LAS
GRABACIONES CON LA ORQUESTA DE FILADELFIA (1926-1940)
Disco
1 (74’09’’): Rienzi (Obertura)
1926/27; Lohengrin (Preludio I) 1927; Lohengrin
(Preludio III) 1940; El oro del Rin (fragmentos) 1933;
La Walkyria (fragmentos) 1934.
Disco
2 (73’04’’): La Walkyria (música del fuego mágico,
versión orquestal) 1939; Sigfrido (fragmentos) 1934;
El ocaso de los dioses (fragmentos) 1933; El ocaso
de los dioses (final) 1927.
Disco
3 (74’50’’): Tannhäuser (Obertura y música del
Venusberg) 1929/30; Tannhäuser (Obertura y música del
Venusberg, con coro femenino de 17 voces) 1937; Tannhäuser
(Preludio Acto III) 1936; Tannhäuser (Obertura,
versión de Dresde) 1921; Tannhäuser (entrada de invitados
del Acto II) 1924.
Disco
4 (72’53’’): Tristán e Isolda (síntesis sinfónica,
primera versión) 1932; Tristán e Isolda (síntesis
sinfónica, segunda versión) 1935-39.
Disco
5 (72’15’’): 3 Wesendonck Lieder, con Helen Traubel
(Im Treibhaus, Träume, Schmerzen) 1940;
Maestros cantores (Preludio I) 1936; Maestros cantores
(Preludio III) 1931; Parsifal (Preludio I) 1936; Parsifal
(encantamientos de Viernes Santo) 1936; Parsifal (síntesis
sinfónica del Acto III) 1934.
5
CDs ANDANTE AND 1130 (ADD, mono, formato libro-disco, 144
páginas de notas en inglés, francés y alemán, textos cantados
en alemán e inglés). Restauración de Ward Marston.
Distribuye:
LRMusic |
|
Stokowski
y la Orquesta de Filadelfia. Nótense el podio de diseño
y la colocación de las arpas, a la derecha. |
Desde
los conciertos dirigidos por el propio compositor en 1877, la presencia
de Wagner en la vida musical londinense era notable, sobre todo
gracias a la labor de Hans Richter y Sir Henry Wood, creador de
los Promenade Concerts e iniciador de las “Wagner Nights” en los
“Proms”. Educado en aquel ambiente, Leopold Stokowski (Londres,
18 de abril de 1882-Nether Wallop, Hampshire, Inglaterra, 13 de
septiembre de 1977) fue desde el comienzo de su larga carrera un
enamorado de la música de Wagner. Su debut con la Orquesta Sinfónica
de Londres, en mayo de 1912, comenzó con la obertura de Los maestros
cantores de Nurermberg. Tres semanas más tarde dirigió un monográfico
Wagner en el Queen’s Hall, que incluyó la narración de Isolda y
la inmolación de Brünnhilde, cantadas por Lillian Nordica. Su concierto
de presentación como director titular de la Orquesta de Filadelfia,
su gran creación, el 11 de octubre de 1912, concluyó con la obertura
de Tanhhäuser (1). Una semana más tarde acompañó a Ernestine
Schumann-Heink en la escena de Erda de El oro del Rin y la
escena de Waltraute de El ocaso de los dioses. Y en noviembre
de 1912 dirigió la Kaisermarsch, la obertura de Rienzi
y el preludio de Lohengrin, en un concierto que vio el estreno
americano de la Primera Sinfonía de Edward Elgar (compuesta entre
1905 y 1908), uno más de los múltiples estrenos a cargo de este
gran campeón de la música de su tiempo (2). Tan intensa y reconocida
era su asociación con la música de Wagner que, en los años 30, se
le propuso hacer de Richard Wagner en una película sobre la vida
del compositor. El director declinó la oferta, pero su interés por
el cine en aquellos años le llevaría a participar en películas como
Fantasía, Carnegie Hall o Cien hombres y una chica.
