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Wotan
y el wagneriano de a pie |
En
el Tercer Acto de “Sigfrido” hay un encuentro entre el joven e impulsivo
Sigfrido, que no le teme a nada, y su abuelo el dios Wotan en guisa
de Viandante. Sigfrido no conoce al viejo, y le exhorta a que le
indique el camino a la roca donde, sumida en el sueño, reposa una
mujer rodeada de mágico fuego, y a dejarle libre el paso. Wotan
le pregunta quién le dijo que buscara la roca y aspirase a la mujer.
Más adelante, cuando Sigfrido repara en que al anciano le falta
un ojo, éste le dice: “con el ojo que a mí me falta ves tu este
otro que me quedó.”
Al
recordar a Ángel-Fernando Mayo y pensando en este merecido homenaje
vino a mi memoria este pasaje de “El Anillo del Nibelungo”, pues
dos generaciones de wagnerianos (unos muy jóvenes; otros, ya no
tanto) “vemos” a través del “ojo” de Wotan/Mayo, ojo que nos prestó
en forma de sus inolvidables artículos y traducciones, de los que
ya nos ha hablado Xoan Carreira, y una Guía Wagner que es referencia
obligada. Afortunadamente, y a diferencia de Sigfrido, pocos hay
(siempre habrá alguno) que no reconozcan su deuda con Ángel, su
autoridad y su magisterio. Y no sólo en Wagner, pues su ojo veía
también más allá de éste, y nos descubrió a muchos a los Marshner,
Weber, Berlioz, Pfitzner, Strauss y un largo etcétera. También por
su culpa comenzamos a interesarnos por la figura del director Hans
Knappertsbusch. Ángel escribía con tanta pasión y conocimiento sobre
las cosas que amaba que era imposible sustraerse a la curiosidad.
Contagiados de su entusiasmo, buscamos nuevas rocas, nuevos fuegos
mágicos que cruzar.
Por
esta indiscutible autoridad, Ángel era visto como una especie de
Wotan por esa legión de admiradores anónimos que esperábamos impacientes
cada artículo suyo, escritos en ese estilo tan personal, castizo,
repletos de guiños a sus seguidores, estilo singular en el panorama
de la crítica musical española. Se le nombraba con veneración. Cuando
le conocías personalmente, ERA Wotan. La figura de Ángel, oronda,
imponente, y su voz algo ronca, infundían más respeto aún. Creo
que fue a Juan Lucas a quien primero oí referirse a Ángel como Wotan.
Casualmente ayer supe que quien acuñó el cariñoso apelativo fue
su amigo Luis del Llano, que acompañó a Ángel a Bayreuth en 1985.
He
llegado a conocer a varias personas, wagnerianos de a pie como yo,
cuya relación con Ángel siguió sendas parecidas a la mía. Empezamos
acercándonos a él por escrito. Ángel cuidaba a sus queridos “corresponsales”,
como se refería en el prólogo a la segunda edición de la Guía Wagner
a las personas que le escribíamos para ponerle sobre aviso de novedades
o reediciones discográficas o aportarle algún dato que pudiera ser
de utilidad en alguno de sus proyectos. Un gesto altruista característicamente
wagneriano, llegó a escribir. Cuando llamabas su atención con la
correspondencia, Ángel siempre mostraba interés por conocerte en
persona y charlar ante unas cervezas (y de un codillo o unos callos,
si se terciaba). Un buen día sonaba el teléfono y, al descolgarlo,
al otro lado se oía la voz de Wotan: “¡Soy Ángel Mayo!” Los que
tuvimos la fortuna de ser honrados con su amistad y tratarle con
cierta frecuencia, acabamos reconociendo en él un ser sensible,
generoso y atento con sus amigos, aunque fuéramos de a pie y veintitantos
años más jóvenes.
No
quisiera extenderme con anécdotas personales, que yo y otros muchos
aquí presentes guardamos y llenarían un libro con no pocos episodios
jocosos. Mencionaré una, aparentemente sin importancia, pero que
he recordado infinidad de ocasiones. Una tarde de 2000 me dirigí
a la Parroquia (a estas alturas del homenaje no creo que sea necesario
explicar a qué parroquia me refiero) con mi sobrino José Alberto,
wagneriano precoz que contaba entonces 18 años, y un amigo. Cuando
llegamos, Ángel departía animadamente con un conocido, cuyo nombre
he olvidado. Acababa de llegar a España el “Anillo del Nibelungo”
que Hans Knappertsbusch dirigió en Bayreuth en 1957. Hechas las
presentaciones, y por indicación de Ángel, cogimos un ejemplar de
ese “Anillo”, tomamos al asalto el despacho Juan Lucas, nos acomodamos,
y escuchamos algunos fragmentos seleccionados mientras Ángel, en
trance y con gesto feliz, explicaba éste o aquél detalle de la dirección,
hacía comentarios sobre las voces y agitaba los brazos como si estuviera
dirigiendo, transfigurado en su adorado “Kna”. Ahí estaba nuestro
admirado Wotan, disfrutando como un crío, y haciéndonos pasar una
tarde inolvidable, que se prolongó después de la audición, para
variar, con unas rondas de cerveza en un bar cercano.
Quisiera
terminar este breve recuerdo de Ángel con un fragmento de “Los Maestros
Cantores de Nuremberg”, dirigidos por Christian Thielemann en el
Festival de Bayreuth de 2000. Ángel estuvo en aquel festival y
volvió fuertemente impresionado por la personalidad y el buen hacer
del joven director berlinés, a quien consideró “el heredero legítimo
de la Gran Tradición de la dirección de orquesta alemana”. Les dejo
con el coral “Wach auf!”, de “Los Maestros Cantores de Nuremberg”.
Como todos los presentes sabéis, es una salutación del pueblo de
Nuremberg a su amado Hans Sachs, el zapatero-poeta. La versión,
como ya he apuntado, corre a cargo del mejor coro del mundo (el
del Festival de Bayreuth) y la orquesta del Festival bajo la dirección
de Christian Thielemann, un hombre, en palabras de Ángel, “seguro
de lo que hace y cómo lo hace”. Como él mismo fue. Estés donde estés,
hasta siempre, querido amigo y maestro. Vamos a echar de menos tu
ojo privilegiado, que nos descubrió tantas maravillas y nos ayudó
a ser más felices.
Palabras
de Miguel Ángel González Barrio en el homenaje a Ángel-Fernando
Mayo, que tuvo lugar el pasado lunes, 30 de junio, en el Teatro
Real de Madrid. Una transcripción casi completa del emotivo
acto puede leerse en Mundoclasico.com
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