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Richard
Wagner: Tristan und Isolde. Kirsten Flagstad (Isolde),
Ludwig Suthaus (Tristan), Blanche Thebom (Brangäne), Dietrich
Fischer-Dieskau (Kurwenal), Josef Greindl (Marke), Rudolf
Schock (Voz de un joven marinero; Pastor), Edgar Evans (Melot),
Rhoderick Davis (Timonel). Coro de la Royal Opera House, Covent
Garden. Philharmonia Orchestra. Dir: Wilhelm Furtwängler.
Grabación en estudio: 10-21 y 23 de junio de 1952, Kingsway
Hall, Londres. NAXOS Historical, Ref. 8.110321-24 |
Esta
grabación, bien conocida ya de todo wagneriano con casta y solera,
es excepcional en muchos sentidos. Fue el primer proyecto a gran
escala de la EMI, la antigua His Master´s Voice, llevado a cabo
en Londres, registrándose una obra completa utilizando exclusivamente
cinta magnética como soporte sonoro. Fue también la primera vez
que se registraba esta partitura wagneriana completa en estudio,
siendo además la primera vez que Wilhelm Furtwängler grababa una
obra musical escénica en su integridad en condiciones de estudio.
Este
testimonio sonoro que ahora comentamos es considerado por la inmensa
mayoría de los críticos como la referencia absoluta. Un caso de
rara unanimidad, quizá sólo equiparable al de la “Tosca” que Victor
de Sabata grabara un año después con Maria Callas, Tito Gobbi y
Giuseppe DiStefano, y que casualmente fue producida por la misma
compañía inglesa.
El
productor del titánico proyecto fue Walter Legge por imposición
expresa de Kirsten Flagstad, amiga personal del matrimonio Legge-Elisabeth
Schwarzkopf, a quien había producido todas sus grabaciones de después
de la Guerra. Esto fue, en un principio, un problema. Furtwängler
tenía una fuerte antipatía personal hacia Legge desde que éste eligiera
a Herbert von Karajan para grabar en 1950, en Viena, dos óperas
mozartianas, “Las bodas de Fígaro” y “La flauta mágica”, después
de que Furtwängler dirigiera ambas en el Festival de Salzburgo ese
mismo año. Además habían llegado a oídos de Furtwängler ciertos
comentarios despectivos de Legge acerca de su manera de dirigir.
HMV envió a Lawrance Collingwood, que sería el productor de todas
las grabaciones de Furtwängler tras este Tristán, en un intento
por aplacar la ira del imprescindible director. Finalmente Legge
se disculpó y el proyecto siguió adelante.
¿Qué
es lo que hace que precisamente éste sea el Tristán de
Tristanes?
Kirsten
Flagstad, la leyenda noruega, tenía entonces 57 años de edad,
y no estaba ya en su mejor momento. Pese a conservar el bellísimo
timbre y con la voz coloreada en tonos oscuros, el declive era patente.
Tras asombrar al mundo operístico con su inmensa voz, abandonó la
escena internacional en 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, para
regresar a su Noruega natal, ahora ocupada por los alemanes, para
reunirse con su marido. Nunca ha estado del todo claro el trasfondo
político del asunto. Sí parece cierto que su marido era simpatizante
de los nazis, y tal vez ella no fuera del todo imparcial a esa simpatía.
De cualquier forma, con la guerra terminada, volvió a los Estados
Unidos en 1949 para aparecer en San Francisco, primeramente, y en
otras capitales norteamericanas, incluyendo su Nueva York
y el Met, donde se había consagrado como la mayor wagneriana de
todos los tiempos, y donde apareció entre los años 1950 y 1952.
El regreso, si bien esperado y aplaudido por la mayoría, fue acogido
por parte del público con enfado e indignación por la supuesta filiación
nacionalsocialista de la noruega. Los abucheos fueron históricos,
pero finalmente acabaron por disolverse. ¿Quién podía escuchar la
voz de Flagstad sin rendirse ante su arte? Continuó actuando triunfalmente
en el Covent Garden de Londres, entre 1948 y 1951, cuando concluyó
su carrera escénica en el repertorio wagneriano con el papel que
la hizo inmortal: Isolde. Su última aparición pública en escena
fue en 1953, en el Mermaid Theatre de Londres, como Dido en Dido
and Aeneas de Henry Purcell. En la imprescindible grabación
que ahora comentamos, queda recogida la experiencia de la que fue
la mejor Isolde del siglo XX.