La
única vez que “Stoki” dirigió una obra escénica de Wagner completa
fue en la Semana Santa de 1933, en Filadelfia, cuando presentó Parsifal
en versión de concierto a lo largo de tres días seguidos. Estos
conciertos, celebrados antes audiencias distintas, fueron un fracaso
de crítica y público. La prensa arremetió contra lo “superfluo,
repetitivo y monótono de la música” y los “interminables monólogos”;
el público se dormía o abandonaba la sala. La negativa experiencia
afianzó la creencia del director, muy dado a las “recreaciones”,
en la utilidad de programar en concierto y grabar resúmenes y “síntesis
sinfónicas” de los dramas musicales de Wagner, en los que combinaba
los fragmentos más populares, en un intento de condensar en cerca
de media hora el contenido emocional de la ópera entera y de superar
el rechazo del público ante la duración de las obras y unas historias
y un texto que no comprendía. Estos arreglos tuvieron además una
enorme importancia en la difusión de Wagner en los Estados mediante
el disco (3). En sesenta años en los estudios de grabación, los
tres compositores más grabados por Stokowski fueron Wagner, Chaikovsky
y Bach (en transcripciones del propio director). Stokowski y su
Orquesta de Filadelfia comenzaron a grabar por el método “acústico”
(4) en 1917, y entre las 68 caras registradas por este procedimiento
hasta 1924 figuraron las primeras grabaciones americanas de la
obertura de Rienzi, la cabalgata de las Walkyrias,
los adioses de Wotan y la música del fuego mágico, la obertura
y la entrada de invitados de Tannhäuser y el preludio de
Lohengrin. Con la llegada de la grabación ”eléctrica” (con
micrófono), muchos de estos fragmentos fueron registrados de nuevo,
al tiempo que se añadían otros nuevos al catálogo de grabaciones
wagnerianas disponibles.
Muy
oportunamente, el sello Andante ha reunido, en un álbum de cinco
discos, de presentación ejemplar, todas las grabaciones eléctricas
de música de Wagner a cargo de Stokowski y la Orquesta de Filadelfia,
que datan del período 1926-40. En total, 92 caras de 78 rpm que
fueron distribuidos en todo el mundo y sirvieron para establecer
la reputación internacional de director y orquesta. Con buen criterio
se incluyen dos inéditos en CD: las grabaciones acústicas de la
Obertura (versión de Dresde, 1921) y de la entrada de invitados
(1924) de Tannhäuser, única ocasión en que Stokowski las
llevó al disco. Las grabaciones eléctricas habían aparecido con
anterioridad en cinco CDs del sello Pearl (distribuido igualmente
en España por LRMusic),
agrupados en cuatro álbumes (GEMM CDS 9448, GEMM CDS 9486, GEMM
CDS 9076 y GEMM CDS 9238), con procesados de Ward Marston (9448
y 9486) y Mark Obert-Thorn (9076 y 9238). Los interesados sólo en
los fragmentos del Anillo pueden adquirir el álbum de 2 CDs
Pearl GEMM CDS 9076, que incluye además una rareza: Stokowski hablando
durante casi cinco minutos sobre El anillo del nibelungo
(5). El trabajo de Ward Marston para Andante es extraordinario.
A excepción de un continuo soplido, bastante tolerable, no hay mucho
ruido de fondo procedente de la reproducción de los 78’s. El grado
de detalle capturado es milagroso, lo que indica que se ha transferido
óptimamente a DAT y se ha filtrado poco y con juicio. Las grabaciones
Victor de 1939-40 eran muy deficientes en graves, defecto que Marston
ha tratado de subsanar con la ecualización. Asimismo, Marston ha
añadido moderadas dosis de reverberación artificial a los registros
efectuados en la pequeña iglesia de Camden, Nueva Jersey, donde
Victor grabó hasta 1925 y de 1931 a 1934, de acústica muy seca (6).
La
obertura de Rienzi (1926/27), pieza favorita de Stokowski,
que la registró un total de cuatro veces entre 1919 y 1973
y la incluyó con frecuencia en concierto, recibe un tratamiento
brillante, de pieza de lucimiento, conectándola con el Liszt
de Los preludios en la introducción y hasta con Chaikovsky
en el tratamiento de la percusión en las apoteosis à
la Meyerbeer. Pese
a la fecha de grabación (1927) los técnicos de Victor capturaron
admirablemente la delicada atmósfera conseguida por el director
en su único registro del Preludio de Lohengrin, con la iridiscente
cuerda de la Orquesta de Filadelfia en todo su esplendor. El Preludio
III de Lohengrin (1940), también ejemplo único dirigido por
“Stoki”, arranca con impuso y vitalidad, que se resienten al llegar
a la sección central (1’17’’), de una lentitud exasperante (el infalible
Toscanini, por ejemplo, adopta aquí un tempo más vivo, con
lo que la bfluidez del discurso no se resiente). La versión de concierto
(la opción de Toscanini y Ormandy) termina con el motivo de la
pregunta prohibida, y luego, por tres veces, en crescendo,
se oye el primer compás del Preludio III. Un final festivo, en línea
con la atmósfera del Preludio. Stokowski omite esa última cita triple.
