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Los
maestros cantores de Nuremberg.
Hans
Hermann Nissen (Hans Sachs), Herbert Alsen
(Veit Pogner), Maria Reining (Eva Pogner),
Kerstin Thorborg (Magdalene), Henk Noort
(Walther von Stolzing), Richard Sallaba
(David), Georg Maikl (Kunz Vogelgesang),
Rolf Telasco (Konrad Nachtigall),
Hermann Wiedemann (Sixtus Beckmesser),
Viktor Madin (Fritz Kothner), Anton
Dermota (Balthasar Zorn), Eduard Frisch
(Ulrich Eisslinger), Hermann Gallos
(Augustin Moser), Alfred Muzzarelli (Hermann
Ortel), Carl Bissuti (Hans Schwarz, Nachwächter),
Karl Ettl (Hans Foltz), Wolf Daucha,
Mitzi Schieder, Ludwig Fleck, Josef Fruchter,
Lucie Haupt, Martha Karl, Marie Langhans, Erich
Maykut, Matth. Oswald, Hans Rosenberg, Oskar Schweiberer,
Otto Zuzan (Aprendices).
Orquesta
Filarmónica de Viena, Coro de la Ópera de Viena.
Director: Arturo Toscanini. Grabado en la Festspielhaus
de Salzburgo, el 5 de agosto de 1937.
Fuentes: grabación original en Selenophone, Radio
Austriaca / Fundación Toscanini / Colección Toscanini
Legacy, en los archivos Rodgers & Hammerstein
de sonido grabado, New York Public Library for
the Performing Arts.
4
CDs (79’57’’ + 57’39’’ + 65’12’’ + 50’56’’) ANDANTE
AND3040 (ADD, mono, libreto en alemán e inglés).
Distribuye
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Con
el ascenso de los nazis al poder en Alemania en 1933, Salzburgo
se convirtió en un “Bayreuth en el exilio”. Bruno Walter dirigió
allí Tristan e Isolda en 1933. Ese mismo año, Toscanini rehusó
dirigir Maestros cantores en Bayreuth (1) por motivos políticos,
presentándose en Salzburgo el año siguiente. Toscanini se mantuvo
activo en Salzburgo de 1934 a 1937 (Falstaff, La flauta mágica,
Fidelio, Maestros Cantores y varios conciertos). En 1936 presentó
con gran éxito Maestros cantores (2), una producción de la
Ópera de Viena en principio poco apta para las reducidas dimensiones
del escenario de la Festspielhaus. Friedrich Schorr iba a ser Sachs,
pero con los ensayos ya avanzados, Toscanini se negó a trabajar
con él por motivos confusos que no han trascendido, siendo sustituido
por Hans Hermann Nissen, bajo barítono de la Ópera de Munich. En
su reposición en 1937 hubo varios cambios en el reparto, constituido
principalmente por cantantes de la Ópera de Viena. Maria Reining
sustituyó a Lotte Lehmann, que ese verano cantaba la Leonora de
Fidelio y la Mariscala de El caballero de la rosa.
El holandés Henk Noort sustituyó al estadounidense Charles Kullman
como Walther von Stolzing. Toscanini canceló su participación en
el Festival de 1938 en protesta por el Anschluss. Ese año
las funciones de Los maestros cantores fueron dirigidas por
Wilhelm Furtwängler.