En
toda la partitura, pese a multitud de notas altas escritas (La4
y Si4 a discreción), solamente hay dos notas extremas: dos Do5 sobreagudos
al comienzo del dúo de amor. No son notas aisladas, sino que forman
grupo con otras notas en una misma sílaba, concretamente: “O Wonne
der Seele” y “Himmelhöchstes Weltentrücken”. Flagstad
temió siempre a esas notas. De hecho, en los testimonios que perviven
de su extraordinaria Brünnhilde queda recogida su tendencia a bajar
una octava ese agudo, dejando los Do5 en Do4, como, por otro lado,
está indicado como alternativa ocasional en las partituras de Wagner.
En esta grabación, se optó por una solución intermedia, que ha sido
muy comentada en lo sucesivo. Legge propuso que su esposa, Elisabeth
Schwarzkopf, se situara junto a ella frente al micrófono, introduciendo
las dos notas extremas en el momento indicado, donde Flagstad lo
único que debía de hacer era un silencio breve. Si todo salía bien,
nadie tenía que enterarse, y la reputación de Flagstad no se vería
comprometida. Quizá nunca hubiéramos sabido todo esto, pero la filtración
del suceso a un reportero del londinense Daily Mail por un
ejecutivo de EMI dio al traste con el secretismo previsto, y la
noruega se negó a renovar su contrato con el sello británico a partir
de 1953, pasando en adelante a grabar con la competencia inmediata:
la Decca. El detalle de los dos agudos pasa desapercibido si no
se sabe lo que ocurrió, pero el truco es perfectamente audible para
un oído medianamente entrenado.
De
cualquier forma esto es una nimiedad frente a la relevancia artística
de la última Isolde de Kirsten Flagstad. Todos los adjetivos que
pueda invocar aquí son escasos para ponderar la magnificencia de
una interpretación tan rica en matices y tan sabiamente construida
y desarrollada. Tan sólo hablaré de algunos detalles relevantes.
Escúchese la emocionada voz de Isolde al recibir al amado, temblando
con la proximidad del objeto de deseo. La serenidad que la embarga
en mitad del dúo de amor, sabiéndose en la cima del mundo en la
compañía de Tristán. Y esa indescriptible transfiguración final
que trasciende toda explicación posible.
Para
encarnar al eterno amante se pensó en tres candidatos: Bernd Aldenhoff,
Günther Treptow y Ludwig Suthaus. Éste último fue finalmente elegido
personalmente por Furtwängler, que, como es bien sabido, tenía una
especial predilección por el tenor de Colonia. Con Furtwängler grabaría
el Siegfried en un Anillo completo en Roma con la RAI, y,
también para EMI, el postrer testamento wagneriano del gran director
berlinés: La Walkyria de 1954, primera pieza del Anillo
de estudio que proyectó el sello inglés, y que fue truncado por
la muerte de Furtwängler en noviembre de ese mismo año.
De
voz muy oscura, casi de barítono, con una emisión algo estrangulada,
muy personal y característica, Ludwig Suthaus consigue componer
un Tristán elegíaco, prodigioso. Desde el ensimismamiento del primer
acto, donde el caballero bretón se presenta noble y distante frente
a Isolde, su objeto amado, hasta el arrobamiento pasional del dúo
de amor, y la lenta y angustiada agonía que le lleva finalmente
a una gozosa muerte en brazos de su amada, Suthaus logra convencer
con cada frase, con cada palabra. Un intérprete de enorme calidad,
frecuentemente denostado por algunos críticos poco escrupulosos
y, en mi opinión, injustos. Su tercer acto es una verdadera maravilla
de patetismo sufriente, de anhelos insatisfechos, sin estridencias,
sin excesos.
Empleándome
en un ejercicio de música-ficción siempre he pensado en qué hubiera
ocurrido si alguien de HMV se hubiera propuesto, con cualquier estrategia,
sacar a Lauritz Melchior, entonces de 62 años, de su retiro americano
para cantar este Tristán. El Gran Danés se dedicaba
por aquel entonces a la comedia musical, después de que el intendente
Rudolf Bing le “prejubilara” del Met en 1950, con un Lohengrin
antológico, aunque su voz estaba aún en perfecto estado. En
1960, cantó –y grabó– un primer acto de Walkyria para la
radio danesa con motivo de su 70 cumpleaños. Quienes escuchen ese
testimonio sonoro alguna vez no podrán dejar de sorprenderse frente
a la hegemonía vocal de ese gigante, que con setenta años era aún
capaz de superar el Siegmund de cualquier otro tenor, por más joven
y talentoso que éste fuera. Claro que en 1952 Melchior y Flagstad,
por problemas personales, hacía tiempo que no se hablaban. Recuperarían
un cierto tono cordial cuando el danés felicitó a la noruega por
su Fricka en el Oro del Rin de Solti, grabado en 1958, y
ésta le llamó por teléfono, ya muy enferma, para felicitarle por
el concierto del que hemos hablado, en 1960.
La
elección de la Brangäne para este registro no fue tampoco fácil.