A diferencia de otros arreglos orquestales que elaboró, ninguno
de los cuatro álbumes de El anillo del nibelungo fueron calificados
de “síntesis sinfónica”. Las dos primeras pistas (unos 8’) del resumen
de 23’ de El oro del Rin (1933) condensan la primera escena,
comenzando con un Preludio algo soso y de dinámica comprimida y
la canción de las hijas del Rin, en la que corno inglés, oboe y
clarinete doblan la línea vocal de las ondinas para saltar, en “Alberich
roba el oro” al final de la escena, desde la huida de Alberich con
el oro hasta la entrada del motivo del Walhall, ya al comienzo
de la segunda escena. Sigue la sección titulada “Wotan y Loge descienden
al Nibelheim”, aunque en realidad se trata de un “arreglito”, con
música de la cuarta escena, cuando un Alberich cautivo ordena a
los nibelungos que le amontonen el tesoro. Se oyen los motivos del
Tarnhelm (no debería estar ahí), Anillo, la acumulación
del tesoro y la servidumbre de los nibelungos. Finaliza
con “La advertencia de Erda”, con el corno inglés doblando la línea
vocal de la protosabia, y la “Entrada de los dioses en el Walhall”,
desde poco antes del trueno desencadenado por Donner. Los fragmentos
de La Walkyria (1934) totalizan 28’ y no contienen música
del primer acto. Comienzan con el pasaje orquestal que hace de puente
entre las escenas tercera y cuarta del segundo acto (“Siegmund conforta
a Sieglinde”), para seguir directamente con la cabalgata de las
Walkyrias, que “Stoki” empalma con el final de la segunda escena
del tercer acto, cuando las walkyrias se dispersan, dejando sola
a Brünhhilde con Wotan. Sigue el breve interludio orquestal que
precede a “War es so schmählich” (“Súplica de Brünnhilde ante Wotan”),
pasando a los adioses de Wotan y la música del fuego mágico. El
apuesto Lawrence Tibbet, favorito de la MET, de voz grande, viril,
aterciopelada, prodigiosas medias voces y pianissimi corpóreos,
presta nobles acentos a Wotan, un papel que nunca tuvo en repertorio,
aunque prodigó los adioses en recital. Salvo unas invocaciones
a Loge un tanto veristas, son estos unos adioses impecables
desde cualquier punto de vista. A pesar de los medios precarios
de grabación, la cuidadosa colocación de los micrófonos y de los
músicos facilitó a los técnicos la tarea de atrapar las dinámicas
de “Stoki” y su sonido voluptuoso, de lo cual aquí puede oírse
una aproximación.
El
1939 Stokowski volvió a grabar el final de La Walkyria, con
más efectivos y en una sala más amplia y reverberante, la Academia
de Música de Filadelfia. Atención al uso del portamento y
al solemne, triste fraseo de la cuerda, antes del fuego mágico.
Sigfrido fue condensada en 17’ en 1934. El breve resumen
se abre con una cita del motivo de los wälsungos, tomada
del torneo del saber (“El viandante interroga a Mime”). Sigue,
íntegra, la canción de la fragua, cantada por el tenor neoyorquino
Frederick Jagel, un spinto con buenos agudos, al que faltan
empuje, heroísmo y familiaridad con el estilo wagneriano. Alarga
mucho el agudo en la última frase, “Blase die Glut!”. Siguen
unos espléndidos murmullos del bosque; versión colorista,
alegre, chispeante, para finalizar con los cinco últimos minutos
del dúo Siegfried-Brünnhilde, tomado a mitad de frase de Siegfried
(“dann bist du mir, / was bang du mir wars’t und wirst!”). Agnes
Davis, soprano de Colorado que basó su carrera en Filadelfia, con
fugaces apariciones en la MET, es recordada por estas grabaciones
y una Novena de Beethoven, también con Stokowski (1934).