El
sello ANDANTE, que ha irrumpido con fuerza en el terreno de las
grabaciones históricas, ofrece la primera edición oficial,
a partir de la fuente original, de los celebrados Maestros
de 1937. La función se registró mediante un sistema electro-óptico
experimental denominado selenophone (3). Seth Winner, reputado
profesional que tuvo a su cargo el paso a cinta de los 78 rpm para
la Toscanini Collection de RCA (1990-92) ha transferido el
registro original en selenophone a cinta DAT, y Ward Marston,
autor de restauraciones para Pearl, Biddulph, Naxos y otros sellos,
ha reconstruido con mimo la grabación. En algunos pasajes, en los
que la grabación original estaba muy deteriorada o destruida, Marston
ha empleado otras fuentes, como una copia del original hecha en
1940 y conservada en la Biblioteca del Congreso de los EE.UU., así
como material de los archivos de la Fundación Toscanini. El resultado
es netamente superior al de anteriores ediciones piratas (Melodram,
Grammofono 2000, Eklipse, TIM). El sonido, de calidad variable,
es más nítido y apenas está filtrado, lo que beneficia a la orquesta
y permite apreciar mejor la labor de la batuta. En los mejores momentos,
es comparable a las mejores tomas de la MET de finales de los años
30 y principios de los 40. En algunos pasajes, sin embargo, hay
saturaciones, presentes en la grabación original e imposibles de
eliminar. Cuando se ha tenido que acudir a una fuente alternativa
a la original, se nota un descenso significativo de calidad sonora,
con aumento de ruido de fondo y pérdida de nitidez. La toma está
en general descompensada, favoreciendo a trompas y maderas, que
se oyen en primer plano. Este defecto de la grabación original tampoco
se puede corregir. En resumen, la restauración es honesta, profesional,
técnicamente inmejorable, y nos acerca lo más posible a las históricas
representaciones salzburguesas de 1937, última ocasión (4) que el
Maestro dirigió una ópera en el foso. Además, esta grabación de
Maestros cantores es la única completa de una obra de Wagner
dirigida por Toscanini.
En
mayo de 2001, al presentar mi serie de tres artículos sobre versiones
de Los maestros cantores de Nuremberg, descarté ésta que
ahora nos ocupa debido al mal sonido de las ediciones existentes
en aquel momento. Lo que podía escucharse hacía prever que, de aparecer
una edición que hiciera justicia al documento, tendría que causar
una conmoción. Pues bien, ésta de Andante, con los defectos irreparables
arriba señalados, es esa edición que esperaba. El reparto es uno
de los más completos jamás reunido. Hans Hermann Nissen poseía la
materia vocal ideal para encarnar al zapatero-poeta: voz torrencial,
de bello color, gran nobleza y potencia, ancho centro, agudos timbrados
y emitidos sin esfuerzo aparente, graves bien apoyados, facilidad
para el canto ligado. Su monólogo de las lilas (o del saúco)
del Segundo Acto es de los más efusivos que escucharse puedan, acompañado
por un Toscanini profundamente lírico. Nissen no parece acusar el
esfuerzo, y llega intacto al final. La voz de Henk Noort, fresca,
juvenil, de volumen no muy grande, es de tenor lírico, con cuerpo,
pero carente de metal heroico. Fraseador exquisito, su Walther es
más bien ligero. Su mejor acto es el Primero, en el que canta con
empuje y ardor. En la canción del sueño matutino, Noort
tiene un despiste, y combina el primer verso de la primera estrofa
(“Morgenlich leuchtend”) con el primer verso del segundo período
(“im himmlischer Pracht”). Al final del segundo verso encuentra
el camino (“verschied die Duft geschwellt die Luft”). En la canción
del premio se muestra contenido, pendiente de las notas, y los
agudos son un punto breves. Maria Reining poseía un timbre aniñado
y cristalino, muy grato al oído. Vocalmente menos perfecta que,
por ejemplo, Elisabeth Schwarzkopf o Gundula Janowitz, su Eva es
creíble y cercana, apasionada, espontánea, con un toque de picardía
juvenil. Lidera con seguridad un fabuloso quinteto. Hermann
Wiedemann (Beckmesser) no se queda en la caricatura. La voz es de
calidad, y mantiene el histrionismo bajo control. Hizo una pareja
memorable con Nissen (Sachs-Beckmesser, Wotan-Alberich). Cumplidor
el David de Richard Sallaba, tenor ligero, de voz poco interesante,
buen fraseador. Herbert Alsen es un noble Pogner, de voz enorme
y rocosa, que mueve con dificultad. Correcto sin más el Kothner
de Viktor Madin, De auténtico lujo cabe considerar la Magdalene
de Kerstin Thorborg. A buen nivel los comprimarios, entre los que
cabe destacar, como dato curioso, la presencia de un joven Anton
Dermota como Balthasar Zorn. Discretos los coros, aunque la toma
de sonido no favorece a las escenas de conjunto.
