga duración escapa a nuestra mirada limitada, le aplicamos la calificación grandilocuente de eterna. Desde este punto de vista, la transformación ?hablando en términos modernos?sólo es cuestión de acierto y buen tino, porque el renovador impetuoso e irreflexivo es desleal, en el sentido moral de la palabra. Bayreuth, centro protector y conservador de la obra de Ricardo Wagner, cuenta tan sólo 80 años de existencia. Y aun esos breves 80 años nos parecen a los hombres actuales muy largos y fatigosos si los comparamos con la velocidad de nuestro tiempo. Las dos o tres generaciones encerradas en estos años, han vivido más deprisa que las anteriores. ¿Tienen, por tanto, el derecho?y este derecho debería convertirse en deber ? de tener en cuenta esta velocidad vertiginosa? Ya hemos dicho que la substancia íntima de la obra de Wagner es inalterable. La esencia que la hace inmortal no necesita protección contra ataques inoportunos. Puede ser rechazada por algunos, pero nadie puede modificarla bajo pretexto de modernizarla o ponerla al unísono de nuestro tiempo. ¿Puede decirse, sin embargo, lo mismo respecto a la representación de las obras de Wagner, respecto a la escenografía a ellas relativa? Cabe preguntarnos cuáles serían las exigencias del propio Wagner si dirigiese en la actualidad la representación de sus obras. No cabe duda que el genio se apropia la realidad y el progreso de su época más aprisa que el hombre medio. Ricardo Wagner se serviría ahora de la nueva técnica, con la misma maestría soberana con la que amplió tan magistralmente la fuerza expresiva de la orquesto. Pero, ¿querría servirse de ella? Reconocería, sin duda, que la mera visualidad óptica, que el método externo de la visión, tiene sus peculiaridades según la época, y que dicha visión ha de aprenderse de nuevo cada vez, al igual que el lenguaje fonético que va transformándose y alterándose, dando lugar a nuevas formaciones de palabras. (Goethe no vería un cuadro de van Gogh con nuestra mirada de hombres modernos. Ningún artista de la época gótica comprendería las bellezas del Zwinger sin que mediase una transición). Pero hay más. La invención de la luz eléctrica, de carácter puramente técnico y, especialmente, la del reflector, tiene para la escena una importancia tan decisiva, que modifica por completo las posibilidades y exigencias y aun, tal vez, la inspiración del autor dramático. ¿Se despreocuparía Wagner de este conocimiento? En su tiempo, sólo disponía de la iluminación de gas, incluso para la representación de «Parsifal», en 1882. Esta iluminación, pobre, pero susceptible de transformación, era cálida y podía producir hondas impresiones gratamente recordadas por los espectadores de entonces, que evocan todavía su maravilloso efecto, a saber, el claroscuro misterioso del cual surgía la mágica ilusión de los colores de las magníficas decoraciones colgantes, necesaria para la obra de Wagner. La necesidad se había convertido en virtud. La potencia acerada de la luz eléctrica, arrancaría despiadadamente el misterio de la iluminación crepuscular a las decoraciones movibles de Joukowsky y nos hallaríamos ante una tira de tela pintada que despertaría en nosotros, a lo sumo, un interés histórico. Pero este decorado escénico ya no nos parecería apropiado. Antiguamente la pintura era el elemento principal de la escenografía; ahora lo es el reflector eléctrico. El espacio bañado de luz, sustituye al cuadro iluminado. Sería absurdo pretender conservar elementos de una época teatral superada por la técnica. La estructuración óptica moderna ha de tender, pues, a producir el ambiente apropiado y necesario para las obras de Wagner con los medios actuales, para no caer en el error de pasar por alto una parte esencial de su unidad orgánica. Los medios estilísticos para hacer surgir este ambiente? Ricardo Wagner habla de un soñar despierto lo nunca vivido?pueden ser diferentes en la actualidad. La transformación espiritual de los últimos siglos les infunde un nuevo sesgo. El mejor ejemplo lo hallamos en la comparación de dos obras como «Los