Tiene las notas (algún agudo, más que emitirlo, lo lanza) y una
voz bonita, pero su estilo es manifiestamente mejorable: las frases
le salen muy trabajadas, poco naturales. Mejor está Jagel, que aquí
hasta da el pego, superando de largo sus prestaciones en la canción
de la fragua. Se permite incluso algún alarde, como un par de
calderones atléticos, prolongando las notas más allá de lo que
la Davis puede permitirse: tarea sencilla, por otra parte. La síntesis
(42’) de El ocaso de los dioses comienza con el familiar
amanecer y viaje de Siegfried por el Rin precedido, para
introducir el drama, por el motivo de la maldición del anillo,
tomado del final de la escena de las Nornas. El sol sale con mucho
portamento en este amanecer, que suena antiguo y hasta de
cuento. Stokowski emplea la versión de concierto de Humperdinck,
saltándose el dúo para ir directamente al viaje, pocas veces tan
vigoroso y vital como aquí. Para la conclusión del fragmento, se
retoma el original, el final sombrío del comienzo del primer acto,
en el salón de los guibichungos. Sana elección, pues el cierre de
Humperdinck (la elección habitual de Toscanini, otro director que
prodigó el fragmento) es un atentado contra el buen gusto. Sigue
la “Muerte de Siegfried y música fúnebre”, desde el instante en
que Hagen alancea por la espalda al héroe. La música fúnebre comienza
en un tono muy solemne, hasta llegar al motivo de la espada, en
el que Stokowski comienza a acelerar el pulso, recalcando el aire
de celebración del héroe antes que cargar las tintas en el aspecto
funerario y ritual, otra visión posible del pasaje. Aquí salta a
la vista el buen oficio del director como arreglista: después de
la Trauermarsch se adentra unos instantes en la escena de
Gutrune para empalmar suavemente con la “Inmolación de Brünnhilde”,
a cargo de Agnes Davis. La voz, demasiado lírica para el papel,
no carece de atractivo, como ya indiqué, pero es pobre en armónicos
y resulta plana e inexpresiva. La coda final muestra a un Stokowski
conocedor y dominador del estilo y el color orquestal wagnerianos.
Tras el poderoso cataclismo, se disuelve en un remanso de lirismo,
que el director aprovecha para meter algo más de portamento
(aquí no queda mal) al pasar a la última nota del motivo de la
redención por el amor. Seis años antes, en 1927, Stokowski había
grabado, con mejor sonido, el final de El ocaso de los dioses,
recreándose en el lamento de las hijas del Rin.
El
tercer compacto está dedicado íntegramente a Tannhäuser.
Se incluyen dos versiones de la Obertura (versión de París)
y música del Venusberg, terreno abonado para que “Stoki” muestre
sus dotes para la efusión lírica y su lado más salvaje. La primera,
de 1929/30, espléndida, sorprende por la excelente toma, de gran
nitidez. La bacanal es puro fuego y voluptuosidad. Los distintos
ambientes están claramente diferenciados: solemnidad (coro de peregrinos),
pasión (bacanal), sensualidad (Venusberg). No encuentro superior
el sonido de la segunda (1937), y me turba el exceso de rubato,
mucho más acusado aquí que en la primera versión. La bacanal es
más desbocada, y el contraste con la primera sección, más lenta
en el remake, más acusado. Para la música del Venusberg,
en 1937 Stokowski empleó 17 voces femeninas ¡para cantar poco más
de minuto y medio de música! Una excentricidad que pocos directores
podían permitirse (7). En la parsimoniosa lectura (10’) del Preludio
del tercer acto, Stokowski se deleita con la tímbrica y las relaciones
armónicas. El rango dinámico es amplísimo, y está muy bien recogido
en esta toma de 1936, técnicamente a la cabeza en la época. Nótese
la presencia de la cuerda en los crescendi. Completan el
disco las grabaciones acústicas, ya mencionadas, de la Obertura
(versión de Dresde) y de la entrada de los invitados del
segundo acto. En este último registro, en el que debieron intervenir
muy pocos músicos, el sonido es muy pobre, de charanga.
