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Tannhäuser:
Josef
Greindl (Landgrave Hermann), Wolfgang Windgassen
(Tannhäuser), Dietrich Fischer-Dieskau (Wolfram
von Eschenbach), Joseph Traxel (Walter von der
Volgelweide), Toni Blankenheim (Biterolf), Gerhard
Stolze (Heinrich der Schreiber), Alfons Herwig
(Reinmar von Zweter), Gré Brouwenstijn (Elisabeth),
Herta Wilfert (Venus), Volker Horn (Un Pastorcillo),
miembros del Schöneberger Sängerknaben (Cuatro
nobles pajes). Coro y orquesta del Festival de
Bayreuth de 1955. Producción de Wieland Wagner.
Maestro de coros: Wilhelm Pitz. Dirección musical:
André Cluytens. Fecha: 9 de agosto de 1955, Bayreuther
Festspielhaus.
Edición
Orfeo D’Or 2004. Referencia: C 643 043 D. Distrubición
directa: www.diverdi.com
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Un
año después del terremoto causado por el inmenso Tristán
de 1952, el sello muniqués Orfeo D’Or vuelve a dar la campanada
con esta edición del Tannhäuser de 1955, que de nuevo no
es un inédito absoluto, sino que ya conocíamos en su encarnación
made in Golden Melodram, de más o menos reciente aparición.
El sonido, como comentaré más tarde, es virtualmente mejor que entonces,
o, mejor dicho, inmejorable, ya que se ha obtenido a partir de la
cinta original conservada en los archivos de la Radio Bávara: la
mejor y, salvo error, única fuente posible (1).
Estamos
ante un documento capital en la fonografía de la obra, que se puede
considerar, casi sin rodeos, la referencia discográfica absoluta.
Salvo un detalle —a saber, la Venus de Herta Wilfert— el registro
es perfecto. Aventaja al del año anterior, dirigido por el sólido
Josef Keilberth y con un reparto parecido (2), en cuanto a que la
dirección de Cluytens es más flexible y más rica en matices frente
al peso de la tradición (Keilberth), el reparto es más homogéneo
(Windgassen se compenetra mejor, creo, con Browenstijn que Vinay)
y la producción se beneficia de la experiencia del año anterior,
limando detalles de ejecución escénica y de concepto general de
la obra. Ambas utilizan la misma edición, tocando la obertura original
de Dresde en su integridad seguida de la bacanal de París, pero
sin la conexión entre ambas que compuso Wagner para su reposición
en Viena, el 22 de noviembre de 1875. En total casi media hora de
función sin que aún nadie haya abierto la boca.
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Primer
acto. Tannhäuser ante la enorme cruz que ocupa el costado
derecho del escenario, en penitente oración |
Tercer
acto: Tannhäuser, se debate entre dos mundos: el Venusberg,
la caverna proyectada en el ciclorama al fondo, y el Wartburg,
representado por la enorme cruz. |
Podemos
entrar en consideraciones de si este registro de 1955 aventaja a
los otros dos miembros de la tradicional “trilogía”, convertida
ahora en “tetralogía”, de grabaciones consideradas excepcionales.
(3) Como todo wagneriano fiel sabe, la pureza sonora y la calidad
interpretativa conseguida por el equipo Decca-Georg Solti son apabullantes.
Christa Ludwig fue la mejor Venus de todos los tiempos (¿qué puede
hacer la pobre Wilfert ante esta rotunda afirmación?), pero, si
bien cumplieron con creces, el tándem René Kollo-Helga Dernesch
no alcanza la inspiración y la potencia dramática de Windgassen
y Browenstijn: el suabo y la holandesa se complementan a la perfección,
y son dos volcanes a punto de estallar en ambos personajes. Además,
una toma en vivo, enmarcada en el renovador concepto escénico de
Wieland Wagner —en una producción enormemente discutida en su tiempo—,
enriquece mucho más una toma sonora del drama que las frías paredes
de un estudio de grabación, aunque éste sea la Sofiensaal vienesa.