En principio se pensó en Martha Mödl, que había actuado ya alguna
vez con Furtwängler, y que estaba redirigiendo su carrera hacia
el repertorio de soprano dramática. Fue por eso por lo que rechazó
el papel: iba a debutar ese mismo verano de 1952 en Bayreuth en
el papel protagonista, Isolde, en la mítica producción que inauguró
von Karajan, y de cuya edición oficial en disco por el sello Orfeo
hablamos hace unos meses en esta misma sección. La segunda opción
fue la veterana contralto de origen alemán Margarete Klose, muy
apreciada por Furtwängler, que tuvo, de todas formas, que rechazar
el encargo por compromisos previos. Finalmente, por sugerencia de
Flagstad, se ofreció el papel a la norteamericana Blanche Thebom,
de padres suecos, nacida, como Astrid Varnay y Birgit Nilsson, en
1918, y que tenía entonces 34 años de edad.
Aunque
la voz era de gran calidad y frescura, no es la Brangäne idónea.
Pese a todo, un timbre atractivo y una evidente experiencia, adornada
por una asombrosa dicción alemana, la hacen una más que solvente
intérprete del personaje. En su página más comprometida, el aviso
de Brangäne a los amantes en pleno dúo de amor, acompañada amorosamente
por un inspiradísimo Furtwängler, compone un prodigio de sensibilidad
y dulzura, dando al pasaje el tinte irreal, onírico, que pide la
partitura.
El
entonces jovencísimo Dietrich Fischer-Dieskau, un muchacho
de voz privilegiada de 27 años, fue una elección rápida, sin dudas,
perfecta. Había debutado tan solo cuatro años antes, en 1948, como
el Marqués de Posa en el Don Carlos de Verdi, y aún no había
hecho su primera aparición estelar en el Festival de Bayreuth, que
vendría en 1954 con el Heraldo de Lohengrin, afortunadamente
conservado en disco bajo la dirección del impecable Eugen Jochum.
Es,
simplemente, el Kurwenal ideal. Lejos de los amaneramientos de sus
últimos años de carrera, el joven Fischer-Dieskau era un artista
fogoso, apasionado. Hace alarde de facultades en las heroicas notas
del primer acto, y sabe plegarse al mimo y el padecimiento del tercero,
donde sus frases dolientes a Tristán hacen evidentes su calidad
de consumado liederista.
La
elección de quien finalmente interpretaría al Rey Marke no fue tampoco
sencilla. Se barajaban dos nombres. Por un lado, el extraordinario
bajo vienés Ludwig Weber, uno de los Markes imprescindibles del
siglo XX, que ya había grabado los monólogos del anciano Rey para
Legge (en el fragmento del tercer acto, la esposa del productor,
Elisabeth Schwarzkopf, sirvió de Brangäne improvisada para las breves
frases de ésta). Por otro, el igualmente extraordinario búlgaro
Boris Christoff, toda una leyenda en el repertorio eslavo, que sin
embargo tenía terribles problemas con el alemán. De todas formas,
la elección final fue el excelente bajo muniqués Josef Greindl,
que tenía entonces unos espléndidos 40 años, y estaba en la cima
de su exitosa y larga carrera.
Este
es, creo, el único registro que presenta el Marke del gran Greindl,
del que han quedado multitud de testimonios de sus insuperables
Hagen, Hunding, Fasolt y Fafner, el Rey Enrique, el Landgrave, Pogner,
Gurnemanz, Daland y su excepcional Hans Sachs. Es decir, del repertorio
wagneriano completo para bajo. El extenso monólogo del segundo acto
pocas veces se ha podido escuchar tan humano y conmovedor. Es curioso:
Greindl inicia el conocido “Tatest du’s wirklich” en pianísimo,
con un hilo de voz entrecortada y dubitativa, como si estuviera
conmocionado al conocer la traición de su sobrino. Donde otros comienzan
en mezzo-forte, o incluso en forte (unos buenos ejemplos podrían
ser Martti Talvela o el actual René Pape, excelsos en su propio
estilo), Greindl recoge la voz hasta el susurro emocionado. La interpretación
es intimista, recogida, contenida, sin excesos de ningún tipo. Una
verdadera delicia.
Los
comprimarios son solventes y hasta inspirados. Rudolf Schock,
conocido Walther von Stolzing por su grabación con Kempe, fue la
primera opción para el Joven marinero (inicio del primer acto) y
el Pastor (tercer acto). El tenor galés Edgar Evans había
cantado el papel de Melot frente a la Isolde de Kirsten Flagstad,
y fue escogido por ello para interpretarlo aquí. Evans, curiosamente,
estaba presente en la grabación del dúo de amor del segundo acto,
cuando Schwarzkopf dio los Do5 agudos por Flagstad, según informa
en las notas a esta edición Malcolm Walker, tras entrevistarlo recientemente.