Salvo error
u omisión, se conocen dos grabaciones en disco compacto de la síntesis
sinfónica de Tristán e Isolda. Hay una en vivo, de 1968,
con la American Symphony Orchestra, en un álbum de difícil localización
(MEMORIES HR 4495-97), que contiene también una síntesis sinfónica
de Boris Godunov. En 1950, Stokowski volvió a grabar la síntesis
con su Orquesta Sinfónica (The Leopold Stokowski Symphony
Orchestra) para RCA Victor (LP LM-1174), pero está versión no ha
sido transferida a CD. El cuarto CD de este álbum recoge la primera
de estudio, que data de 1932 y un pastiche realizado con tomas de
1935-39. El Preludio es un tratado del portamento, y está
plagado de arbitrariedades, como silencios no respetados e indicaciones
dinámicas suavizadas (ff tocados f). Peculiaridades
aparte, el comienzo está magníficamente construido, manteniendo
la tensión. Al llegar a 5’, “Stoki” acelera, en 6’ enloquece y,
en seguida hace un ritardando (“Im Tempo bleiben!”, anotó
Felix Mottl en la partitura). El clímax está bien preparado, pero
resulta poco expansivo, debido a las limitaciones de la toma. Del
Preludio se pasa a la “música de la poción”, del puente entre las
escenas cuarta y quinta del primer acto. El motivo del filtro
de muerte no suena suficientemente ominoso por la forma en que
Stokowski altera la estructura rítmica del motivo, al acortar la
segunda nota y romper la ligadura con la tercera, que toca muy picada.
Sigue la “Liebesnacht”, con música del segundo acto, comenzando
con el sonido de las trompas de la partida de caza de Marke alejándose,
la primera parte del dúo de amor y la advertencia de Brangäne. Corona
el eficaz apaño una peculiar y delirante “Liebestod”, introducida
por un breve pasaje de conexión, que toma prestada su música del
delirio de Tristán, y en la que se oyen muy bien las voces intermedias
sobre la melodía principal. Stokowski inserta en la muerte de amor
la advertencia de Brangäne y música del dúo de amor del segundo
acto. En 1935 “Stoki” regrabó la Liebesnacht-Liebestod (versión
remix) de su síntesis sinfónica, reteniendo más música (23’)
y con un final “distinto”. La lectura (pista 5) es más pulida e
intensa que la precedente, y la advertencia de Brangäne (¡una trompeta!)
resulta más irreal, ultraterrena. En 14’45’’ enlaza con la muerte
de amor, entreverada con la advertencia de Brangäne y música del
dúo de amor del segundo acto y del delirio de Tristán del tercero.
Como cierre, al final de la muerte de amor Stokowski, inexplicablemente,
le pegó ¡el final del segundo acto!, un contraste demasiado brusco,
ilógico e insatisfactorio. Un final trágico, anticlimático, en vez
del éxtasis y la disolución del original. Tan heterodoxa solución
no fue bien recibida ni por los críticos ni por el público, y en
1939 Stokowski volvió a grabar los cinco últimos minutos de la Liebestod
(versión volcánica, que puede escucharse en la pista 6) para
sustituir el final fallido. Aquí se ofrece el final original, tal
y como fue editado. En la pista 4, el incandescente Preludio registrado
en 1937 para acompañar la Liebesnacht, con muy buen sonido.
En 1940, en
su última sesión de grabación con la Orquesta de Filadelfia para
RCA Victor, Stokowski registró tres Wesendonck Lieder con
una Helen Traubel en rápido ascenso, que pronto ingresaría en el
firmamento de la MET, una institución plagada de estrellas, y en
el Olimpo sopranil-wagneriano no mucho después. En Im Treibhaus
la Traubel escancia con delicadeza su opulenta y bellísima voz,
recogida aquí en un susurro. Dicción y pronunciación son perfectas
(sus padres eran alemanes y esa fue su lengua materna), pero se
muestra algo distante en el terreno expresivo. “Stoki” dirige con
delectación, acentuando el carácter otoñal de la pieza. Vocalmente,
Träume roza la perfección técnica, pero falta temperatura.