Supongo que es cuestión del gusto personal de cada cual; a mí siempre
me ha fascinado el hervidero artístico que fue Bayreuth tras su
reapertura en 1951 tras la Guerra y hasta la muerte de su máximo
valedor, Wieland, a principios de 1966; esa feliz época en la que
Wagner se cantaba y se interpretaba a la altura que su magna obra
merece: el Nuevo Bayreuth.
Por
último, la edición oficial de las funciones de 1962 presentan un
sonido estéreo maravilloso, pero el director —un, de todas formas,
excelente Sawallisch— y el reparto sufren en el cambio. Windgassen,
si bien con el personaje más redondeado, no admite comparación consigo
mismo en el estado vocal óptimo de 1955. El bueno de Eberhard Wächter,
siempre gran artista, no es Fischer-Dieskau —en algunas líneas me
dedicaré a ponderar exaltadamente su Wolfram—, y la bellísima Anja
Silja no terminaba de encajar del todo en el papel. El torbellino
Grace Bumbry sí mejora en mucho la actuación de Wilfert.
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Elisabeth
detiene el juicio implacable de los caballeros: la sala del
torneo en la producción de Wieland Wagner |
En
cualquier caso, revisada la importancia del documento, pasemos a
enumerar algunas de sus casi innumerables virtudes y su singular,
por único, desacierto.
El
reparto, como decía, es virtualmente idóneo. El único fallo lamentable
es la Venus anodina y destemplada de Herta Wilfert, quien,
como su colega Rudolf Lustig (el deplorable y anticuado Erik del
Holandés de ese mítico año), nunca volvería a Bayreuth. Su
voz carece de lustre y de riqueza tímbrica, y suena plana y poco
atractiva. El agudo es algo estridente, aunque afinado, y sufre
de una evidente falta de graves. La interpretación del personaje
también deja bastante que desear, y es incomprensible que no se
contagiara del impulso arrollador de Windgassen, que borda en hilo
de oro su dúo con Venus. Su breve intervención en el tercer acto
es ciertamente preferible. Sin embargo es cierto que se supera a
sí misma, que en 1954 estuvo sustancialmente peor, y que de todas
maneras defiende el papel más o menos convincentemente. Es una lástima
porque con una Venus más inspirada este Tannhäuser sería
del todo incuestionable en su singularidad. ¿Qué hubiera pasado
si la pluriempleada Varnay, quien ese verano se enfrentaba a su
habitual Brünnhilde completa y a la Senta de la histórica —por la
ejecución musical— producción de Wolfgang Wagner, hubiera sido contratada
para esta breve y agradecida parte? Música-ficción de la buena.
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El exultante
reencuentro entre Elisabeth (Browenstijn) y Tannhäuser
(Windgassen).” |
Wolfgang
Windgassen mejoraría en alguna medida su Tannhäuser en años
posteriores desde el punto de vista dramático, pero aquí se presenta
en su mejor momento vocal, en plena posesión de todas sus cualidades
como intérprete, y con el personaje totalmente maduro. El fenómeno
Windgassen representa prácticamente al tenor imaginado por Wagner:
dotes para el fraseo, gran técnica canora, medios vocales idóneos,
una resistencia suficiente y la musicalidad no reñida con una buena
interpretación actoral. En definitiva, la encarnación del concepto
de cantante-actor, que adecua sus facultades vocales al servicio
del personaje que recrea dentro de una obra musico-dramática. Si
el indiscutible Lauritz Melchior, un fenómeno de la naturaleza y
probablemente el Tannhäuser más potente de la historia, no es representativo
de su cuerda, sino que se enmarca como un suceso único e irrepetido
hasta la fecha, Windgassen, de recursos vocales mucho más modestos,
logró penetrar hasta las entrañas más profundas de un personaje
consiguiendo lo más difícil: hacer que una criatura imaginada por
el músico-poeta Wagner cobrara vida sobre un escenario. Y un recuerdo
de eso, sin más ni más, es lo que se nos brinda en esta edición
discográfica. Podríamos poner muchos ejemplos de grandes frases,
de perfectas maneras de decir y cantar el texto wagneriano, en estos
tres discos. Escúchese su exclamación exultante, “Zu ihr! Zu ihr!