La
dirección de Arturo Toscanini hace de estos Maestros una
auténtica fiesta. Toscanini amaba esta obra, y ese amor se hace
ver en su lectura. Fiel a su estilo, se apoya en la transparencia
orquestal y la precisión rítmica, para darnos una versión muy humana
(los personajes no cantan, sienten), ligera, fresca, chispeante
y vital, con remansos de hondo lirismo y ternura. Para no alargarme
demasiado, mencionaré sólo tres ejemplos de la maestría del septuagenario
director. En la intervención de Walther en el Primer Acto, “Am stillen
Herd im Winterszeit” (CD 1, pista 15), después del verso “mir sinnend
gab zu lauschen” (“me hizo escuchar pensativo”, 3’56’’), Toscanini
hace el rallentando escrito, pero ¡cómo lo hace!: suspende
el tiempo (arpas mágicas) y crea un instante aéreo, delicado. La
Tercera Escena del Tercer Acto (Beckmesser y Sachs), llena de picardía.
En el Tercer Acto, al comienzo de la danza de los aprendices,
la vertiginosa escala descendente en violines, rápida, cristalina,
precisa, tan toscaniniana.
En
suma, estamos ante un producto muy bien presentado (5), edición
oficial y seguramente definitiva de un documento fundamental de
la interpretación wagneriana, único Wagner completo de una de las
más grandes batutas de la historia. Se recomienda solo.
(1)
Arturo Toscanini fue el primer director de
orquesta no alemán que dirigió en Bayreuth. Se presentó en 1930
con Tannhäuser y Tristán e Isolda, obteniendo un gran
éxito. En 1931 fue nuevamente aclamado en Bayreuth como director
de Tannhäuser y Parsifal.
(2) Maestros es la obra
de Wagner que Toscanini dirigió en mayor número de ocasiones. Con
ella abrió la temporada 1898/99 de la Scala, cantada en italiano.
Las funciones neoyorquinas (MET) de 1910 fueron las primeras que
el Maestro dirigió en alemán. Las representaciones salzburguesas
de 1936 y 1937 fueron también en alemán, pero las funciones italianas
(Bolonia, 1904; La Scala, años 20) y bonaerenses (1903) fueron cantadas
en italiano. Entre los cantantes que intervinieron se encuentran
Aureliano Pertile y Leo Slezak (Walther von Stolzing), Mafalda Favero
y Emmy Destin (Eva), Antonio Scotti (Sachs), Ezio Pinza (Pogner)
o Giuseppe de Luca (Beckmesser).
(3) En las notas de la edición Andante,
Ward Marston, autor de la restauración, apunta la posibilidad de
que se grabaran, total o fragmentariamente, varias funciones, y
que lo que contiene la cinta original de selenophone sea
una mezcla de varias tomas, realizadas en días distintos.
(4) Hasta su retirada, en 1954, dirigiría
aún varias óperas en versión de concierto, con su Orquesta de la
NBC, como los legendarios Otello (en 1947, con Ramón Vinay,
Herva Nelli y Giuseppe Valdengo) y Falstaff (en 1950, con
Giuseppe Valdengo, Herva Nelli, Frank Guarrera y Nan Merriman),
ambas versiones de referencia editadas por RCA.