Schmerzen proporciona mayor espacio para el lucimiento de
la voz de Traubel, que puede exhibir con más libertad su natural
calidez y capacidad de comunicación. Sin embargo, se aprecia cierta
rigidez, achacable bien a la escasez de ensayos o a un desencuentro
con el director. O a ambos. Pese a las reservas expresadas, son
versiones notables. La soberbia versión de la Obertura de Los
maestros cantores (1936), de contagioso entusiasmo, prodigio
de transparencia contrapuntística, tocada con gran virtuosismo,
se grabó en una sola toma, en tres caras de discos de 78 rpm de
12 pulgadas, cuando habría cabido perfectamente en dos. Tuvo que
esperar cuatro años antes de ser puesta en circulación, hasta que
se encontró un relleno apropiado. Es, quizá, la pieza más indiscutible
de todo el álbum, la más ortodoxa. Sin duda una de las mejores lecturas
jamás llevadas al disco. El sonido del Preludio del tercer acto
de Los maestros cantores es excelente para la fecha (1931),
con buena presencia de graves. El coral de los metales (¡qué empaste!)
lo lleva Stokowski a un tempo más ligero que de costumbre
(¡esto no es el funeral de Sachs!). El Preludio de Parsifal
(1936) recibe una interpretación contenida, que roza el fervor religioso.
Destacan la amplia gama dinámica y la precisión y hermosa sonoridad
de la Orquesta de Filadelfia, un instrumento perfecto en manos de
“Stoki”. Las cuerdas crepitan en los Encantamientos de Viernes
Santo, que el director grabó por separado en la versión de concierto
de Wagner, no incorporando esta música a su Síntesis sinfónica
del Tercer Acto (1934). Ésta comienza con el final de la primera
escena, cuando Gurnemanz le pide a Parsifal que se despoje de las
armas, por ser Viernes Santo. La toma es muy detallada y nítida.
Nótese la calidez de la cuerda en el pasaje de 3’20’’ a 4’20’’,
de un hondo lirismo. El sonido de campanas lejanas (entre 4’28’’
y 4’43’’) conduce a la música de la transformación, para
desembocar a continuación en el instante en que Parsifal levanta
la lanza ante la herida de Amfortas (“Nur eine Waffe taugt”). El
final, en manos de Stokowski, es un prodigio constructivo, sobre
un formidable crescendo, sabiamente graduado.
Aunque la magia
del sonido Stokowski (8) encuentra su expresión plena en
las grabaciones estereofónicas, sobre todo las que el director realizó
para London/Decca o RCA en los años 60 y 70, es difícil sustraerse
al encanto de estas grabaciones pioneras. Superadas la barrera del
sonido histórico, las libertades con las partituras y la sorpresa,
repulsa incluso, por el uso del portamento, recurso expresivo
que hoy se considera de pésimo gusto, hay que rendirse ante la gran
categoría artística de estas grabaciones, auténticos best-sellers
que tuvieron un importante papel en la difusión de la música de
Wagner. El álbum Andante, de lujosa presentación, con su formato
de disco-libro, detalladas notas de Jed Distler e interesantes artículos
de Tim Page y Ward Marston, autor del estupendo procesado y biografías
de director y cantantes, pone al alcance del aficionado, en inmejorables
condiciones, un capítulo glorioso de la historia de la interpretación
wagneriana, firmado por un enamorado de su música, un infatigable
servidor de su causa (léase de nuevo la nota número 3) aunque, paradójicamente,
jamás dirigiera una obra de Wagner en el teatro, un director genial
al frente de un instrumento perfecto, su Orquesta de Filadelfia.
NOTAS
(1) Stokowski dirigió la Orquesta de Filadelfia
entre 1912 y 1940 (desde 1936 junto a Eugene Ormandy), convirtiéndola
en una de las mejores orquestas, no ya de los Estados Unidos, sino
del planeta. En su concierto de despedida de Filadelfia, en 1969,
sonó el Preludio y la muerte de amor de Tristán e Isolda.
(2)
Entre los estrenos mundiales que dirigió Stokowski, se cuentan la
Tercera Sinfonía, el Concierto para piano y orquesta nº4 (con el
compositor al piano) y las Variaciones sobre un tema de Paganini,
de Rachmaninov, la Cuarta Sinfonía de Ives y el Concierto para violín
de Schoenberg. Entre los estrenos americanos, La consagración
de la primavera, de Stravinsky, la Octava Sinfonía de Mahler
(en 1916, ¡con 1068 ejecutantes!), Wozzeck, de Berg, El
amor brujo, de Falla, las tres últimas sinfonías de Sibelius,
y las sinfonías Primera, Tercera y Sexta, de Shostakovich. En 1932
llevó al disco los Gurrelieder, de Schoenberg, que también
estrenó en los EE.UU.