Oh, führet mich zu ihr” (¡A ella! ¡A ella! ¡Oh, guiadme hasta ella!”),
en la conclusión del primer acto. Su soberbio y abrasador dúo con
Elisabeth y sus escalofriantes “Erbarm dich mein!” (“¡Apiádate de
mí!”) en el segundo. O, en fin, su excepcional y única “Narración
de Roma”, el verdadero núcleo dramático y el mayor logro de Wagner
en esta obra. Todo es aquí prácticamente insuperable.
Frente
a Windgassen encontramos la lírica y femenina Elisabeth de la soprano
holandesa, fallecida hace pocos años, Gré Browenstijn. La
voz, más cómoda en la tesitura superior, es de un color aterciopelado
y acariciante, muy atractivo y grato al oído. Como personaje da
vida a una criatura frágil, delicada, pero decidida y firme en sus
convicciones, una mujer enamorada que vive en un mundo de hombres
y aspira a no ser un simple objeto de contemplación. Su saludo a
la sala con el que da comienzo el segundo acto (“Dich teure Halle,
grüss ich wieder!”, “¡Sala querida, de nuevo te saludo!”) es de
los más bellos que se conservan, de los más inocentes y exultantes.
Sólo puedo aquí compararla con Elisabeth Grümmer, el paradigma absoluto
de la noble doncella turingia. Las exhortaciones con las que detiene
el implacable juicio de los caballeros a la lascivia de Tannhäuser
son de una enorme autoridad. Su plegaria a la Virgen, de una sinceridad
emocional apabullante, comenzando en forte, para recoger
después la voz en humilde y devota oración.
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Dietrich
Fischer Dieskau como Wolfram von Eschenbach. |
El
entonces jovencísimo —treinta años recién cumplidos— Dietrich
Fischer-Dieskau se presentó en Bayreuth el año anterior al comentado
con su sublime Wolfram von Eschenbach, y se prodigaría poco en la
Colina Verde (4). A esas alturas ya había grabado su modélico Kurwenal
para Furtwängler y la EMI inglesa (véase
mi artículo de meses anteriores dedicado a la reedición Naxos de
esa joya), y se consagraba como el mejor barítono
lírico de su generación, y uno de los máximos liederistas
del siglo. Años más tarde su estilo sufriría paulatinamente de exceso
de amaneramientos vocales y de manierismos interpretativos, que
lastrarían en alguna medida lo que fue una voz de sorprendente frescura
y naturalidad. Aquí toda su intervención es perfecta. Técnica depuradísima,
ningún apuro de registro, magníficas medias voces, impresionante
legato, reguladores soberbios, agilidades pasmosas, expresividad
conmovedora. Sinceramente, no sabría destacar ni siquiera un momento
de su prodigioso Wolfram porque todas sus frases son simplemente
perfectas. Ni le falta ni le sobra nada. Seguramente, el mejor Wolfram
completo conservado en disco, y una de las dos o tres referencias
absolutas en este papel —Shlussnus, Janssen— de la historia del
canto wagneriano.
El
excelso Josef Greindl, bajo wagneriano de raza, ya largamente
consagrado en Bayreuth, compone aquí un Landgrave clásico, en un
papel que, en principio, no le era excesivamente sencillo (las abundantes
notas mantenidas y la parsimonia del discurso del noble turingio
no benefician a su estilo). Hay quien le achaca excesiva nasalidad
o emisión gutural exagerada, pero eso importa poco frente a la enormidad
artística del que fue uno de los mejores bajos wagnerianos del siglo
XX. En este Tannhäuser se le encuentra pleno de facultades,
en el mejor momento de su carrera. Incluso, por ejemplo, se permite
hacer alarde de agilidad en el grave (repetición de “Bist du Erlösung
mächtig bist”), emitiendo un profundo y resonante Fa 1 en la última
sílaba (“bist”).