Maestros Cantores» y «Parsifal». La primera exige cierto naturalismo conforme al momento geográfico e histórico en que se desarrolla, a saber, la ciudad de Nuremberg del siglo XVI, poblada de habitantes de carne y hueso. La segunda exige la expresión mística de estados anímicos apenas definibles, arraigados en la esfera de lo irreal, sólo captables por la intuición. Antes se trataba a las dos obras por el mismo rasero. Hoy nos parece imposible y aun absolutamente inoportuno. El abismo que media entre ambas, se debe a su total diferenciación y no debe ni puede ser salvado. Las prescripciones de Wagner para el decorado están influídas por el gusto de su época, verdad trivial que se olvida fácilmente. No se presentan dificultades cuando se trata de una escena callejera, de una sala de estar burguesa o de un salón. Pero varía mucho el aspecto al tener que representar un castillo de dioses, el fondo del Rhin o la roca de las walkyrias. En estos casos la fantasía puede campear a sus anchas. Parece, pues, carecer de importancia la trabazón histórica de la época respectiva. No obstante, su influencia no es despreciable aunque sólo fuera teniendo en cuenta el aspecto ofrecido por la filosofía de la historia. El mismo Wagner mostraba tal descontento ante la realización de sus prescripciones, que casi puede hablarse de una desilusión trágica. Sus declaraciones a Luis II, del 17 de mayo de 1881, son muy instructivas: «Todos lo entienden mejor que yo y creen que su escenificación es más bonita que la propuesta, cuando lo que yo quiero es algo especial, un efecto verdaderamente poético y no un alarde de suntuosidad peculiar de la ópera en general. Los decorados son diseñados, por tanto, como si tuviesen valor por sí solos para ser admirados como un panorama. Yo no quiero eso, sino un fondo discreto y una ambientación propia de una situación dramática característica.» Los fanáticos de la tradición observan, con pedantería, los puntos y comas de las indicaciones escénicas del Maestro, como si de ellos dependiera la perfección de la obra. Pero hay que tener en cuenta que las representaciones de los años 1876 y 1882, dirigidas por Wagner, ya se apartaban considerablemente de las prescripciones sacrosantas del mismo Maestro. La roca de las walkyrias se avenía ya tan poco con sus prescripciones, como los grotescos trajes de las docellas-flores. Las hijas del Rhin iban tan recargadas de adornos, que ni el aparato más moderno hubiera sido capaz de hacerlas nadar. ¿Qué pensaría Wagner al ver convertido el arco iris, por él imaginado, en pesado puente vacilante? ¿Y qué de la realización imperfectísima de los personajes de sus sueños? El demoníaco Klingsor, convertido en mago burgués; la diablesa Kundry, ataviada con vaporoso vestido de noche, con polisón y talle de avispa; el indomable dragón Fafner, convertido en figura humorística, parecida a las que son apaleadas en los teatros de títeres. Cabe preguntarse, ahora, si todas estas deficiencias son consecuencia exclusiva de la técnica de entonces. No puede afirmarse tal cosa en cuanto a los figurines. Por tanto, las prescripciones de Wagner, eran más bien visiones íntimas que exigencias de orden práctico y estaban supeditadas a transformación, ya sea bajo el influjo del gusto de la época, ya por las dificultades de realización, esperando el día en que la perfecta idea soñada, encontrase su encarnación ligada, desde luego, a la época que le da vida. Este es el precio que paga toda visión íntima al pretender tomar cuerpo y realidad tangible. Porque también se olvida y algunas veces, intencionadamente, que el llamado estilo de Bayreuth, en tanto se trata de lo puramenre escénico, ha ido transformándose paulatinamente. Esto es lo que no quieren confesar los tradicionalistas acérrimos. En el mismo Bayreuth, las escenificaciones sucesivas estuvieron supeditadas a la evolución del estilo, siendo expresión del gusto de la época respectiva. El único anhelo estable ha sido el de realizar cumplidamente las visiones de Wagner con los medios disponibles. La escenificación del «Anillo del