(5) La edición Andante incluye (en inglés,
francés y alemán) una breve introducción del Premio Pulitzer Tim
Page, dos artículos, a cargo de Gottfried Krauss y Harvey Sachs,
biógrafo de Toscanini, detalladas notas técnicas de Ward Marston,
biografías de director y cantantes extraídas del New Grove, fotografías
de la producción y sinopsis argumental. Además, libreto bilingüe
alemán-inglés.
Miguel
Ángel González Barrio
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Tristan
und Isolde. Martha
Mödl (Isolde), Ramón Vinay (Tristan)
Ira Malaniuk (Brangäne), Ludwig Weber (Marke),
Hans Hotter (Kurwenal), Hermann Uhde (Melot),
Werner Faulhaber (Timonel), Gerhard Stolze (Pastor),
Gerhard Unger (joven marinero)
Coro
y Orquesta del Festival de Bayreuth. Director:
Herbert von Karajan. Grabado en la Festspielhaus,
el 23 de julio de 1952.
Distribuye:
www.diverdi.com
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Tras
interminables años de espera, las arduas negociaciones con el anciano
Wolfgang Wagner han dado sus ansiados frutos: el sello alemán Orfeo
inicia una serie dedicada a los registros históricos del Festival
de Bayreuth, editados a partir de las fuentes originales de la Radio
de Baviera: “Bayreuther Festspiele LIVE”.
Para
abrir boca, llega al mercado la edición oficial de una muy singular
representación, ya conocida en otras encarnaciones menos sobresalientes:
el estreno de la primera producción de Wieland Wagner de Tristan
und Isolde en el Nuevo Bayreuth, que Herbert von Karajan dirigiera
el 23 de julio de 1952 en la Colina Verde.
El
reparto es uno de los más completos de toda la discografía:
El
barítono chileno Ramón Vinay, que debutaba en Bayreuth con
el papel de Tristán, es un prodigio de dramatismo y musicalidad.
Como es natural al estar fuera de su cuerda, la voz está ligeramente
forzada en algunos pasajes, pero resuelve los problemas técnicos
con una visión fascinante del personaje. Embebido en sus propios
pensamientos en un primer instante, vencido por la explosión amorosa
y finalmente derrotado por la adversidad, muriendo en los brazos
de su amada con un desgarrador “Isolde!”.
Es
sorprendente, además, el control que tiene de la vocalidad alemana,
exhibiendo una dicción admirable.
El
grandísimo bajo vienés Ludwig Weber, aquí ya en sus últimos
años de carrera artística, nos da una muestra de buen hacer, de
oficio y de comprensión total de su personaje: un Marke profundamente
dolido por la traición de aquel al que ama como a un hijo. Sólo
cabe un comentario: conmovería a las piedras.
Martha
Mödl, cuya tesitura natural era la de una mezzosoprano, deja
aquí un legado importantísimo para el futuro. La voz entonces era
de gran potencia y de una resistencia olímpica, cualidades que perdería
en el correr de los años por atreverse con un repertorio muy goloso,
pero letal para una voz fuera de su registro de origen.
En
esta función lo dio todo. Desgarrada y vengativa por despecho en
el primer acto, enamorada hasta el delirio en el segundo y arrastrada
por el fatal destino de su amor en el tercero. Se dejó la piel en
el escenario. Y eso queda aquí patente y, por fortuna, preservado
para la posteridad. Una de las más grandes sopranos dramáticas de
la historia del canto: esta es la prueba.
Es
la réplica perfecta para Vinay, que coincide en medios vocales y
aptitudes dramáticas con la gran artista de Nuremberg.
El
Kurwenal de nuestro inmenso Hans Hotter no es lo mejor de
esta velada. Lamentablemente aparece con la voz cansada y un poco
apurado en el extremo superior de la tesitura. Este es un papel
escrito para barítono puro y lírico, y no para el más grande bajo-barítono
que ha dado la Naturaleza. Sin embargo hay una clara perla en su
interpretación: las frases dolientes y calladas que pronuncia mientras
su señor duerme el sueño de la enfermedad, exhibiendo un dominio
perfecto del canto ligado y la mezza voce.