Sobre
el resto de caballeros cantores se pueden hacer algunos comentarios.
El tenor lírico Josef Traxel, de purísima línea vocal, colorea
todos los conjuntos concertantes con su luminosa voz, y está fantástico
en su intervención solista en el torneo de canto. Toni Blankenheim
es un belicoso Biterolf, pero, aunque ciertamente áspero, sin las
estridencias que se permiten otros cantantes en esta breve parte.
Los habituales en Bayreuth Gerhard Stolze, en los comienzos
de su sobresaliente carrera, y Alfons Herwig, el Donner del
legendario Anillo de 1956, cumplen con sus respectivos papeles,
que no admiten lucimiento alguno y que están ahí para apoyar al
conjunto de caballeros. Por último debo hacer una mención de honor
al niño que cantó en aquellos dos años el breve papel del Pastorcillo
en el primer acto. Por mi parte, normalmente deploro la elección
de niños para partes solistas en teatros de ópera; no soporto en
vivo, por ejemplo, a los tres niños que guían a Tamino en “La flauta
mágica”, y admito a regañadientes, por mor de la historicidad, la
inclusión de grupos y solistas infantiles en las modernas grabaciones
de cantantas y oratorios de Bach. Pues bien, Volker Horn,
que ahora supongo que tendrá algo más de sesenta años, merece ser
recordado por esta efusiva y soberbia intervención solista de 1955,
mucho más segura y firme que la del año anterior.
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El
Landrgave Hermann da la bienvenida a sus caballeros cantores
a la sala del torneo de canto en el Wartburg |
Tannhäuser
(Windgassen) con la mano en alto, a punto de interrumpir la
inspirada canción de Wolfram (Dieskau) |
El
mayor acierto musical de Wieland Wagner en esta producción fue seguramente
la contratación del belga André Cluytens (según sé, se pronuncia
“Claitens”), un director refinado, conocedor y amante de la obra
de Wagner, y especialmente acertado en Tannhäuser, como llegó
a reconocer el mismo Wieland. Todo está en su sitio, se escuchan
todos los instrumentos —asombrosas cuerdas en trémolo por debajo
del tema del coro de peregrinos hacia el final de la obertura—,
acompaña soberbiamente a las voces —es indulgente con los puntuales
devaneos de Windgassen con el tempo y las entradas—, y es
imaginativo, espiritual y lírico en el conjunto de la obra. La entrada
de invitados suena aquí como nunca, acompañando a los soberbios
pitzianer, los coros monumentales preparados por el maestro
de maestros Wilhelm Pitz, cuya tradición perdura afortunadamente
hasta hoy en los Festivales de Bayreuth tras el paso de sus dos
sucesores sucesivos, Norbert Balatsch y el actual Eberhard Friedrich.
Detalles orquestales a considerar son el estupendo preludio y bacanal
que inicia la obra, la frenética progresión dramática del torneo
de canto hasta la explosión del Himno a Venus en la boca de Tannhäuser,
el magnífico preludio al acto tercero que expone cual poema sinfónico
el peregrinar del caballero pecador hasta Roma —desgraciadamente
picado inmisericordemente de toses—, el acompañamiento sobrecogedor
a la Narración de Tannhäuser, o un maravilloso final, que suena
aquí con acordes realmente beatíficos.
El
sonido monoaural es, como dijimos al principio, inmejorable. Claridad
de texturas orquestales, adecuado balance entre voces, orquesta
y coros, atractivos ruidos escénicos y alguna que otra molesta tos.