Nibelungo», de 1896, se diferencia fundamentalmente de la del año 1876. El «Tannhäuser», de 1930, se identifica con su predecesor del año 1904, única y exclusivamente como creación dramático-musical. En el año 1927 se presenta el «Tristán», en una estilización modernísima, para resurgir diez años más tarde en estilo naturalista. El mismo «Parsífal», más reacio a innovaciones transcendentales, aparece en 1934, en la escenificación de Roller, rejuvenecido, con medios casi revolucionarios, tachados por nosotros, ya, de conservadores. En resumen: aun lo perdurable cambia su fisonomía tan irresistible e insensiblemente, que sólo nos damos cuenta de ello cuando ya se ha transformado. El problema más importante y trascendente de la escenificación de las óperas de Wagner no se agota con este conocimiento, puesto que su verdadera raíz más profunda es la música, fundamento de todas las visiones del Maestro. La música ya evoca plenamente con su lenguaje y poder expresivo, todo aquello que puede ofrecerse a la vista. Y no hay representación material equiparable a esta evocación perfectísima, puesto que anticipa en cierta manera la imagen óptica. Aun con la escenografía más perfecta, el mejor espectador visual tendrá que ceder su puesto al auditorio que escucha la música. De ahí que al cabo de 75 años de una relativa perfección de los medios ?el mejor de ellos es, sin duda, la luminotecnia, reina de toda escenografía? nos hallamos ante el hecho incontrovertible que, en el mejor de los casos, la escenificación sólo acierta a ser un débil reflejo de los acordes magistrales surgidos del místico abismo de la orquesta, que no necesita de realizaciones ópticas. Son inútiles ? sería de desear que fuesen estériles siempre ? las teorías más agudas y los tratados pseudofilosóficos sobre la problemática de la escenografía wagneriana, así como la lucha perenne entre los fanáticos de la tradición y los innovadores acérrimos. La escenificación de episodios, tales como la catástrofe cósmica del «Ocaso de los Dioses», la noche primaveral de «La Walkyria», la profecía de la muerte por Brunhilda o la tormenta del «Oro del Rhin»? para no citar más que unos ejemplos ?no igualará nunca la hondísima impresión producida por la música. El camino a seguir, no ha de pretender servirse?pretensión vana?de todos los medios de a técnica moderna, para dar a las ideas e intuiciones de Wagner una realidad plástica, propia de un film, ni esforzarse puerilmente por hacer revivir antiguos modelos, ya acreditados. El cuadro anquilosado de anteriores decenios, evoca en los fieles veteranos beneméritos del siglo pasado, el feliz recuerdo de la época de su juventud, época segura y sólidamente cimentada en sí misma. Pero, para las generaciones posteriores a la teoría de las investigaciones atómicas, no podrá volver nunca a recuperar su valor primitivo. Sería para ello un grave peligro confundir la apariencia con la esencia, abandonando al pasado lo imperecedero de la obra de Wagner junto con lo ya marchito. Esto no sería comenzar sino acabar. El legado de Wagner no debe ser modificado, pretextando fidelidad, convirtiéndolo para siempre en curiosidad de museo. Su valor perenne debe patentizarse en su constante renovación. Esta no debe llevarse a cabo violenta y arrebatadoramente, pero tampoco con una lentitud que el genio siempre joven de Wagner no hubiese admitido. El teatro invisible - un anhelo de Ricardo Wagner Me horrorizan los disfraces y las caracterizaciones; al pensar que personajes como Kundry van a ser caracterizados, recuerdo con horror las repugnantes flestas carnavalescas y tras haber creado la orquesta invisible, desearía inventar el teatro invisible. Anotación en el diario de Cosima Wagner del 23 septiembre de 1878 |
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De acuerdo, Wagner no es conocedor de las propuestas actuales... Wagner hubiera hecho...hubiera dicho...vale... Lo que Richard Wagner nos ha dejado no es para tomarlo con vermouth y aceitunas...lo que Richard Wagner nos ha dejado no es para compararlo con nada, CON NADA. |