Es
sorprendente el caso de Hermann Uhde, que fue siempre capaz
de convertir cualquier personaje, por mínimo y desagradecido que
fuera, en toda una creación. Este es el caso de este Melot, que
se nos presenta por primera y única vez como una personalidad compleja:
un hombre inteligente obsesionado con la posesión de la mujer que
pertenece a otro.
Lo
más flojo del reparto es sin duda la Brangäne de Ira Malaniuk,
de voz tremolante e insegura, que además se confunde molestamente
en timbre y color con la de la Mödl en el primer acto. La etérea
llamada desde las almenas en el segundo no queda del todo acertada.
De todas formas es una cantante solvente y no estropea el soberbio
conjunto.
Los
otros tres personajes secundarios están convenientemente servidos
por Gerhard Stolze, que olvida aquí su histrionismo habitual
para ofrecernos un bello pastor, Werner Faulhaber, en su
brevísima intervención como el timonel, y Gerhard Unger,
excelso David de la época que inicia aquí la obra dando voz al joven
marinero que canta desde la cofa.
La
dirección de Herbert von Karajan merece una mención especial
por su densidad, perfección tímbrica y detallismo. No se entiende
cómo años más tarde perdió ese soplo de furia wagneriana para ofrecernos
una serie de desconcertantes grabaciones (como su insólito Anillo,
trucado como ninguno y aburrido como pocos).
Ya
el preludio es de una gran intensidad, mantenida y acrecentada durante
la obra, que culmina en el clímax de la Liebestod: una lectura
total de la página, prolongada en un acorde final sublime que se
apaga poco a poco hasta disolverse en silencio.
Si
bien es cierto que de vez en cuando se hace patente un cierto desentendimiento
de los cantantes, una cierta descoordinación con la escena, que,
en contadas ocasiones, llega al extremo de sobrepasar el volumen
vocal de algún intérprete con la orquesta a plena potencia (como
ocurre con la Mödl en un par de notas del final de la “muerte de
amor”).
Astrid
Varnay relataba en sus memorias (se alternó con Mödl como Isolde
en ese año) cómo Vinay y ella se marcaban el ritmo mutuamente dándose
golpecitos en la mano, ya que Karajan –que dirigía siempre con los
ojos cerrados-- no se molestó en darles una sola entrada (La “Inalcanzable”
estuvo muy enfadada con el maestro Karajan hasta que se reunieron
en Salzburgo, ya en 1964, para componer una “Elektra” histórica).
El
sonido es de una presencia apabullante, de gran claridad, nitidez
y riqueza de matices. Se respetan las dinámicas orquestales y se
escucha absolutamente todo.
Tan
sólo se le puede poner una pega: está grabado a un volumen excesivamente
bajo, por lo que hay que reproducirlo de manera que se escucha un
siseo continuo de fondo. Es un defecto de la nueva edición, no de
la fuente original (en cinta magnética, supongo), y es una pena.
Esperemos que esta nimiedad se arregle en las futuras sorpresas
de Orfeo.
De
todas formas, a mi entender, el sonido ha mejorado de manera espectacular
respecto a las anteriores ediciones no oficiales, en las que
variaba entre lo aceptable (Myto), lo bueno (Golden Melodram, a
precio alto) y lo deleznable e indigno (Opera D'Oro, con fritura
insoportable; el precio, claro, era ridículo).
Si
este esmerado trabajo se puede hacer con documentos de los años
cincuenta, con la tecnología aún algo rudimentaria, ¿qué se podrá
hacer con grabaciones un poco más modernas? Tal vez con registros
de finales de los cincuenta o principios de los sesenta los resultados
serían aún más sorprendentes...
Sólo
hay que esperar.
José
Alberto Pérez
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