(3)
A comienzos de los 80, Leonard Bernstein reconocía haber descubierto
Tristán e Isolda, siendo aún un adolescente, en una de las
síntesis sinfónicas grabadas por Stokowski.
(4)
Antes de la utilización del micrófono en los estudios de grabación,
en 1925, la orquesta se situaba frente a una gran trompa o bocina
metálica, que recogía el sonido. El número de ejecutantes era por
lo general bastante reducido, aunque “Stoki” se las apañó para grabar
con 85 músicos. El sonido de los contrabajos se registraba mal,
y tenían que ser reforzados con tubas o saxofones. Lo mismo sucedía
con la cuerda aguda, que requería refuerzo de flautas y flautines.
(5)
Esta charla radiofónica se grabó en enero de 1932, con motivo de
un concierto en Filadelfia en el que se interpretó, en la primera
parte, la Liebesnacht de Tristán e Isolda, con Elsa
Alsen, Paul Althouse y Rose Bampton. En la segunda, una síntesis
de El anillo del nibelungo, con cantantes.
(6)
Desde 1926, Victor grababa a la Orquesta de Filadelfia en su sala
de conciertos, la Academia de Música. Los problemas económicos derivados
de la Gran Depresión motivaron la vuelta al estudio de Camden
y una drástica reducción del número de ejecutantes en las grabaciones,
entre 40 y 70. Stokowski se quejó mucho de estas condiciones de
grabación y de los resultados técnicos obtenidos, que no de los
artísticos, y habría aceptado la manipulación de la grabaciones
originales si con ello se mejoraba el sonido. Para compensar lo
reducido del contingente orquestal, Stokowski experimentó con la
colocación de los músicos, algo que continuó haciendo en función
de la diferente acústica de las salas en las que dirigía. Además,
los micrófonos se colocaban muy cerca, lo que provoca variaciones
en el nivel sonoro, en función de la sección orquestal que está
tocando en cada momento, variaciones que Marston ha tratado de minimizar
en su procesado actuando sobre el volumen y la ecualización. A veces,
como en la grabación de 1932 de la Cuarta Sinfonía de Sibelius (dell’Arte
9023), los resultados obtenidos en tan precarias condiciones eran
sorprendentemente buenos.
(7)
En 1961 registró con la Orquesta Sinfónica del Aire (restos de la
Orquesta de la NBC, disuelta tras la retirada de Toscanini en 1954)
para RCA la cabalgata de las Walkyrias cantada. Entre las
aguerridas amazonas figuraban Martina Arroyo y Shirley Verrett (RCA
09026-62597-2). ¡Todo un espectáculo!
(8)
En palabras de Edward Johnson, presidente de la Leopold Stokowski
Society of America, mientras otros grandes directores, dirigiendo
La Mer, evocan el mar, lo de “Stoki” era La Ocean.
Stokowski estaba fascinado con el color tonal y la producción de
un sonido bello y sensual. Además de por la permanente búsqueda
de la belleza sonora, el sonido Stokowski se caracterizaba
por un tratamiento de la orquesta por bloques, como si de un inmenso
órgano se tratara (Stokowski comenzó como organista en la Iglesia
de San Bartolomé, en Nueva York, entre 1905 y 1908, antes de dedicarse
a la dirección), el sólido apoyo en la cuerda grave, que sostiene
el edificio, la brillantez de los metales y, quizá el detalle más
característico, donde más se nota su impronta personal, el sonido
aterciopelado, cálido, de la cuerda, en gran parte debido a la imposición
del arco libre por el director, en vez del arco uniforme (los músicos
mueven a un tiempo el arco arriba o abajo) introducido en la práctica
por François-Antoine Habeneck (1781-1849), director del la
Orquesta del Conservatorio de París. También tenía que ver
en esto su técnica: dirigía sin batuta, con amplios movimientos
de brazos, y sus manos (¡importantísimas en Stokowski!) parecían
trazar figuras imaginarias en el aire, modelando y materializando
el sonido. Añádase la excitación y la cualidad casi improvisatoria
de sus interpretaciones, consecuencia de la flexibilidad en la elección
de los tempi y el uso del rubato.
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