Pues
bien, queda lo más fácil –ensalzar la labor histórica del gran Furtwängler–
y lo más difícil –encontrar palabras suficientes para hacerlo–.
Poesía, metafísica, encantamiento supraterrenal, comprensión total
del amor como el más grande sentimiento humano, la verdadera y única
razón de la vida. Si Wagner erigió un monumento eterno al Amor en
este “Tristán e Isolda”, Furtwängler fue capaz de materializarlo
ante nuestro oídos y dejarlo impreso para la posteridad. Tras escuchar
con el corazón este registro, nunca se vuelve a percibir la magia
del Tristán de la misma forma.
Es
además curioso resaltar que la grabación crece conforme avanza el
drama. El primer acto, si bien sobresaliente, no llega a pulsar
completamente las cuerdas de la emoción, mientras que el mágico
segundo acto nos eleva a otra dimensión, y el tercero sobrepasa
toda comprensión humana. La dirección de Furtwängler es siempre
atenta, detallista, apasionada, pero siempre pendiente del conjunto:
cada detalle sirve a un concepto global superior a sí mismo.
El
excelente reprocesado del reputado ingeniero de sonido Mark Obert-Thorn,
responsable de la mayor parte de la serie histórica del sello Naxos,
parte, como se indica en una nota de producción en la carpetilla,
de dos ediciones alemanas en LP, utilizando dos ediciones auxiliares
americanas para “parchear” algunas secciones. No toma como base
el master original, como es el caso de las sucesivas ediciones oficiales
de EMI. Esto, en principio, no sólo no es un impedimento, sino que
cincuenta años después es una ventaja: la calidad del sonido del
master analógico en cinta magnética depende muy estrechamente de
las condiciones de conservación del mismo, teniendo además en cuenta
que la magnetización del soporte se deteriora con el paso del tiempo.
Un buen reprocesado a partir de un set de LPs en buen estado puede
superar a lo que se pueda hacer con el viejo master analógico original.
Los
aficionados siempre nos hemos quejado de la distorsión que se aprecia
en algunos pasajes de la obra, y del sonido poco transparente de
todo el conjunto. Esta edición de Naxos, ecualizando respetuosamente
el sonido sin intentar eliminar el siseo propio de la cinta magnética,
lo que dañaría las frecuencias sonoras altas, es sinceramente preferible
a la edición oficial, aunque no salva los problemas de base. Yo
comparo, al menos, con el reprocesado de EMI de 1997, la segunda
edición en CD, aunque conozco que ha sido reeditado muy recientemente,
en 2001, en la serie “Great Recordings of the Century”, si bien
la crítica no ha alabado especialmente el supuesto nuevo sonido
que se anunciaba. Como dato, la primera edición en CD de este monumento
apareció en el mercado en 1986. Las ediciones de 1984 ó 1997 –ambas
lucían la misma portada pese a resultar de reprocesados distintos
y de distinta calidad– costaban, si la memoria no me falla, unas
12.000 pesetas (para orientarse con la actualidad, unos 72 euros),
que para cuatro CDs ya era dinero, y supongo que esta última oficial
debe costar unos 40 euros. Bien, la edición Naxos, preferible en
cuanto a sonido, ronda los 20-25 euros. Así que la elección es sencilla,
si hay alguien que aún no posea esta joya. Al resto de coleccionistas
que ya tienen de antaño cualquier edición anterior, yo personalmente
no aconsejaría necesariamente la compra de la nueva, si no es por
curiosidad, ya que la mejora de sonido, si bien evidente, no es
sustancial. El sello Regis también ha lanzado al mercado su propia
edición de esta joya wagneriana, aunque desconozco la calidad de
la misma.
Como
conclusión, y aceptando que la poesía es, en fin, la esencia del
amor, me han venido a la mente unos famosos y fermosos versos de
nuestro Fénix de los Ingenios, que tal vez sean la más bella
síntesis amorosa que ha alumbrado la lengua castellana, y que revela
asombrosos ecos tristanescos:
Desmayarse,
atreverse, estar furioso,
áspero,
tierno, liberal, esquivo,
alentado,
mortal, difunto, vivo,
leal,
traidor, cobarde y animoso;
no
hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse
alegre, triste, humilde, altivo,
enojado,
valiente, fugitivo,
satisfecho,
ofendido, receloso;
huir
el rostro al claro desengaño,
beber
veneno por licor süave,
olvidar
el provecho, amar el daño,
creer
que un cielo en un infierno cabe,
dar
la vida y el alma a un desengaño:
esto
es amor, quien lo probó lo sabe.
Soneto
CXXVI de Rimas de Félix Lope de Vega y Carpio |