Un conjunto soberbio de virtudes para la que quizá sea la
grabación más importante hecha hasta ahora de esta singular
obra. Además, la lujosa edición Orfeo D’Or del evento incluye una
excelente selección de fotografías de la producción (un buen número
de ellas acompañan este artículo), y un texto introductorio sobre
las circunstancias de la grabación en el contexto del Bayreuth de
1955, en alemán, inglés y francés, dándose además una escueta sinopsis
de cada acto en las tres lenguas. Una verdadera joya wagneriana
rescatada de los polvorientos archivos de la Radio Bávara, que aún
—estoy seguro de ello— atesora un buen número de sorpresas.
(1)
Esto da lugar a una especulación bastante atractiva y a la vez factible.
Sin tener, por supuesto, ninguna prueba de ello, apostaría a que
la sorprendente calidad sonora de muchas ediciones bayreuthianas
de Golden Melodram se debe a que los ingenieros de sonido de Ina
Delcampo —ex-soprano propietaria y fundadora de Melodram, Golden
Melodram y Myto— trabajan frecuentemente con fuentes casi originales,
esto es, con copias de los archivos radiofónicos bávaros facilitadas
de alguna manera por algún amable funcionario. Las ediciones Orfeo
D’Or son mejores en cuanto a que no derivan de copias de los originales,
sino de los originales mismos, y que, al ser un sello “legal” y
con posibles, tienen a su disposición equipos de reprocesado sonoro
de la más alta calidad.
(2)
Si alguien no recuerda o no conoce el soberbio Tannhäuser
de 1954, el reparto era el siguiente: Ramón Vinay (Tannhäuser),
Gré Browenstijn (Elisabeth), Josef Greindl (Landgrave), Herta Wilfert
(Venus), Dietrich Fischer-Dieskau (Wolfram von Eschenbach), Joseph
Traxel (Walther von der Vogelweide), Toni Blankenheim (Biterolf),
Gerhard Stolze (Heinrich der Schreiber), Theo Adam (Reinmar von
Zweter), Volker Horn (Pastorcillo). Coincide con el de 1955 en el
reparto completo excepto el Tannhäuser del sobresaliente Ramón Vinay,
quien también cantó algunas funciones en 1955, y el cambio del joven
Theo Adam por Alfons Herwig.
(3)
Tomo aquí la clasificación discográfica con la que, tras años de
cotejo, siempre he estado más de acuerdo: la de Ángel Fernando Mayo
en su excelente guía en la editorial Península. Excepto en algunos
detalles, como por ejemplo en la clasificación cualitativa de Lohengrin
—yo prefiero por encima de todos el documento bayreuthiano
de 1954—, mis preferencias en la discografía wagneriana son muy
similares a las suyas. Él consideró, hasta la aparición de la edición
GM del Tannhäuser que comentamos, que había tres merecedores
de la categoría de “excepcional”. Por este orden: Solti (grabación
Decca de estudio de octubre de 1970), Sawallisch (en vivo, Bayreuth
1962, editado por Phillips) y Keilberth (Bayreuth 1954). Cuando
apareció el de 1955 en CD el propio Mayo amplió los “excepcionales”
a cuatro.
(4)
Dietrich Fischer-Dieskau debutó en Bayreuth en 1954 con su Wolfram
von Eschenbach en la producción comentada, y el papel del Heraldo
en la producción de Lohengrin de Wolfgang Wagner. En 1955
regresó como Wolfram y se ocupó de Amfortas, alternándose con Hans
Hotter, en el histórico Parsifal de Wieland con Knappertsbusch.
En 1956 repitió el Amfortas, esta vez alternando con George London,
e intervino en la nueva producción de Los maestros cantores
en el papel del panadero Kothner. Su última aparición se produjo
en 1961 en el estreno del segundo Tannhäuser firmado por
Wieland, repitiendo su famoso Wolfram, que en años sucesivos sería
representado por Eberhard Wächter y Hermann Prey.
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